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lunes, 9 de noviembre de 2015

DICEN QUE ODIO A LOS HOMBRES...


Dicen que odio a los hombres, y lo dicen hombres que justifican que otros hombres ejerzan la violencia contra las mujeres con las que conviven, que aceptan que el hombre imponga autoridad y respeto, que entienden la masculinidad como una actitud dominante y controladora, que prefieren ocultar sus emociones y sentimientos, porque dicen que mostrarlos los debilita; hombres que reducen su fortaleza a lo que dé de sí la masa muscular. Para ellos, defender esa masculinidad es amar a los hombres.

Dicen que criminalizo a los hombres porque señalo a los hombres violentos, porque me niego a que esos agresores me utilicen a mí y al resto de los hombres como argumento para utilizar su violencia y sus privilegios; y lo dicen quienes les dan la razón con su silencio y sus palabras. Nosotros no somos como esos otros hombres, ni nuestro silencio los va a amparar. Defender la violencia en los hombres para ellos no es criminalizarlos, es protegerlos.


Dicen que olvido a los hombres porque no hablo de la violencia que sufren por parte de las mujeres, y lo dicen quienes callan los homicidios y agresiones que sufren los hombres por parte de otros hombres, porque esa violencia es cosa de hombres, comentan; y lo dicen los que históricamente han ignorado las otras violencias, también las que ejercen las mujeres contra los hombres, porque nunca les ha importado el hombre vencido, eso ya es para ellos una razón suficiente que demuestra que no eran hombres de verdad. Son los mismos hombres que ahora no soportan que las mujeres venzan con la justicia, y salgan de la violencia de género en la que antes permanecían atrapadas con su pasividad y silencio. Para ellos, recordar la igualdad y la justicia es olvidar a los hombres.

Dicen que los hombres pierden con la igualdad, y lo dicen los que prefieren mantener la injusticia de los privilegios y los abusos sobre los derechos arrebatados a las mujeres con tal de ser más hombres. Y también dicen que quienes trabajan por la igualdad viven de ella, y lo dicen quienes viven y matan en nombre de la desigualdad, los que siempre buscan el enfrentamiento, y los que no quieren entender que la única recompensa de la igualdad es la convivencia en paz, también para ellos, sus hijas y sus hijos.

Dicen que no quiero a los hombres, y lo dicen hombres que niegan el afecto y el amor de los hombres si no se corresponde con el modelo heterosexual que han decidido como masculino, y dirigido a establecer relaciones desiguales de abuso con el amor como argumento. Para ellos, querer a los hombres es hacerlos machos y viriles.

Dicen que rechazo la paternidad de los hombres, y lo dicen los mismos que justifican que un maltratador es un buen padre, aquellos que han guardado silencio sobre la desigualdad que aleja a los hombres de las responsabilidades del cuidado y el afecto de los hijos e hijas, hombres que disfrutan cada día de un 34% más de tiempo de ocio mientras que las madres de sus hijos dedican un 26% más de tiempo al cuidado, y un 97% más a las tareas domésticas, sin renunciar al trabajo fuera del hogar (Barómetro CIS, abril 2014). Pedir el tiempo y las circunstancias para poder ejercer la paternidad responsable desde el principio para ellos es rechazar la paternidad de los hombres. Lo dicen quienes creen que esa responsabilidad de ser padres comienza con la separación.

Dicen que rechazo que los hombres sean víctimas de la cultura, y lo dicen quienes presentan a las mujeres con la vestimenta tradicional de la perversidad y la maldad para hacerlas responsables de todos los males, especialmente de lo que le afectan a los hombres.
Los mismos que a pesar de los 600.000 casos de violencia de género y los 60 homicidios de mujeres al año, manipulan los datos para, en lugar de insistir en todo lo que aún se necesita para evitar la impunidad de los hombres violentos y el abuso de los interesados, intentan presentar la realidad de la violencia contra las mujeres como "denuncias falsas". Los mismos que piden acabar con la ley que lucha contra la violencia de género para que todo sea como siempre ha sido en el silencio y la impunidad. Estos hombres dicen que los hombres son "víctimas de la cultura", pero no dicen que la cultura ha sido creada por hombres y sobre referencias masculinas para darle privilegios a ellos.

Por eso digo que el machismo, además de someter, agredir y asesinar a las mujeres, también es malo para los hombres. Lo es por esa forma de entender la masculinidad como un ejercicio diario y constante de poder, por esa manera de mirar al mundo y a las personas como amenaza, por esa competición que cada hombre establece consigo mismo y contra todos los demás. El machismo presenta a los hombres como precio de su propia vida. Es cierto que les da la calderilla de la violencia para conseguir susnecesidades diarias, pero al final terminan pagando ese importe en ausencia de todo lo demás.

La soledad a la que tanto temen esos hombres de verdad es una consecuencia de su propia identidad construida sobre ese machismo de camaradería aparente y traidor, que busca más el poder en cada hombre que a la persona que hay en él.

Esos hombres machistas dicen mucho desde el posmachismo, pero callan ante cada golpe, ante cada abuso, ante cada discriminación que sufren las mujeres, y callan y se esconden ante cada homicidio que otros hombres cometen desde su hombría. Critican a las mujeres y a muchos hombres por cambiar para alcanzar la igualdad, pero no critican a los hombres que no cambian para permanecer en el abuso y la violencia.


Esos hombres que tanto dicen y tanto callan podrán decir lo que quieran; lo que tantas y tantas personas (mujeres y hombres) decimos para alcanzar la igualdad queda en cada palabra que compartimos, con ellos también, y por más que lo intenten no podrán manipularlas ni cambiarlas, como tampoco pueden evitar que cada día haya más hombres que rechazan el machismo y busquen la igualdad.

Extraído de : miguelorenteautopsia 

domingo, 30 de agosto de 2015

VIOLENCIA MACHISTA: ESPOSO Y PADRE EJEMPLAR EN LA CALLE, MONSTRUO EN CASA


En España unos 700.000 hombres, según la Macroencuesta de 2015, maltratan a las mujeres con las que comparten una relación. Como consecuencia de esa violencia de género, alrededor de 900.000 niños y niñas viven expuestos a ella sufriendo importantes consecuencias sobre su salud y comportamiento, al normalizar la violencia como una forma de resolver conflictos. De entre esos menores, unos 600.000 sufren además violencia directa, puesto que el padre que entiende que la violencia es una forma adecuada de resolver los problemas, también la utiliza contra sus hijos e hijas. Y la convivencia con la violencia de género es tan terrible, que en la última década cuarenta y cuatro niños y niñas han sido asesinados por esos padres violentos, y sesenta mujeres son asesinadas cada año.

Y la inmensa mayoría de estos hombres asesinos son considerados por el vecindario y sus entornos como "muy buenas personas", "muy cordiales", "muy buenos padres", "maridos estupendos", "grandes amigos", "vecinos muy atentos y considerados", "muy trabajadores"..., tal y como muestran las informaciones cuando tras un femicidio entrevistan a la gente que tenía alguna relación con los agresores.

Los maravillosos hombres, amigos, vecinos... pasan de repente a terribles criminales, cambian de ese Sr. Padre al Mr. Violento desconocido. Pero lo más grave es que esta reacción no es una anécdota, sino que forma parte de la estrategia de la misma cultura que con sus claroscuros entiende que la violencia de género puede ser normal. Cuando los hombres agresores y asesinos son presentados en sociedad como "buenos hombres", se pone en marcha una de las trampas más eficaces y extendidas para ocultar la realidad, concretamente la que lleva a interpretar que aquello que no se ve, no existe, confundiendo de manera interesada la invisibilidad con la inexistencia.

De ese modo, para el machismo, la cara oculta de la violencia de género, lugar donde transcurre el ochenta por ciento de ella, no es que no se vea, sino que no existe. Y si la violencia de género no existe, pero es denunciada, ¿cuál es la interpretación que da la cultura machista?... Muy fácil, pues que se trata de "denuncias falsas". Así todo encaja.


Algo parecido ocurre con los asesinos: si son magníficos maridos, padres, vecinos, trabajadores... y acaban de matar a la mujer o a los hijos, ¿cuál es la interpretación?... Muy sencilla también, pues que "se les ha ido la cabeza" o "les ha venido una elevada ingesta de alcohol o drogas". De nuevo todo encaja.

Ya no hay excusas, los hechos se repiten con dramática frecuencia para que se siga pensando que lo invisible no existe. La violencia de género existe y está muy cerca, ha sido ocultada en muchos hogares y relaciones bajo el argumento de la normalidad, hasta el punto de hacer que las propias mujeres que la sufren contribuyan a su ocultación, tal y como refleja la Macroencuesta de 2015 al recoger que el 44% de ellas no denuncia por que cree que la violencia sufrida no es lo suficientemente grave, o cuando el 21% afirma que no lo hace por "vergüenza".

¿Quién le dice a las mujeres que es "normal" cierto grado de violencia?, ¿quién les hace sentir vergüenza por sufrir la violencia de sus parejas?... La cultura machista es la responsable, y por ello a pesar de llevar siglos bajo esta violencia, aún no somos capaces de sacarla a la luz en toda su magnitud ni de desenmascarar a los machistas que la propician y la ejercen.

En lugar de cuestionar los casos cuando ya se han producido, lo que debemos criticar son las causas y el contexto social que da lugar a ellos antes de que se produzcan. Mientras no cambiemos las referencias de la cultura, la violencia de género seguirá existiendo.



Miguel Lorente
Texto extraído de: mujericolas

sábado, 31 de enero de 2015

PON UN HOMBRE IGUALITARIO EN TU VIDA

O mejor dicho, de poner un hombre en tu vida, ante todo, procura que sea feminista.

¿Por qué? Pues porque sólo una persona que te vea como igual te tratará como tal, con el respeto, la cooperación, la dignidad, la dedicación, los derechos, la equidad, la escucha, la honestidad y el trato justo que mereces.




Sí, lo sé, es muy fácil decirlo, pero, ¿cómo encontrarlo?

Primero que nada, y por opuesto que parezca, no “necesitando” ningún hombre en tu vida. Conociéndote, queriéndote, mimándote, sabiendo estar bien sola, conociendo cómo colmar tú misma tus necesidades, siendo auto suficiente, y jamás poniendo tu felicidad, tu equilibrio mental, tu autoestima y tu valor en manos o boca de nadie.
Si no aprendemos a estar solas, a ser felices y a disfrutar de nuestra propia compañía, difícilmente podremos elegir con autonomía. Tenderemos a tirarnos en los brazos del primero que nos prometa llenar el vacío que traemos, sin pararnos a pensar si esa persona realmente es buena para nosotras. Las consecuencias pueden ser nefastas.

Si consigues lo anterior, que no es nada sencillo tal y como está planteada la sociedad que considera la soledad femenina como un fracaso, tendrás un gran camino andado.


Lo segundo que necesitas es saber dónde están tus límites y NO saltártelos.

Has de tener claro cuáles son las cosas que no soportas y con las que te niegas a vivir. Escríbelas en un cuaderno si hace falta para tenerlo siempre presente, y si identificas alguna de ellas en la persona con la que estás y ves que no está dispuesto a modificarla, PUERTA. A menos que quieras vivir sufriendo, que con alta probabilidad, no será el caso. O a menos que te mientan y te lo oculten, para lo que debes tener siempre un plan de escape.

Recuerda siempre que esa popular frase de “si tú no te respetas, nadie lo hará”, es una verdad como un templo, pura matemática, y si no me crees, simplemente prueba a hacerlo y te sorprenderás. Cuando te respetas, no permites que te pisoteen de ninguna manera, no vives con algo que te resulta insoportable, lo cortas ipso facto. Y para tener la fuerza para hacer esto es muy importante trabajar y reforzar la autoestima que la sociedad patriarcal y su publicidad se empeñan en destrozarnos desde la infancia a las mujeres, con el objetivo de controlar nuestro comportamiento, nuestro físico y nuestro consumo.

Por otro lado, si la persona con la que estas sabe que eres inflexible en esos puntos, si quiere seguir a tu lado se lo pensará muy mucho antes de jugársela a todo o nada.

Si eres capaz de poner en práctica todo esto te facilitará enormemente el tercer paso: No salir con hombres machistas.

Algo que, aunque pueda parecer fácil, no lo es. Una, porque son mayoría, y otra, porque cuando a un hombre machista le gusta una mujer, especialmente si sabe que no tiene “compromiso” (aunque a veces aunque lo tengan lo intentan igual), incluso aunque ella sea feminista, no se rinde fácilmente y utilizará todas sus artimañas para conseguirte, te prometerá la luna, te dirá lo que quieres oír, se hará pasar por lo que no es… Sí, has mal pensado bien, incluso serán capaces de hacerse pasar por un hombre igualitario-feminista.

Un hombre machista tampoco entenderá que una mujer pueda ser enormemente feliz sola, o lo que viene a ser lo mismo, que puedas ser feliz sin un hombre. Así que no pierdas tiempo tratando de explicárselo, porque intentará convencerte por todos los medios de lo equivocada que estás y de lo mucho que le necesitas en tu vida. Por eso mi consejo es, si ves venir o intuyes a uno de estos elementos no le digas que estás libre, lleva una alianza de emergencia en el bolso, dile que eres lesbiana, que estás casada, arrejuntada, que te vas de misionera a Tombuctú, que tienes un herpes, lo que sea. Pero por lo que más quieras, si no quieres tragarte una y otra vez el show de macho alfa en pleno cortejo de apareamiento, dándole la oportunidad de manipularte y sucumbir (aunque sea para que se calle), no le des un solo atisbo de disponibilidad.

Si logras resistir, te aseguro que por descarte y probabilidad (porque muy posiblemente tendrás que dar unas cuaaantas calabazas), tarde o temprano te encontrarás con uno de esos seres maravillosos: un hombre igualitario. Resaltar que, si todas hiciéramos lo mismo y nos negáramos a salir con especímenes de Atapuerca, no les quedaría más remedio que evolucionar si quieren seguir perpetuando la especie.



Uno de los errores más graves que cometemos en el amor, especialmente las mujeres, debido a la educación patriarcal recibida y la idealización del amor romántico, aunque nos puede ocurrir a todxs en general, es enamorarnos primero, y conocer a la persona después. Cuando tendría que ser justamente al revés, hay que elegir compañero con el cerebro racional.

El amor a primera vista es una trampa cultural y biológica, pura idealización, y este tipo de amor romántico que nos mete la cultura con calzador es altamente peligroso para la salud física y mental de las mujeres. Aunque compartimos el mismo mundo y al nacer somos seres muy parecidos, la sociedad nos segrega y nos educa por sexos. A ellos, salvo casos excepcionales, no se les educa para que el amor sea “el todo” como a nosotras, no se les mete el cuento de la pricesa azul y el amor para toda la vida, se les educa en sentido contrario, y para todo lo demás. Para las grandes hazañas, para separar amor de sexo al mismo tiempo, para la promiscuidad y las conquistas, para ejercer el liderazgo, y muy a menudo, para no considerar si quiera sujetos de derecho a las mujeres, sino objetos sexuales, chachas, mamás, educadoras, psicólogas, o una mezcla de todo junto.

Son pocos los que, educados en esta sociedad patriarcal, nos ven realmente como iguales y merecedoras del mismo respeto y reconocimiento que se guardan para sí mismos. Es una cuestión educativa y cultural. Por suerte, no son todos, algunos reciben una educación distinta en casa, o han sido capaces de abstraerse y revelarse contra esta cultura. Pero para la mayoría el amor simplemente es un complemento más al igual que las mujeres: cosas perfectamente intercambiables. Especialmente cuando dejamos de serles útiles, y ya no digamos cuando empezamos a exigir igualdad, colaboración y respeto, ¡¡cómo nos atrevemos!!

Por ello, no está de más conocer cómo funciona nuestra mente cuando nos enamoramos, si entendemos que es una respuesta biológica irracional de nuestro cerebro primitivo cuyo único objetivo es el apareamiento y la perpetuación de la especie, no nuestra felicidad, ni nuestra salud mental, ni la construcción de relaciones sanas y equilibradas, ya sea a corto o a largo plazo, podremos elegir mejor y no caer en las trampas de la cultura machista y la biología.

Porque si simplemente nos dejamos llevar, pasa lo que pasa, cuando empezamos a verle los colmillos al lobo, y sale a flote su verdadera personalidad, esa que nos ocultaban al principio mostrándonos solo lo que queríamos ver y oír, ya estamos enamoradas hasta la médula, enganchadas emocionalmente, y eso nos puede dejar incapacitadas para reaccionar y salir de relaciones que nos hacen sufrir, nos maltratan y hasta nos matan.

Pocas cosas hay tan cobardes y rastreras como obligar a alguien a vivir con lo que no quiere valiéndose de la mentira para negarle a la otra persona el derecho y la libertad de decidir, pero por desgracia esto sucede continuamente y tenemos que tenerlo presente. No se trata de ir desconfiando de todo el mundo, sino de estar alerta y preparadas para correr si hace falta. Debemos dejar y tener muy claro, que por mucho que nos juren amor eterno, en el momento en que falte el respeto, ahí se acabó el amor para nosotras.

La doctora Clarissa Pinkola Estés, hace hincapié en su libro Mujeres que corren con lobos, en una herramienta fundamental para enfrentarnos a ese tipo de depredadores emocionales: la intuición.


Barba Azul representa al hombre oscuro que habita en la psique de todas las mujeres, es el depredador innato. Es una fuerza que hay que refrenar, y para hacerlo, las mujeres deben conservar sus facultades instintivas: la perspicacia, la intuición, la resistencia, la capacidad de amar con tenacidad, de sanar intuitivamente y de cuidar su creatividad, la aguda percepción, la agudeza auditiva. Barba Azul es la figura psíquica que se opone a todo ello.

Para desarrollar la conciencia, hay que buscar lo que se oculta detrás de lo directamente observable. Barba Azul es la tendencia de la psique que nos impide buscar detrás de lo visible, es la que prohíbe abrir la puerta que esconde los cadáveres. Para resistir al depredador, las mujeres han de decir su verdad con voz clara.



Las mujeres que no saben identificar al depredador que se aloja en su psique pueden pertenecer a dos categorías: la de las no iniciadas, las jóvenes e ingenuas o bien aquellas cuyo instinto ha sido dañado. La cura, tanto para una como para otra, es escuchar la propia intuición, la propia voz interior, (la meditación).

El gran poder de la intuición está formado por una vista interior, un oído interior, una percepción interior y una sabiduría interior tan veloces como un rayo.

Se alimenta a la intuición prestándole atención. ¿De qué sirve una voz sin un oído que la reciba?

Nos ahorraremos mucho sufrimiento si escuchamos a esa joya que habita en nuestro interior llamada intuición, esa inteligencia inconsciente que raramente se equivoca y pocas veces escuchamos.

Aunque nunca hay garantías, hay lugares donde es más probable encontrar hombres igualitarios; áreas de igualdad de partidos de izquierda-comunistas-socialistas, organizaciones de hombres igualitarios, anti patriarcales y feministas, que viene a ser lo mismo, etc., la verdad es que pueden estar en todos lados.

Pero mucho ojo, porque incluso en esos lugares hay mucho/a machista encubierto.

Hombres apoyando en “La Marcha de las putas”. Protesta, no a favor de la prostitución, sino contra la culpabilización de las mujeres en los casos de violación, abuso sexual y acoso por como van vestidas, o por haber consumido alcohol.
Y por último, no te olvides del pensamiento y del lenguaje en positivo, atraemos lo que proyectamos y pensamos. Si nos pasamos la vida diciendo lo que no nos gusta y hablando sólo de lo negativo, ocurrirá lo mismo que cuando nos falta autoestima y tenemos el mismo discurso negativo con nosotrxs mismxs, con alta probabilidad acabaremos atrayendo el tipo de personas y situaciones que odiamos y queremos evitar, porque el resto con esa actitud difícilmente se nos van a acercar.

Mejor hablar en positivo, ser asertiva, decir lo que quieres y poner tu atención ello, así tendrás muchas más probabilidades de atraer a personas en la misma onda que respondan a esa energía que transmites y de reconocerles cuando les tengas cerca.

También es de mucha utilidad la redacción y visualización de lo que quieres encontrar: fijar objetivos concretos ayuda a la mente a enfocarse consciente e inconscientemente en aquello que queremos, y a descartar lo que no nos interesa con mayor claridad y facilidad.

Aún con toda la información del universo, una cosa es saber la teoría y otra aplicarla, eso es lo más difícil. Por ello, puede que aunque tengas todas las herramientas del mundo caigas en la red de algún indeseable, es algo que nos puede pasar a todas, incluso aunque estemos seguras de lo contrario. Lo importante es que una vez enfrentes la situación hagas todo lo posible por salir de ella.

Pero lo más importante de todo es no olvidarte nunca de ser tu mejor amiga, de quererte, protegerte, y ser fiel a ti misma y a tu intuición. Nadie externo cumplirá estos papeles mejor que tú.


Si tú sabes lo que vales, ve y busca lo que mereces.



Autora: Ana G. Aguilar para Plataforma Anti Patriarcado 
Texto publicado en: Plataformaantipatriarcado

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*Nota de la autora: El texto está escrito en masculino y dirigido principalmente a mujeres y hombres heterosexuales porque son las relaciones donde más violencia y asesinatos se producen debido a la perjudicial idealización del amor romántico heteropatriarcal y heteronormativo, pero perfectamente se puede aplicar a parejas del mismo sexo ya que entre éstas también se reproduce el patriarcado y también existen personas machistas.

martes, 20 de mayo de 2014

FEMILISTOS, HUELEBRAGAS, PAGAFANTAS Y FEMINISMO, ¿EN QUÉ PUNTO ESTAMOS?




No me hice feminista porque tuviera una compañera feminista a la que tuviera que hetero-corresponder, o como parte del lote de identificarse como alguien de izquierdas o radical o revolucionario, o para ligar con tías de mi entorno, que son las 3 cosas que se suele “achacar” a los biohombres hetero que se dicen feministas (y que por cierto se da y ha dado bastante). De hecho, no sé hasta qué punto me hice; más bien los feminismos me van haciendo.

Hay un punto en que uno se hace, en la medida en que te haces reflexivo y selectivo acerca de las relaciones, las experiencias y la información. Pero no es un hacerse al modo del hombre que se hace a sí mismo, ese mito del sujeto masculino-liberal que, en su delirio ególatra, se concibe como si el binarismo individuo que se enfrenta a la sociedad, a la colectividad, no fuese una ficción ideológica. Al sujeto masculino-liberal le jode mucho verse, si es que es capaz, como un efecto de las fuerzas colectivas que, empezando por el lenguaje y siguiendo por el cuerpo, nos dotan de una vida.

De hecho, para la subjetividad liberal y suselfmade man, que esa vida merezca ser vivida o no, depende de unx mismx, porque cada quien tiene lo que se merece. Del “la sociedad no existe, sólo existen hombres y mujeres individuales” de Thatcher al “todas somos personas” actual no creo que haya tanta diferencia: esas posturas presentan a un individuo intacto frente a la estructura, los sistemas de opresión y los movimientos sociales.


El feminismo en mí es primero intuitivo, una respuesta de rechazo preadolescnte ante la violencia patriarcal percibida primero hacia mi hermana mayor en el hogar y más adelante, desde los 14 hasta casi los 18 años, sobre mi primera compañera, sometida a violencia física y psicológica por parte de su padre. Me pasé el instituto tratando de curar moratones, narices sangrantes y heridas del alma, animando a denunciar y respetando su decisión de no hacerlo. Por otra parte, también respondo a un patrón casi psicoanalítico detectado por una teórica llamada R. Connell en 1990: soy el varón menor de la familia. Franco ha muerto hace 4 años cuando nazco. Ocupo el escalafón más bajo de la jerarquía familiar y el modelo de autoridad de mi padre y mi hermano como que no, que no, que no me representa en unas décadas de los 80/90 que tampoco lo necesitan ya (el modelo pasa a ser el del psicólogo emocionalmente inteligente).



El feminismo en mí es primero intuitivo. La intuición de saberme hetero por aprendizaje desde la adolescencia, de reconocer mis atracciones “raras” y mis miedos ante ellas como respeto irracional a las normas y no a ningún mandato natural, de hacérseme presente la fuerza de la norma y el castigo y sentir una espontánea solidaridad hacia quienes la sufren de pleno junto con una mezcla de miedo y enfado ante la conciencia de mi sexualidad coartada. Encuentro una fuente de extrañamiento y libertad en este saberme construido.

Mi feminismo se hace personal-político cuando a los veintitantos se me rompe la realidad en pedazos y percibo hipersensible las formas de dominación estructural que se expresan constantemente en el cotidiano. Comienzo a ver el Mal reinante y pululando constantemente el cotidiano. Desamor, sociología y precariedad, ¡cóctel molotov! Se apodera de mí un fuerte deseo de NO QUERER PARTICIPAR. Me siento oprimido entre hombres, aliado entre mujeres y combativo frente a cualquier machismo (cualquier fascismo normalizado en general), viniera de donde o de quien viniera. También como efecto del desclasamiento producto de la precariedad estudiantil cambian muchas de mis prácticas cotidianas. Aparece en mí el deseo de expresarme públicamente “en femenino” (prendas de vestir, generalizar en femenino si hay más chicas que chicos, manejar la ambigüedad sobre las expectativas de lxs otrxs acerca de mi sexualidad…).


La realidad se me convierte en un espejo lleno de opresiones: de género, de sexualidad, de clase, de nacionalidad, de raza, ecológica… Y me quiero zafar. Todo me duele. Quiero destrozar la TV. Destrozar el lenguaje. Destrozar las opiniones ajenas. Incluso destrozar las amistades. Todos los espejos. Pocas cosas me hacen reír, pierdo la simpatía que tan querido me hacía. Siento odio y desprecio… devenir-punk con pinta de jipi. Hay un juez cabrón en mi interior que ni me deja ni deja vivir en nombre de lo Posible. Me invento mi propio psicoanálisis a partir de mis recuerdos, detecto algunas cosas importantes como al juez cabrón y me sale gratis (más tarde vendría el socioanálisis, mucho menos yoico y enriquecedor para mí). Al cabo de un tiempo me doy cuenta de que me cuesta mucho reírme de mí mismo. Me he encerrado en un gesto reactivo de purificación identitaria llena de contradicciones, culpas y quijotismos peterpanescos.

A través de la sociología, comienzo a conectar con la teoría del discurso institucional de la Mujer, la perspectiva de género, etc. En parte como efecto de un discurso eurocentrado, no relacional ni transversal y a menudo instalado en la victimización, asumo la historia como culpa, comienzo a caer en moralizaciones y rigideces ideológicas, a auto-observarme y racionalizar en exceso y a reproducir los binarismos y universales de la sociología (feminista) del poder. Pero también, en una facultad como la de Granada, totalmente controlada por el ppsoe, cuyo departamento de sociología es reino del Opus Dei, comienzo a leer a Foucault, algún neomarxista, sociología crítica… Entonces no sé poner todo esto en orden, (me) pongo (en) todo esto a dialogar para tratar de producir sentido y posicionarme políticamente respecto a la teoría.
Al tiempo comienzo a hablar, necesito cómplices, problematizar, expresar mi malestar respecto al género, como identidad personal y como violencia y desigualdad estructural. Una colega de un grupo feminista me habla de una organización de hombres profeministas. Aparte ella quiere impulsar un grupo de hombres y me convoca a su casa, junto con otros tíos interesados que desconozco. Están invitados ellos y el colectivo de mujeres feministas que ahí se reunía. No fue ni uno, sólo yo. Mientras esperamos, ellas comienzan a tratar cuestiones del grupo. Se forma un aquelarre. Estoy un poco acojonado, siento una gran admiración por su seriedad política y estoy impresionado por su manera de relacionarse. Me siento como una pulga, me siento torpe, cohibido. Fui a una segunda convocatoria y volví a ser el único. Volví a compartir otra tarde con ellas, ya más relajado. Creo que estas dos reuniones fueron mi primer referente de lo que es un grupo de activismo político autónomo de base.

Termino la carrera en Barcelona, donde escucho por primera vez el término queer para autodefinirse -paradójicamente- por parte de dos amigos maricas, uno académico y el otro okupa. No sé qué hacer. Abajo el trabajo. Ingenuo, quiero aunar curro y sensibilidad político-social a través del mercado laboral, opto por ponerme al servicio de “una buena causa”. De vuelta a Andalucía le digo a la compañera feminista que me gustaría hacer algo en este ámbito. Me responde: “¿pero tú has leído?”. Con el tiempo me doy cuenta de que no fue una pregunta, para mí fue casi una orden. Hacía ya como dos años que ella me había dado a conocer la asociación de hombres feministas de la igualdad. Solicito hacer prácticas ahí, me traslado de ciudad a empezar de cero (como buen precario) y acabo trabajando para esa organización. Coincidiendo en un encuentro, le recuerdo a mi amiga lo que me preguntó aquel día, y me dice sorprendida: “¿¡eso te dije!?”. Me hace gracia la ironía: me siento un poco como el hermano de Léolo, que se tira años musculando su cuerpo porque no estuvo a la altura en una pelea intrascendente para el otro. Años después, perdido el contacto, me entero de que esta compañera, joven profesional de la igualdad y la perspectiva de género y ecofeminista, ha intervenido desde el público en las Jornadas Estatales de Granada (bautizo de fuego del transfeminismo en España) para decir que no se entera de nada de lo que se está hablando. De nuevo la ironía: leer no es una cuestión de cantidad, evidentemente, ni te hace necesariamente más o menos feminista, pero los discursos, las teorías, los modos de problematizar, los sujetos de enunciación se anquilosan, anquilosando las subjetividades y los modos de hacer política, feminismo en este caso. Esto me parece sintomático entre quienes tienen como referente el feminismo oficial, generalmente reactivxs con los nuevos feminismos que emergieron desde los 90.


Paso unos años de “bipolaridad feminista”: por un lado haciendo acción social-institucional-laboral al auspicio del discurso de las “nuevas masculinidades” para los “hombres igualitarios”. Por otro, haciendo acción militante y participando en espacios de autoformación en feminismos en un proyecto de universidad autogestionada que aún tiene lugar en el centro social Casa Invisible. Por un lado, reformando a Harry, olvidando las preguntas radicales, los discursos atrevidos, las prácticas irreverentes, ejecutando el plan de otro, manos de manos de manos que dan de comer y hacen de las ONG algo sí gubernamental. Por otro, deviniendo revolucionario, atravesado por lenguajes extraños: performatividades, cyborgs, nomades… Por un lado emprendiendo la reforma moral y funcional -familiarista- en un proyecto ideológico ilustrado ya capturado por el capitalismo y el estado; por otro, disociando sexo, género, sexualidad y cuerpo, apreciando la belleza de lo abyecto, aprendiendo a percibir y pensar de otro modo, incluyendo a las biomujeres masculinas en mi discurso frente al virilismo del discurso binarista de los hombres igualitarios, desmoralizando mi forma de problematizar la prostitución o el porno, ampliando los contornos de lo posible, encontrando la medida de mi propia normatividad, cuestionando los modos tradicionales de organización y de hacer política. Por un lado, haciendo de mesías que trae la buena nueva, el mensaje, el nuevo hombre, el nuevo modelo platónico de género para un nuevo régimen insensible a la vida; por otro, aprendiendo nuevas preguntas, balbuceando nuevos lenguajes, sintiendo una humildificante ignorancia. En un lado, la psicologización: el desierto teórico, el no-movimiento social, expoliado por los discursos terapéuticos, la profesionalización y por algunos hombres buenos; del otro, la politización: la selva teórica, el movimiento vivo (anunciando el 15M), pensamiento crítico y acción sin representación.

Lo que apre(he)ndo de feminismo, capitalismo y modos de organización en los espacios de militancia autónoma transforma mi manera de estar en el espacio laboral. En lugar de seguir el mantra nuevomasculino-igualitario incorporo discursos de los nuevos feminismos a mi práctica pedagógica (que se da sobre todo en IES y con profesionales yo soy master de género). Mi referente es el movimiento feminista autónomo, no el mainstream de género o lo que algunos llaman la “perspectiva integral de género”, que no es si no el refuerzo del binarismo para dotarse de autoridad científico-social de cara a justificar políticas de igualdad dirigidas al sujeto biopolítico “hombre”, o un intento de incluir la categoría “hombres” al concepto institucional de género, que viene siendo utilizado como eufemismo para decir “mujer”.


Me resisto desde dentro a prescribir al nuevo hombre gubernamentalmente aprobado y me sitúo en la posición del hacer-pensar, abrir-posibles, producir-preguntas… Deja de interesarme plantarme en un aula de instituto a invocar binarismos y universales, a víctimas y verdugos, a hombres y a mujeres, a naturalezas y culturas, a sexos determinados y géneros construidos y a futuras familias heterofuncionales, y comienzo a invocar en las aulas lo puta, lo marimacho, lo marica, lo blandengue, lo bollero, lo monstruoso, lo eclesial, lo capitalista, lo precario, lo anal… Como si de un partido político se tratara se me castiga por mis salidas de discurso y tono (hay quien incluso me sugiere que lea otras cosas). Algunos momentos de reconocimiento externo y de algunos compañeros me mantiene laboralmente a flote, pero para cuando se produce el despido (con la crisis como coartada, real y perfecta) estoy aislado en tareas de formación y me han reducido la jornada 8 h en 3 años, de las que al menos 4h son para tratar de disciplinarme y/o despedirme más barato. El mileurismo me queda entonces muy lejos y la prestación que me queda ahora me coloca estadísticamente en el umbral de la pobreza.

El feminismo como deseo -como un proceso, como procomún que explica en parte la configuración actual de mi subjetividad, que me atraviesa y me produce como efecto de lo colectivo, como fuente legítima, con autoridad para mí, de conocimiento y de futuro- no es una mera decisión. No es mera decisión personal, el fondo está en si te compones o no con los feminismos como proceso, como deseo, como colectividad de múltiples cuerpos que hacen fuerza y se afectan para vivir de otro modo y crear las condiciones de posibilidad para la transformación de las relaciones y las instituciones heteropatriarcales. El feminismo en mí responde a un proceso deseante -histórico y colectivo- que me ha atravesado y producido como efecto político de percepción y sensibilidad.


Una vacuna para los fascismos y microfascismos, para las codificaciones normativas capitalista-colonial-hetero-patriarcales que merman nuestra capacidad deseante, nuestra sensibilidad corporal, nuestras posibles formas de componernos en las relaciones. No obstante, que te identifiquen como feminista de cara a la galería me parece una cuestión sin interés a nivel de identidad personal, pero sí de interés estratégico-político: ¿puede ser estratégicamente interesante o deseable que un biohombre hetero-masculino, o un colectivo que parta de esa composición, se re-presente en determinadas situaciones como feminista? A su vez, ¿no es más interesante apropiarnos de las descalificaciones de lxs reaccionarios patriarcalistas y enunciar desde lo “huelebragas”, “pagafantas”, “femilistos”, “hombres blandengues”, etc.?

El feminismo en mí comienza intuitivo y ha ido madurando, eso sí, bastante huérfano de colectivos y referentes generacionales. A menudo me pregunto si hombres por la igualdad (que no es sinónimo de biohombres feministas) no se agota en una generación de profesionales y emprendedores que, en un contexto de democracia neoliberal (un oxímoron, ¡y ya se ve!) migraron de la militancia autónoma o sindical hacia el yo, la terapia, la autoayuda, el multiculturalismo y/o la prescripción profesionalista de masculinidad vía institución o mercado. En este sentido comparten el anquilosamiento epistemológico, organizativo y comunicativo propio de las instituciones y discursos oficiales. Hay más declaraciones de principios, más preocupación por definir y purificar una identidad colectiva y más tendencia a prescribir la personalidad, que movimiento autónomo y amenaza a las estructuras de opresión. ¿No tiene todo el sentido hacer políticas desde fuera de la lógica de la representación, tal y como vienen haciendo distintos colectivos autónomos desde los 90? Políticos del ppsoe se esmeran por salir en las fotos de las acciones públicas de los hombres por la igualdad. Un carguete del PP que se alegra de ver a hombres entre el público en una actividad del ayuntamiento sobre cine y género por acá. Otro carguete del PSOE presentando un libro donde confiesa lo bueno que es con su esposa y sus hijos por allá… Aparecen rostros promovidos de cuando en vez en la prensa oficial y en revistas de empresa. Surgen comisiones de expertos, capturas narcisistas, líderes en igualdad… Profesionales psi, trabajadores sociales, educadores, académicos y emprendedores se reparten el pastel de una nueva subjetividad política y económicamente rentabilizable.


Enarbolar la bandera de la “nueva masculinidad” se integra estupendamente con el capitalismo cultural del que habla Zizek: vivo de esto (lo produzco-lo consumo) y además hago el Bien, independientemente de que no haya cambios estructurales de calado e incluso refuerce la dinámica capitalista. ¿No hay una inercia purificadora que nos devuelve constantemente a la identidad como centro del discurso y de la acción política? ¿No es ese esfuerzo visibilizador una trampa, un mecanismo de captura que tiende al vaciamiento y la desradicalización de los movimientos sociales? Mantenerse vivo, instituir movimiento autónomo, quiere decir devenir minoritario, devenir revolucionario, y no re-presentarse como tal; actuar sin hacer Historia con mayúscula, devenir imperceptible. Habría que dejar de exigirle al poder lo que, por definición, no puede hacer: devenir. Solo nosotros somos capaces de hacerlo (Deleuze).

Creo que en los aledaños del movimiento feminista siempre ha habido biohombres, eso no es lo nuevo. Es que se organicen y quieran instituir un sujeto político feminista lo que escama y/o encandila. El tono general de los hombres ahora es achacoso y conservador por la derecha, donde hay un verdadero rearme: ¡el estado es feminista y está contra nosotros, Padre por qué nos has abandonado al maltrato femenino! o ¡el sistema nos arrebata el contacto con nuestra auténtica masculinidad!; y por la izquierda: ¡el sistema nos arrebata el contacto con nuestra feminidad! o ¡ser hombre produce mucho dolor, todos somos víctimas! o ¡cambia así, que es tu deber y además es bueno para ti!.

Cierro con dos citas que resumen las dos preocupaciones que me han movido a escribir esto, una que recoge Gracia Trujillo en un texto esclarecedor:
Un movimiento permanece vivo mientras exista un conflicto en torno a su identidad colectiva (Nancy Whittier)

La otra, un comentario de Fefa Vila al debate en la revista Pikara en relación al artículo: “¿Qué hacemos con la masculinidad: reformarla, transformarla o abolirla?”:
En un momento histórico de rearme del machismo (el machismo de siempre aunque le llamen “neomachismo”), si las feministas establecemos alianzas, necesarias, tenemos que asegurar que estas no sean falsas; no nos lo podemos permitir.

¿En qué punto estamos?

AtoroVlac




Texto publicado y extraído de: atorovlac.wordpress.com

martes, 11 de febrero de 2014

LOS HOMBRES FEMINISTAS TIENEN QUE EXISTIR


El pasado 22 de diciembre de 2013, Frieda Frida Freddy, escribió un artículo titulado “¡No insistan! Ser hombre es incompatible con ser Feminista“. Cuando lo leí no le hice mucho caso, me pareció un discurso que no me aportaba nada, y que no llegaba a ninguna parte. Después de unos días cuando vi que no paraba de compartirse y de discutirse decidí que necesitaba realmente expresar mi opinión y echar una lanza en favor de los hombres feministas.

Antes de entrar en discusión, os invito a leer la “respuesta al comunicado sobre agresiones sexistas en espacios políticos” , donde está bastante expresada también cuál es mi opinión al respecto.

También voy a dejar claro que en esta entrada voy a hablar de hombres y mujeres cis-género, no porque quiera excluir a personas trans o intersex, sino porque los discursos que dicen que los hombres no pueden ser feministas están hablando precisamente de hombres cis-género, o más bien se refieren únicamente al sexo de las personas y no a su género.

Estoy bastante cansada de leer y escuchar la típica retórica de que los hombres feministas no existen. Tan cansada como que solo veo excusas e intentos de querer dar argumentos sobre esta afirmación que no conducen a ninguna posición que sea realmente positiva para el feminismo en sí. Yo pienso, digo y afirmo que los hombres feministas existen. Y voy a añadir: tienen que existir, porque si no existen, nuestra lucha está totalmente perdida. No me refiero a perdida en el sentido de que no sabemos a dónde ir sin ellos, no. Me refiero a que sin hombres feministas nuestra lucha no va a servir nunca para nada, solo sería una guerra sin fin y sin ningún resultado final.


Mi tesis, mi creencia y mi afirmación se basan principalmente en que si queremos romper con el heteropatriarcado, no solamente nos valen en la lucha las personas a las que llamamos ‘oprimidas’, sino que además también necesitamos que esas personas a las que llamamos ‘privilegiadas’ cambien para dejar de serlo; y para que cambien, deben poder concienciarse y definirse en el feminismo. ¿Cómo vamos a poder si no aceptamos que puedan existir? Es bastante absurdo.


Primero también debemos de dejar de dividir el mundo como nos interesa en cada momento. En los discursos feministas cuando interesa se juega con los géneros y los roles, y cuando interesa se utiliza una retórica biologicista basada totalemente en el sexo (o sea, en los genitales) de las personas. Éste último es el que más se usa para decirles a los hombres cis-género que no pueden ser feministas. Tienes polla: se acabó. Me parece totalmente absurdo mezclar indistintamente los dos discursos tal como nos viene en gana. Me intentaré explicar bien. La mayoría de los discursos ‘feministas’ cuando hablan de los ‘privilegiados’ del patriarcado, acusando siempre a los hombres de ser los únicos y grandes privilegiados, siempre se señala a sus genitales como tales portadores de ese poder. En parte este discurso es cierto, pues la estructura heteropatriarcal ha puesto tradicionalmente a los hombres en esa posición precisamente por sus genitales. Pero a continuación, cuando se habla de mujeres o de hombres en cuanto a cuáles son sus opresiones y privilegios y en como esto es desarrollado, siempre se habla de género. Y aquí viene siempre la mezcla explosiva y donde los discursos llegan a ser vacíos y absurdos. El privilegio se lleva a cabo a través del género, no del sexo. Las pollas no son sexistas ni feministas. Las pollas, son. Y es la masculinidad hegemónica y la estructura que la genera las que oprimen.


Otra cosa de la que nos olvidamos en estos discursos es que el heteropatriarcado no solamente privilegia u oprime según nuestro género, también lo hace según nuestra orientación sexual: hombres cis-género homosexuales, bisexuales, asexuales, etc, padecen ciertos tipos de opresiones que el feminismo también tiene que tener en cuenta. Y si en este discurso englobamos todo tipo de estructuras sociales de poder, tenemos que decir que todas las personas somos opresoras y oprimidas en diferentes grados y en diferentes circunstancias. Todas. Estos discursos desde el género femenino para decir que un hombre no puede ser feminista, en el que siempre pone a las mujeres como oprimidas y a los hombres como opresores, se olvida de la interseccionalidad y la transversalidad.


Yo siempre parto de la premisa de que todas las personas (todas) somos machistas: hombres, mujeres, intersex, trans, feministas y no feministas. Hemos nacido y crecido en una sociedad con una estructura heteropatriarcal muy marcada. Nuestras mentes y cuerpos se han formado en este entorno, y están totalmente impresos por esta estructura. Ser feminista no te hace no machista. La diferencia entre una persona feminista y una que no lo es, es su voluntad y lucha para terminar con esta estructura, y en sus cambios. Habrá que partirán desde una posición más marcadamente machista (seguramente por haber sido educadxs en una familia mucho más tradicional), habrá quien parta de una posición más oprimida (por haber nacido mujer homosexual), habrá quien partirá del trauma (por haber padecido violencia sexual machista), todas las personas partimos desde puntos totalmente distintos debido a no solamente nuestros cuerpos, sino también nuestro entorno directo y a nuestras experiencias. Lo importante es a donde queremos llegar, que tangamos voluntad de cambio y que cambiemos. Unxs tendrán que soltar privilegios, otrxs empoderarse. Tenemos que aceptar entonces que si partimos de puntos distintos necesitaremos tener paciencia entre nosotrxs, compartir y crecer juntxs; nuestros procesos serán distintos, claro está. Pero no los descubriremos si no compartimos ni nos ayudamos entre todxs. Con esto no quiero ‘excusar’ a un hombre que utilice todos sus privilegios, que sea machista, y le de por hacerse llamar a sí mismo feminista; pero debemos también entender que nosotras, las mujeres feministas, somos y reproducimos machismo.

Quiero dejar claro que no me han gustado para nada los ejemplos de ‘hombres feministas’ que describe en ese artículo. Esas descripciones no tienen nada que ver con lo que es un hombre feminista. Poner esos ejemplos es una forma de ridiculizar, y cuando se utiliza la ridiculización para fundar nuestros discursos es que no creemos que nuestros argumentos sean suficientemente buenos. Ridiculizar es un método muy común para manipular y jerarquizar que solo hace que reproducir y generar nuevas estructuras de poder. Sí, lo hemos leído bien: es un método generador de estructuras de poder.

Las mujeres estamos hartas de que nos categoricen, de que lean nuestros cuerpos y que con esto se nos coloque en una posición o en la otra. No me gusta que hagamos lo mismo con las demás personas por el simple hecho de haber nacido con un cuerpo distinto al nuestro. La mayoría de los hombres que podrían ser afines a nuestra lucha no saben ni siquiera qué o como deben hacerlo porque somos nosotras mismas las primeras que les echamos fuera y no compartimos con ellos cuales son todos estos problemas, opresiones y sentimientos que tenemos con respecto a esta estructura. Tampoco queremos ser conscientes de lo que sienten ellos entorno a su género (también impuesto). Tenemos que quitarnos todxs todos esos prejuicios, que no son más que la misma estructura heteropatriarcal con la que nos oprimen.

Para terminar me gustaría dejar al aire una pequeña reflexión. Pensar que un hombre no puede ser feminista y que no puede tener la verdadera voluntad de quitarse privilegios es una visión que no deja de fundarse también en la misma estructura heteropatriarcal, ya que sigue viendo al hombre como privilegiado que ejerce siempre poder sobre la mujer y a la mujer como oprimida y víctima. Por tanto, vuelve a repetirse una visión machista. Si queremos realmente romper con esta estructura lo primero que tendremos que romper es con esta idea. Por tanto, dar un paso al frente y decir alto y claro “no, ser hombre no es incompatible con ser feminista”.



Texto extraído de: reflexionesdegeneradas

viernes, 10 de enero de 2014

RAZONES PARA AMAR A UNA MUJER REVOLUCIONARIA



Para amar a una mujer LIBERTARIA se necesita gallardía y coraje y una sobre dosis de importaculismo ,porque sepan bien que a las libertarias la sociedad siempre las sataniza, las estigmatiza y les ponen todo tipo de rótulos, desde el mas popular como es el rotulo de "PUTA", pasando por rótulos como "amargada" ,"insolente", "desadaptada", "problemática" y no falta quien se escuda en su moral para roturarla de " Libertina y pecadora " así que oigan muy bien una LIBERTARIA es una mujer para amar sin prejuicios , sin juicios de valor, sin cadenas ,sin mentiras con toda ella a una libertaria la amas completa o mejor no la ames porque ella no puede con la tibieza de un amor mediocre una libertaria exigirá siempre el calor de un amor autentico 

(Mar Candela -ideologa feminismo artesanal)

Foto: Adipositivity


Una mujer revolucionaria
es capaz de sentir en lo más hondo,
cualquier injusticia
cometida contra cualquiera,
en cualquier parte del mundo.

Una mujer revolucionaria
se indigna con más frecuencia,
concibe preguntas todos los días,
grita más fuerte,
llora más alto,
desea con más ansias,
quiere más resuelta,
siente más profundo.

Una mujer revolucionaria sabe mirar mas allá
de la estética preconcebida
por las revistas de moda
y concursos de mercancías mujeriles,
porque es más femenina que las determinaciones del mercado.

Una mujer revolucionaria
sale a parir las jornadas
con sus botas de campaña,
el segundo sexo en su espalda,
la libertad en los labios,
las razones debajo de sus cabellos.

Una mujer revolucionaria
es más hermosa
que las muñecas de plástico,
más atractiva que los destellos de los fugaces reflectores,
más sensual que los caprichos tendenciales del momento.

Una mujer revolucionaria
huele a pólvora,
gases lacrimógenos,
tierra,
montaña,
río,
flores silvestres,
soles de inviernos,
ecos del jardín,
frutas del caribe.

Una mujer revolucionaria
siente más y gasta menos,
sonríe desde los huesos,
besa hasta el delirio,
se entrega sin equipajes de mano
ni reservas de divanes de cuero.

Una mujer revolucionaria
siempre está dispuesta al romance
sin importar la incitación
de los manuales de la familia
y los hogares prominentemente
seguros y a salvo.

Una mujer revolucionaria
hace el amor con el corazón
puesto al lado izquierdo de la cama
y su alma colgada sobre el dosel.

Una mujer revolucionaria
es el eslabón doblemente más alto
de la especie humana,
y no hacen falta
muchas más razones
para amarla
hasta la locura,
hasta el cosmos,
hasta la muerte,
hasta un millón de veces
más allá del infinito.


Adal Hernández



Porque éste es el lema de la Revolución: ¡Atrévete a amar!


Una revolución sin pasión es una revolución zombie.


Por ello el amor puede ser una fuente inagotable de poder. ¿Quién no mataría por dar de comer a sus hijos, por el marido injustamente preso, por el padre desahuciado, por el amante asesinado en la guerra, por el amigo explotado…? Sólo se lucha por quien sea ama y se quiere. De ahí que el sistema económico que nos alberga trate de destruir ese tipo de afectos tan poderosos que pueden ponerle en jaque. De ahí que le interese vender las relaciones superficiales y esporádicas, las relaciones basadas en la utilidad en vez de aquellas basadas en el conocimiento y el cariño. Porque el amor puede ser un arma de destrucción masiva para el capitalismo.

El capitalismo nos dice: amaos para tener placer, amaos para obtener una determinada posición, un determinado nivel de vida; pero jamás os dirá: amaos para ser vosotros mismos, incluso mejores de lo que vuestro propósito se hubiera atrevido pensar.
Los ideales sirven al amor, no al contrario.


martes, 29 de octubre de 2013

ROMPER EL ESTEREOTIPO MASCULINO, LAS ESTRATEGIAS DEL MACHO ACORRALADO


Romper el estereotipo masculino, clave para la equidad de género



Especialistas coinciden en que hay que trabajar sobre la educación de los varones, desde pequeños, para erradicar definitivamente la violencia hacia las mujeres.
La ruptura del estereotipo masculino que exige al hombre ser único proveedor económico, autosuficiente y sexualmente hiperactivo es clave en la deconstrucción del sistema patriarcal y machista, opinaron especialistas en derechos humanos y género.

"No existe una forma de constituir lo masculino, aunque desde la sociedad se impongan determinadas condiciones que son justamente las que tenemos que romper para comprender que existen masculinidades plurales y diversas", señaló a Télam Hugo Huberman, psicólogo social, educador popular y militante de género.



El especialista aseguró que "en tanto sigamos criando hombres a los que se les inculque que la sexualidad está sólo en la genitalidad o que deben ser `fuertes` y autosuficientes, no cesará la demanda de prostitutas, por ejemplo, entonces seguirá habiendo trata".

"Hay que recuperar la ternura, el afecto y el encuentro que implica la sexualidad, y dejar de asociarlo con lo genital, con el poder porque, por ejemplo, el uso de dinero por sexo tiene que ver con la autoridad y manipulación sobre el otro cuerpo".

"La formación en este camino de niños y jóvenes es central en la lucha contra la violencia hacia la mujer, y también en la búsqueda de equidad de género", aseguró.

Huberman explicó que "producto de este mandato social que implica que el hombre tiene que `irse a las piñas`", cuatro de cada cinco adolescentes muertos en América Latina son varones, en su mayoría producto de riñas callejeras, adicciones y suicidios.

"Tampoco los servicios de salud ni las políticas públicas de salud son dirigidas a varones por esta idea de que `el hombre no se tiene que enfermar ni va la médico`, entonces, por ejemplo, no hay campañas masivas para prevenir el cáncer de próstata", añadió.

Otro ejemplo acerca de cómo operan los condicionamientos sociales es que "después de la crisis de 2001 las que levantaron la situación dando impulso a la economía solidaria fueron las mujeres, porque el hombre que se queda sin empleo queda destruido y no tiene esa creatividad".

Integrante de la campaña Lazo Blanco, una acción de hombres comprometidos contra la violencia hacia la mujer que lleva cinco años trabajando en distintos países latinoamericanos

"Para deconstruir el sistema patriarcal y machista tenemos que cambiar la cultura que impone estereotipos para hombres y mujeres", opinó Fabiana Túñez, integrante de la asociación civil feminista "La Casa del Encuentro".

Coincidió en que "trabajar sobre la educación de los varones, desde pequeños, es central en esta titánica tarea de erradicar definitivamente la violencia hacia las mujeres".



En este sentido, Túñez consideró que "el aporte de quienes trabajan seriamente sobre masculinidades es complementario a nuestra labor; siempre decimos que los varones no son nuestros enemigos, los enemigos son los violentos y abusadores".

Ambos militantes expresaron su repudio a las organizaciones de hombres que han difundido la supuesta existencia del Síndrome de Alineación Parental que, haciendo una simplificación, plantea que las mujeres influencian a sus hijos para que éstos digan que fueron abusados por sus papás.

"Este supuesto síndrome no existe, y estos grupos lo único que hacen es reproducir la violencia que denunciamos", indicó la militante de la Casa del Encuentro.

Mientras que Huberman agregó que "muchos de estos grupos intentan pegársenos, pero nosotros siempre nos diferenciamos y nos preocupa su existencia porque generan un doble discurso del que, lamentablemente, algunos medios se hicieron eco".

Los luchadores por la equidad de género también coincidieron en la necesidad de implementar la Ley de Educación Sexual Integral y de ahondar en estas temáticas en las currículas educativas.

"En definitiva, quienes trabajamos sobre masculinidades no peleamos por derechos para hombres, sino por la construcción de un mundo más equitativo con acceso a los derechos para todas y todos", concluyó Huberman.


Fuente Télam


LAS ESTRATEGIAS DEL MACHO ACORRALADO: CHISTES, PIROPOS Y TRATO GALANTE

Definitivamente, las feministas somos unas amargas. Vemos machismo, patriarcado, androcentrismo, homofobia, lesbofobia, transfobia y violencia incluso en las situaciones más divertidas. Eso nos pone en un raro lugar: somos víctimas de permanentes ataques simbólicos, y a la vez victimarias por arruinar con nuestras respuestas destempladas las situaciones que gran parte de la sociedad considera entretenidas, glamorosas, seductoras, caballerescas, románticas y hasta corteses. Y lo peor de la confusión es que como pertenecemos a esa misma sociedad, tales situaciones también tienen eficacia simbólica sobre nosotras, también nos reímos y emocionamos con ellas; sólo que un Pepe Grillo feminista nos susurra al oído permanentes advertencias analíticas para que no caigamos en la trampa, para que no seamos literales, para que no sonriamos amablemente -como es de esperar- a los gestos corteses.


¿Qué quieren las mujeres?? se preguntaba Freud, y el error de nosotras era estar expectantes a su respuesta.

Mi propuesta de hoy es muy modesta. Contar algunas anécdotas, señalar algunas situaciones que encienden mi alarma, procurar tímidamente un puente comunicativo para hacer grietas en los implícitos sociales y generar vínculos que no lesionen con su reiteración a ningunx de lxs participantes en ellos.

Cuando inicié la carrera de filosofía, un profesor llamado Adolfo Carpio me dijo: “¿qué hace usted acá, no sabe que las mujeres no pueden hacer filosofía? Tiene lindos ojos, aprenda repostería y búsquese un novio”.



Me ubicaba así en una disyuntiva común a muchas mujeres profesionales: o carrera o familia. La filosofía era un sacerdocio que requería no ocuparse del trajín de la vida cotidiana, por eso era para varones, que como todo el mundo sabe vienen equipados con mujeres que se dedican a las tareas de reproducción y cuidado, entonces ellos no deben renunciar a nada que les corresponda para dedicarse a la vida contemplativa. Esta deliberación es objeto de muchas indagaciones feministas, de excelente nivel, que ponen eje en el quiebre subjetivo de las mujeres que deciden innovar. Como ejemplo diré que en una investigación sobre carreras científicas de varones y mujeres, encontramos como dato significativo que el 25% de los investigadores superiores del Conicet eran solteros (su carrera era un sacerdocio) pero esa cifra trepaba al 75% en las mujeres, además de tener muchas menos oportunidades de llegar a la cima.

Muchos años después, ya doctorada y con el permanente esfuerzo de equilibrar familia y trabajo, ocupo la cátedra que fue de Carpio. Últimamente he pensado si no será un gozo enfermizo estar en este lugar, si fue una aspiración verdadera o movida por el desafío y la revancha. Y eso me lleva a reflexionar sobre los deseos de las mujeres y su concepto de éxito. Tenemos paradigmas que producen indicadores precisos de lo que la sociedad reconoce como éxito personal y profesional, y el costo subjetivo de esos indicadores para las mujeres es doble: si acompañan a un varón exitoso, es posible que tengan a su cargo la parte menos glamorosa de ese éxito vicario; si ellas mismas lo son, es posible que alcanzada la meta no encuentren la felicidad prometida sino una incomprensible insatisfacción. Para las innovadoras, que decidimos desafiar la dicotomía conciliando familia y profesión, la culpa de no alcanzar el ideal de perfección en ninguno de los roles (que obviamente requieren la renuncia al otro) es permanente.

Asi las cosas, claro, no estamos para chistes. Sin embargo nos hacen chistes! Cuando me recibí, el profesor Eduardo Rabossi me felicitó haciéndome el extraño homenaje de contarme un chiste, precisamente este: Un hombre decide contratar una prostituta. Va a su departamento y encuentra que entre los previsibles adornos sugerentes había una pequeña biblioteca. Se acerca curioso y ve en ella libros de Kant, de Hegel, de Wittgenstein? Toma uno de ellos y ve que está subrayado y con acotaciones manuscritas. Le pregunta de quién son esos libros y la prostituta contesta que son de ella, que es filósofa. El hombre, extrañado, le pregunta cómo siendo filósofa trabaja de prostituta, y ella le contesta: “tuve suerte”. Fin del chiste. No me reí. Quedé como una amarga con mi profesor de derechos humanos.

Una brillante alumna mía, muy linda, terminó su carrera y no logró una beca o una plaza docente para comenzar a trabajar. Terminó de mesera en un restaurante muy caro de Puerto Madero, en plena era menemista, al que concurrían políticos y empresarios favorecidos por el gobierno (dicho sea de paso, algunos siguen concurriendo y siguen siendo favorecidos, pero ese es otro tema). Uno de los clientes en particular era muy pesado, con comentarios subidos de tono sobre su aspecto físico dichos a los gritos y festejados por sus contertulios. Un día mi alumna decidió contestarle con una frase de Nietszche. El diputado, sorprendido, le preguntó de dónde había sacado eso y ella le dijo que era filósofa. La pregunta fue inmediata: ¿y qué hacés trabajando aquí?, y la respuesta de ella también: “esta es la Argentina en la que vivo, yo soy mesera y usted es diputado”. Los contertulios festejaron el chiste, el político no se rió, ella sintió una satisfacción interior que duró poco porque ese mismo día la echaron de su trabajo por hacer comentarios indecorosos a los clientes.

¿Podemos reaccionar a la violencia de los chistes y los comentarios que nos ponen como objeto pasivo de frases soeces bajo la pretensión de ser piropos, cuando todo el sistema opera contra nuestra vivencia de esas situaciones? La observación rompe un código, a veces violentamente, y entonces pasamos de víctimas a victimarias. A veces ni siquiera tenemos la oportunidad de intervenir, porque la frase se refiere a nosotras pero se pronuncia entre machos en un intercambio que nos excluye y que tiene que ver con el derecho de propiedad. Porque como decía Locke en “Dos Tratados sobre el Gobierno”, para justificar filosóficamente la necesidad del pacto social que dio origen al Estado Liberal Moderno, la violencia entre los seres humanos es consecuencia de la lucha por la propiedad; y hay dos cosas que producen el máximo conflicto entre los seres humanos: la propiedad de la tierra y la propiedad de las mujeres. El pacto social, precedido del pacto sexual, reguló ambas propiedades dando origen a la familia nuclear y garantizando así la legitimidad de la progenie para cuidar la herencia en la acumulación de capital.

Los ambientes ilustrados no están libres de estos métodos disciplinadores del lugar de las mujeres. Cuando finalizaba la dictadura, comenzamos en la UBA un movimiento de estudiantes y graduados que permitiera recuperar las autoridades legítimas una vez alcanzada la democracia. Se creó así una Asociación de Graduados que hizo su primera elección. Los candidatos a presidirla éramos Silvio Maresca, un filósofo muy ligado a la política del peronismo , y yo, una pichi. Inesperadamente gané esa elección, y entonces Silvio le dijo a mi marido, también graduado en filosofía: “te felicito, ahora tenés una mujer pública”. No me lo dijo a mí, se lo dijo a él, que recibió así la advertencia de que un hombre que deja que su mujer circule por los espacios de poder de la política debe aceptar que reciba el calificativo con el que se describe a una prostituta: una mujer pública, una mujer de la calle, una mujer que no es de su casa y por eso ha renunciado a ser de un hombre para estar disponible para cualquier hombre.

Y así seguramente se lo enseñan a los hombres. Los cuerpos que circulan en la calle son cuerpos disponibles, y si no dan señales inequívocas de recato son cuerpos abordables sin permiso por el solo hecho de estar allí. Abordables físicamente y simbólicamente, con manoseos o con pretendidos piropos que nos ponen en situación de presa y a ellos en situación de dominio.

Salgo de mi casa un día de lluvia para un acto protocolar a la mañana, vestida con más cuidado que de costumbre. En la vereda hay un hombre acostado sobre unos cartones, totalmente borracho, harapiento que daba pena, y cuando paso me dice: “te haría cualquier cosa”. Ese hombre que no podia ni siquiera ponerse en pie, abandonado de todo, no había perdido sin embargo su poder patriarcal sobre mí, su poder de incomodarme y ubicarme en una situación pasiva que sólo podía ser respondida de modo desagradable o cambiando el código. Otras veces lo he hecho, ante ese habitual comentario “decime qué querés que te haga, mamita” pararme, mirarlo y decir: “recordame el teorema de Göedel”, o “recitame la Odisea en griego”. La respuesta produce pavor, la mirada del piropeador se llena de espanto: la violenta soy yo.



Los comentarios sobre nuestro aspecto físico nos desvían de nuestro lugar de interlocutoras a objeto. Incluso cuando pretenden ser amables nos están sacando de la relevancia del argumento para poner de relevancia nuestro cuerpo sexuado. A veces la violencia es más explícita, y cuesta menos verla.

En una manifestación docente donde hay represión policial encuentro a un diputado kirchnerista con sus asesores. Me pregunta con ironía qué hago allí, y yo le digo qué hace él que no está procurando que su gobierno no reprima la protesta social. El, molesto y bajando un poco la mirada de mi cara me dice “¿por qué te pusiste ese escote?”, sus compañeros se ríen, yo le repregunto “¿qué te pasa, extrañás a tu mamá?”, sus compañeros se ríen más. La violenta soy yo que lo pongo en ridículo ante sus subordinados.

Otras veces el comentario es menos burdo, y simplemente nos retrae del lugar donde nos habíamos instalado. En una sesión legislativa salgo de mi banca y me acerco a un diputado del hemiciclo opuesto para reprocharle uno de los mil modos de mala praxis legislativa que acostumbran. Mientras le estoy diciendo que faltó a su palabra me interrumpe: “ahora que te veo de cerca, qué lindos ojos tenés”. ¿Tengo que alegrarme, sentirme orgullosa de algo en lo que no tengo ningún mérito, cambiar mi enojo por un agradecimiento a su observación gentil? Opto por reprocharle doblemente su falta de palabra y el comentario desubicado y quedo como una amarga. La víctima es él: dijo algo agradable y se encontró con mi respuesta destemplada.

La filósofa mexicana Graciela Hierro, especialista en ética feminista, nos advertía sobre estos modos que toma el patriarcado para imponerse a los que llamaba “el trato galante”. Socialmente aparecen como un signo de caballerosidad, pero nos ubican en un papel de debilidad, de objeto de tutela, de incapacidad, de pasividad superlativa.

Los usos sociales están llenos de mandatos que los varones pueden tomar como lo que se espera de ellos, y muchas mujeres como signos de protección masculina.

Mañana se cumplen 60 años del voto femenino. Quizás sea oportuno recordar que hasta ese momento el código civil nos ponía con los incapaces, los presos, los dementes y los proxenetas para fundamentar nuestras ineptitudes para la política. Cuando luego de muchos años de lucha del socialismo feminista, y por expresa voluntad de Eva Perón, la ley de sufragio femenino finalmente llega a un recinto formado exclusivamente por varones, los argumentos en contra cubrieron todo el arco: desde señalar la natural incapacidad de las mujeres para la vida pública, a decir que ibamos a votar lo que nos dijera el cura y la iglesia iba a aumentar así su poder político, o ensalzar las más altas virtudes femeninas que nos destinan a la excelsa tarea divina de cuidar a nuestras crías (lo que logicamente está reñido con la disputa electoral), o describir la politica como un pantano donde no debería posarse el delicado pie que cual pétalo de rosa sostiene nuestra gracia, y como último recurso generar pánico recordando que nos volvemos locas una vez por mes y así existía la alta probabilidad de que en ese estado de enajenación temporal una cuarta parte de nosotras esté a la vez menstruando y decidiendo los destinos de la patria.

Para esos patriarcas de la democracia, que ya contaba con una “ley del voto universal y obligatorio” que no sólo nos excluía del universal sino que no registraba siquiera la exclusión, eso éramos las mujeres. Ellos sí tenían una respuesta, no como Freud que nos dejó esperando.

Procurando hacer un ejercicio de empatía, comprender cuál es la reacción de quien tiene esta visión de las mujeres ante los avances que el feminismo nos ha procurado en tantos órdenes de la vida, pienso que hay una percepción de cierta masculinidad de estar en retroceso. Una vivencia del poder sustancial y del territorio que torna amenazante el ingreso de las mujeres a las instituciones y a la vida pública, todavía ahora. La pérdida del monopolio de la palabra no alcanza para abrir el diálogo. El diálogo tiene condiciones lógicas, semánticas, éticas y políticas, no se trata de hablar por turno y menos aún de arrebatar el micrófono. Y ni hablar si se usan dos micrófonos, como hace la presidenta desde el atril!

Eso es lo que llamo “el síndrome del macho acorralado”, que es victimario violento y a la vez víctima, que me desvela cuando pienso en las formas de lograr una sociedad incluyente de verdad,y que me inspira para decir toda vez que puedo a modo de letanía pedagógica que “cuando una mujer avanza, ningún hombre retrocede”.


¿QUÉ HACEMOS CON LA MASCULINIDAD: reformarla, o abolirla transformarla?


Jokin Azpiazu analiza las contradicciones del popular discurso de las nuevas masculinidades: el excesivo protagonismo, la escasa vinculación a las teorías feministas, el heterocentrismo, el binarismo, o las resistencias a renunciar a los privilegios


Señora Milton
Durante los últimos años, el estudio de la masculinidad (o las masculinidades) ha recibido gran atención tanto en el ámbito de la investigación como en otros ámbitos sociales, como por ejemplo el de los medios de comunicación. Al amparo de los estudios de género, en varias universidades se están realizando estudios sobre masculinidad, y las líneas de investigación sobre el tema se están fortaleciendo y afianzando. Al mismo tiempo se están impulsando diferentes iniciativas en el terreno de los movimientos sociales así como en el de la intervención institucional, siendo probablemente las más conocidas los denominados “grupos de hombres”.

La idea que subyace en la atención que la masculinidad está recibiendo en el terreno académico es la siguiente: el género es una construcción social (tal y como la teoría feminista ha argumentado ampliamente) que también nos afecta a los hombres. Por lo tanto, poner el “ser hombre” a debate e iniciar una tarea de deconstrucción es posible. Así, los estudios sobre la masculinidad nos animan a ampliar la mirada sobre el género, a mirar a los hombres. Esto tiene sus efectos positivos, ya que los hombres no nos situaríamos ya en la base de “lo universal” sino en el terreno de las normas de género y su contingencia histórica y social.

Las investigaciones tienden a centrarse en la identidad (qué significa ser hombre para el propio hombre) y no tanto en las relaciones de poder. Son cada vez más auto-referenciales, en vez de basarse en las aportaciones de las teorías feministas

Sin embargo, de este planteamiento pueden emerger un gran número de dudas y contradicciones. El movimiento feminista ha conseguido en las últimas décadas redireccionar la mirada (científica, medíatica, social) hacia las mujeres. Este fenómeno se da además en un mar de contradicciones y contra-efectos al que los feminismos han tenido que responder a través de la crítica, la implementación y, al fin y al cabo, la transformación de esa misma “mirada”. Las ciencias sociales han observado a menudo a las mujeres como meros objetos sin capacidad de agencia y sin voz, y debido a ello ha sido necesario reivindicar que no sólo se trata de “mirar a” sino de “cómo” mirar. De cualquier forma, lo que ahora nos atañe es que en los últimos años esa mirada se dirige hacia los hombres. A menudo, sin embargo, no se pone suficiente énfasis en explicar que todo el periodo histórico anterior (y el actual en gran medida) se caracteriza precisamente por la negación de la existencia social de las mujeres. Es decir, que la mirada -social, académica, mediática- siempre ha estado dirigida a los hombres.

En el terreno social y asociativo, los “grupos de hombres” son probablemente las iniciativas más conocidas, pero no las únicas. Se han realizado en los últimos años varias acciones más que nos han tenido a los hombres como protagonistas. Muchas de ellas se han desarrollado en torno a la violencia machista: cadenas humanas, manifiestos, campañana publicitarias y foto-denuncias… Los hombres hemos anunciado en público nuestra intención de incidir en la lucha contra el sexismo y el machismo, y a menudo hemos recibido por ello abundante atención mediática, más que los grupos de mujeres que se dedican a lo mismo.

El punto de partida de estas iniciativas es la necesidad de que los hombres nos impliquemos contra el sexismo, lo que se ha enunciado de maneras bien diversas: se ha dicho que nuestra implicación es indispensable, que es nuestra obligación, que supone una ventaja para nosotros también, que sin nosotros el cambio es imposible… Cada forma de plantear el asunto implica matices bien diferentes. En cualquier caso, estaríamos hablando del uso y ocupación del espacio público (las calles, los medios, los discursos) y en ese terreno se ha visualizado de manera bastante clara que una palabra de hombre vale más que el enunciado completo de las mujeres, aunque ambas hablen de sexismo.

Durante los años 2011 y 2012, realicé una pequeña investigación respecto a estas cuestiones en el marco del máster de ‘Estudios feministas y de género’ de la Universidad del País Vasco. Mi objetivo era señalar algunas cuestiones que pueden resultar problemáticas sobre el trabajo con “masculinidades” tanto desde el punto de vista académico como movimentista. Traté de señalar algunos de los anclajes en los que se está amarrando la construcción discursiva en torno a las masculinidades hoy en día.

Al mismo tiempo que se reivindican diferentes maneras de vivir la masculinidad, se identifica con sujetos concretos: diagnosticados hombres al nacer, heterosexuales, involucrados en relaciones de pareja. Quienes no encajábamos en la norma, quedamos fuera

En el terreno académico hubo especialmente dos cuestiones que llamaron mi atención. Por un lado me parece que a la hora de investigar sobre masculinidad hay una tendencia bastante general a centrarse en la identidad, en detrimento de los puntos de vista que priorizan el enfoque sobre el poder o la hegemonía. Se estudia mucho qué siginifica ser hombre para el propio hombre, y no tanto cómo incide en las relaciones entre personas que hemos sido asignadas en diferentes sexos. Por otro lado, tengo la impresión de que los estudios sobre esta cuestión se están conviritiendo cada vez más en auto-referenciales. Los estudios sobre masculinidades parten de presupuestos teóricos construidos en los propios estudios sobre masculinidades, y cada vez se nutren menos de reflexiones feministas.

Esto tiene consecuencias de impacto tanto en el enfoque (o mirada) que se utiliza para abordar el tema, así como en el contexto del que se parte. Por ejemplo, una cuestión difícil y problemática en la teoría y práctica feminista de las últimas décadas ha sido la del sujeto, la pregunta clave que intensos debates tratan de contestar: ¿quién es hoy en día el sujeto político del feminismo, ahora que precisamente las diferentes expresiones feministas han cuestionado la categoría mujer como única, partiendo de las diferentes experiencias y posiciones de las mujeres en lo social? El intento de articular la capacidad política y subjetiva de las mujeres en esta red o maraña de diferencias es una cuestión de vital importancia, y por lo tanto, muy complicada. Sin embargo, las implicaciones que la participación de los hombres en “el feminismo” podrían suponer no son un tema de debate principal en las teorías sobre masculinidad. Esto determina la dirección en la cual se desarrollan los debates, dejando de lado temas que para los feminismos son de crucial importancia.

Saltando al terreno de los movimientos sociales me dediqué al estudio de algunos escritos y documentos publicados (en el ámbito de la Comunidad Autónoma Vasca) por grupos de hombres e iniciativas institucionales en torno a la masculinidad. En ese trabajo, incompleto aún, pude empezar a dibujar algunas claves que en mi opinión merece la pena poner sobre la mesa:

Para empezar, hablamos de masculinidad y aún nos referimos a un modelo muy concreto. Al mismo tiempo que se reivindica que existen diferentes maneras de vivir la masculinidad, se identifica el ejercicio de la misma con sujetos concretos: personas que han sido identificadas como hombres al nacer, heterosexuales, en la mayoría de los casos involucrados en relaciones de pareja. El resto, quienes hemos tenido algún problema que otro para encajar en el carril de la masculinidad “hegemónica” (hombres trans, homosexuales, afeminados…) quedamos fuera de esa categoría. Esto supone un doble riesgo: por un lado decir que no somos hombres (por mí bien, ojalá) pero por otro, pensar que por ser masculinidades “marginales” no ostentamos actitudes hegemónicas y poder.

En este sentido, la mayoría de propuestas vienen a cuestionar y modificar las relaciones que se dan entre hombres y mujeres, sobre todo en el terreno familiar y doméstico, dejando de lado (o prestando mucha menos atención) a otros espacios, sujetos y situaciones. Reivindicamos que los hombres nos tenemos que poner el delantal, pero no tenemos demasiadas propuestas para cómo (por ejemplo) rechazar los privilegios que ser hombres nos aporta en el mercado laboral.

En cambio, nos resulta más fácil denunciar las cargas y “daños colaterales” que el patriarcado nos ha impuesto. Señalamos los espacios que nos han sido negados por ser hombres y subrayamos la necesidad de conquistarlos, pero tenemos más dificultades para enfatizar el otro lado de la moneda, los espacios que el patriarcado nos ha dado, aquellos que tenemos que des-conquistar. No señalamos, además, que esta moneda no es casi nunca simétrica, que estos privilegios nos vienen muy bien para movernos en el mundo actual.

En este sentido, me parece muy importante identificar las motivaciones que nos llevan a implicarnos en las luchas por la igualdad. Estamos dispuestos a asumir algunos de los trabajos que históricamente han realizado las mujeres (los trabajos de cuidado son paradigmáticos en este caso). Decimos que el cuidado de nuestras criaturas (de aquellos que las tengan, claro) es fundamental, y más aún, señalamos las ventajas que esto nos traerá. Sin embargo, mencionar a las personas enfermas, o con autonomía reducida por cualquier motivo, nos cuesta bastante más. Decimos que con la igualdad ganaremos tod*s, pero si lo que el patriarcado supone es precisamente una red de poder de distribución desigual, no guste o no, alguien tendrá que perder con la igualdad. Y así deberá ser, si algunos sujetos se empoderan, otros tendremos que des-empoderarnos (si es que existe el concepto). Deberíamos dejar claro que esto no será una ventaja, no será bueno para todos, no será un regalo del cielo. Pero eso no quita que haya que hacerlo.

En las dos últimas décadas las teorías feministas han cuestionado el carácter binario del sexo. Nosotros parece que sentimos más apego del que pensábamos hacia la noción de masculinidad, seguramente porque sabemos que nos aporta privilegios

Asimismo, identifiqué en al análisis de algunos textos ciertos discursos de presunción de inocencia; la necesidad de reivindicar, ante un supuesto exceso de radicalidad de los feminismos, que todos los hombres no somos iguales. Es evidente que todos los hombres no somos iguales ni ejercemos de la misma manera la masculinidad, pero sería interesante estudiar por qué nos sentimos culpables o atacados y por qué nos enfadan según que críticas o discursos. De alguna manera, se intuye la búsqueda de una nueva identidad personal y grupal, la de los hombres “alternativos”.

Unido a todo esto, el concepto “nuevas masculinidades” emerge con fuerza en los últimos años, en algunos casos con vocación descriptiva (en el terreno académico) y en otras como propuesta de modelo a construir (en los movimientos sociales). En ambos casos me parece necesario y pertinente problematizar el concepto.

En el primero de los casos, me parece excesivo afirmar la existencia de “nuevas masculinidades” de manera acrítica. Claro que la masculinidad está cambiando, pero ¿cuándo no? Y, ¿en qué sentido y en que contexto está cambiando? ¿No será la masculinidad de cierta clase social en cierto contexto la que está cambiando o al menos la que hace visible su cambio? ¿Son todos los cambios en la masculinidad “positivos” y “voluntarios”? Estos cambios y novedades que nos son visibles en lo identitario, ¿en qué medida y cómo afectan a las relaciones entre hombres y mujeres en el terreno material (reparto de recursos y poderes de todo tipo)? Diría que es posible trazar formas distintas en las que hombres y mujeres han vivido la masculinidad a lo largo de la historia, pero sólo en este momento preciso hablamos de “nuevas masculinidades”, precisamente cuando es el grupo “hegemónico” el que está dando pasos hacia la transformación consciente del modelo masculino (transformación, que dicho sea de paso, valoro positivamente). No quisiera por tanto cuestionar la capacidad para vivir la masculinidad de formas distintas señalada en el término “nuevas masculinidades”. Es su inflación discursiva lo que me preocupa.

En el terreno social, reivindicar la búsqueda de “nuevas masculinidades” (que, a menudo, como he expuesto anteriormente, se limita de antemano a ciertos sujetos) puede tener además de su lado positivo un lado problemático. En las dos últimas décadas las teorías feministas han cuestionado el carácter binario del sexo. A pesar de las diferentes opiniones en el seno de los movimentos, diría que los debates han sido ricos y productivos. Sin embargo, nosotros todavía ni nos hemos planteado en la mayoría de los casos qué hacer con la masculinidad: ¿reformarla? ¿transformarla? ¿abolirla?

Parece que sentimos más apego del que pensábamos hacia la masculinidad, seguramente porque de manera consciente e inconsciente sabemos que los privilegios que nos aporta no están nada mal. Pero aún cuando hacemos un intento de cuestionar los privilegios no somos capaces de retratar nuestras vidas y utopías más allá de la masculinidad (sea “nueva” o no). Sin obviar que la deconstrucción de la feminidad y la masculinidad conlleva consecuencias diferentes a muchos niveles, deberíamos intentar atender al debate sobre si queremos ser otros hombres, hombres distintos o simplemente menos hombres.


DECONSTRUIR EL HOMBRE Y LA MASCULINIDAD


L.K.A

Lo contrario de viril no es femenino sino infantil.
Lo infantil es una mezcla de inocencia, espontaneidad humana e inexperiencia, por un lado, y modelado adulto, por otro lado, esencialmente, ser un niño supone cierta dependencia, inseguridad, vulnerabilidad, irresponsabilidad, indisciplina, priorizar el juego, tener bastante desarrollada la parte emocional, ser visto por los adultos o mayores como un ser inofensivo y, por tanto, totalmente maleable e idóneo para la obediencia (en el patriarcado), como une ser asexual, pervertible o pervertido por la cultura patriarcal y su estrecha mirada en materia sexual, ser un niño supone también (en el patriarcado) recibir una total falta de respeto y consideración hacia su criterio y, generalmente, también hacia su voluntad (deseo/necesidad) si está fuera de la perspectiva adulta, ya sea específica (un adulto en concreto) o amplia (adultista, adultocentrismo). Lo femenino es una extensión de lo infantil, con la diferencia de ser modelado al gusto del Hombre, en función de sus necesidades y deseos.

El “Hombre” es un constructo cultural necesario en el patriarcado. La masculinidad es una ilusión, supone un reto permanente y una negación. En realidad, los varones no existen, porque esa categoría es inalcanzable íntegramente.
La cultura patriarcal construye polos opuestos (binarismo de género) porque está basada en la dominación, donde unos mandan y otros obedecen favoreciendo la creación de polos opuestos, que ayudan a preservar el orden establecido y mantener un cierto equilibrio en ese modelo sociocultural.
Por lo tanto, el ser humano es deformado por los patrones alienantes del patriarcado: “Hombre” y “adulto opresor” y también “Mujer” e “infancia adulterada”. La persona sólo puede ser fiel a sí misma, plenamente, sin el corsé del género y sólo puede romper el círculo educativo para la sumisión eliminando al adulto patriarcal, si queremos construir una comunidad humana saludable basada en la libertad y el respeto mutuo.

Los valores femeninos aceptan los límites personales y la inevitabilidad de las relaciones interdependientes. Los valores masculinos no admiten los límites personales, lo que supone vivir una impostura patológica, generadora de frustración y sufrimiento. Por otra parte, los valores femeninos no reconocen las posibilidades reales personales que permiten cierta autonomía, autosuficiencia e independencia anulándonos, anulando nuestra libertad; nos llenan de inseguridades, miedos y limitaciones, lo que creemos superar tomando como propio el género masculino en cierta medida (masculinizando la Mujer).

En el patriarcado actual (o neopatriarcado) el Hombre sigue siendo el sujeto universal por lo que se suelen valorar las cualidades asociadas a lo masculino o masculinizadas y lo importante es el Hombre (o, por extensión, los hombres) y lo que él (o ellos) hace(n) y dice (o dicen); lo femenino es despreciado, negado y rechazado. Lo que está ocurriendo es que el género se está empezando a disociar del sexo (parcialmente) porque se sigue asumiendo lo masculino como neutro y algunas cualidades valoradas tradicionalmente en un sexo empiezan a aceptarse en el otro, esto conlleva un cambio de roles, una ruptura con los estereotipos tradicionales y un proceso de masculinización de la mujer. Tras el pseudofeminismo que esto representa, lo valorado socialmente, se convierte en patrón para ambos sexos; obteniendo una aparente igualdad porque dejaría de existir la discriminación por razón de sexo, pero representando, en realidad, una invisibilización del poder. Debido a esta ambivalencia del sexo respecto del género y del poder, tenemos que empezar a cuestionar y atacar los valores patriarcales en sí mismos.

Algunos de los valores patriarcales, más allá del sexo de la persona que los profesa, como sometido o como opresor:

-La prepotencia/la docilidad
-Utilización de las personas para la satisfacción personal o colectiva de otros. También mutua (la satisfacción es mutua, pero la persona es igualmente cosificada). También mercantilizada.
-Supremacía y valoración de lo masculino y lo adulto. Androcentrismo y adultocentrismo.
-Negación y represión de los sentimientos. Aparentar invulnerabilidad.
-Universalidad humana de la heterosexualidad. Banalización del sexo.
-Posesión y propiedad privada.
-Restricciones afectivas. Jerarquización de las relaciones proyectada hacia el provecho de la Familia o del Capital.
-El género

El Estado y sus cuerpos represores (llamados de seguridad) han venido a sustituir el papel protector del Hombre (Padre, Marido, etc.) en el patriarcado. Tenemos que reemplazarlo por la comunidad, y que sea ella quien asuma ese papel. Así como las mismas mujeres y el apoyo mutuo.

Ha sido la necesidad de más mano de obra cualificada del capitalismo, la que ha permitido una formación más amplia de las mujeres y la adquisición de nuevas capacidades, y su entrada en ámbitos vetados hasta entonces, aprovechemos esta preparación y oportunidad para liberarnos, no para someternos doblemente o a la manera masculina; para encontrar otro modelo socioeconómico que no permita la explotación, la alienación ni la desigualdad e injusticia.

No permitamos que nos hagan cómplices del modelo político, económico y social establecido, tampoco del modelo cultural patriarcal.




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Publicación de un artículo más extenso sobre el tema en un próximo número de Alejandra (alejandraxanarcofem@gmail.com).

Bibliografía consultada:
-XY La identidad masculina de Elisabeth Badinter-Congreso Internacional: Los hombres ante el nuevo orden social de Emakunde/Instituto Vasco de la mujer. Vitoria- Gasteiz 2002
-Reacerse hombre de Juan Carlos Kreimer
-El gran tabú de la dependencia masculina (¿Qué quieren las mujeres?) de E. L. Eichen Baum y S. Orbach