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domingo, 8 de septiembre de 2013

EL DESEO ¿A LARGO PLAZO?



“Satisfaction is The End of Desire”
¿Por qué el buen sexo se desvanece tan frecuentemente aun en parejas que continúan amándose uno al otro tanto como siempre? ¿Y por qué una buena intimidad no garantiza buen sexo, contrario a la creencia popular? O, la siguiente pregunta pudiera ser, ¿podemos desear lo que ya tenemos? ¿Y por qué lo prohibido es tan erótico? ¿Qué hace la transgresión que hace al deseo tan potente?


¿Y por qué el sexo hace hijos, y esos hijos significan un desastre erótico en las parejas? Es un especie de golpe mortal al erotismo, ¿no es así? Y cuando amamos, ¿cómo se siente? Y cuando deseas, ¿cuál es la diferencia?

Estas son algunas de la preguntas que están en el centro de la exploración de Esther Perel, autora de “Mating in Captivity” y una de las psicólogas más reconocidas en sexualidad, la naturaleza del deseo erótico y los dilemas concomitantes en el amor moderno.

 Así que ha viajado por el mundo y lo que ha notado es que en todas partes donde el romanticismo ha entrado parece haber una crisis del deseo. Una crisis del deseo, como en poseer lo que se ama.
El deseo como una expresión de nuestra individualidad, de nuestra libre elección, de nuestras preferencias, de nuestra identidad; es el deseo que se ha convertido en el concepto central como parte del amor moderno y las sociedades individualistas.

Perel argumenta que es la primera vez en la historia de la humanidad en que tratamos de experimentar la sexualidad en el largo plazo, no porque queramos 14 hijos, y no porque sea un deber marital exclusivo de las mujeres. Esta es la primera vez que queremos sexo a largo plazo por el placer y la conexión que tiene sus raíces en el deseo.



¿Qué sostiene al deseo y por qué es tan difícil perpetuarlo? Y en el corazón del deseo sostenido en una relación comprometida, Perel cree que está la reconciliación de dos necesidades humanas fundamentales. Por una parte, nuestro deseo de seguridad, predictibilidad, seguridad, dependencia, confidencialidad, permanencia, todas las anclas a tierra de nuestras vidas, las cosas que llamamos hogar. Pero también tenemos una necesidad igualmente fuerte —hombres y mujeres— de aventura, novedad, misterio, riesgo, peligro, de lo desconocido, lo inesperado, de sorpresa. Así que reconciliar nuestra necesidad de seguridad y nuestra necesidad de aventura en una relación, o lo que hoy nos gusta llamar un matrimonio apasionado, suele ser una contradicción de términos. El matrimonio era una institución económica en la que nos dieron un compañero para toda la vida en términos de niños y estatus social y sucesión y compañerismo Pero ahora queremos que nuestrx compañerx aún nos dé esas cosas, y además queremos que sea nuestrx mejor amigx, sincerx confidente y apasionadx amante, y vivimos el doble tiempo. Así que escojemos a una persona y básicamente le pedimos que nos dé lo que antes toda la aldea solía dar: Pertenencia, identidad, continuidad, pero también queremos trascendencia, misterio y asombro, todo en uno. Queremos confort, límites, novedad, familiaridad, predictibilidad, pero también sorpresa. Y pensamos que sucederá naturalmente, y que los juguetes y la lencería nos salvarán.


Así que ahora llegamos a la realidad existencial de la historia, Porque Perel cree que la crisis del deseo es frecuentemente una crisis de la imaginación.

Así que, ¿por qué el buen sexo a menudo se desvanece? ¿Cuál es la relación entre amor y deseo? ¿Cómo se relacionan y cómo entran en conflicto? Porque ahí radica el misterio del erotismo.

Si hay un verbo, que acompañe a amor es “tener”. Y si hay un verbo que acompañe a deseo, es “querer”. En el amor, queremos tener, queremos conocer lo amado. Queremos minimizar la distancia. Queremos reducir la brecha. Queremos neutralizar las tensiones. Queremos cercanía. Pero al desear, tendemos a no regresar a los lugares en los que ya hemos estado. Los resultados previsibles no mantienen nuestro interés.

By Isa
Al desear, queremos una otredad, alguien del otro lado que podamos ir a visitar, con quien podamos pasar algún tiempo, que podamos ir a ver qué pasa en la zona roja. Al desear, queremos un puente para cruzar. En otras palabras, el fuego necesita aire. El deseo necesita espacio. Y cuando se dice así es bastante abstracto.


Mientras Esther visitaba a diferentes países en la gira de su libro “Inteligencia Erótica” le hacía una pregunta a sus audiencia: ¿Cuándo encuentran más atractiva a su pareja? No atractiva sexualmente, per se, sino más deseable. Y a lo largo de las culturas, las religiones, el género —excepto por uno— hubo pocas respuestas diferentes.

El primer grupo decía: Es más deseable para mí cuando se va, cuando está lejos, cuando nos reunimos. Básicamente, cuando entro en contacto con mi habilidad de imaginarme con mi pareja, cuando mi imaginación regresa al cuadro, y cuando puedo socavar en la ausencia y el anhelo, que es el mayor componente del deseo. 
Pero el segundo grupo es aún más interesante, decían: Mi pareja me es más deseable cuando la veo en el estudio, cuando está en escena, cuando está en su elemento, haciendo algo que le apasiona, cuando la veo en una fiesta y con otras personas, cuando la veo dirigiendo. Básicamente, cuando veo a mi pareja radiante y segura, probablemente es el elemento más excitante de todos. Radiante, como autosuficiente. “We covet what we see” decía Hannibal Lecter en “Silence of The Lams”, por cierto, en el deseo las personas raramente hablan de ello, cuando estamos mezclados en uno, a 5 centímetros uno de otro.

Pero tampoco es cuando la otra persona está tan lejos que ya no puedes verla. Es cuando vemos a la pareja a una distancia confortable, cuando esa persona que es ya tan familiar, es por momentos, misteriosa otra vez, algo elusiva. Y en ese espacio entre yo y el otro reside el impulso erótico, reside el movimiento hacia el otro. Porque a veces, como decía Proust, el misterio no es viajar a nuevos lugares, sino verlos con nuevos ojos. Y así, cuando veo mi pareja por su cuenta, haciendo algo en que está involucrada, veo a esa persona y por momentos tengo un cambio de percepción, y estoy abierto a los misterios que viven justo a mi lado.

Y entonces, más importante, en esta descripción del otro o de mí —es lo mismo—, lo que es más interesante es que no hay necesidad en el deseo. Nadie necesita a nadie. No hay cuidado en el deseo. El cuidado es muy amoroso. Es un potente antiafrodisiaco. Todavía no existe alguien que esté excitado por alguien que lo necesita. Una cosa es quererlos. Necesitarlos es un freno, y las mujeres lo han sabido desde siempre, porque cualquier cosa que lleve a la planificación generalmente disminuirá la carga erótica. Por buenas razones.

Y el tercer grupo de respuestas generalmente eran: “Me siento más atraídoa mi pareja cuando estoy sorprendido, cuando reímos juntos. Pero básicamente es cuando hay novedad. Pero la novedad no se trata de nuevas posiciones. No es un repertorio de técnicas. Novedad es, ¿qué partes tuyas vas a mostrar? ¿Qué partes de ti casi se ven? Porque de alguna manera, uno podría decir que el sexo no es algo que uno hace. El sexo es un lugar al que uno va. Es un espacio al que entras dentro de ti mismo y con otro, u otros. 


¿Así que a dónde irías en el sexo? ¿Qué partes de ti conectas? ¿Qué buscas expresar allí? ¿Es un lugar para la trascendencia y unión espiritual?
¿Es un lugar para la travesura o es un lugar para ser agresivo con seguridad? ¿Es un lugar donde puedes rendirte y no tener que asumir la responsabilidad de todo? ¿Es un lugar donde puedes expresar tus deseos infantiles? Es un lenguaje. No es solo un comportamiento. Y es la poética de ese idioma lo que nos interesa, que es por lo que Esther comenzó a explorar ese concepto de inteligencia erótica.

Los animales tienen sexo. Es el pivote, es biología, es el instinto natural. Los humanos somos los únicos que tienen una vida erótica, lo que significa que es sexualmente transformada por la imaginación humana. Somos los únicos que pueden hacer el amor durante horas, pasar un rato feliz, tener orgasmos múltiples, sin tocar a nadie, simplemente porque nos lo imaginamos. Podemos esbozarlo. Ni siquiera tenemos que hacerlo. Podemos experimentar esa cosa potente llamada anticipación, que es el mortero del deseo, la capacidad de imaginar, como si estuviera sucediendo, para vivirlo como si estuviera sucediendo, mientras que nada está sucediendo y todo está ocurriendo al mismo tiempo. Así que cuando empecé a pensar sobre el erotismo, me puse a pensar en la poética del sexo, y si lo veo como una inteligencia, entonces es algo que puedes cultivar. 
¿Cuáles son los ingredientes? Imaginación, alegría, novedad, curiosidad, misterio. Pero el agente central es realmente esa pieza llamada la imaginación.


Lo más importante, para comenzar a entender cuáles son las parejas que tienen una chispa erótica, lo que mantiene el deseo, Esther tuvo que volver a la definición original de erotismo, la definición mística, y se fue a través de ella a través de una bifurcación mirando realmente al trauma, que es la otra cara, y mirarla, mirando a la comunidad en que había crecido, que era una comunidad en Bélgica, todos sobrevivientes del Holocausto, y en su comunidad había dos grupos: los que no murieron y los que volvieron a la vida. Y los que no murieron vivieron a menudo muy atados a la tierra, no podría experimentar placer, no podía confiar, porque cuando estás atento, preocupado, ansioso, e inseguro, no puedes levantar la cabeza e ir y despegar al espacio y ser juguetón y seguro e imaginativo.



 Los que regresaron a la vida fueron aquellos que entendieron lo erótico como un antídoto a la muerte. Supieron cómo mantenerse vivos. Y cuando comencé a escuchar de la asexualidad de las parejas con las que trabajo, a veces les oigo decir, “Quiero más sexo”, pero por lo general lo que la gente quiere es mejor sexo, y lo mejor es volver a conectar con esa cualidad de estar vivo, de resonancia, de renovación, de vitalidad, de eros, de energía que el sexo solía darles o que habían esperado les diera.

Y así Esther paso a hacer una pregunta diferente. “Me apago cuando…” empezó a ser la pregunta. “Se me acaba el deseo cuando…” que no es la misma pregunta, “Lo que me apaga es…” y “Me apagas el deseo cuando…” Y la gente comenzó a decir, “No tengo deseo cuando me siento muerto dentro, cuando no me gusta mi cuerpo, cuando me siento viejo, cuando no he tenido tiempo para mí, cuando no he tenido oportunidad ni siquiera de presentarme, cuando no lo hago bien en el trabajo, cuando siento baja autoestima, cuando no tengo un sentido de ser valioso, cuando no me siento como que tengo el derecho a querer, de recibir placer”.


Y entonces se empezó a formular la pregunta inversa. “Me excito cuando…” Porque la mayoría de las veces, a la gente le gusta hacer pregunta, “Me excito, lo que me excita”, y estoy fuera de la pregunta. ¿Saben? Ahora, si estás muerto dentro, la otra persona puede hacer muchas cosas por San Valentín. No hará mella. No hay nadie en la recepción. Así que me excito cuando, dirijo a mis deseos, me avivo cuando…

Ahora, en esta paradoja entre el amor y el deseo, lo que parece ser tan desconcertante es que los propios ingredientes que nutren el amor —mutualismo, reciprocidad, protección, preocupación, responsabilidad por el otro— son a veces los mismos ingredientes que sofocan el deseo. Porque el deseo viene con una serie de sentimientos que no siempre favorecen el amor: celos, posesividad, agresión, poder, dominación, malicia, travesuras.

Básicamente la mayoría de nosotros no excitamos en la noche por las mismas cosas contra la que protestamos durante el día. Saben, la mente erótica no es muy políticamente correcta. Si todo el mundo fantasea en un
lecho de rosas, no tendríamos esas conversaciones interesantes sobre esto. Pero no, en nuestra mente hay una multitud de cosas sucediendo que no siempre sabemos cómo llevar a la persona que amamos, porque pensamos que el amor viene con abnegación, y de hecho el deseo viene con una cierta cantidad de egoísmo en el mejor sentido de la palabra: la capacidad de estar conectado al propio yo en presencia de otro.

Así que quiero traer esa pequeña imagen hacia Uds., debido a esta necesidad de conciliar estos dos grupos de necesidades con las que nacemos. Nuestra necesidad de conexión, nuestra necesidad de separación, o nuestra necesidad de seguridad y aventura, o nuestra necesidad de estar juntos y de autonomía, y si piensan en el niño que está sentado en su regazo y que es acunado allí, muy seguro y cómodo, y en algún momento todos debemos salir al mundo para descubrir y explorar. Eso es el principio del deseo, necesidades exploratorias, curiosidad, descubrimiento. En algún momento dan vuelta y miran y si les dices: “Niño, el mundo es un gran lugar. Ve por él. Hay mucha diversión allá”, entonces pueden dar vuelta y experimentar conexión y separación al mismo tiempo. Pueden ir en su imaginación, en su cuerpo, disfrutando su alegría, sabiendo todo el tiempo que habrá alguien cuando regresen.

Pero si en este lado hay alguien que dice: “Me preocupa. Estoy ansioso. Estoy deprimido. Mi pareja no ha cuidado de mí en tanto tiempo. ¿Qué hay tan bueno allá afuera? ¿No tenemos todo lo que necesitamos juntos, tú y yo?”, entonces hay algunas pocas reacciones que todos nosotros podemos reconocer bien. Algunos de nosotros volveremos, regresar a hace mucho tiempo y a ese niño que regresa es el niño que va renunciar a una parte de sí mismo para no perder el otro. Perderé mi libertad para no perder la conexión. Y aprenderé a amar de una cierta manera que vendrá cargada de preocupación extra, responsabilidad y protección adicionales, y no sé cómo dejarte para jugar, para experimentar placer, con el fin de descubrir, de entrar dentro de mí. Traduzcan esto al lenguaje adulto. Empieza muy joven. Continúa en nuestra vida sexual hasta el final. El niño número dos regresa pero pareciera que sobre sus hombros todo el tiempo. “¿Vas a estar allí? ¿Vas a maldecirme? ¿Vas a regañarme? ¿Vas a estar enojada conmigo?” Y se ha ido, pero nunca están muy lejos, y son a menudo las personas que les dirán, al principio era supercaliente. Porque en un principio, la intimidad creciente no era aún tan fuerte que realmente llevara a la disminución del deseo. Cuanto más conectado estoy, más responsable me siento, menos soy capaz de irme de tu presencia. El tercer niño realmente no regresa.




Entonces pasa que, si quieres sostener el deseo, es este pedazo de real dialéctica. Por un lado deseas la seguridad para poder ir. Por otro, si no puedes irte, no tienes placer, no puedes culminar, no tienes un orgasmo, no te excitas porque desperdicias tu tiempo en el cuerpo y la cabeza del otro y no en el tuyo.

En este dilema sobre reconciliación de estos dos grupos de necesidades fundamentales, hay algunas pocas cosas que han ayudado a comprender lo que hacen esas parejas eróticas. Uno, tienen mucha intimidad sexual. Entienden que hay un espacio erótico que pertenece a cada uno de ellos. También entienden que la estimulación erótica no es algo que se hace cinco minutos antes de la cosa real. El juego erótico inicia al final del anterior orgasmo. También entienden que un espacio erótico no es sobre comenzar a tocar al otro. Es sobre crear un espacio donde dejas a tu vida cotidiana, realmente solo debes entrar a ese lugar cuando dejas de ser el buen ciudadano que cuida de las cosas y es responsable. Responsabilidad y deseo solo pelean. Realmente no lo hacen bien juntos. Las parejas eróticas también entienden que la pasión aumenta y disminuye. Es bastante parecida a la Luna. Tiene eclipses intermitentes. Pero lo que saben es que saben cómo resucitarla. Saben cómo hacerla regresar, y saben cómo hacerla regresar porque han desmitificado un gran mito, que es el mito de la espontaneidad, que es que vas a caer del cielo mientras tú estás doblando la ropa como una machina, y de hecho entendieron que todo lo que va a pasar, solo pasa en una relación de largo plazo.

Sexo comprometido es sexo premeditado. Es con voluntad. Es intencional. Es foco y presencia.


Con Info de:-Esther Perel. “Inteligencia Erótica”

Texto extraído de: Avantsex.com

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