A que me propongas follar, a que me dejes, a que me digas que me quieres, a que me subas el sueldo, a que me contrates, a que me digas que estoy guapa, a que te fijes en que me he cortado el pelo, a que te acuerdes de mi cumpleaños, a que no te olvides del cumpleaños de tu madre, a que aparezcas en la cita, a que pidas cita en el médico.
Porque eso es lo que hacemos nosotras, no? Esperar.
Como la Bella Durmiente, como Cenicienta, como Blancanieves. Como Penélope, con su bolso de piel marrón, como aquella chica en el muelle de San Blas. Como las madres, como las hijas, como las hermanas, como las mujeres, como las empleadas, como las novias. Esperamos.
A que cambies, a que no cambies, a que no esperes que yo cambie. A que reconozcas mi trabajo, a que me llegue mi momento, a que me toque la vez, a que salgan de la escuela, a que aparezcas en la reunión, a que vengas a cenar.
A que te decidas, a que me acompañes, a que me lo pidas, a que me lo des. Espero.
Porque eso es lo que hacemos nosotras. Esperar...
Porque, si no esperáramos, llamaríamos, buscaríamos, encontraríamos, reconoceríamos, pediríamos ayuda, valoraríamos, preguntaríamos si necesitan ayuda.
Y ya no seríamos como la Bella Durmiente, como Cenicienta, como Blancanieves. Como Penélope, con su bolso de piel marrón, como aquella chica en el muelle de San Blas. Como las madres, como las hijas, como las hermanas, como las mujeres, como las empleadas, como las novias. No esperaríamos.
Y no funcionaría el cuento. Y tendríamos que vivir la angustiosa experiencia de ser nosotras mismas.
¿Y eso duele?.
Texto extraído de: Faktoria lila.com
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