Ilustración: Sonia R. Arjonilla |
Mónica Quesada Juan, Pedagoga
especializada en sexualidad.
Lo esencial para seducir, y disfrutar haciéndolo, es revisar tus creencias. Como sabes, no vemos el mundo como es, sino como somos. Toda persona es un conglomerado de creencias andantes y éstas son las que determinan cómo nos movemos en el mundo y cómo nos relacionamos.
Centrándonos en nuestro marco referencial, nuestra cultura, las creencias sobre seducción vienen determinadas por una educación patriarcal y heterosexista basada en la idea de que el hombre es el que seduce, mientras que la mujer es el género a la espera o que seduce en la distancia.
La iniciativa es del macho y el papel de la hembra es el de hacerse desear y a su vez poner límites; da por supuesto que cuando la hembra dice “no” es que “sí” y es el macho el que ha de mostrárselo, porque las hembras no saben lo que quieren. En esta última frase no he podido evitar el macho/hembra y la entonación de Félix Rodríguez de la Fuente…y sería más gracioso si no fuese porque hace unos días leí esta explicación de alguien que se dedica al mundo de la seducción… ¡Y lo decía totalmente en serio!Porque sí, amigas y amigos, seguimos en este modelo obsoleto y limitante de seducción, donde aún mucha gente necesita creerse superior para poder atreverse a acercarse a otras personas, y otras tantas necesitan tener la sensación de que alguien las ha descubierto y viene a “salvarlas y cuidarlas”. En mis talleres de ‘Disfruta seduciendo’ me he encontrado con testimonios de hombres que, tras llevar la iniciativa y no conseguir su objetivo, se enfadan porque, encima de dar el paso, no han conseguido lo que querían, culpando a la otra persona porque no ha sabido apreciar el esfuerzo; o aquellos que se hunden porque piensan que el rechazo viene de que no son lo suficientemente hombres. Y testimonios de mujeres que se ven incapaces de dar el paso por el temor de que piensen que son unas desesperadas o unas calientapollas; o de aquellas que creen que tienen que transformarse físicamente para ser seductoras porque si no nadie se va a fijar en ellas.
Y detrás la mayoría de los testimonios subyace la creencia de que para seducir hay que engañar y mostrar lo que no se es. Ellas piensan que si se les acerca alguien es porque van a engañarlas y ellos creen que si no maquillan sus intenciones no van a ligar. Tremendo batiburrillo. Cuando escucho todo ello, me pregunto: ¿Dónde queda la diversión en un campo tan limitado y artificial, donde es necesario estar continuamente en guardia cumpliendo un guion preestablecido? ¿No sería más enriquecedor seducir desde el crecimiento personal, valorando lo que somos, sin necesidad de cosificar al resto? ¿Qué tal si ampliamos las miras y empezamos a dar un lavado de cara a nuestras creencias?
¿Qué tal si empezamos a ver la seducción como un baile? Cada cual tiene su baile. Querer bailar con otra persona no implica que tenga que cambiar mi danza, sino que le puedo aplicar otro ritmo sin dejar de disfrutar de mi baile. Imagínate que soy una experta en funky y me gusta alguien que hace danza clásica, baile del que yo no tengo ni idea, pero eso no implica que no pueda participar. Al acercarme, puedo cambiar mi ritmo para buscar puntos de conexión y, cuando ésta se produzca, habremos dado lugar a otra danza nueva creado por ambos bailes. No tengo que obligar a la otra persona a que baile mi funky ni tengo que bailar yo danza clásica: la seducción consiste en que ambos bailes fluyan porque ambas personas quieren. La clave está en conseguir que la otra persona quiera participar, y esto no se consigue ni cambiando la música, ni obligándole a bailar funky, sino haciendo deseable ese baile común.
Ilustración: Sara Fratini |
Los estereotipos no puedes quitártelos, pero el hecho de que no dejes que actúen, ayuda a modificar la visión que tienes del mundo y a no ser un mero repetidor de errores culturales.
De hecho, apostaría todo mi reino a que tú no crees que seas 100% como la descripción de hombre o mujer que te han dado. Entonces, ¿por qué lo tiene que ser el resto? En este aprendizaje de seducción y baile, aprovecha para conocer a las personas y sus ritmos tal y como son, no como crees que son o deberían ser; déjate mover por la curiosidad y el descubrimiento y decide dónde pones el foco de atención: si en tus ideas preconcebidas o en lo que aún tienes por descubrir.
La seducción es un terreno de aprendizaje y crecimiento personal. En él, unas veces se gana y otras se aprende. No podemos pretender saber todos los pasos sin tan siquiera pisar la pista de baile. La mentalidad que mejor funciona en la seducción es la de juego, la de diversión y de aprendizaje. Y nada mejor que empezar por autoseducirse. Conocer qué pasos se te dan mejor y en cuales puedes mejorar. Empezar a valorarte por quien eres y no por quién crees que los demás creen que debes ser. Aceptar tus claros oscuros. Dale un repaso a tu autoestima y valora tus aspectos positivos, así como aquellos con los que no te sientas a gusto y, de querer modificar algo, ponerte manos a la obra. Sé consciente de que, por más que nos empeñemos en ser normales, todo el mundo es más raro que el carajo…¡y ahí está lo divertido!
Si tu autoestima es óptima, no necesitarás creerte que el resto es inferior para poder acercarte a bailar. De hecho, aquí se produce un doble efecto. Si tu autoestima es buena y te valoras, ¿crees que querrás bailar con gente a la que subestimas? ¿O preferirás compartir tu danza con gente que te enriquece?
Es más, cuando aprendes a autoseducirte, te das cuenta de que no hace falta hacer continuamente cosas para seducir, ni sobreactuar, tan sólo hay que dejarse llevar por el momento y buscar el disfrute. De hecho, la seducción es un mínimo de cabeza y mucho de cuerpo. Juega con tu cuerpo, déjate libre. Hay muchos pasos que pueden funcionar, pero hay que tener flexibilidad para aplicarlos…y eso se aprende bailando.
Y no olvidemos que es un territorio de ensayo donde cada quien es un mundo, y no todo el mundo querrá crear un baile conjunto contigo. Y ello no implica necesariamente que no quiera bailar contigo, sino que puede ser que en ese momento no le apetezca bailar, o tal vez tenga un baile conjunto con otra persona o personas, o simplemente tenga una lesión que en ese momento se lo impida. Es importante entonces desligar el ‘no’ del fracaso. Y no me refiero a interpretar un ‘no’ como un ‘sí’, sino a no identificar un ‘no’ con un fracaso, sino aceptar que a esa persona en este momento no le apetece bailar contigo y es tan respetable su decisión como la tuya de acercarte, no así como la tuya de insistir. Dejemos que la otra persona, en el caso de que más tarde quiera bailar, sea la que decida acercarse. Que tu autoestima no dependa de si a esa persona le apetece o no bailar.
Y, para concluir, te lanzo una pregunta: Si aplicásemos todos estos temores adultos a cuando estábamos aprendiendo andar… ¿qué habría pasado? Efectivamente, tendríamos el culo limado. Así pues, te animo a explorar desde la mentalidad de aprendizaje libre de miedos y prejuicios; esa mentalidad en la que, cuando te caías, era una parte del proceso más para aprender a andar.
Mónica Quesada Juan, Pedagoga
especializada en sexualidad,
base de la formación y castración de nuestra personalidad.
Parte de analizar la construcción actual del género como limitante de nuestra expansión.
Texto extraído de: La gran pikaramagazine.com
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