“Eres una nenaza”, “esto es un coñazo”, “hijo de puta”, “los niños no lloran” son expresiones muy frecuentes y claramente machistas. Pero tampoco es muy igualitario decir “tengo que ir al médico; llamaré a la enfermera para pedir hora” en todas aquellas ocasiones en que no sabemos el sexo de nuestros interlocutores, o “cuando el hombre vivía en cavernas…” para referirse a los seres humanos, o “niños, sacad los cuadernos” en un aula mixta. Las palabras tipa, individua o zorra siguen remitiendo a conceptos que nada tienen que ver con el femenino de tipo, individuo o zorro. Y es habitual escuchar en boca de una mujer “porque uno piensa que…” en lugar de “porque una piensa que…”, o incluso leer que “un joven fue atracado y golpeado por unos gamberros… y su novia también resultó herida”.
“A grandes rasgos podemos decir que hay dos tipos de sexismo en el lenguaje: las bromas, chistes y expresiones machistas, y el derivado del hecho de que el lenguaje tenga unas formas de hablar que oscurecen la presencia de las mujeres y dan prioridad a la realidad de los hombres. El primero es más fácil de controlar, pero el segundo es difícil de corregir porque las reglas gramaticales que han enraizado en el lenguaje son resultado de una sociedad misógina, androcéntrica, que pone al hombre como medida de todas las cosas y utiliza la palabra hombre para referirse a toda la humanidad, padre para hablar de padres y madres, etcétera”, afirma la socióloga Inés Alberdi.
Razón no debe faltarle cuando incluso los lingüistas más conservadores admiten que hay que corregir los usos del lenguaje sexista, evitar el léxico que resulte discriminatorio y feminizar los cargos y profesiones ejercidos por mujeres pero, en cambio, todas las iniciativas encaminadas a dar más protagonismo a las mujeres en el habla que afectan a la gramática suscitan controversia y no terminan de cuajar.
Sin duda el caso más significativo es el uso del masculino genérico. Quienes luchan por erradicar el sexismo del lenguaje rechazan que se utilicen expresiones masculinas para referirse a personas de los dos sexos. Proponen múltiples alternativas: desde el desdoblamiento de los sustantivos –niños y niñas, hombres y mujeres, directores y directoras…–, hasta el uso prioritario de nombres colectivos que hacen referencia tanto a hombres como mujeres –alumnado, profesorado, clientela, adolescencia, licenciatura, infancia, niñez, ingeniería, vejez, jefatura, alcaldía, tutorías, ciudadanía…–, pasando por utilizar quienes –en vez de decir “el que lo vea” usar “quien lo vea” o “quienes juegan al fútbol” en lugar de “los futbolistas, por ejemplo–, evitar el artículo los –y hablar de “jóvenes y ancianos” y no de “los jóvenes y los ancianos”– o incluso emplear el femenino plural como genérico cuando hace referencia a las personas, con ejemplos como “¡juntas podemos!” o “hablar para todas”.
El masculino genérico es el caso más significativo del sexismo en el lenguaje (Rosa Mundet - Propias)
|
Pero todas estas propuestas tienen multitud de detractores. Tal vez no cuajan porque al menos algunas de ellas no resultan muy operativas. Hay quien encuentra ridículo, artificial y poco eficaz pasarse el día desdoblando sustantivos. “Para mí no es operativo tener que precisar que ayer fui con mis hijos y mis hijas, mis hermanos y mis hermanas al cine, y que hoy he quedado con mis amigos y mis amigas para cenar; la reiteración puede servir para arrancar discursos o escritos oficiales, pero no podemos duplicar la extensión de todas nuestras conversaciones”, expone una de las personas consultadas. “Es cierto que en lugar de decir los españoles consumen podríamos decir la población española, pero la realidad es que nuestras normas lingüísticas reconocen el uso del masculino con sentido inclusivo, para designar a los dos sexos, y no veo razón para no hacerlo”, afirma otra. Tampoco es demasiado bien acogida la propuesta de usar el femenino como genérico. “No podemos escribir y hablar como nos apetezca, ha costado mucho tiempo institucionalizar una lengua para ahora saltarnos las normas”, arguye uno de los detractores.
El uso del femenino para referirse a hombres y mujeres no deja de ser la misma forma de discriminación pero con el otro sexo, pero hay formaciones políticas y grupos de opinión que lo utilizan a modo de protesta y provocación para evidenciar que el lenguaje no es aséptico y que el género de las palabras importa. “Cuando en un congreso mixto de ginecología se habla en femenino y algún ginecólogo se queja porque se siente excluido debe ser que el género sí es importante, así que también debería ser considerado como tal para las mujeres”, ejemplifica la socióloga Marina Subirats.
Su colega Inés Alberdi no alberga ninguna duda de que el género que se usa al hablar trasciende a la gramática. “Hace años una amiga recibió una carta del ayuntamiento de Madrid firmada por el entonces alcalde, Juan Barranco, encabezada por un genérico ‘Querido Luisa’, y decidió contestarla con un ‘Querida Juan Barranco’; la carta molestó mucho, porque aunque se considera que la mujer no debe molestarse cuando se la trata en masculino, el hombre sí se ofende si se le habla en femenino porque existe el convencimiento de que lo masculino es superior”, relata.
De hecho Alberdi cree que es la asociación de lo masculino con mayor valor lo que dificulta muchos de los esfuerzos en favor de un lenguaje menos sexista. “Hay mucha gente, mujeres en muchísimos casos, que se resisten a feminizar nombres, cargos u oficios porque parece que cualquier título en femenino vale menos, y que si una mujer se presenta como arquitecto resulta más serio que si dice que es arquitecta”, comenta.
Lledó asegura que una de las constantes de cualquier lengua es la facilidad con que admite palabras nuevas para describir realidades o valoraciones nuevas, y también la facilidad con que se desprende en el uso cotidiano de palabras cuando ya no son necesarias. Por eso opina que aunque parezca que es difícil hablar sin resultar sexistas y que algunas alternativas propuestas parezcan farragosas, si la sociedad toma conciencia de que es importante corregir los tic sexistas del lenguaje acabarán abriéndose paso nuevas fórmulas. “Hace un tiempo parecía extraño utilizar palabras como profesorado o alumnado en el ámbito educativo y ahora están muy generalizadas; igual que podemos decir persona, ser humano o ser vivo en lugar de hombre cuando es sinónimo de humanidad y funciona; y decir fiscala en vez de fiscal te sonará mejor o peor pero, como se ha comprobado con el término ministra, al final es una cuestión de hábito”, reflexiona.
Alberdi está convencida de que todos estos cambios para evitar los usos sexistas del lenguaje serían más rápidos si no existieran organismos reguladores de la lengua como la Real Academia Española (RAE) o el Institut d’Estudis Catalans (IEC). “En el mundo anglosajón ha bastado con que hubiese grupos activos que lo planteaban para promover el cambio de que en las reuniones de universidad o de empresa deje de utilizarse el término chairman para referirse a quien las dirige y se utilice chairperson, del mismo modo que se suprimieron los tratamientos de Miss y Mrs para no discriminar a las mujeres frente a los hombres haciendo alusión a su estado civil y ahora se utiliza el neutro Ms; y en Estados Unidos han cambiado mucho los hábitos lingüísticos y muchos libros dedicados a cómo hacer carrera profesional están escritos en femenino precisamente para que no parezca que es cosa de hombres”, ilustra.
Sin embargo, en España son muchas las voces reticentes a promover cambios forzados en el lenguaje, entre ellas, y en el caso concreto del castellano, las de la mayoría de miembros de la RAE que suscribieron el informe sobre Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer que elaboró el académico Ignacio Bosque. Leonardo Gómez Torrego, especialista en gramática normativa y asesor de Fundéu (Fundación del Español Urgente), opina que hay que distinguir entre léxico y gramática. “El léxico ha de ser políticamente correcto y los cambios se pueden impulsar desde la sociedad, sobre todo por parte de los políticos, de tertulianos y de personas relevantes que pueden favorecer y promocionar modificaciones en el uso de las palabras; pero la gramática es aséptica, tiene unas reglas de género masculino y femenino, de singulares y plurales, de tiempos verbales, etcétera que no podemos cambiar por la fuerza, sino que evolucionan con el tiempo, lentamente”, asegura. Por eso tanto Gómez como Bosque rechazan las propuestas de las guías de lenguaje no sexista que conculcan aspectos gramaticales o léxicos del sistema lingüístico.
Magí Camps, responsable de Edición de La Vanguardia, también considera que “ir contra el masculino genérico es ir contra la esencia gramatical de nuestra lengua” y justifica que hablar en masculino para referirse a hombres y mujeres no es sexista, sino la aplicación del género gramatical de las lenguas románicas, donde el masculino actúa además como genérico. “En inglés es más fácil porque hay más nombres colectivos que engloban a los dos sexos, como parents (padres y madres), children(niños y niñas)…”, señala. Para Camps, la forma de dar visibilidad a la mujer al hablar o en los medios de comunicación no es utilizar el femenino, ni desdoblar constantemente los sustantivos o inventar una terminación en @ difícilmente pronunciable, “sino cuidar el enfoque y la inclusión de voces femeninas para hablar de los temas, y feminizar todas las palabras que tienen desinencia, como ministra, ingeniera, música…”.
Teresa Cabré, catedrática de Lingüística y Terminología de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y miembro del Institut d’Estudis Catalans (IEC), coincide en que el sexismo no es un problema gramatical sino social. “El lenguaje refleja la conceptualización de la realidad en nuestra mente, y mientras no cambiemos la percepción no se solucionará el problema por más que tratemos de visibilizar a la mujer al hablar”, enfatiza.
Cabré, por su parte, considera que la clave es encontrar un equilibrio entre la eficiencia del discurso y el criterio de quien habla, de modo que la ideología de cada cual inclinará más la balanza en un sentido u otro. En su caso, explica, rechaza el uso del femenino genérico por su convencimiento de que “la gramática cambia por evolución, no forzada”, pero también desaconseja el uso generalizado del masculino genérico que lleva a escuchar “porque uno piensa…” de boca de mujeres, cuando pueden decir “una piensa…”.
Ignacio Bosque considera que más que hablar de “uso sexista del lenguaje” habría que hablar de “sexismo con el lenguaje”, del comportamiento sexista de las personas usando el lenguaje como instrumento. “Si los organizadores de un congreso convocan a una cena a ‘los participantes acompañados de sus esposas’, estarán siendo marcadamente sexistas, pero si convocan a una cena a ‘todos los participantes en el congreso’ no lo serán porque en la expresión ‘todos los participantes’ están incluidos los hombres y las mujeres”, opina.
Mayte Rius
Texto extraído de: Lavanguardia.com
No hay comentarios :
Publicar un comentario