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miércoles, 10 de febrero de 2016

DOMINACIÓN DE LA MUJER EN LA SOCIEDAD CONSUMISTA- CAPITALISTA: Patriarcado, publicidad y sentido de la vida



Si hay un espacio ideológico donde la sociedad consumista-capitalista se expresa, a nivel simbólico, como lo que verdaderamente es, ese es, sin duda, la publicidad. La publicidad es capaz de hacer que los sujetos proyecten sus ilusiones hacia todo un mundo de fantasía y simbolismo donde, paradójicamente, lo que los publicistas han volcado previamente han sido, precisamente, esas mismas ilusiones detectadas de manera previa en los deseos de los sujetos a los que luego tratarán de dirigir sus mensajes, de acuerdo a la idealización que esos mismos sujetos hagan de sí mismos y su papel dentro del global de la sociedad, creando con ello un mundo donde las diferencias sociales se disuelven, los sufrimientos no existen, y todo, absolutamente todo, se convierte en posible: el maravilloso mundo con el que todo ser humano ha podido fantasear alguna vez como mundo ideal.

El mundo de la publicidad es, pues, un mundo de apariencias, un mundo de sueños y fantasías donde los elementos icónicos y simbólicos juegan un papel central, un mundo dónde se esconden las relaciones sociales y el valor simbólico de los elementos culturales propios de la sociedad consumista, un mundo puramente mitológico, una real no-realidad que a menudo suplanta a la realidad misma, aunque, pese a ello –o precisamente por ello-, es también un espacio socio/cultural donde la sociedad se representa a sí misma en sus aspectos más profundos y fundamentales, al estilo, podríamos añadir, de lo que el antropólogo Clifford Geertz propuso para el análisis de las culturas humanas cuando afirmó que las ideologías, las cosmovisiones, se constituyen a partir de los sistemas culturales y es allí, en los símbolos que le son propios a tales sistemas, allí donde los significados últimos de los hechos socialmente instituidos pocas veces son lo que aparentan ser a primera vista, el único lugar posible en el cual habría que buscar el verdadero significado de tales hechos sociales, vinculados de pleno con aspectos que la sociedad ha ocultado en ellos para, a su vez, poder mostrarlos simbólicamente y representarse así a sí misma en su verdadera intencionalidad y en su normal funcionamiento socio/histórico y socio/cultural.


Los anuncios publicitarios, pues, no sólo venden productos, también venden valores, imagen y conceptos sobre el amor, la sexualidad, el éxito y quizás lo que es más importante, venden una imagen denormalidad. En gran medida nos dictan no solo lo que somos, sino lo que deberíamos ser. Basta, en consecuencia, con analizar el papel que la mujer ocupa en este mundo de fantasía que es la publicidad para saber lo que la sociedad espera verdaderamente de ella, es decir, para saber cuál es el papel que dicha sociedad le tiene asignado como tal.

La doble dimensión de la “cosificación” de la mujer a través de la publicidad


La publicidad cosifica a la mujer desde un doble perspectiva: como objeto de consumo –para asociar dicha imagen a la promoción de determinados productos- y como consumidora –mediante la promoción de determinadas ideas que se vinculan al papel que la mujer debe ocupar en sociedad, acorde a la pluralidad a este respecto ya existente en la vida real: amas de casa, mujeres trabajadoras fuera del hogar, etc.-. Además, sirve para determinar el modelo de belleza que la mujer debe representar según lo que socialmente se considera como más aceptable, a una misma vez que asocia dicha imagen con lo se presupone es, debe ser, una “vida de éxito”.

Si lo primero nos indica que el propio sistema necesita de la explotación, cosificada, de la mujer para impulsar la venta de determinados productos –equiparando el valor de esa mujer/reclamo al del producto mismo y anulándola en cuanto a su valor como persona real-, así como la necesidad de ajustar la venta de determinados productos al público femenino en sus diversas manifestaciones –cuando tales productos se piensa que tienen, por las propias dinámicas sociales prestablecidas, una especial aceptación entre las mujeres: perfumes, moda, productos para la limpieza del hogar o el cuidado de los niños, etc., o directamente son exclusivos para mujeres: productos relacionados con la menstruación, etc.,- lo segundo nos pone de manifiesto la construcción de una imagen de lo femenino que está directamente relacionado con lo que la sociedad espera de la mujer: un ser que se expresa como tal principalmente a través de su imagen, que ha de encontrar su propio camino hacia la “realización” social y personal a través de dicha imagen, y para quien deben quedar obligadamente en un segundo plano otro tipo de cuestiones: nivel de formación, méritos laborales, capacidad para la creación, etc. La mujer se configura así, para esta sociedad consumista-capitalista, desde esta triple perspectiva: como objeto-mercancía, como consumidora y como subordinada al hombre –incapaz de adquirir méritos por sí misma salvo en lo relacionado con su imagen, siempre y cuando tal imagen sea del agrado de aquellos en los que en última instancia se vuelca la capacidad de emitir el juicio de valor que ha de permitir la valorización femenina: el hombre-. Todo ello se expresa mediante cuestiones relacionadas con el sentido y, por supuesto, expresan directamente las interrelaciones existentes entre capitalismo y patriarcado.

En occidente, como expresa la investigadora feminista María Fernández Estrada, “el patriarcado moderno comienza a debilitarse a partir de los años setenta, gracias al movimiento feminista, y deriva así en una nueva configuración del patriarcado. La nueva estructura patriarcal ya no consistirá sólo en la reclusión de las mujeres en el espacio doméstico –contrato sexual moderno– sino también, y sobre todo, en la reclusión de las mujeres en su propio cuerpo. El cuerpo sexualizado de las mujeres es el lugar en donde sucede la reconversión industrial de las condiciones contemporáneas del patriarcado. El cuerpo de las mujeres vuelve a sufrir la carga identitaria que se disputarán los varones de distintas representaciones políticas y culturales, es decir: antes, el cuerpo de las mujeres funcionaba para los varones como seña simbólica de la esposa y madre, ahora la feminidad normativa impone otro modelo, compatible con el anterior, el de la sexualización del cuerpo de las mujeres”.


Esta sexualización del cuerpo de las mujeres funciona a su vez en un doble sentido: como reclamo económico y como camino social instituido en búsqueda del éxito social. La sociedad consumista-capitalista mata así dos pájaros de un tiro: potencia las ventas de sus productos y servicios mediante la muestra impúdica del cuerpo de la mujer como objeto-mercancía (expresión de las demandas económicas propias del capitalismo) y cercena las potencialidades de la mujer atándolas a un espacio de dominación masculina donde la mujer simplemente deja de ser por sí misma y es tan solo, lo que deba ser, en función de su relación de subalternidad respecto del hombre (expresión de dominación patriarcal). El consumismo-capitalismo, pues, se fusiona con el patriarcado, de manera especialmente relevante, mediante lo que se conoce como “cosificación de la mujer”.

Dicha cosificación consiste, básicamente, en representar o tratar a la mujer como un mero objeto sexual y/o un mero objeto de consumo (mujer-mercancía), ignorando sus cualidades y habilidades intelectuales y personales y reduciéndola a meros instrumentos para el deleite sexual de otra persona y/o el reclamo sexual. Dicha cosificación, como evidencia buena parte de la literatura moderna y/o el propio cine desde sus orígenes en el siglo XX, no es nueva, pero, al igual que otros muchos aspectos de la vida actual, ha sido con la implantación del consumismo-capitalismo como modelo hegemónico (a nivel económico y como código de sentido absoluto) cuando se ha llevado a sus niveles más elevados y evidentes. Es en la actualidad cuando la cosificación de la mujer, en una sociedad devorada por el consumismo y donde las mujeres han pasado a convertirse en una mercancía dedicada al disfrute -generalmente, del hombre-, se ha convertido en un rasgo claramente definidor del papel de la mujer en la vida social. Esta forma de violencia simbólica, que resulta casi imperceptible, somete a todas las mujeres a través de la publicidad, las revistas, las series de televisión, las películas, los videojuegos, los videos musicales, las noticias, los realitys show, etc.

Los anuncios venden el cuerpo de la mujer como reclamo de ventas por diferentes vías, por ejemplo, centrándose en el resaltado visual de sus aspectos más sexuales (pechos, labios, muslos, culo, etc.), o exponiendo a la mujer en posturas y posiciones de su cuerpo que evoquen relaciones –y provoquen reacciones- de tipo sexual, o simplemente utilizándolo como soporte de objetos a presentar al público, evocando así la idea de una mujer objeto –tipo mesa, mostrador, escaparate, etc.- que no sirve más que como espacio donde tales productos deben ser expuestos al público de la forma más atractiva posible, sin valor alguno en sí mismo más que por derivación de tal relación de soporte. Otros anuncios, directamente, evocan situaciones de total dominio, e incluso de humillación, del hombre respecto de la mujer, como evocación de poder manifiesta. En otros se muestra una mujer a la que se presenta como alimento –evocando, por ejemplo, ser presentada en un plato o troceada como un pastel, etc.-, y así sucesivamente en toda una amplia gama de “presentaciones” del cuerpo de la mujer que simplemente evocan su existencia como objeto de consumo, como mera mercancía o reclamo. La idea-mito que se lanza así socialmente es obvia: una mujer nunca es por sí misma, siempre es en relación a lo que el hombre defina de ella a través de su imagen. Es el hombre el que da valor a la mujer con sus juicios respecto de lo que la mujer es, debe ser, socialmente. No es la mujer, sino el hombre, quien dice lo que en esta vida tiene valor, y no es la mujer, sino el hombre, quien tiene la capacidad de permitir que una mujer sea socialmente valorada. Cosificando a la mujer no solo se la anula como persona, se la convierte en algo que solo podrá tener un valor en función de lo que los hombres puedan decidir.

La mujer como consumidora y como objeto de consumo


No obstante, a menudo los hombres pueden decidir que la mujer sí tiene realmente valor en su función como consumidora. Esto es, pese a esa anulación de la mujer como ser capaz de tener valor por sí mismo, y en relación directa con la creencia predominante en el consumismo-capitalismo (que se es por lo que se tiene), así como por las propias necesidades económicas del capitalismo, el sistema capitalista-patriarcal sí permite que la mujer pueda ser socialmente valorada como consumidora, en igualdad de condiciones, aunque con sus determinadas particularidades, con el hombre. Si el hombre gasta dinero en consumir, la mujer también lo hace, y eso es algo que el sistema necesita para su normal funcionamiento. La mujer constituye, de hecho, el grupo consumidor más grande dentro de la sociedad. A la mujer, en tanto que consumidora, no se la puede despreciar y mucho menos tratarla como si no existiera como persona. Lo que la publicidad roba a la mujer mediante su cosificación (su cualidad como persona), la publicidad se lo devuelve a través de los anuncios que se dirigen específicamente a un público femenino y/o cualquier otro que pueda servir para fomentar el consumos en la mujer. Eso sí, siempre y únicamente como consumidora. El publicista sí interpela entonces a la mujer en su cualidad de persona realmente existente, pero siempre desde la perspectiva de su realización como consumidora. En realidad, claro, es otra forma de cosificar a la mujer, aunque, en este caso, una forma de cosificación que comparte con el hombre, al cual, desde esa interpelación como consumidor, se le cosifica igualmente de manera cotidiana en esta sociedad nuestra. Todo sea por aumentar el consumo, para que la rueda del consumo, que sustenta nuestra sociedad, no se detenga nunca.

El lenguaje de la publicidad y el consumo se construye por ello alrededor de diversos imperativos verbales sintetizados en una sola idea (compre), pero de la que se derivan otras múltiples ideas, simbólicas, que llenan de sentido la vida de las personas. El imperativo es una orden que no admite diálogo. Como no admitían diálogo los mandamientos propios del cristianismo, unos mandamientos que simplemente se tenían que cumplir si lo que se quería era, como hemos dicho, poder estar en paz con Dios; alcanzar el reino de los cielos. No había otro camino de sentido para la vida del creyente que el cumplimiento de los mandatos de Dios, expresados a través de los textos sagrados y de la teología cristiano-feudal. De la misma forma, ahora no existe, de partida, otro camino de sentido para el sujeto que el expresado a través de la publicidad y los medios de comunicación, que solo puede ser concretado en última instancia mediante la obediencia al mandato principal: comprar, consumir. Y eso no puede diferenciar entre hombres y mujeres, ambos son consumidores y ambos deben aprender por igual todo el código de sentido que es propio de la sociedad consumista actual.

Así existen multitud de anuncios que interpelan directamente a la mujer en cuanto a tal. Anuncios que, por un lado, buscan fomentar las actitudes consumistas de la mujer, pero que, por otro lado, sirven para determinar, simbólicamente, el papel que la mujer habrá de desempeñar en esta sociedad consumista-capitalista. Es decir, por un lado se ha de fomentar la idea del consumo como motor de la sociedad –intentando fomentar la compra de determinados productos por parte de la mujer-, pero además se ha de imponer la idea de que es el consumo, el tener, lo que sirve para dar valor a las personas en esta sociedad, así como se mostrará una determinada imagen de la mujer asociada a la compra de esos productos que la publicidad oferta. Patriarcado, capitalismo y cuestiones de sentido vuelven aquí a expresarse como un todo unificado.
En la sociedad de consumo no sólo sentimos cada vez mayor dependencia de nuevos bienes materiales y derrochamos los recursos, sino que el consumo se ha convertido en un elemento de significación social. Se compra para mejorar la autoestima, para ser admirado, envidiado y/o deseado, y esto se potencia especialmente en el caso de la mujer, a la cual, como hemos dicho, se la trata como si no tuviera valor por sí misma, y solo pudiera adquirirlo a través de su imagen y/o de aquello que pueda poseer, siempre en función de los criterios de valoración que dependen del hombre, por un lado, y del propio código de valores propio del sistema consumista-capitalista, por otro. En esto el hecho de haber convertido a la mujer en un objeto de reclamo, en un objeto-mercancía, también suele ser efectivo. Las mujeres a las que se les pretende fomentar las tendencias consumistas, al ver a las otras mujeres que en los anuncios salen promocionando productos de distinta índole, suelen ser motivadas, mediantes apelaciones de tipo emocional, a realizar la compra de ese producto tan solo por el simple hecho que en la televisión parece ser efectivo para una determinada función, esperando con ello el resultado de verse como la chica que salió en el anuncio.

Así, si la mitología socialmente establecida te dice que para tener valor como mujer debes cumplir con unos determinados criterios estéticos, por ejemplo, al utilizar a mujeres en los anuncios que sí cumplen con esos criterios –o aparecen como cumpliéndolos- y al asociar dicha imagen a la idea de que tales criterios se vinculan a la compra de un determinado producto, se pretende que la mujer compre tal producto con la esperanza de satisfacer esos deseos de ser socialmente valorada tal y como previamente se la enseñado que debe ser. Con frecuencia, además, se utilizan expresiones que hagan sentir a la mujer que no es capaz de satisfacer esos criterios previamente establecidos con baja autoestima. Al poner luego a una mujer que sí los satisface –al menos en apariencia- en un anuncio, se logra que las mujeres que lo ven quieran poder sentirse reflejadas en aquella imagen de “mujer de éxito” que el anuncio proyecta. En este tipo de anuncio se utilizan frecuentemente diálogos que son apelaciones directas a la imagen –y la autoestima- de la mujer que los ve, tales como: ¿quieres lucir un rostro hermoso como ella? utiliza “X” producto, ¿Te quieres ver como ella?, compra “X” producto, etc. La imagen y la capacidad de seducción juegan aquí un papel determinante.


La mujer debe tener una imagen acorde a lo que se presupone es un ideal de belleza socialmente valorado y, a su vez, ello le debe permitir gozar de una capacidad de seducción tal que haga posible que los hombres así lo valoren. Volvemos así a la idea de que la mujer no es por sí misma, sino en función de los juicios de valoración emitidos por el hombre. Y aunque la propia mujer pueda creer que lo hace para su propia satisfacción –y no tiene que ser mentira necesariamente-, en realidad, según el mensaje que subyace de fondo en la ideología hegemónica imperante, lo hace, en todo caso, para su propia satisfacción en función de lo que la sociedad le demanda, y esas demandas están principalmente orientadas no a la satisfacción de la mujer, sino del hombre y sus juicios de valor capaces de valorizar socialmente a la mujer. Como se puede ver fácilmente, la cuestión del sentido juega aquí un papel central. Las mujeres deben dar sentido a sus vidas en base a lo que este tipo de ideas, fomentadas por la publicidad, le dicen para con lo que sus vidas deben ser para tener reconocimiento social según los criterios establecidos por, precisamente, tales ideas. No se trata, pues, simplemente de querer representar una determinada imagen, sino, principalmente, de creer que tal imagen es lo que debe dar sentido y orientación a la vida de la mujer.

La publicidad, en este sentido, fomenta sistemáticamente, de múltiples formas, que lo más importante y primordial para las vidas de las mujeres es su aspecto físico, a una misma vez que definen y determinan cuál debe ser ese ideal de belleza femenino al que estas mujeres deben tender si lo que quieren es ser socialmente reconocidas.
Las mujeres aprenden así desde una edad muy temprana que deben invertir cantidades ingentes de tiempo, energías y, sobre todo, dinero, en alcanzar ese ideal y, por supuesto, sentirse culpables y frustradas cuando no les es posible alcanzarlo. Se trata de una finalidad vital que se expresa como una cuestión de sentido de la vida, pero que, a su vez, es consecuencia de una necesidad económica propia del sistema capitalista (que aprovecha tales ideas para vender todo tipo de productos relacionados con el aspecto físico, la belleza, y, en general, la imagen, de la mujer), así como una expresión del patriarcado, esto es, de la posición subalterna de la mujer respecto del hombre en esta sociedad, en tanto y cuanto, como decimos, si el valor de la mujer le viene dada por su aspecto físico, su belleza, etc., no vale por sí misma, sino en función de los juicios de valor que el hombre, en base a todo ello, pueda emitir sobre tales mujeres. Para colmo, el modelo de belleza que se ofrece como “ideal” a la mujer se basa en la perfección, esa perfección que es recogida en las modelos que sirven como referencia para el mismo. Un modelo, pues, que es inalcanzable por definición. El sistema juega así con la idea del consumo como elemento “redentor”.

Si quieres alcanzar ese modelo de belleza debes comprar tal o cuales productos, lucir de tal o cual manera, pero, además, al basarse tal modelo en la perfección inalcanzable, debes vivir en la permanente insatisfacción para, a su vez, estar permanentemente acudiendo al mercado a comprar ese producto que pueda ayudarte a “redimirte” de tus pecados, tratando de hacer posible tal ideal. Esto pasa, en general, con todo el ideal de vida que el consumismo-capitalismo te vende como modelo referencial de lo que se supone es “el éxito social”, pero se hace especialmente visible en el caso de esta relación entre mujeres e ideal de belleza. Si en general el ideal de vida (los sueños consumistas-capitalistas) que la publicidad vende está pensado y diseñado para ser inalcanzable como modelo idealizado que es (porque así incitará permanentemente al consumo de aquellos productos que te puedan permitir aunque solo sea acercarte por algunos momentos a dicho ideal), en el caso del ideal de belleza femenino esto es su única posible razón de ser. Ninguna mujer se podrá sentir plenamente realizada por muy cerca de ese modelo de belleza que esté, porque, quiera o no quiera aceptarlo, seguirá inserta en unas relaciones de poder de tipo patriarcal, y solo en relación a ellas es que tal ideal de belleza cobra socialmente un (falso) valor.

Luego, claro, vienen los problemas de anorexia, bulimia, y otro tipo de enfermedades directamente relacionadas con estos modelos idealizados de belleza, y todo el sufrimiento que generan en millones de mujeres en todo el mundo. Cosa que ocurre mucho menos en el caso de los hombres (pese a que a ellos también se les vende un determinado modelo de belleza socialmente idealizado y también es asociado en cierta medida al éxito social –en este caso como potenciales seductores de bellas mujeres-), precisamente porque la sociedad patriarcal ofrece al hombre otros muchos espacios de valoración social que no están directamente relacionados con su imagen física, mientras que a la mujer es prácticamente el único espacio de valoración social que se le reconoce socialmente como válido, siempre, insistimos, en función del juicio del hombre.

Patriarcado y capitalismo en la publicidad: dominación de la mujer vía sentido de la vida


Los mensajes publicitarios, en definitiva, reproducen un orden de cosas existente en la sociedad y la cultura, en donde las diferencias de género ya están establecidas y, principalmente, han asignado a la mujer el rol de ama de casa y madre que, además, tiene que agradar con su belleza y habilidades de seducción. Pero no por ello dejan a un lado otro tipo de mensajes destinados a ese otro estereotipo de mujer, la “mujer moderna” y trabajadora, que los capitalistas no quieren dejar de explotar para aumentar su cuenta de beneficios en base a la venta de todo tipo de productos que las mujeres con independencia económica puedan querer comprar. Así, junto a anuncios que presentan sin ningún pudor a la mujer como ama de casa servil, complaciente y abnegada, buena cuidadora de su hogar y mejor madre (anuncios de productos para el hogar, anuncios relacionados con el cuidado infantil, etc.), o esos otros que se dirigen principalmente a lo relacionado con el aspecto físico y la belleza, conviven otros muchos que resaltan la capacidad de consumo de la mujer por encima de cualquier otro aspecto. Anuncios en los que la mujer se ve representada como ejecutiva, profesional liberal, estudiante, etc., en los cuales ya es la propia mujer la que es capaz de tomar sus propias decisiones de consumo, y que, en su mayoría, presentan a una mujer feliz, espontánea, inteligente, respetable, socialmente aceptada, deseable e influyente y capaz de afrontar diferentes cambios en sus vidas.

No obstante en tales anuncios hay algo que no deja de ser curioso: se las presenta siempre no como personas que tienen valor por sí mismas, sino como mujeres que, a su vez, han de competir con otras mujeres en un mundo dominado por hombres. Su valor como mujer le vendrá entonces en función de su capacidad para imponerse a esas otras mujeres y tomar así un papel socialmente relevante, pero siempre, por supuesto, acorde a criterios de valoración cuyos juicios son, en última instancias, emitidos por esos hombres que tienen la capacidad de dominar socialmente los espacios donde estas mujeres se ven insertas y forzadas a competir entre sí. La publicidad, si algo tiene, es su capacidad para recoger, en favor del consumo, todo el espectro de roles e identidades sociales que puedan convivir en una determinada sociedad, y enfocar los anuncios, dependiendo del tipo de producto a vender y el público potencialmente comprador del mismo al que vaya dirigido, de acuerdo a lo que determinados mensajes puedan conseguir, mediante su impacto emocional, en tales roles e identidades sociales. Esto ocurre en nuestra sociedad con los anuncios dirigidos a mujeres o que tienen en las mujeres potenciales compradoras.


La publicidad no recoge, pues, un solo modelo de mujer en sus anuncios, dentro de ella pueden tener cabida diferentes roles femeninos según lo que ya previamente se da realmente en la sociedad, pero siguen existiendo una serie de mensajes que son comunes para todas las mujeres y que, a su vez, son muestra de esas realidades sociales, vinculadas al patriarcado, que siguen plenamente vigentes, ejerciendo una violencia sistemática y cotidiana, en esta sociedad. Realidades que se encuentran igualmente plenamente interrelacionadas con lo que se desprende del sistema consumista-capitalista que se ha establecido como hegemónico y dominante, y que, por supuesto, como expresión sintetizada de ambas realidades en la vida y la identidad de las personas, y en este caso concreto de las mujeres, se manifiestan vinculadas a cuestiones relacionadas con el sentido y el sinsentido de la vida, sirviendo para la reproducción, la conservación y el mantenimiento de lo que tales realidades son en la práctica de cara a esta sociedad.

Pedro Antonio Honrubia Hurtado
Texto extraído de: kaosenlared

domingo, 29 de noviembre de 2015

A LOS MACHISTAS LES INCOMODA EL FEMINISMO


Parece mentira que, con todo el esfuerzo de construcción y divulgación que están haciendo los movimientos feministas, haya gente que, desde la izquierda, aún sea capaz de aprovechar su altavoz de privilegio y hablar del feminismo desde la ignorancia y el desprecio. Nos referimos al artículo de Blai Dalmau publicado en su blog Discs Imaginals el pasado 8 de marzo: “¿Es el feminismo la solución al sexismo?”

En un artículo absolutamente desinformado, cuando no directamente demagogo y falso, el autor se sumerge en una diatriba errática que se podría resumir de la siguiente manera: no le gusta el feminismo porque se siente oprimido por lo que llama “feminismo dominante”, y porque encuentra que, dentro de la palabra “feminismo”, no tiene cabida su virilidad. La misma elección del adjetivo “dominante” para acompañar al sustantivo “feminismo” parece querer decir que: a) El feminismo es hegemónico, o b) El feminismo pretende dominar algo.

Ya empezamos a ver que, como se suele decir, el chico lo tiene mal entendido. El feminismo no es una ideología totalitaria como quiere hacer creer el autor, sino la lucha por la erradicación de la opresión. La idea de “feminismo dominante” es un contrasentido. El autor podría haber elegido la expresión “feminismo mayoritario” que, a pesar de no tener mucho sentido, invocaría una simple y pretendida normalidad estadística; o bien podría haber sido claro con su planteamiento y revelar que es una de esas personas que consideran que existe un “feminismo radical”, a veces llamado “hembrismo” o, de manera más trendy, “feminazismo”. En este último caso, le habríamos podido responder que tal cosa no existe, como se puede comprender leyendo este artículo.

Volvamos a repetirlo por enésima vez. El feminismo ha defendido históricamente la equiparación de los derechos de las mujeres a los de los hombres. Es decir, que busca la igualdad entre las personas, que promueve las relaciones sociales y personales libres de violencia, recíprocas y emancipadoras. Tanto es así, que las feministas de todas las olas y países se han destacado por defender la igualdad de todos los grupos, colectivos y clases de personas dominadas: hombres sin patrimonio excluidos del sufragio, esclavos, niños y niñas, personas de todas las culturas y etnias y de todas las opciones y diversidades, etc., y lo ha hecho mucho antes que ningún otro movimiento social. El feminismo ha luchado para que los derechos de las mujeres, que siempre han sido inferiores a los de los hombres, fueran iguales. De hecho, Angela Davis definió muy acertadamente el feminismo como “la idea radical de que las mujeres somos personas”. Quizá Blai desconoce una genealogía de lucha de más de 300 años de historia sin la cual, sin ir más lejos, no habríamos avanzado en el camino de la democracia. Por eso, antes de volver a escribir sobre una cuestión que parece no conocer, le recomendamos que se tome un rato para escuchar esta charla de Celia Amorós.

Los movimientos feministas, plurales y diversos, parten de la misma base para trabajar una amplia gama de cuestiones: desde la defensa de los derechos sexuales y reproductivos, como el aborto, hasta el feminismo queer o transfeminismo, que defiende una deconstrucción y reinvención libre de las identidades sexuales y de género, pasando por los grupos de hombres feministas que trabajan en pro de nuevas masculinidades, o el ecofeminismo y la economía feminista, que buscan poner en el centro de atención política y científica las condiciones de reproducción de la vida, para poderlas democratizar y garantizar. Con todo, desgraciadamente, el feminismo se sigue sin comprender y una vez más la opinología pasa por encima del conocimiento, el rigor y el respeto a tantas personas que han luchado y luchamos por un mundo más justo.

Hecha esta (in)necesaria aclaración, pasamos a contestar específicamente algunos de los puntos del artículo.

1) En primer lugar, el autor nos insta a “mirar adelante” y no caer en el “resentimiento histórico” (algo como esos que no quieren “escarbar mucho” en los crímenes del franquismo).
“Por supuesto, no conviene ignorar las realidades históricas; sin embargo, para actuar en el presente y para superar las miserias del pasado ¿procede mantener un cierto resentimiento histórico?” El feminismo no es resentimiento histórico, sino una lucha actual y vigente: el hecho de que más de 600 mujeres hayan sido asesinadas en los últimos 10 años por sus parejas en España basta para confirmarlo. Y no hablemos de la violencia estructural, simbólica, estética, económica, psicológica y un largo etcétera. La violencia patriarcal machista ejercida de forma asimétrica contra las mujeres y los hombres es un hecho. La inmensa mayoría de las mujeres del mundo la hemos padecido y la sufrimos cada día (a pesar de que en la mayoría de los casos se trate de los mal llamados micromachismos, como para dejar claro que son “poco importantes”). Tal vez le abra los ojos leer este artículo.
Quizás también estaría bien que hablara más con mujeres para entender la cantidad de veces que han sufrido abusos a lo largo de la vida por el simple hecho de ser mujeres. Blai habla de resentimiento como si a las mujeres lo que nos molestara es que los hombres han sido “más importantes” a lo largo de la historia, no como si nuestra vida estuviera en juego, que es de lo que se trata.

Además ¿por qué cuando se reivindican las luchas históricas de los movimientos de izquierdas nadie se opone desde las propias izquierdas, pero en cambio cuando se trata de feminismos surge la necesidad inmediata de partir desde cero y olvidar el pasado? Es un argumento machista más.

2) No contento con ello, Blai es de los que opina que el 8 de marzo se celebra una reivindicación de la feminidad, una especie de “¡qué guays somos las mujeres!”, y que se trata de felicitarnos por tener una vagina (porque seguro que no felicita a las mujeres transexuales, ponemos la mano en el fuego). Y se pregunta: “¿Por qué la masculinidad no es celebrada al igual que la feminidad?”

El 8 de marzo no se celebra la feminidad, sino la lucha feminista. Por este motivo, muchas personas prefieren llamar a la jornada “Día por los derechos de las mujeres” o, mejor aún, “Día por los derechos humanos de las mujeres”. El simple hecho de que en algunos entornos socioculturales, como el francófono, se hable de los derechos humanos empleando la expresión droits de l’homme (derechos del hombre) resulta bastante explicativo de por qué hay un día específico para conmemorar los derechos de las mujeres. Ello no quiere decir, claro está, que no sea también de vital importancia reivindicar los derechos de otros colectivos, como los que hemos enumerado más arriba, así como los derechos que queremos para la humanidad entera. De hecho, el feminismo sólo tiene un verdadero sentido cuando se convierte en interseccional.


Además, no debe olvidarse que el feminismo lucha por la igualdad de género, lo que significa igualar a las personas, sea cual sea su género, en derechos y deberes. Por lo tanto, celebrar las reivindicaciones feministas significa también, como muchos hombres ya entienden (por ejemplo, http://www.ahige.org/ o https://homesigualitaris.wordpress.com/ en Catalunya), celebrar la masculinidad entendida no como patrón opresor que obliga a los portadores de este “carné” a ceñirse dentro unos determinados cánones estéticos y conductuales (definidos por oposición a los que se imponen a las mujeres), sino como espacio de afirmación y vivencia de la propia identidad de una forma más plena y respetuosa con la identidad de otras personas.

3) Acto seguido… ¡Oh, peligro! parece que el feminismo podría generar un movimiento masculinista (y es que ¡claro! cuando uno pierde el privilegio, debe organizarse): “¿Quizás debemos generar un movimiento masculinista a tal efecto?”

Tal afirmación sólo la puede hacer una persona que ni conoce ni ha participado en espacios feministas, ni tiene la capacidad o la voluntad de autorreflexión y autocrítica necesaria para entender qué es el feminismo. En cualquier caso, un movimiento que tenga por objetivo defender y garantizar los derechos de las personas es un movimiento feminista. Si el objetivo de este supuesto movimiento masculinista fuera imponer y mantener la supremacía masculina, estaría cometiendo el absurdo de luchar para conseguir el statu quo, que por otra parte está -desgraciadamente- suficientemente bien instaurado como para que ningún machista deba sufrir, hoy por hoy, por su supremacía. Si lo que Blai quiere es mantener el patriarcado, pues entonces nada, tío… Sigue así, que vas por muy buen camino.


4) No podía faltar la sección de agravios y protestas contra las prácticas legislativas que -según entiende Blai- discriminan a los hombres por el solo hecho de ser hombres. Que los agresores, los delitos y el sistema legislativo y judicial discriminen a las mujeres por el simple hecho de ser mujeres no tiene ninguna importancia; quizás porque ya es “tradición”… “La presunción de inocencia y la igualdad de las personas ante la ley, instaurando una legislación discriminatoria, amenazante y agresiva contra el sexo masculino”.

¿Dónde está la presunción de inocencia cuando jueces y sociedad deciden que una mujer ha sido violada porque “se lo ha buscado”? ¿Dónde está la igualdad ante la ley en los mismos casos, cuando los tribunales aplican la ley en un sentido o en otro sistemáticamente según el género de víctima y agresor? ¿Dónde está la preocupación de Blai ante un sistema social que, por sistema, discrimina, amenaza y agrede a las mujeres en todo momento -desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir, antes de nacer y después de muertas silenciando y pisando nuestra memoria- sólo por el hecho de ser mujeres?
Todos los delitos tienen un índice de denuncias falsas, y precisamente la violencia de género lo tiene excepcionalmente bajo. No es de extrañar que muy pocas mujeres accedan a pasar por el trance que ya de por sí supone un proceso judicial, sumado a las dificultades que tiene que atravesar para que los estamentos policial, judicial, periodístico y la población general no sólo crean, sino consideren y tomen en serio su vivencia. Hay que ser muy valiente para poner bajo la luz pública delitos por los que buena parte de la sociedad, aún ahora, culpa a la mujer. Delitos que, muchas veces, pertenecen a la esfera más íntima y personal de las personas, como los delitos sexuales. No son cosas que resulten agradables de recordar, ni mucho menos de explicar a nadie; de hecho, la mayoría de las víctimas no lo explican ni a sus círculos más íntimos, o no lo hacen hasta muchos años más tarde. Y las razones principales que las empujan a hacerlo así están relacionadas con la vergüenza y la impotencia; derivadas, ambas, de la culpabilización de la víctima de género femenino y de la permisividad de la legislación, en la teoría y en la práctica, con los actos de opresión y violencia hacia las mujeres. No olvidemos, además, el coste económico de embarcarse en un proceso judicial; especialmente en algunos países.

La mayor parte de los casos de violencia contra las mujeres quedan sin denunciar. Animamos a Blai, que seguramente tiene muchas conocidas universitarias o ex universitarias, a leer lo que explican 21.516 de sus compañeras sobre sus experiencias en universidades de toda Europa. Si le parece -basándose en los datos oficiales- que las violencias sexuales no son tan frecuentes como para motivar una legislación con perspectiva de género, quizás ahora cambiará de opinión. Y no, estas mujeres no hemos evitado denunciar porque seamos idiotas o porque en el fondo nos guste ser agredidas, sino por razones como el miedo, la vergüenza o el simple sentido práctico que nos lleva a no perder el tiempo y el dinero en un sistema diseñado para señalarnos como culpables a menos que nos hayan abierto la cabeza (e incluso con la cabeza abierta, a veces cuesta).

5) Pero es que, además, desde esta perspectiva resulta que estamos exagerando: ¡no todo es cuestión de género, exagerados y exageradas!, nos ilumina el autor. “Asistimos a una creciente tendencia al sesgo y al reduccionismo en virtud de los cuales se interpretan como si fueran meramente ‘cuestiones de género’ varios fenómenos (como la desconfianza, los celos, el maltrato, etc., en las relaciones sexoafectivas)”.

¿Quizás es porque el género, al igual que la etnia, el color de la piel, la identidad sexual o nacional, la clase social, la (dis)capacidad, la edad, el estatus profesional… son nada menos que partes centrales en la construcción de los individuos y las relaciones entre los mismos en el marco de contextos macrosociales? ¿Acaso es que Blai vuelve a hablar de lo que desconoce y no sabe que los celos y el maltrato en las relaciones sexoafectivas van sistemáticamente en una dirección (contra las mujeres) y no en otra? ¿Quizás es que tampoco tiene ni idea de la abundante literatura sobre la interrelación entre capitalismo y heteropatriarcado, que generan situaciones de vulnerabilidad y violencia contra las mujeres, en las que se basan las relaciones humanas?

6) Pues no, según él estamos tan equivocados y equivocadas que tenemos que renovarnos de pies a cabeza, lo que equivaldría, desde su elevada perspectiva, a “superarnos”. Y así, en un ejercicio de clara demagogia, mezcla la voluntad de superación, la autocrítica y el dinamismo inherente en todo movimiento con la deslegitimación del mismo desde la raíz hasta la coronilla. “Sin embargo, si queremos luchar efectivamente contra el sexismo, tenemos que empezar por ser capaces de cuestionarlo y renovarlo todo, intentando ser conscientes de las equivocaciones, las insuficiencias, las engañifas y las confusiones que nos obstaculizan y nos desvían en el camino hacia nuestras metas. Tenemos que ser capaces de superar todos estos planteamientos.”

Este fragmento demuestra que no ha entendido que el feminismo es una ideología crítica, que revisa, deconstruye y analiza todas las cuestiones de la vida humana desde el punto de vista de la opresión patriarcal, para reconstruirlas colectivamente y de manera liberada. El feminismo como ciencia, política y movimiento crítico, está en constante evolución: el feminismo de la igualdad fue superado por el feminismo de la diferencia, el feminismo civil y burgués fue superado por el feminismo descolonizado y el feminismo negro, el feminismo binario y heteronormativo ha sido superado por el transfeminismo…, demostrando ser una ideología especialmente dinámica y lúcida a nivel de autocrítica. Es por ello que consideramos que la propuesta de Blai no constituye una superación de nada, sobre todo desde el momento en que demuestra desconocer la historia y las lógicas que operan en las diferentes superaciones expuestas y, por tanto, cae en argumentos machistas expuestos y desmontados ya hace tiempo. Lo que hay que superar es el machismo, y entender bien lo que es el feminismo.


7) El autor nos informa de que él denomina sus fantasías pseudoigualitarias antifeministas con el nombre de “anti-sexismo“, y le gustaría que todo el mundo hiciera lo mismo. Nos lo explica: “Anti-sexismo, al que, formulado en positivo, podemos llamar cooperación entre los sexos o igualitarismo sexual”.

Hablando de superaciones, hace décadas que el concepto de igualitarismo está superado por el concepto de equidad. En este intento de proponer otro término para (supuestamente) dar otra denominación al feminismo que incomode menos a los machistas con una palabra que no contenga la raíz femĭna, vuelve a quedar claro cómo el autor intenta borrar toda una genealogía de lucha y de dignidad contra una opresión sistemática contra las mujeres, vigente y mortal. ¿Quizás no soporta no hallarse él, como hombre, específicamente mencionado en la denominación de un movimiento social históricamente relevante? También habla de la cantidad de violencia que sufren los hombres como si esto desmereciera la lucha por la violencia contra las mujeres. La falsedad de esta concepción radica en el hecho de que la mayoría de los agresores de hombres son hombres, y la mayoría de agresores de mujeres también son hombres.

8) Los hombres tienen, por tanto, el patrimonio de la violencia integrado en la concepción de la masculinidad hegemónica. Pero ¡eh! pobres hombres violentos, no es culpa suya. Según Blai, “los hombres han sido obligados históricamente, por la fuerza de la ley estatal, a ejercer la dominación hacia las mujeres”.


De esta frase se extraen dos ideas del autor. En primer lugar, que ha existido una fuerza que obliga a los hombres a dominar a mujeres. Es cierto, ha existido y existe. Esta articulación del sistema según la cual los hombres se posicionan en un estatus de privilegio poderoso es exactamente a lo que nos referimos las y los feministas cuando hablamos de patriarcado. En ningún momento histórico este privilegio ha sido desmontado, pero sí cuestionado por todos los movimientos y personas feministas. En segundo lugar, esta frase exime de toda responsabilidad individual y colectiva a los hombres, caricaturizando a los mismos e insultándolos como seres semirracionales, orangutanes que no saben controlar sus impulsos o perros que muerden porque el dueño se lo ordena. Evidentemente, por todo lo que hemos explicado, las personas feministas no compartimos esta visión animalizada del sexo masculino.

Por otra parte ¿qué género se ha beneficiado de este poder dominante a lo largo de los siglos contra las mujeres? Efectivamente, es el género masculino el que ha sido instalado en el poder y, por tanto, ha ejercido esta fuerza de la que habla el autor. No obstante, la existencia de un sistema patriarcal no impide que el género masculino pueda cuestionarse a sí mismo y al poder que ejerce y que eventualmente pueda renunciar a éste. Y eso es precisamente a lo que nos referimos los hombres y mujeres feministas cuando pedimos que los hombres cuestionen sus actos tomando conciencia de sus privilegios.

9) Hablando de privilegios ¡se ve que las mujeres tenemos tantos! “El sexo femenino ha tenido generalmente el privilegio de eludir las guerras.”

Las guerras, por más en contra de ellas que podamos estar todas las personas que escribimos o leemos esto, están íntimamente ligadas con la vida política de los pueblos y los estados. Este privilegio, si es que se le puede llamar así, no es más que una consecuencia de la exclusión de las mujeres de toda vida política. Los animales de compañía y los declarados inútiles tampoco han ido nunca a las guerras. Por el contrario, las violaciones en masa han sido utilizadas sistemáticamente como arma de guerra. Por lo tanto, decir que el sexo femenino ha tenido generalmente el privilegio de eludir las guerras es una falsedad aberrante, androcéntrica a más no poder, que iguala “sufrir una guerra” con “ser llamado a filas” y que ignora descaradamente el hecho de que precisamente las mujeres han tenido y tienen, generalmente, la desgracia de ver su cuerpo usado como campo de batalla en los conflictos bélicos.

10) No creemos, sin embargo, que se trate de ponerse a contabilizar agravios sino de analizar el contexto de cada opresión y trabajar para superarlo. De esto va el feminismo, de analizar el contexto de la opresión patriarcal en todos los cuerpos y todas las vidas, y tratar de erradicarlo. Pero Blai no lo entiende y cree que lo que estamos haciendo es “fijarse sólo en la defensa y promoción del sexo femenino, por lo que fácilmente se olvida que el hombre también ha sido y es víctima del sexismo de varias formas, y que el sexo femenino también ha participado y participa en su perpetuación”.


Pensar que el feminismo es defender exclusivamente la promoción del sexo femenino es, una vez más, no haber entendido qué es el feminismo. Si Blai supiera de qué habla sabría que a este fenómeno se le llama “los precios de la masculinidad” (también, en inglés y en contextos específicos, “mixed-blessing of male gender”), y el feminismo también los denuncia amplia y firmemente. El feminismo, porque es inclusivo, se posiciona contra las opresiones que han sufrido los hombres a pesar de ser ellos los que a menudo encarnan los valores dominantes del patriarcado: porque el feminismo no es una lucha contra los hombres, sino contra el sistema patriarcal. El patriarcado no es sinónimo de los hombres, ni siquiera de la masculinidad, sino que es un sistema de organización social profundamente injusto que, en su funcionamiento al servicio de los privilegios de los hombres, a menudo y paradójicamente los termina perjudicando. Estos perjuicios, además, a veces sólo se operan cuando empiezan a cambiar las miradas y las concepciones sobre la masculinidad, de forma que los hombres amplían su concepto de sí mismos e incluyen esferas que tradicionalmente les han sido negadas (y se ha hecho, además, procurando que se sintieran orgullosos de estas limitaciones), como pueden ser el mundo emocional o la paternidad.

11) Una de las falacias que se lee entre líneas en este artículo es pensar que el sexismo debe entenderse como un fenómeno de opresión simétrico porque el hombre también sufre opresiones. Está claro que esto no es así y que la dominación asimétrica inscrita en las lógicas del patriarcado merece ser analizada con detalle; y este es precisamente uno de los principales objetivos de los movimientos feministas. Desde las izquierdas, nunca se nos ocurriría relativizar la desigualdad económica existente entre Bill Gates y un inmigrante mexicano sin papeles explotado en una fábrica, la desigualdad simbólica construida alrededor del capital cultural entre Li Ka-shing y cualquier campesino chino o la desigualdad social que puede haber entre un ciudadano barcelonés de clase media y un mendigo. No obstante, desde los movimientos feministas nos quejamos de la constante relativización del valor de los mismos a partir de lógicas patriarcales y desde las propias izquierdas. Entendemos que el eje de desigualdad construido alrededor del sexo y el género merece ser analizado con la misma dedicación que los otros ejes de desigualdades, y no sólo eso, sino también las dificultades añadidas que aparecen cuando se suman y relacionan diferentes opresiones (perspectiva que, como hemos comentado anteriormente, dentro de los movimientos feministas se llama interseccionalidad).

12) El autor vuelve a la carga con el supuesto “feminismo dominante”: “a pesar de la aturdidora presión que ejerce el feminismo dominante promovido por las instituciones del sistema establecido..”


Bueno, lo repetiremos una vez más para que no se diga. Las instituciones del sistema establecido no son feministas, a pesar de que podamos tener instituciones que incluyan en su denominación expresiones que puedan parecerlo. Que haya mujeres que participen o participaran de la lucha feminista que se hayan promocionado por parte de las instituciones públicas no significa que las instituciones, entendidas como el conjunto de poder, su representación y las políticas que aplican, sean feministas. De hecho, por desgracia, la mayoría de mujeres que ostentan posiciones de elevado prestigio reproducen la mayoría de los valores dominantes del patriarcado; ésta parece ser la única manera en que una mujer puede, hoy en día, acceder a una posición de poder o de prestigio en el ámbito público.

13) La traca final (¡alerta spoiler!) es un grito heteronormativo: “Pero no olvidemos nunca que las mujeres y los hombres estamos llamados a complementarnos, a amarnos, a respetarnos”.

Respecto la complementariedad entre hombres y mujeres de la que habla Blai, nos gustaría recordarle que es precisamente ésta la idea subyacente del amor romántico que al patriarcado y al capitalismo les encanta promover. Este amor es heterosexual, es incondicional, es para siempre, y además, si no lo tienes no estás completo (especialmente, completa) ya que no tienes a nadie que te complemente (el viejo mito de la media naranja, que desde la psicología y la sexología se intenta sustituir por alternativas como el de las naranjas enteras). Ya no hablamos de si eres homosexual o no te sientes identificado con el sistema bigénero… Estas ideas son las que provocan la mayor parte de las violencias dentro de las parejas: las que hacen que “valga la pena” aguantar el dolor por este amor. Las personas feministas no nos cansaremos nunca de decir que nadie nos complementa y que somos -¡insistimos!- naranjas enteras. Y es que, de hecho, es normal que a los machistas les moleste la palabra feminista. ¿Qué más amenazador puede haber para ellos que una comprensión integral de las reivindicaciones feministas y su democratización, que pondrían freno a la credibilidad que generalmente suelen tener prácticas discursivas como las que ejerce Blai? De hecho, al final del texto, él mismo pretende hacer una vindicación de la igualdad pidiendo el fin de la guerra de sexos. Pero, como demuestran los ejemplos machistas extraídos de su texto, es incapaz de salir él mismo del paradigma de la guerra de sexos, y de la simplicidad del binomio heteronormativo. Por todo ello, sí, Blai: el feminismo es la respuesta al machismo.

Firmado:

1. Irene Aguilar Sánchez, Madrid
2. Sara Arnau. Barcelona
3. Andreu Ballús Santacana, Granollers
4. Iris Bartolomé Torrell, psicobiòloga, Barcelona
5. Lídia Brun Carrasco, Brussel•les, Bèlgica
6. Naila Caballero Jiménez, Sabadell
7. Laura Cañadas Pla, activista LGBTI, Barcelona
8. Sílvia Carrasco. Sabadell, Barcelona
9. Júlia de Cruz, psicòloga, Barcelona
10. David Curto, Sant Antoni de Vilamajor
11. Carme Godino, Almàssera (València)
12. Èlia González López, Sabadell, (Barcelona)
13. Tresa Habimana, Barcelona
14. Lidia Infante. Barcelona
15. Patricia Jiménez Herencia. Terrassa
16. Joana López. Psicóloga. Madrid
17. Raquel López. Marea Granate Viena. Viena, Àustria
18. Angels Martinez Toledo, feminista, L’Hospitalet, Barcelona
19. Júlia Mas Maresma, feminista, Sant Adrià de Besòs
20. Elena Miralles Moreno, Secretària Direcció, Barcelona
21. Cris Molins-Pueyo, Sabadell, Barcelona
22. Júlia Morros i Riera, Dosrius, Barcelona
23. Laia Narciso Pedro, Pineda de mar, Barcelona
24. Sònia Narciso Pedro, Pineda de Mar
25. Yolanda del Olmo, Madrid
26. Violeta Pazo Gil, Santa Perpetua de Mogoda (Barcelona)
27. Carmen Perales. Bruselas, Bélgica
28. Doris Pérez, Santa Coloma de Gramenet, Barcelona
29. Charo Reyes Izquierdo, antropòloga, Barcelona
30. Meritxell Riera Prims. Granollers, Barcelona
31. Maria Saladich Cubero, metgessa, Vic
32. Lidia Sayago Martínez, Sabadell, Barcelona
33. Alberto Segura Gómez, Granollers (Barcelona)
34. Ànnia Salip Ventura, Barcelona
35. David Salip Ventura, Barcelona
36. Dália Sendra. Lisboa, Portugal
37. Elisabet Tasa Vinyals, psicòloga, Barcelona
38. Judit Terés Rodríguez, Santa Perpètua de Mogoda
39. Victoria Vega Soriano, Madrid
40. Andrés Verdú Ramo, Barcelona
41. Berta Vílchez Garcia, vetlladora escolar i estudiant de Pedagogia, Sabadell
42. Rita Villà Taberner, Mataró, Barcelona
43. Sònia Vivolas Vivolas, Llagostera (Girona)


Texto extraído de: Pikaramagazine
en este enlace también podréis leer la contrarréplica del autor del primer texto, Bali Dalmau

miércoles, 18 de noviembre de 2015

¿DESEAS O ERES UN TIESTO?


Dice Lagarde que, si no sabes lo que deseas, te conviertes en territorio de deseos ajenos. Y todas suspiramos sorprendidas por lo identificadas que nos sentimos con eso. Y luego nos damos la vuelta y vamos a poner una lavadora, al pediatra, a una reunión o a buscar un poco de lujuria, a ver si nos la hemos dejado en la cama.


Porque el deseo no es para nosotras, no todos los días. Es para ese día en el que tengamos tiempo del nuestro, y nos peguemos un baño largo, pongamos música suave, miremos por la ventana y nos preguntemos para dentro…¿qué deseo? Pero ese rato no llega. Y si llega, nos pilla durmiendo, o corriendo hacia el metro, o cumpliendo los recados de la lista que debíamos haber obedecido hace tiempo. Y ahí no estamos para deseos. Bueno, sí. Para deseos sí, pero no para deseos nuestros.

El sistema nos convierte en pequeñas máquinas de cumplir deseos ajenos. De niñas cuidamos bebes de goma, nos crece el cuerpo y peleamos con él para que se parezca al que desean y no al nuestro, lo prestamos para que nos enseñen a hacer lo que les gusta, y nos convencen de que nos gustaba a nosotras primero. Y llega un día en que nuestra vida es cumplir deseos ajenos. Los del mercado, los de la familia, los de la empresa, los de la casera, los del banco, los de tu pareja, los de quienquiera que entre en tu terreno y te conquiste un deseo.

Y eso es fácil, porque no sabemos lo que queremos. No sabemos lo que nos gusta, no escuchamos a nuestro deseo. Porque nos han convencido de que es un lujo, para un rato, para cuando puedas y tengas tiempo. Como si hiciera falta tiempo para hacer lo que te pide el cuerpo. Como si hubiera algo más importante, más urgente, que alimentar lo que eres por dentro.

Ya sabes lo que quieres y lo que no, lo que te gusta y lo que haces sólo para complacer al resto. En casa, en el trabajo, en la calle, en el sexo, con tus amigas, con los hombres, con tu familia, con quienes te venden sus deseos como lo cierto. Pues ahí, lo tienes, ¿de verdad quieres hacer algo a sabiendas de que no quieres hacerlo? ¿Seguro que prefieres hacer que no oyes esa voz que sabe lo que quieres por dentro? ¿Te sientes segura siendo el espacio donde disfruta el resto? ¿No sería mejor probar a ver qué tal se vive decidiendo, cómo sienta decir “no, eso no me gusta”, “prefiero esto”? Y ver cómo es plantar, en tu territorio, tus propios deseos


Texto extraído de: faktorialila.com

domingo, 18 de enero de 2015

DISTORSIONES PATRIARCALES: LAS FEMINISTAS ODIAN LA AMABILIDAD?....

¿Las feministas odian la amabilidad?

No. Lo que quieren es que no puedan ser amables sólo los hombres y hacia sólo las mujeres. Quieren que todo el mundo, que cualquiera pueda ser amable. Que un hombre pueda abrirle una puerta a otra persona, sin importar sus genitales ni las posibilidades de acostarse con ella. Que una mujer pueda cederle el asiento a otra persona si quiere.

Las feministas hacen por tanto una crítica racional empática al tema de la galantería, que combaten por su machismo y misoginia, pues se cosifica a la mujer en cómo se la concibe y en cómo se la trata y por tanto se degrada o caricaturiza la relación.

Desde la inteligencia feminista, luchamos por ser amables como gesto de cuidarnos y mimarnos las personas, y no como mecanismo para codificar a la gente y conseguir cosas de ella. La amabilidad es un rasgo humano no del Hombre.


¿Qué tienen las feministas contra el "halago"?

Expresarle a las personas el valor que les damos, lo que las apreciamos podrá hacer que se sientan halagadas, aunque lo normal es que haga que se sientan queridas y apreciadas, que no es lo mismo, pero sin duda alguna no es lo mismo que halagar, es algo mucho más hondo, empático, de relación humana, y no algo tan trivial y dañino como el halago que se le enseña al Hombre a hacer en el patriarcado.

En el patriarcado se le dice al Hombre que debe halagarlas con regalos y palabras. ¿Para qué? Aquí aparece otro de los elementos distorsionantes y desagradables del “halago” (a parte de que está claro que es unidireccional: del Hombre a las mujeres): para que les den placer sexual o en el más permanente de los casos ¿amor? (el unidireccionalismo se ve en que si le damos la vuelta, no es lo mismo. Las mujeres deben respetar al Hombre, admirarse de sus méritos reales, y ahí está el sistema de héroes y tal, no hace ninguna falta que se le digan tonterías huecas; también porque Él manda en realidad respecto al sexo, por eso durante siglos si ellas no querían sencillamente las violaba y eso se consideraba “seducir”, no tortura). Halagar a alguien no es valorar y apreciar a alguien y hacérselo saber, al menos no en el patriarcado: a las mujeres hay que halagarlas para “llevárselas al huerto”, “tener la llave a su corazón”, como dicen metafóricamente (porque si fuera eso la llave a que te quieran, qué cosa tan insignificante serían las mujeres!, como lo que nos han dicho durante siglos contra toda evidencia!; y si es metáfora de su vagina, ya sabemos, es siempre lo mismo, y encima consideran de mal gusto que lo denunciemos).


Toda esta ideología es machista y misógina. Las mujeres son personas con mentes humanas, no niñas caprichosas a las que hay que engatusar para que te obedezcan o hagan lo que quieres.

Si el Hombre quiere “comprender a las mujeres” bastaría con que empezara a desarrollar inteligencia feminista para limpiar su mente del dogmatismo patriarcal, y así vería que la mente humana es impresionante y compleja y que los genitales no determinan su desarrollo. Con cada “no comprender” suyo se nos está diciendo: “sois caprichosas, hay que manipularos para sacar algo bueno de vosotras”. Como a “los indios” con las cuentas y los cristalinos. Cruel la ideología patriarcal, violenta en extremo.

Valorar a las personas es algo que necesita cualquier persona, hacerlo y recibirlo. Engañar, engatusar, manipular, cosificar, usar estrategias es algo que necesitan hacer quienes no pueden sentir empatía hacia quienes tienen delante, esa inteligencia.




Si quieres que te quieran, aprende a querer, a valorar a las personas, y no a tratarlas como si no fueran personas (como si fueran muñecas). (Hay que ver qué afición tiene el hombre patriarcal a jugar con muñecas, qué obsesión con forzar a otras personas a ser sus muñecas!) La igualdad va de mirarse las personas a los ojos y hablarse como personas, no de juegos de poder.

Cómo anular con halagos



Hablando de musas, “ser musa” fue la jodida estrategia patriarcal para anular a las mujeres artistas, al menos, respecto a que pasaran a la historia como artistas (consiguieron hacer daño, sin duda), no que consiguieran que ellas dejaran de crear (la música siempre ha estado ahí, a pesar de todo el ninguneo, subestimación, desprecio, miedo y odio)… Otorgándoles el honor de Ser Musa, se suponía que no podrían elegir otra cosa: qué mayor honor que ser inspiración del Hombre artista? Muy triste, abusivo y bobo.



Era bastante asqueroso porque el tema era: había una mujer artista entre muchos hombres artistas (no era fácil para las mujeres ser nada que no fuera madre, puta y poco más) y la anulaban como con los “piropos”, cosificándola y distorsionando el valor de su aporte. Y encima colaba.

Sin el dolor igual, me pregunto si se parece a cómo opera la violación en el patriarcado: si los chicos se quieren acostar contigo, has sido elegida, mola (que luego en lugar de a 5 se te tiran sólo 2, por qué será), y luego es tu condena. Si te conviertes en musa, mola, y luego es tu condena.


—Maria Luisa Latorre: Musa=objeto. Artista=sujeto

Textos extraídos de: mujerpalabra

domingo, 8 de diciembre de 2013

EL "PROBLEMA" DE LA BELLEZA REAL





by Maria M. 

Todas somos mujeres reales y los ideales, sean los que sean, siempre son perjudiciales.


La industria de la belleza nos trata como Regina George a Cady Heron.

“Lo más importante es que la identidad de las mujeres debe apoyarse en la premisa de nuestra belleza, de modo que nos mantendremos siempre vulnerables a la aprobación ajena, dejando expuesto a la intemperie ese órgano vital tan sensible que es el amor propio”.

”Una economía que depende de la esclavitud necesita promover la imagen de la esclava para justificarse a sí misma”.

Naomi Wolf,El mito de la belleza.


En 2004 Dove puso de moda la “belleza real”, llevando a cabo una campaña de marketing, que continúa en la actualidad, cuyo propósito es, al menos en teoría, celebrar la belleza natural, haciendo que las mujeres se sientan más cómodas consigo mismas. Sin embargo, resulta complicado creerse sus buenas intenciones: la crítica más obvia es que la compañía matriz de Dove es Unilever, compañía a la que también pertenecen Axe yLynx, famosas ambas por sus anuncios de marcado contenido sexista. Además, Unilever también produce unproducto para aclarar la piel y barritas para adelgazar. Después de saber todo esto resulta complicado creerse que a Dove le pueda interesar nuestra autoestima para algo más que para aumentar sus beneficios.


Las acciones publicitarias que componen la susodicha campaña de Dove tampoco están exentas de crítica. Aunque hay que reconocer sus esfuerzos por tratar de hacer algo diferente en la industria, lo cierto es que esa reivindicación de la belleza natural resulta en la práctica bastante limitada. La reciente campaña “Dove Real Beauty Sketches”, que se convirtió en viral en muy poco tiempo, muestra a una serie de mujeres (que son en su mayoría jóvenes, blancas y delgadas) describiéndose físicamente a un artista forense que las va dibujando sin verlas. Después son otros los que las describen, y finalmente ellas pueden ver los dos retratos, y las diferencias entre estos, dándose cuenta de lo críticas que son con su apariencia. Además de la escasa diversidad que muestra el anuncio, este califica ciertos rasgos como menos deseables, pues todos los retratos en los que se da por hecho que las mujeres resultan más atractivas las muestran más jóvenes y delgadas de lo que ellas se han descrito. El vídeo termina haciendo referencia al fuerte impacto que tiene la belleza en todos los ámbitos, sin cuestionarse ni una sola vez si esto debería ser así, e insinuando que la culpa de que las mujeres nos juzguemos con tanta dureza es nuestra, y no de una cultura que nos asfixia con ideales imposibles. El caso es que Dove nos dice que somos más guapas de lo que creemos, así que ya podemos darnos con un canto en los dientes e ir a comprar unas cuantas cremas para agradecérselo.


Hay muchas más críticas que se pueden hacer a las campañas de Dove, pero lo cierto es que la compañía no es la única que promueve la idea de la “belleza real”. Hace un tiempo se hizo famoso un meme en el que se compara una imagen de Marilyn Monroe con la de una modelo de Victoria’s Secret, y en la que se puede leer “Que le den a la sociedad. Esto es más atractivo que esto”. Alabamos la idea de que las mujeres con curvas son más reales que las que no las tienen, sin darnos cuenta de que lo que estamos haciendo no es más que sustituir un ideal por otro. Sin darnos cuenta de que el problema reside en la existencia de un ideal, sea este el que sea.


Y la industria de la moda tiene también, cómo no, su parte de culpa. Se nos vende a las modelos de tallas grandes como la solución al problema. Por fin las “mujeres reales” pueden verse representadas en las pasarelas y en las editoriales de moda. Pero la realidad es muy distinta. La modelo de tallas grandes Robyn Lawley decía en una de sus entrevistas: “Yo tengo una talla normal. Me gustaría que todas pudiésemos ser conocidas como modelos, en vez de como modelos de tallas grandes. Son las modelos delgadas las que deberían ser conocidas como tallas pequeñas”. Pero lo cierto es que Lawley, con su 1’88 de estatura, tiene poco que ver físicamente con la mujer media. La realidad es que la diversidad existente entre las modelos de tallas grandes es tan limitada como entre las de tallas “normales”.


Quizás en vez de empeñarnos en que una industria a la que solo le importamos para hacer dinero valide nuestros cuerpos a base de cosificarlos en sus campañas publicitarias deberíamos empezar a cuestionarnos el valor que se le da a la belleza en sí. ¿Por qué debería importarnos la opinión de compañías cuyo éxito se basa en que nos sintamos inseguras en nuestra propia piel? Compañías que basan su modelo de negocio en que creamos que nuestros cuerpos están llenos de defectos de los que ellas nos pueden librar, y que buscan mantenernos en un perpetuo estado de lucha contra estos. Que nos dicen una y otra vez que nuestra única función es la de resultar atractivas y deseables ante los ojos ajenos. Nos sentimos inseguras porque nos quieren inseguras. Y mientras sigamos aceptando la mentira de que nuestro valor reside en nuestra belleza lo seguiremos estando.



TEXTO EXTRAÍDO DE: proyecto-kahlo.com