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sábado, 27 de febrero de 2016

VIOLENCIA OBSTÉTRICA: MUJERES MALTRATADAS EN LA SOLEDAD DE LA SALA DE PARTOS

Aunque se presentan pocas denuncias, las agresiones y abusos de medicamentos al dar a luz son comunes; a muchas les impiden estar acompañadas; alarma por las estadísticas de cesáreas; cuánto cuesta un parto humanizado.


Tenía 21 años y estaba desnuda en el pasillo del hospital. De pie, llevaba en brazos a su hija recién nacida, recién arropada. Tenía las piernas ensangrentadas. Le extrañó ver tanta gente a medianoche. Después de unos minutos, una de las enfermeras del parto le entregó un paño de gasa. "Ponételo entre las piernas y andá para allá", le indicó. La mujer caminó. El pasillo le pareció interminable. "Caminá con las piernas cerradas que vas a sangrar y te vas a resbalar", escuchó. Se apoyó en la pared. Le costaba respirar. Entonces recibió una nueva indicación: "Respirá bien, porque te vas a desmayar y yo no te voy a levantar".


Finalmente Patricia Córdoba, primeriza, llegó sin ayuda al cuarto que le habían indicado. Su marido estaba en el edificio, pero el personal de salud del Hospital Evita Pueblo de Berazategui le había prohibido acompañarla en el parto. Cuando se encontró con él, horas después, no le contó lo que había pasado. Ni del maltrato antes de parir -por ejemplo, las cargadas- ni durante -las inyecciones de fármacos sin consultarla-, ni después. En ese momento, todo le pareció normal. Nunca había escuchado hablar de violencia obstétrica. En las paredes del hospital, repletas de carteles con recomendaciones, no había rastro de esas dos palabras.

Violencia obstétrica


Patricia conoció la expresión meses después, entre páginas web. La violencia obstétrica es una forma de violencia de género. Se ejerce contra las mujeres en las salas de los hospitales públicos y las clínicas privadas. No discrimina por clases sociales, ni edades, ni áreas geográficas. La sufren las adolescentes sin cobertura médica que dan a luz en hospitales públicos y mujeres de treinta que se atienden por la prepaga en sanatorios en la Capital.

Violencia obstétrica es negar información, practicar cesáreas innecesarias, inyectar fármacos cuando no corresponde, maltratar verbal y físicamente a las embarazadas antes, durante y después del parto. Está tipificada en la ley de Protección Integral a las mujeres (26.485), que a su vez cita la de parto humanizado (25.929), promulgada en 2004 pero reglamentada recién este año.

Según un relevamiento de este medio en hospitales y clínicas de la Capital y el conurbano, no hay carteles en los centros de salud que adviertan al respecto.

Una obstétrica con experiencia en el sector público y privado (eligió preservar su identidad) se mostró de acuerdo con la ley, pero advirtió que es imposible cumplirla. "No tienen en cuenta que no tenemos suficientes camas ni personal ni tiempo para esperar a que cada una tenga a su bebé cuando le salga", dijo a LA NACION.

Aunque existe la opción de contratar "aparte" a una obstétrica o médico obstetra "de confianza" para asegurarse un parto humanizado, cuesta entre 30 y 50 mil pesos.



Cesáreas


Delfina Bosco tenía 38 años cuando quedó embarazada. El profesional de su cobertura médica privada le había dado fecha para el 22 de diciembre. Tres semanas antes, una obstetra del Sanatorio Anchorena le practicó una maniobra para desencadenar el parto. "Como el bebé no bajó, me volvió a citar y me tomó la presión. Me dijo que tenía 14.9, el mínimo indicador de preeclamsia en el embarazo, que necesitaba una cesárea y me dio una orden de internación. Yo sentía que algo no estaba bien. En lugar de internarme, me fui a una farmacia y me tomé la presión. Tenía 10,6. Fui a tres farmacias. Fui a otro sanatorio para que lo certificaran. Todo con una panza enorme. Me iba dando cuenta de que no había ningún motivo para finalizar el embarazo, excepto que se acercaban las fiestas", contó.


Hoy, Delfina prepara una denuncia judicial. Desde el Sanatorio Anchorena, la directora médica de Neonatología dijo a LA NACION no tener registros de este tipo de situaciones: "Nuestra filosofía de trabajo es respetar los derechos de las madres y sus familia", expresó.

La discusión sobre la cantidad de cesáreas que se practican innecesariamente está vigente en el mundo. Aunque en la Argentina no hay cifras actuales sobre este tema, los expertos ubican el porcentaje en el sector privado por encima del 60% y en el público alrededor del 30%. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que la tasa ideal de cesáreas oscile entre el 10% y el 15%. En 2005, ese organismo ubicó en el 35% la tasa en la Argentina.

"Se ha naturalizado la cesárea, es como si fuera 'la otra forma de parir' cuando en realidad es un recurso médico, que tiene una indicación precisa. A nadie le operan el apéndice por las dudas", ejemplifica María Pichot, fundadora de la asociación civil Dando a luz.

Denuncias


Gabriela Satriano vive en San Martín. Tenía 24 años cuando quedó embarazada y no contaba con una obra social cuando se le fisuró la bolsa amniótica. Fue a atenderse al Hospital Materno Infantil Ramón Sardá, en Capital. "Me hicieron muchos tactos dolorosos e innecesarios. Una enfermera incluso se sentó sobre mi panza para ver si el bebé bajaba [maniobra Kristeller]. Al final tuve una cesárea espantosa, me hicieron cualquier cosa. Yo no existía", cuenta en diálogo con LA NACION desde la casa de sus suegros en Villa Urquiza. Hoy, dos años y medio después, con su hijo a upa, está convencida de que tuvo un parto violento.

No se sabe cuántas mujeres son víctimas de violencia obstétrica en el país porque no hay estadísticas oficiales. En la página web del Ministerio de Justicia está disponible un formulario de denuncia específico, pero se reciben escasos reportes. Así lo reveló Perla Prigoshin, titular de la Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de Violencia de Género (Consavig), que forma parte de esa cartera. "Si esto no se dice, no existe", reflexiona desde la oficina con un grupo formado por psicólogas, médicas y representantes de las Defensoría del Pueblo de la Nación y de la Ciudad, del Inadi y de la Superintendencia de Servicios de Salud.


En cambio, en redes sociales las denuncias abundan. Basta con buscar "violencia obstétrica" en Facebook,TumblrBlogger y YouTube para encontrar cientos de grupos de diferentes provincias y ciudades de la Argentina y del mundo. LA NACION accedió a dos de ellos. Todos los días aparecen nuevos "posts" seguidos por decenas de comentarios. Allí, las mujeres vierten relatos de partos que consideran violentos. De médicos obstetras que les introdujeron vías para administrarles fármacos sin su consentimiento. De cesáreas que, aseguran, no eran necesarias. De maltratos físicos y verbales. De que las "transformaron en pacientes". De que las ataron y obligaron a estar quietas. De que no las dejaron ir al baño.

El año pasado, Agustina Petrella, recién embarazada de su segundo hijo, decidió que no quería volver a atenderse con el prestigioso obstetra de su primer embarazo. Había tenido una complicada cesárea y sospechaba que su médico se la había inducido con una cápsula de prostaglandina. Entonces buscó y encontró un obstetra que le prometió que esperaría el tiempo que ella necesitara para dilatar y tener un parto fisiológico (natural, vaginal). Iba a parir en la Clínica Bazterrica y para asegurarse le envió una carta a la institución en la que pidió un parto humanizado. Citó la ley 25.929 y especificó que después del nacimiento colocaran a la beba sobre su pecho, que no le dieran leche de fórmula y que no la vacunaran. Poco después recibió un llamado de la coordinadora de Neonatología. "Acá no hacemos parto humanizado, así que te recomiendo que te vayas a parir a otro lado", le informó. Petrella no tenía tiempo de buscar otro instituto y cuando empezaron las contracciones ingresó en la Bazterrica. "Me trataron muy mal, me gritaron y me amenazaron con que iban a judicializar a mi beba. 'Acá no estamos para cumplir los caprichitos de los padres', me dijo una médica a los gritos. Fue porque pedí un parto humanizado. Estaba aterrorizada", cuenta desde un café cerca de su casa en Recoleta.
Desde la Clínica Bazterrica prefirieron no hacer comentarios ante la consulta de este medio.


Obstétricas y obstetras

La carrera de Obstetricia dura cinco años en la Universidad de Buenos Aires. La residencia, cuatro. Las egresadas -en su gran mayoría mujeres, aunque se admiten estudiantes hombres desde 2000- son obstétricas, no obstetras, que son médicos especializados. Las obstétricas atienden embarazos, partos y puerperios normales. Cuando hay una anomalía, se ocupa el médico especialista.

"Nosotros nos formamos para evitar la violencia obstétrica. Tenemos un plus con respecto a los médicos, la parte psicológica y antropológica de nuestra formación, que supera la biológica. No tomamos a la mujer como una panza que viene caminando", dijo a LA NACION Catalina Gerace, del comité científico de la Asociación Obstétrica Argentina.

Hoy Patricia Solano tiene 27 años y una panza enorme. Falta poco para que llegue su tercer hijo y aún no decidió dónde parirlo. Lo que sabe es que no volverá al Hospital Evita Pueblo. "Una busca ayuda, no porque esté enferma, sino porque está por traer a alguien al mundo y no puede sola, necesita un médico al lado. Con este bebé espero que me toque algo mejor".

@brenstrum

bstruminger@lanacion.com.ar

Ley 26.485 de Protección Integral a las Mujeres: "Violencia obstétrica es aquella que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales, de conformidad con la ley 25.929.

Ley 25.929 de parto humanizado. Promulgada en 2004 pero reglamentada recién este año, protege los derechos de madres, padres y recién nacidos en el proceso de parto y nacimiento.

Encuesta


La agrupación Las Casildas -autora del video Voces contra la Violencia Obstétrica- lanzó días atrás el primer Observatorio de Violencia Obstétrica del país. Y divulgó una encuesta para recolectar y sistematizar datos que se transformen en estadísticas.


Texto extraído de: lanacion.com

domingo, 13 de diciembre de 2015

MATADLAS A TODAS


Somos cómplices silenciosos de una plaga que nadie se atreve a llamar así.


Hay un momento en La cosa (1982, John Carpenter) en que McReady, el personaje de Kurt Russell, reúne en un círculo —bengala en mano— a todos sus compañeros. “Seguro que no todos sois cosas, algunos debéis de ser humanos porque si no ahora mismo me atacaríais”. Yo también quiero creer que ahí fuera no todos son alienígenas.

Quiero creer que no vivo en un país de cafres, descendientes directos del neandertal, hijos de una tara neuronal que les obliga a asesinar a sus mujeres. Me consolaría saber que todos esos homicidas son una excepción, un simple fallo en la cadena evolutiva, el producto de unos antepasados con graves problemas de adaptación que acabaron transmitiendo sus genes a ejemplares fallidos, machos alfa venidos a menos.

Cincuenta y cuatro mujeres han sido asesinadas hasta el día de hoy(pos desgracia  tal vez cuando este artículo caiga en vuestras manos sean más las ASESINADAS) . Sus asesinos son presuntos, los cadáveres no. Cincuenta y cuatro víctimas en once meses. Si un grupo terrorista musulmán hubiera reivindicado cincuenta muertes en España en menos de un año no habría lugar en el infierno en el que pudieran esconderse. Aquí los agresores se esconden a plena vista: se mofan en Twitter, persiguen en Facebook, acosan por email. Algunos los justifican. Son los del «algo habrá hecho», los del «la culpa es de la ley que criminaliza al hombre», los de la jauría con vocación de piara donde uno ve los rostros de ciertos tertulianos. Los de «¿y las denuncias falsas qué?», como si un asesinato fuera el equivalente conceptual al falso testimonio. Llamamos “feminazis“ a las que nos molestan (lo que demuestra un dominio peripatético de los condicionantes históricos y del régimen nacionalsocialista en general), “maricones” a los que se solidarizan con ellas y “tontos” a los que abogan por un gran pacto de estado contra la violencia de género o simplemente protestan.

Seguimos el protocolo a rajatabla, eso sí: guardamos un minuto de silencio, ponemos la bandera a media asta, hacemos una manifestación. Y así hasta la próxima. Silencio, bandera, manifestación. Si le diéramos al fast forward eso sería todo lo que veríamos: una muerte tras otra, seguida de un silencio, una bandera a media asta y una manifestación.


Hace unas semanas vimos a tres de los presuntos responsables de las muertes por cortesía de la prensa: uno era un ricachón que abusaba de las drogas, el otro un ejemplar de gimnasio, el tercero un don nadie que se calzó un pasamontañas y unos guantes de látex para apuñalar a su mujer en plena calle. El primero ejecutó a su familia antes de pegarse un tiro; el segundo está en busca y captura después de matar a su exnovia y una amiga de esta; al tercero le cogieron en la calle, cuando ya había matado.

Ninguno de ellos, a pesar de su presunto tormento, escogió acabar con su propia vida antes de tomar la de los demás. Ninguno fue a la tienda a comprar una soga y se fue en silencio, sin molestar: todos tomaron la decisión de matar.
Porque podían. “La maté porque era mía”, dicen sin ambages. Cincuenta y cuatro mujeres han perdido la vida porque cincuenta y cuatro hombres no aceptaron que ellas podían hacer lo que les diera la gana con sus vidas. Ellas pueden dejarnos, manipularnos, amarnos o largarnos, y eso no puede ser, por supuesto, piensa el homínido, metido en un círculo de pensamiento que a veces comparte abiertamente con los colegas. Porque este es un país de hombres, de muy hombres, y no vamos a permitir que ellas hagan lo que les de la gana. ¿Qué se habrán creído? Y sí, esto no es México, ni Finlandia.

No somos seres de luz, ni espíritus libres, ni criaturas piadosas. Somos cómplices silenciosos de una plaga que nadie se atreve a llamar así. Cada vez que un hombre insinúa la responsabilidad colectiva que deberíamos asumir por el continuo menosprecio que sufre la mujer en nuestro país, una avalancha de insultos sepulta al majadero y le recuerda que aquí mandan los tipos de pelo en pecho y verbo ligero. Aquí somos muy machotes y hay que decirlo tantas veces como convenga.

Llegados al punto en que estamos ahora, donde muchas (muchas más de las que creemos) viven en el pánico más estruendoso sin que nadie mueva un dedo para aliviarlas, va siendo hora de escoger bando, más que nada para saber cuántos somos y cuántos son ellos. No hay equidistancia posible, no cuando las apuñalan, queman, disparan y humillan. No caben las contemporizaciones, , los eternos blablablá de los politicastros de turno o las excusas de baratillo que acaban resumidos en un «es que es muy complejo».


Tampoco caeré en la tentación de pensar que en otros sitios esto no pasa. Esto pasa en todas partes, pero este es el país en el que vivo, ese que presume de haber cerrado etapas y superado heridas y en el que un niño de doce años puede soltarle en la televisión pública a una niña de la misma edad “las chicas ya sabéis limpiar genéticamente” y que a todo el mundo le parezca hilarante.

Ya no basta con decir basta y mirar de lejos, entornando los ojos. Sabiendo como sabemos que a más muertes menos sensibilización, quizás deberíamos empezar a practicar el noble arte de quitarnos de encima a todos aquellos machos que reducen el asesinato, la tortura y la persecución a un simple “vete a saber qué ha pasado en realidad”.


El asesinato es injustificable (soltar estas perogrulladas en pleno siglo XXI es ciertamente vergonzante, pero comprarse un arma para matar a tus hijos y a tu mujer porque te van mal las cosas puede que sea un poquito peor), el odio a las mujeres es repugnante y la creencia de que alguien (quien sea) es de nuestra propiedad fue abolida hace muchos lustros. Nos cargamos la esclavitud (por lo menos eso dijimos) pero la seguimos practicando. No las atamos con cadenas, nos limitamos a rociarlas con alcohol y acercarles un mechero (hace unas semanas, un chaval de veinte años, España) o a advertirles de lo que pasará si se les ocurre contradecirnos. Seguimos con “el mujer tenía que ser” y el “saliendo así vestida, ¿cómo no le va a pasar algo?”. Seguimos riéndonos con los piropos de los babosos y considerando a las mujeres por la amplitud de su escote y la extensión de su minifalda: las que follan mucho son unas putas; los que follan mucho, unos conquistadores.

Perpetuamos y empeoramos el discurso generacional que arrastraban nuestros abuelos, cuando la abuela se quedaba en casa y el abuelo se ganaba el sustento. Y lo peor de todo es que nos da igual. En general. Con poquitas excepciones. Algunas feminazis, algunos maricones y algunos tontos. Nadie ha levantado la voz. Quizás por miedo, puede que por indiferencia, chi lo sá?


El otro día, después de que El Mundo publicara una carta de una mujer, Sara Calleja, que había decidido suicidarse ante el acoso de su expareja, a uno se le caía el alma a los pies al leer los comentarios de los lectores. Ya sabemos que la narrativa de un artículo ya no se acaba con el punto final del texto sino que empieza donde arranca el primer comentario y que es ahí donde se dirime la suerte del texto. Estoy seguro de que en este, como en aquel, podremos leer un sinfín de operetas quejosas sobre lo malvada que es la fémina, la cantidad de denuncias falsas que justificarían hasta el asesinato de Ghandi, amén de descalificaciones de ligeras a gruesas y recordatorios de lo bien que tratamos a las señoras en España los días laborables. Porque eso es lo mejor: lo activos que son los perseguidores del sentido común. Si setenta u ochenta mujeres mueren al año asesinados por su pareja en nuestro país podría decirse que tenemos un grave problema estructural con la violencia de género, verdad? Si ochocientas mujeres han muerto desde 2005 incluso podríamos arriesgarnos y afirmar que no es un hecho coyuntural sino sistémico, ¿no?


Después de la mencionada carta en El Mundo, el periódico consiguió hablar con la juez del caso, una señora que afirmaba no tener ningún instrumento a su alcance para evitar finales como este. Lo mejor llegaba al final, cuando se le preguntaba si estaba satisfecha con su trabajo: «Sí. Desde el momento que nos entró la primera denuncia, Sara estuvo totalmente protegida».

Quizás ese es el problema: que fingimos ser ciegos y sordos. O —quién sabe— puede que en realidad lo seamos.

Toni García
Texto extraído de: lamarea.com

miércoles, 25 de noviembre de 2015

VIOLENCIA MACHISTA....¡Y DE ESTADO!


Otro 25 de noviembre conmemorando el Día Internacional para la erradicación de la violencia hacia la mujer, violencia machista y patriarcal... ¿y?.. ¿Qué ha cambiado de un año para otro? En 10 años, contabilizadas por distintas organizaciones, ha habido más de 900 víctimas de violencia machista. ¿Es eso normal? No: Mientras rendimos homenaje en un simbólico día como el 25N a todas las mujeres ASESINADAS por el hecho de ser mujeres, en los hogares la realidad continúa y cabe preguntarse hasta qué punto estamos haciendo algo para frenar tal despotismo patriarcal.

Vivimos en sociedad y no debemos limitarnos a consternarnos ante la muerte de la víctima, es necesario respaldar a la familia que se esconde tras la brutalidad de las agresiones y visibilizar. Necesitamos reflexionar sobre la sociedad en la que vivimos y qué estamos creando entre todos y todas legalizando las agresiones a todos los niveles de nuestra vida: doméstico, laboral, social, emocional, económico... sin que nadie haga nada. 
Y ahora observamos cómo el poder se hace cada vez más cómplice de esta sinrazón potenciando las desigualdades que dan lugar a las agresiones, tanto físicas como psicológicas, que sufrimos las mujeres. Reformas que no son otra cosa más que una manera de institucionalizar los ataques sobre las mujeres; fortalecer las diferencias y poner a las mujeres en una posición de indefensión no solo ante sus parejas, también ante la sociedad y la ley.


Añadimos, pues, a estas agresiones, los ataques por parte del Estado como violencia machista. 
¿Qué ha supuesto, si no, la reforma de la ley del aborto, de la Ley de Dependencia, los cambios de legislaciones laborales o los recortes sociales? Si no teníamos suficiente con las humillaciones, vejaciones y malos tratos por parte de nuestros compañeros o ex compañeros, ahora el Estado, ese que dice ampararnos, nos condiciona y oprime solo por el hecho de ser mujeres. Eso sí, vendiéndonos que vivimos en democracia.


Detrás de cada una de estas leyes incumplidas y de todas aquellas que se proponen ahora para mermar nuestros derechos se observa una clara voluntad de los poderes, políticos, sí, pero también económicos e incluso religiosos de volver a reproducir la separación de roles por sexos, haciendo regresar a las mujeres a la reclusión de los hogares, haciéndolas responsables gratuitamente de los cuidados, y convirtiéndolas en víctimas de las frustraciones de sus parejas, padres, hermanos... como en los viejos tiempos.
Nos encontramos ante una violencia que el Estado ejerce sobre las mujeres de forma indemne y legalizada, y por eso exigimos y gritamos ¡basta ya!. Basta ya de retrocesos, de malversación, de engaños, de estafa y de crisis. 
Por eso decimos: basta ya de violencia de Estado.


martes, 24 de noviembre de 2015

¿CUÁL ES EL ORIGEN DEL DÍA INTERNACIONAL PARA LA ERRADICACIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES?

Las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal fueron tres de las víctimas de la tiranía de Trujillo. Su asesinato marcó el inicio del fin de la tiranía.

"Si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte".


Con esta frase, la activista dominicana Minerva Mirabal respondía a principios de la década de los 60 a quienes le advertían de lo que entonces parecía un secreto a voces: el régimen del presidente Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961) iba a matarla.

El 25 de noviembre de 1960, su cuerpo apareció destrozado en el fondo de un barranco, en el interior de un jeep junto con dos de sus hermanas, Patria y María Teresa, y el conductor del vehículo, Rufino de la Cruz.

Más de medio siglo después, la promesa de Minerva parece haberse cumplido: su muerte y la de sus hermanas en manos de la policía secreta dominicana, es considerada por muchos uno de los principales factores que llevó al fin del régimen trujillista.

Y el nombre de las Mirabal se ha convertido en el símbolo mundial de la lucha de la mujer.

Este miércoles, como cada 25 de noviembre, la fuerza de Minerva, Patria y María Teresa se hará sentir especialmente con motivo del Día Internacional para la erradicación de la Violencia contra la Mujer, que fue declarado por la ONU en honor a las hermanas dominicanas.

La "gota que colmó la copa"

Conocidas como "Las Mariposas", estas mujeres nacidas en una familia acomodada en la provincia dominicana de Salcedo (hoy Hermanas Mirabal), con carreras universitarias, contaban en el momento de su muerte con cerca de una década de activismo político.

La policía secreta asesinó a las hermanas Mirabal por orden de Rafael Leónidas Trujillo.

Dos de ellas, Minerva y María Teresa, ya habían pasado por la cárcel en varias ocasiones. Una cuarta hermana, Bélgica Adela "Dedé" Mirabal, quien murió este año, tenía un papel menos activo en la disidencia y logró salvarse.
"Tenían una trayectoria larga de conspiración y resistencia, y mucha gente las conocía", explica Luisa de Peña Díaz, directora del Museo Memorial de la Resistencia Dominicana (MMRD).

Ese fatídico 25 de noviembre funcionarios de la policía secreta interceptaron el automóvil en el que se trasladaban las hermanas en una carretera en la provincia de Salcedo, en el centro norte del país.

Las mujeres fueron ahorcadas y luego apaleadas para que, al ser lanzadas dentro del vehículo por un precipicio, se interpretara que había fallecido en un accidente automovilístico.
Al momento de morir tenían entre 26 y 36 años, y cinco hijos en total.

"Fue un día terrible, porque aunque lo sabíamos, no pensábamos que se iba a actualizar el crimen", dice Ángela Bélgica "Dedé" Mirabal en el documental "Las Mariposas: Las Hermanas Mirabal".


"Había unos policías y yo les agarraba y les decía: convénzase que no fue un accidente, que las asesinaron", contó Dedé.

Fachada del Museo Memorial de la Resistencia
 Casa Museo Hermanas Mirabal en República Dominicana.
La popularidad de las tres mujeres, unido al aumento de los crímenes, las torturas y las desapariciones de quienes se atrevían a oponerse al régimen de Trujillo, hizo que este asesinato marcase la historia dominicana.

"Fue tan horroroso el crimen que la gente empezó a sentirse total y completamente insegura, aun los allegados al régimen; porque secuestrar a tres mujeres, matarlas a palos y tirarlas por un barranco para hacerlo parecer un accidente es horroroso", explica De Peña Díaz.

En palabras de Julia Álvarez, escritora estadounidense de origen dominicano, la clave para explicar por qué la historia de las Mirabal es tan emblemática radica en que le pusieron un rostro humano a la tragedia generada por un régimen violento que no aceptaba disidencia, y que llevaba tres décadas de asesinatos en el país.

"Esta historia cansó a los dominicanos, que dijeron: cuando nuestras hermanas, nuestras hijas, nuestras esposas, nuestras novias no están seguras, ¿de qué sirve todo esto?", afirma Álvarez, autora de la novela El tiempo de las mariposas, basado en la historia de las hermanas Mirabal que inspiró una película del mismo nombre.

En ese sentido, la directora del MMRD señala que todos los implicados en el "ajusticiamiento", como se conoce en República Dominicana a la muerte de Trujillo a tiros en una carretera el 30 de mayo de 1961 cuando iba con su chófer a visitar a una joven amante, "citan sin excepción el crimen de las Mirabal como la gota que colmó la copa".


El poder de las mariposas



"Las Mirabal sacaron sus brazos de la tumba de forma fuerte", indica Peña Díaz.

Y pese a que los homenajes a estas hermanas tardaron en llegar por miedo, hoy Minerva, Patria y María Teresa son un símbolo de la República Dominicana.

Escultura en homenaje a las hermanas Mirabal.

En el país caribeño además de una provincia con su nombre, les han dedicado, por ejemplo, un monumento en una céntrica vía de Santo Domingo y un museo en su honor que cada 25 de noviembre se convierte en lugar de peregrinaje de muchas personas.

Además, desde 1981 la fecha de su muerte se convirtió en un día señalado en Latinoamérica para marcar la lucha de las mujeres contra la violencia, realiazándose el primer Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe, en Bogotá (Colombia).

En dicho encuentro las mujeres denunciaron los abusos de género que sufren en el nivel doméstico, así como la violación y el acoso sexual por parte de los Estados, incluyendo la tortura y la prisión por razones políticas.

En 1999 la ONU lo convirtió en un día internacional.

Cifras dolorosas


Para la escritora Julia Álvarez, si las hermanas Mirabal siguieran vivas hoy en día tendrían mucho por lo que seguir luchando.

El emblema de las Hermanas Mirabal recuerda la situación de violencia de género que en América Latina y el Caribe afecta 50% de niñas y mujeres.

"En el mundo, los derechos de muchas mujeres aún no se respetan y muchas no tienen acceso a la educación", señala.

De hecho, la violencia de género ha llegado a ser calificada de "pandemia" en América Latina donde, según datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) de 2013, "entre la cuarta parte y la mitad de las mujeres declaraban haber sufrido alguna vez violencia de parte de un compañero íntimo".

Con motivo de la conmemoración de este día, el Instituto Internacional de Investigaciones y Capacitación de la ONU para la Promoción de la Mujer (INSTRAW, por sus siglas en inglés), cuya sede está en República Dominicana, aseguró en un informe que más del 50% de las mujeres y niñas en América Latina y el Caribe ha sufrido agresiones de alguna índole.

Según la ONU, la violencia en sus propios hogares es la principal causa de las lesiones que sufren las mujeres de entre 15 y 44 años en el mundo.

En el caso de América Latina, la investigación de Naciones Unidas determinó que entre el 30% y el 40% de las mujeres del continente ha sido víctima de algún tipo de violencia intrafamiliar. Una de cada cinco falta al trabajo por haber sufrido una agresión física en su casa.

En Chile, el 60% de las mujeres que viven en pareja ha sufrido algún tipo de violencia, en Colombia más del 20%, en Ecuador el 60% de las que residen en barrios pobres, en Argentina el 37% y en Nicaragua el 32% de aquellas que tienen entre 16 y 49 años.

En Estados Unidos, donde una mujer es agredida cada 15 segundos, la tercera parte de las que son internadas de emergencia en los hospitales ha padecido la violencia en su propio hogar.

Por eso, indica Álvarez, pese a que ya ha pasado más de medio siglo desde la muerte de las hermanas Mirabal, "aún es tiempo de las mariposas".

Texto extraído de: bbc.com

sábado, 12 de septiembre de 2015

CONSEJOS ÚTILES PARA NO SER UN IMBÉCIL SEXISTA



La noticia lamentable del asesinato de Daiana García y la aparición de su cuerpo semidesnudo en un descampado detonó -como suele suceder- en las redes un aluvión de comentarios reaccionarios y sexistas que atenúan la gravedad del caso. Comprometidas a combatir con esta maquinaria retórica de la pelotudez, le ofrecemos aquí una serie de consejos sencillos para evitar la contaminación ideológica de semejantes expresiones y lograr así no ser un imbécil sexista.

1. Deje de hablar de la ropa de la víctima. Primero que nada absténgase de hablar de la ropa. Muchos dicen cosas por el estilo de “así vestida cómo querés que no le pase?”. Es un razonamiento estúpido que no tiene aplicación universal: si le rayan el auto usted no dice “la culpa es mía por comprarme un Volkswagen y no un Fiat”, si le roban el celular usted no dice “la culpa es mía por andar mostrando este teléfono de cuatro lucas en la calle”. Por otro lado, tampoco nadie le avisa a los hombres que andan en cuero por Buenos Aires en verano “no salgas así que te van a empomar”. Es estúpido. Por favor, no sea un estúpido.


2. La mujer no está para satisfacerlo. Sepa, ante todo que usted vive en una cultura machista. No se alarme, tiene solución, pero primero hay que afrontarlo: nos han acostumbrado a pensar a la mujer como un objeto de satisfacción sexual masculina. Que se vistan así, que sean asa, que hagan esto y que hagan lo otro, pero que no nos digan que no. Cuando una mujer le dice que no (o cuando por inseguridad ni siquiera se anima a preguntarle) usted siente la necesidad de pensar que es una histérica o una puta o las dos cosas. Nada de eso, simplemente no es la persona que desea estar con usted. Afortunadamente hay muchas personas por ahí, no se desespere. Siga intentando y por favor, diviértase sanamente en el intento.


3. Deje de responsabilizar a la víctima. Que usted crea que una mujer corre riesgos por la forma en la que se viste puede ser más o menos acertado si nos basamos en el hecho extensamente comprobado de que los hombres maltratan a las mujeres por motivos de índole sexual.
De ahí a responsabilizar a las mujeres hay un largo trecho. Lea a continuación los siguientes enunciados y vea si puede entender la diferencia:

Enunciado A: “Entiendo que tu sentido individual de la estética te lleva a elegir esa vestimenta que, incidentalmente, va a llamar la atención de muchos hombres. No desestimes la posibilidad de que algunos de esos hombres, posiblemente mal educados, te lo hagan notar de formas más o menos violentas, humillantes y/o escandalosas.”

Enunciado B: “Puta, no mostrés el culo si no querés que te lo toquen.”

Si usted se identifica más con el segundo enunciado relea nuevamente el punto 2.

4. Canalice sus frustraciones en otro lado. 


El acoso, la violación y el asesinato, entre otros tipos de violencia son siempre 100% culpa de los que los perpetúan y no de las víctimas. Cuando culpa a la víctima de su propio asesinato por el hecho de vestirse de tal manera y sacarse determinado tipo de fotos usted participa en una forma colectiva de canalizar frustraciones producidas por la propia cultura del exitismo y la cosificación de la mujer. Usted es parte de la misma sociedad que promueve la banalización del cuerpo y que luego va y condena a las mujeres que buscan cumplir los estándares de belleza y atracción promovidos. Usted participa de esa condena simbólica que se transmite por medio de los cientos de comentarios reaccionarios y que tiene un correlato bien real y material en el hecho concreto del femicidio, ya que este se ejerce desde el mismo lugar que el comentario malicioso: el deseo de controlar y anular a la mujer como sujeto sexual. Eso está muy mal.

5. El femicidio es grave, no lo minimice.  
Se sigue de lo anterior que cualquier intento de minimizar un femicidio por las particularidades tanto de la víctima como del agresor son formas de negar el problema de fondo. Por supuesto que el secuestro y el asesinato distan de ser comportamientos mayoritarios. No infiera usted de ello que el perpetrador del femicidio es simplemente un loco, un anormal que no lo representa. Por más que sea una forma exagerada y criminal, expresa ese deseo de control de la mujer y de sanción a la negación de satisfacernos sexualmente. Digámoslo así: los femicidas son a los que silban a las chicas en la calle lo que las multinacionales a las PyMEs. Evite crecer en ese negocio.

6. Deje al concepto de femicidio en paz.  Usted cree que es muy listo cuando dice que el concepto de femicidio promueve la desigualdad de género. No celebre aún, no descorche el champagne, usted no ha refutado nada. Dejando de lado su malicioso interés por impugnar la existencia de un concepto que sirve para ampliar derechos (sabrá usted por qué lo hace, quizás es de esas personas que detestan los feriados), vayamos al hecho de que el concepto de femicidio no se basa en la condición de género de la víctima sino en el móvil del victimario. Femicidio es el asesinato a una mujer solo por el hecho de ser mujer. No hace falta ser abogado para saber que existen varias clasificaciones de homicidios que se basan en los motivos y circunstancias que le han dado lugar. Esta no es la excepción.

-¡Momento! ¿Pero con esa lógica no puede decirse que cuando una mujer mata a un hombre lo mata por ser hombre?

Añadir leyenda
Bueno, no sabía que usted tendría derecho a réplica en este texto, pero ya que lo pregunta, no. Estadísticas de la Organización Mundial de la Salud dan cuenta de que el 35% de las mujeres asesinadas en el mundo son víctimas de sus parejas o ex parejas, mientras que en el caso de los hombres sólo el 5% (en muchos casos en defensa propia ante situaciones de violencia doméstica). Esto, según la misma entidad, se considera femicidio íntimo, cuando es perpetrado por un compañero o ex compañero amoroso. Entre otras categorías también clasifican femicidios realizados en base al “honor” (cuando un miembro de la familia mata a una mujer por considerar que sus conductas sexuales efectivas o presuntas -los embarazos lideran el ranking- le da “mala reputación” a la familia) y femicidios cometidos por extraños. Esta última clase de femicidio es la más recurrente en América Latina. Específicamente aquí, el Observatorio de Femicidios en la Argentina reveló que en 2013 se cometió un femicidio cada 30 horas, 295 en total (un 16% más que en 2012).

Es decir, la recurrencia con la que se asesinan mujeres en circunstancias que no son de robo, ni desde otro tipo de intereses probados que no sean los celos, el miedo al abandono o el intento de controlar y someter a las mujeres da cuenta de una tendencia que no tiene correlato ni semejanza en el caso de los hombres. El concepto es necesario, déjelo en paz.

7. No le diga “feminazis” a las feministas. 
Comparar al feminismo con el nazismo es de una ignorancia atroz que usted no quiere andar exhibiendo. El feminismo es un movimiento (o una sumatoria de movimientos) por la igualdad de hombres y mujeres en un mundo que, si usted concede algo de razón a todo lo que estamos diciendo, es considerablemente desigual entre géneros. Cierto es que se ha avanzado mucho en cuanto a asegurar condiciones equitativas para hombres y mujeres. ¡Eso es mérito del feminismo! Que usted haya conocido a mujeres que se dicen feministas y se haya sentido maltratado por ellas no es relevante. Primero lo invito a reflexionar sobre ese maltrato. Revea la situación, quizás no lo maltrataron, quizás fue usted el que se sintió violentado internamente por algo que ellas hayan hecho o dicho pero no necesariamente orientado hacia usted (si lo hicieron tiene derecho a despreciarlas ¡pero solo a ellas, no a todas!). No es raro que un hombre (o una mujer con mentalidad machista, que las hay y muchas) se sienta atacado cuando escucha hablar a las feministas. Uno suele sentirse atacado ante expresiones y visiones del mundo que contradicen fuertemente el modo en el que está estructurada nuestra vida, nuestras costumbres y valores. El machismo es exactamente eso, una forma en la que hemos estructurado nuestras vidas, las atribuciones y roles de hombres y mujeres y nuestros deseos. Es lógico que el feminismo lo violente, ahora bien, póngase usted en el lugar del otro y piense. Quizás se de cuenta de que hay mucho por cambiar para que todos vivamos un poco más contentos.

8. Córtela con los comentarios. Por último, aléjese un poco de la compu. Hay que dejar de comentar noticias por dos años, por lo menos. Debátalas con sus amigxs y allegadxs y deje de refregarle a todo el mundo lo que usted piensa en la cara. Esto no tiene nada que ver con el sexismo, pero me pareció oportuno decírselo.

Nico Canedo
Texto extraído de: orillasur

miércoles, 12 de agosto de 2015

NO ME PIDÁIS QUE ESTÉ TRANQUILA


Porque antesdeayer, tres de los vuestros asesinaron a las mujeres a las que decían que querían, y dos más lo intentaron. Porque me da miedo cumplir las estadísticas de violaciones y agresiones. Porque cobro menos que vosotros por hacer el mismo trabajo. Porque cuido gratis a vuestros hijos, cocino gratis vuestra comida, limpio gratis el baño en el cagáis y os cuido gratis cuando estáis enfermos. Porque he aprendido a callarme cuando habláis, a cuestionarme cuando me cuestionáis, a que ganéis cuando decís la palabra más alta.

Porque vosotros no sabéis lo que es tener miedo de andar –simplemente- por la calle. Porque no sabéis lo que son las miradas que te asquean hasta la náusea. Porque no entendéis lo que es sentir el cuerpo incómodo, los ojos pegajosos, hasta oler las babas, sólo por andar, vestir, pasear, trabajar, -simplemente- estar en nuestro cuerpo.

Porque vosotros no tenéis que regatear el condón. Porque vosotros no sabéis lo que es que no se escuche tu no. Porque vosotros no entendéis que insistir o exigir en el sexo, se parece mucho a una violación. Porque a vosotros, nuestro miedo, os parece victimismo, histeria, locura, chantaje, como mínimo, una exageración.

Porque los que no hacéis nada de esto, a veces lo hacéis, pero no queréis creerlo. Porque algunos ni lo hacéis ni vais a hacerlo, pero no tenéis la valentía, la solidaridad -los huevos- de reconocer y señalar a los que lo hacen a vuestro alrededor, de desmarcaros de ellos, de sentir vergüenza de género.

Porque no podéis negarme que lo que digo es cierto. Que a las mujeres nos violan, nos matan, nos pagan menos. Que cuidamos más, que sacrificamos más, que tenemos razones para teneros miedo.

No podéis reconocerme todo eso, y pedirme que esté tranquila. Que no grite, que no me enfade, que no la líe, que no ataque, que no me defienda, al menos.

No podéis decirme que la mitad de la gente puede ser una amenaza y pedirme que esté tranquila luego. Cambiad, protestad, rebelaos contra los que nos oprimen desde vuestro género.


Y, después, si queréis, hablamos de mis nervios.



Texto extraído de; faktorialila.com

martes, 4 de agosto de 2015

EL LENGUAJE Y LA RAE, OTRA DE LAS GRANDES VIOLENCIAS A LA MUJER


El principio de economía del lenguaje y la invisibilización de las mujeres

Discuto con dos mujeres sobre la conveniencia de usar términos en el lenguaje que den visibilidad a las mujeres. Ellas me dicen que no están de acuerdo. Que el masculino es genérico y que incluye a toda la humanidad y por tanto a las mujeres. Yo alego en mi defensa que el uso exclusivo del género masculino para referirse a ambos, excluye al otro, en este caso, curiosamente, siempre se trata de la otra. Y la invisibiliza. Ellas atacan con la premisa sacrosanta de que el lenguaje quiere lograr la máxima comunicación con el menor esfuerzo posible y que decir ,”trabajadores y trabajadoras”,”niños y niñas”ralentiza la comunicación. Yo les recuerdo que siempre hubo en español un tratamiento de cortesía por el cual se dirigen al público en general como “señores y señoras”, “damas y caballeros” y nadie se rasga las vestiduras. Y les recuerdo también que el lenguaje que utilizamos o elegimos para hablar modela comportamientos y conductas personales y colectivas porque son la base de nuestro imaginario social y colectivo. Me dicen que el inconveniente de incluir y dar visibilidad a las mujeres atenta contra “el principio de economía del lenguaje”.
 ¡El principio de economía del lenguaje! Hasta ahí podíamos llegar. Estoy harta de que la economía lo domine todo. Si me hablaran del principio de poesía en el lenguaje podría estar de acuerdo. Pero por lo de la economía no paso. Entonces, volvamos al gruñido de los primates, les sugiero. ¡Eso si que es economía del lenguaje!
Me miran raro. Me despido con un gruñido. Me he ahorrado tantas palabras que no sé donde gastármelas.
Texto e Imagen. Ana & Heterónimas



Jéssica Murillo Ávila

Durante mucho tiempo las mujeres hemos estado condenadas en la oscuridad. Poco a poco nos hemos hecho visibles, pero hay resquicio en el que aún estamos ocultas: El lenguaje. Esto es un serio problema porque es una de las formas más sutiles de discriminación a la mujer y más difíciles de detectar. Además, las pocas personas que sí se percatan de ello, no le dan la importancia que requiere. Lo ven como un tema de segunda. En realidad, el lenguaje es una de las formas más importantes para luchar contra el patriarcado, puesto que modela comportamientos. Cambiarlo sería un paso más a la igualdad.

El lenguaje es la principal forma de comunicación. Con él transmitimos pensamientos, sentimientos e ideas. Pero no sólo sirve para comunicar. También reproduce y transmite estereotipos. A través del lenguaje aprendemos y comunicamos valores, formas de interpretar la realidad. Por medio del lenguaje se transmite el androcentrismo porque se considera al hombre como sujeto de referencia y a la mujer como subordinada a él. El lenguaje, por tanto, no es inocente, no sólo explica e interpreta, sino que también crea. Pesamos en palabras que convertimos en imágenes. Así lo afirman los diferentes estudios desde la psicolingüística. Esto significa que si el lenguaje es masculino, nuestro imaginario también será masculino. Podemos hablar de una violencia simbólica porque pone límite al imaginario, y silencia a las mujeres. Como decía Georges Steiner: “lo que no se nombra no existe”. De ahí la necesidad de nombrarnos. Hacerlo es posible. Si las mujeres somos más de la mitad de la población, es justo que se nos aluda y estemos igual de representadas en el lenguaje que el hombre. Nuestra lengua posee recursos suficientes para que este propósito sea una realidad.
Una de las herramientas o alternativas al lenguaje sexista, es el lenguaje inclusivo. El objetivo principal es visibilizar a la mujer en una sociedad patriarcal que nos oculta constantemente. La Real Academia Española establece que el masculino es neutro, esto contribuye a crear una imagen mental del mundo plagado únicamente por hombres, lo que crea una imagen falsa y origina que en muchas ocasiones las mujeres nos veamos obligadas a adoptar una doble identidad sexo-Lingüística. Como afirma María Martín Barranco, especialista en igualdad, desde pequeñas debemos aprender a deducir cuando estamos o no incluidas en ese masculino genérico.

El lenguaje inclusivo es una elección consciente para forzar una perspectiva crítica al patriarcado. Lo que se pretende es que se deje de usar el masculino como genérico y que se nombre a las mujeres. Existen algunas técnicas como utilizar sustantivos colectivos: alumnado, profesorado, ciudadanía… usar el nombre del cargo: alcaldía, vicerrectorado… evitando usos sexistas de la palabra, e incluso haciendo uso del desdoblamiento de género: “los niños y las niñas”. Curiosamente, la RAE admite el desdoblamiento de género en obrero/a, peluquero/a, carnicero/a etc., pero no en títulos superiores universitarios donde alude que se puede usar tanto el masculino genérico, como el desdoblamiento. Así, por ejemplo, nos encontramos que a una mujer que ha estudiado medicina se le puede nombrar como “la médico”, o como “la médica”. Esto tenía un cierto sentido en determinados momentos en los que las mujeres aún eran escasas en las universidades y se las llamaba en masculino, pero en la actualidad ya no es así. Las mujeres hemos accedido a la universidad de forma masiva, por lo que esta nueva situación necesita palabras nuevas para que seamos nombradas. Por norma general el o la hablante, sigue de un modo espontáneo el orden lógico de la “a” o la ”o” para denominar a las mujeres o a los hombres, por lo que no supondría violentar la lengua. De hecho, si lo pensamos, es mucho más incorrecto decir “la médico”, ya no sólo por una cuestión de visibilidad, sino de sintaxis, dado que no existe concordancia entre artículo y sustantivo. Queda claro entonces, que la supuesta incorrección del lenguaje que la RAE ha asegurado en más de una ocasión, no está fundada en razones lingüísticas sino en una ideología machista. Existen diversos hechos que apuntan a esta hipótesis de que nuestra Real Academia de la Lengua Española es machista:

En primer lugar, su composición es mayoritariamente masculina. Desde que fue fundada en 1713, tuvieron que pasar más de trescientos años hasta que admitieron a la primera mujer: Carmen Conde. Desde entonces sólo han pasado siete mujeres por la RAE. Como dato importante, Emilia Pardo Bazán lo intentó en tres ocasiones (1889, 1892, y 1912) y fue rechazada bajo estas palabras: “nada de mujeres, son las normas”, a lo que Pardo Bazán respondió que debería contar más el mérito y el esfuerzo que si se es hombre o mujer. Antes de Emilia Pardo Bazán, lo intentaron otras grandes como Gertrudis Gómez de Avellaneda y Concepción Arenal. Más tarde también lo trataron de lograr María Moliner, Rosa Chancel, Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite…. Por tanto, si la proporción de mujeres en la RAE sigue siendo escasa es porque existen impedimentos que van más allá de los méritos. Además, entre la composición de la RAE se encuentra Arturo Pérez Reverte, quién acuñó el término “feminazi” para insultar a aquellas feministas que defienden los derechos de las mujeres.

En la actualidad, la RAE cuenta con siete académicas, y cuarenta y dos académicos. Ni siquiera la Ley de Igualdad de 2007, que exige explícitamente la “representación equilibrada” de ambos sexos en los órganos “consultivos y científicos del organigrama cultural”, ha conseguido que la RAE incorpore más mujeres a sus filas. A propósito de la escasa proporción de mujeres en esta institución, la escritora Laura Freixas ha impulsado una iniciativa para recabar apoyos y pedir a la RAE que la escritora y académica con la letra “k”, Ana Mª Matute, recientemente fallecida, sea sustituida por una escritora.

Pueden firmar la petición en: https://docs.google.com/forms/d/1tu_BnZypY2uyia3YdlwuPXjcQoHIDUBhkmmWQWYo8bo/viewform
Ahora la Real Academia Española tiene cinco sillas vacantes. Junto con el sillón de la escritora, permanecen vacíos los de los fallecidos José Luis Sampedro (‘F’), Eduardo García de Enterría (‘U’), Martín de Riquer (‘H’) y José Luis Pinillos (‘S’). Según han informado fuentes cercanas a la institución, de momento no se va a abrir el procedimiento para ocuparlas. No obstante, no está de más ir reuniendo apoyos para pedir a la RAE que esas vacantes sean sustituidas por mujeres para que exista una proporción equitativa entre mujeres y hombres.

Siguiendo con los factores que hacen pensar que en la RAE hay un fuerte sexismo, habría que recordar el anuncio que crearon para celebrar los 300 años de su diccionario en el que se mostraba a una mujer analfabeta y ama de casa que necesitaba del diccionario porque “limpia y da esplendor”. A ello hay que añadir algunas incoherencias con tal de mantener a la mujer subordinada. La RAE es capaz de ir en contra de sus propias normas para relegar a las mujeres. Se supone que se sigue un orden alfabético: la “a” va antes de la “o”. Si abrimos nuestro diccionario veremos que, efectivamente, las palabras siguen un orden alfabético, pero una vez llegamos a la propia palabra se pone primero el masculino y luego el femenino, por ejemplo, perro/a. Como asegura la periodista especializada en género, Nuria Varela, “no es una cuestión lingüística, sino del poder de quienes lo escriben”, y cómo hemos explicado cuando hablábamos de su composición, son mayoritariamente hombres.

También, como anécdota, Víctor García de la Concha, antiguo director de la RAE, acudió a una conferencia en Colombia en el año 2007. En aquellas jornadas se le preguntó cuándo iba a incorporar la perspectiva de género en el diccionario, y aseguró que encargó a un grupo feminista hacer propuestas, pero no las aceptaron todas para no hacer militancia feminista. Para García de la Concha el feminismo es algo horrible, pero no nos debería de extrañar que lo pensase así, pues si acudimos a la definición de la RAE, el feminismo es “una doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres/ Movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”. ¿Qué hay de raro? En primer lugar, la igualdad ya existe en los Derechos Humanos y en la Constitución, lo que queremos las feministas es que esa igualdad sea real. En cuanto a su segunda acepción, se ve el androcentrismo de esta institución porque otorga al hombre el canon a seguir. Además, se ve como algo compacto. No se alude al feminismo de la igualdad, de la diferencia, radical, socialista, ecofeminismo etc. por lo que resulta llamativo como la RAE afina tanto para definir algunos conceptos y otros no.

Otro ejemplo, son sus definiciones: macho es un hombre fuerte y vigoroso.
-Lo femenino es débil y endeble.
-Una cucaracha es una mujer morena, y una arpía es una mujer fea y flaca.
-Un ciudadano o una ciudadana, según la cuarta acepción del diccionario de la RAE, es un hombre bueno.
-Gozar es conocer carnalmente a una mujer en la tercera acepción de la RAE
-Periquear es una mujer que disfruta en exceso de su libertad, para la RAE la libertad de la mujer debe tener un límite.
-Callo es una mujer muy fea.
- Baboseo, es la acción de babosear, obsequiando rendidamente a una mujer.
-Un muslamen, es el muslo de una persona, especialmente los de una mujer.


Asimismo, existen significados diferentes según el género femenino o masculino:
-no es lo mismo un aventurero que una aventurera, un perro que una perra, un zorro de una zorra etc. El femenino alude a la prostitución. De hecho, la RAE tiene más de ochenta definiciones y sinónimos de prostituta, tales como ‘pelota’, ‘maleta’, ‘gamberra’, ‘mujer del arte’, ‘mujer del partido’, ‘mujer de punto’, ‘mujer perdida’, ‘mujer mundana’ o ‘mujer pública’. 
Básicamente, para la RAE, ‘mujer’ es casi un término peyorativo de ‘puta’.

Otras palabras no tienen equivalencia, como por ejemplo: arpía, víbora, caballerosidad, maruja… Además, existe una clara negativa a feminizar profesiones asegurando que podrían llevar a confusiones por ser homónimas, por ejemplo: la música es la melodía, pero no se puede llamar música a una mujer que toca la guitarra. Sin embargo, el basurero puede ser un recipiente para echar la basura o un hombre que se dedica a recoger la basura, pero en esos casos no hay ningún problema, ¡Qué casualidad!

Y no acaba aquí la conciencia machista de la “gran” institución de la lengua. En muchas de sus definiciones realizan una cosificación de la mujer donde lo masculino es lo universal y lo femenino es lo particular. Lo femenino es definido desde o a partir de lo masculino. Se necesita del sustantivo “mujer” para definirla. Sirve para mantener a la mujer subordinada y diferenciar al subgrupo del grupo supremo. Por ejemplo, fiscala, capitana, jueza… La RAE, en su diccionario, define la juez o la jueza como la mujer del juez. Esto tenía una explicación en los primeros años de la Revolución Industrial, donde el capitalismo y la privatización de las tierras, llevó a la expulsión de los campesinos y estos se trasladaron a otros lugares, adquiriendo independencia económica y de la familia de origen para crear una nueva. Los matrimonios dejaron de ser un contrato jurídico entre linajes familiares, para pasar a ser independientes con una familia nuclear-conyugal (madre, padre, hijos y/o hijas). Se produjo la individualización masculina, pero no femenina. El hombre se convirtió en el proveedor del hogar y se dió un contrato sexual. Esto es, el hombre adquiere la exclusividad sexual de la mujer, y a cambio él le transmite su estatus. De ahí que se hablase de jueza como mujer del juez, o alcaldesa como la mujer del alcalde etc.

El culmine del machismo y el androcentrismo rebosante, está en la definición de “Huérfano/a”. Según la RAE, huérfano/a es “una persona de menor edad: A quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre”. Posiciona al hombre como ser superior y la inferioridad de la mujer. La referencia es el hombre.

A ello, se une la utilización de la palabra “Hombre” como concepto ambiguo. A veces es para referirse al hombre, y otras veces a los hombres y las mujeres, por ejemplo: “la historia del hombre”.


Podríamos pensar que todo lo explicado es cosa del pasado. ¡Ojalá fuera así!. Estos conceptos se pueden ver en el diccionario actual. Es cierto que para celebrar los trescientos años del nacimiento de su diccionario, la RAE va a sacar una 23 edición donde incorpora palabras nuevas. Sin embargo, las definiciones como gozar, los más de ochenta sinónimos de puta, la mujer como débil y el hombre como fuerte… sí que se mantienen. Algunos cambios son los de palabras como “belleza”, que antes era una cualidad sólo de la mujer. También existen palabras nuevas, como “feminicidio” o “empoderamiento”. Lo que podría ser un gran paso a adelante, en realidad no lo es. Definen el feminicidio como asesinato por razones de sexo y no de género. Cualquiera con una pequeña perspectiva de género sabría que el género y el sexo no es lo mismo. El sexo alude a las diferencias biológicas, y el género a la construcción social de lo que es femenino o masculino a partir de las diferencias biológicas. La antropóloga mexicana, Marcela Lagarde, fue quien tradujo el término feminicidio al español. Surgió en 1979 en el Tribunal Internacional sobre los crímenes de mujeres por Diana Russel para denunciar la violencia a la mujer, la mutilación genital femenina…por tanto, se refería a razones de género. La definición de la RAE falsea la realidad, como ya lo quiso hacer con la violencia de género. Cuando el gobierno de Zapatero elaboró en 2004 la ley integral contra esta lacra, la RAE prefirió que fuese llamada violencia doméstica o violencia por razones de sexo. De nuevo se encontraba equivocada. La violencia de género se produce precisamente por la construcción social patriarcal que asigna roles diferentes para hombres y mujeres, cuando un hombre con conciencia machista considera que la mujer no cumple con su supuesto rol, emplea la violencia contra ella. Además, no siempre coincide con la violencia doméstica, ya que está última es aquella que se produce en el ámbito del hogar ya sea por un hombre o por una mujer. Esto visibiliza que la RAE tiene una inmensa aversión a usar el género como lo ve el feminismo. No obstante, no ha sido tan reticente al incorporar palabras como “guay” o “fistro”.

En general, todas estas definiciones son sexistas, y por proceder de la RAE se ven como incuestionables y no es más que una construcción patriarcal de acuerdo a valores androcéntricos.

Más allá de la RAE, existen sexismos en el lenguaje. Por ejemplo, se toma como referente de la población a los hombres, y existe una tendencia a masculinizar las profesiones. Además, se utilizan determinadas expresiones sexistas, como “coñazo” como algo aburrido, y “la polla” como algo divertido. A ello se suman las formas de cortesía (señorita o mujer de) que cosifican a las mujeres. También abundan los refranes machistas, como “De la mala mujer no te guíes, y de la buena no te fíes”, “La mujer en casa y con la pata quebrada”, “De la mujer y el mar no hay que fiar”… y los chistes: ¿Cómo se llama la modalidad del tenis en la que a cada lado de la pista hay una mujer y un hombre?: Individual masculino con obstáculos/ ¿Cómo hacer feliz a una mujer el sábado?: Contándole un chiste el miércoles/ ¿Por qué las mujeres no pueden ser curas?: Por el secreto de confesión… y el uso del género femenino para descalificar: “Llora como una mujer”; “nenaza”…

Como anunciábamos en el principio de este artículo, la solución está en el lenguaje inclusivo. Las mujeres queremos ser visibles en el lenguaje y esto no va a romper la esencia del castellanol. Puede que haya a quien no le guste, pero si se respeta la estructura idiomática no pasa nada, sino que se engrandece el idioma porque todas y todos estamos incluidos.

La principal excusa de quienes rechazan el lenguaje inclusivo es que el genérico vale y siempre ha sido así. Sin embargo, esto no es cierto.

 El lenguaje no es inocente. 


Durante años, la mujer ha estado recluida en el hogar, y el lenguaje no la incluía porque no estaba en la vida pública. Ahora es diferente, y se necesitan nuevas palabras para las nuevas realidades. Además, como explica la experta en género, María Martín Barranco, en su artículo “El mundo en femenino”, en la Edad Media el masculino no era suficiente para dirigirse a hombres y mujeres. Se usaba el “”todos y todas”, así según avanza la historia y las mujeres están en más trabajos, el lenguaje las va nombrando: en el siglo XIII ‘mairesse’ [alcaldesa], en el siglo XV ‘commandante en chef’ [comandanta], en el siglo XV ‘inventeuse’ [inventora], y en s XVI ‘lieutenante’ [tenienta]. Ya en 1759 se utiliza ‘chirurgienne’ [cirujana]. Todo esto cambia en el siglo XVII cuando el gramático francés Vaugelas, asegura que “la forma masculina tiene preponderancia sobre la femenina, por ser más noble”. Eso no fue una decisión neutral, sino con la intención de subordinar a las mujeres. Desde entonces así ha sido. Se usa el masculino genérico, que como vemos es excluyente. 
De hecho, en 1789 cuando surge la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, que no incluyese a las mujeres era intencionado porque en 1791 cuando Olympe de Gouges intentó publicar la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, fue guillotinada por ello, y lo mismo pasó en 1776 cuando Thomas Jefferson escribió la igualdad entre hombres, ahí no estaban las mujeres. Por eso, cuando en 1848, con la Declaración de Seneca Falls, Elizabeth Cady Stanton afirmó la igualdad entre hombres y mujeres, fue tachada de feminista radical. Por tanto, la jerarquía hombre- mujer, es fruto del siglo XVII, del mismo modo que los debates sobre el lenguaje inclusivo tampoco son nuevos.
A este contexto hay que añadir un hecho importante. Durante años los hombres eran los únicos que publicaban y contaban el mundo desde su perspectiva. En esos tiempos las mujeres ni siquiera eran consideradas ciudadanas, por lo que no estaban en las historias. Y así vemos como el patriarcado se ha ido filtrando en el lenguaje hasta hacernos invisibles, y lo que es peor, hasta que lo interiorizamos y vemos normal ocultarnos a nosotras mismas y llamarnos en masculino haciéndonos ausentes.

La lengua se ha ido construyendo, como toda manifestación cultural, a través de una serie de valores androcéntricos. Pero en realidad, es dinámica y necesita incorporar palabras nuevas. Por tanto el lenguaje inclusivo no es sólo una “a” o un “o”. Es una forma de posicionarse contra el machismo, pues como diría la escritora chilena, Marcela Serrano “el día en que el hombre se apoderó de lenguaje, se apoderó de la historia y de la vida. Y al hacerlo nos silenció. Yo diría que la gran revolución del siglo XXI es que las mujeres recuperemos la voz”.


Texto extraído de: criticadinamica.com y mujericolas