El siguiente texto corresponde a un fragmento del capítulo III, del libro ‘LA CHOLEDAD ANTIESTATAL, El anarcosindicalismo en el movimiento obrero boliviano (1912-1965)’, de Huascar Rodríguez García. Se han suprimido las narraciones por parte de las protagonistas para evitar la reiteración y las notas de prensa. Para consultar el capítulo completo con más información y referencias, pueden hacer clic aquí.
Porque la organización de las mujeres es pues así:
nosotras mismas defendernos, nosotras mismas manejarnos.
Petronila Infantes*
Transversalmente a todo lo que ocurría desde la guerra del Chaco, la actividad de los sindicatos anarquistas de mujeres fue adquiriendo un rol protagónico y vanguardista generando diversas luchas autónomas en la etapa de cooptación y clientelismo del sindicalismo paraestatal y en la época de la restauración oligárquica. En efecto, la guerra ocasionó que las mujeres participen más activamente en la fuerza laboral y las convirtió en el sostén de gran parte de los hogares plebeyos, además de que las cholas fueron históricamente, casi por definición, un sector que habitualmente participó en actividades económicas que rebasaban el ámbito doméstico. Así, en el contexto de crisis inflacionaria y de abastecimiento que siguió a la guerra, las mujeres trabajadoras mestizas vinculadas con el artesanado estaban en mejores condiciones para una labor de reorganización rememorando la experiencia del Sindicato Femenino de Oficios Varios, es decir de la primera Federación Obrera Femenina (FOF).
El Sindicato de Culinarias
La idea de internacionalismo y organización anarcosindical de “Peta”, constituida en la principal dirigente e impulsora del SC, era bastante clara y nos muestra la consolidación definitiva, en la mentalidad trabajadora, de la necesidad de evolucionar del mutualismo al sindicalismo.
Después de haber ganado en el conflicto de los tranvías con la municipalidad, el SC inició otra lucha contra la imposición de un denominado “carnet de sanidad” entre fines de octubre y principios de noviembre del mismo año. Ocurre que la guerra también había despertado temores sobre la propagación de enfermedades venéreas, fiebre tifoidea, malaria y otros males contagiosos por el retorno de miles de soldados y desertores de modo que, en alianza con el sistema médico vigente, los distintos gobiernos de la época empezaron a insistir en la higiene pública, enfocando su atención, sobre todo en la clase obrera y en las mujeres cholas (Larson 2004: 81). Como parte de esta política las elites, apoyadas por el gobierno, decidieron exigir un documento de salud a las cocineras o empleadas domésticas que debía tramitarse luego de un oprobioso chequeo médico en la “Policía de Higiene” –dependiente de la Policía Municipal–, que al mismo tiempo se encargaba del control médico de las prostitutas.
El SC también se opuso férreamente al carnet de identidad, debido a los cobros de dinero y también por las convicciones contra el control estatal que tenían las y los anarquistas. En el marco de esta lucha, a fines de 1935, las miembras del SC libraron un breve forcejeo con los agentes de seguridad del palacio de gobierno a los que vencieron y burlaron, logrando ingresar por la fuerza hasta el despacho del presidente.
Si a fines de 1935 las culinarias vencieron el intento de carnetización gubernamental, la lucha contra el carnet de salud se extendió hasta 1936 y ante esto el SC planteó que los patrones, en su condición de adinerados y por su disponibilidad de médicos personales, fueran quienes se encargaran de los chequeos necesarios al personal de las casas.
Durante la segunda mitad de 1936 algunos grupos de hombres culinarios intentaron adherirse a la organización, pero fueron rechazados debido a la cohesionada identidad femenina y radical del SC; frente a esto los cocineros se organizaron por su lado afiliándose a la FOT.
Ejerciendo su autonomía el SC, según se tiene dicho, asistió al Congreso Obrero de noviembre de 1936 con la intención de presentar sus demandas específicas, las cuales fueron adoptadas como resoluciones del evento. A partir de ahí su actividad fue creciendo así como el número de sus afiliadas entre mancapayas (vendedoras de comida en las calles y mercados), cocineras y empleadas domésticas gracias a la insistente labor de propaganda y sindicalización casa por casa que llevaba a cabo Peta; pero pese a ello pocas mitanis (empleadas indígenas sojuzgadas bajo relaciones de servidumbre en las labores) pudieron ser incorporadas al sindicato.
Hay que destacar que en aquella época existían distintos niveles de jerarquía en el personal encargado de las labores domésticas dentro los círculos de las clases dominantes y de las embajadas. Las culinarias que trabajaban en estos ámbitos por lo general sólo cocinaban, hecho que les facilitó mayor libertad de acción y mejores condiciones para asistir a eventos y reuniones.
En otras palabras las culinarias, al ser vendedoras de servicios especializados a la oligarquía, tenían un estatus laboral relativamente elevado en relación a otros trabajadores.
Esta condición duró con altibajos hasta 1952, pero no evitaba que en algunas ocasiones las trabajadoras culinarias sufrieran violencias simbólicas y físicas, tanto en las casas donde prestaban servicios como en las calles.
A pesar de todas las dificultades que tuvieron que atravesar, las culinarias generaron un fenómeno muy peculiar con su organización: si a un principio el sindicato era mal visto y rechazado por quienes contrataban a estas mujeres, posteriormente la susceptibilidad cambió y las cocineras sindicalizadas se convirtieron en las más requeridas y garantizadas por su honestidad y sobre todo por la calidad de su trabajo. Dicho de otra forma, la indudable importancia de la comida en la vida social fue lo que dio relevancia al SC en la aristocracia paceña alimentada por las cholas.
Además, como advierte Paredes Candia (1992: 239, 240), las cholas fueron las auténticas creadoras de la “cocina boliviana” inventando la mayoría de los platos llamados “criollos” e imponiendo buena parte de la comida que se ingiere en el occidente del país. Evidentemente, satisfacer los exigentes gustos de las elites no era cosa fácil, por lo que la comida elaborada por las miembras del SC no podía no ser de alta calidad. Así el sindicato, que a un principio aparentó ser perjudicial para sus afiliadas, pronto se convirtió en una verdadera ventaja que aseguraba una fuente permanente de empleo invistiéndose además de un gran prestigio y reconocimiento social.
La paradoja de trabajar en las casas de la oligarquía, y a la vez ser agitadora anarquista, ocasionó a Peta más de un incidente con sus contratantes. En una ocasión hasta el propio prefecto de La Paz, para quien trabajó por un tiempo, tuvo que sacarla de la cárcel pues de otro modo se quedaba sin comida.
El paulatino nacimiento de otros sindicatos femeninos impulsados por el SC y afiliados a la FOL ocasionó nuevos conflictos, especialmente en los mercados, y costó mucha represión e incluso la muerte de una trabajadora de base llamada Francisca Loayza.
En 1937, recordando los dos años de su fundación, el SC emitió un manifiesto redactado por Peta que, aparte de repasar las luchas libradas hasta ese momento, expresaba la imagen de proletarias que las culinarias tenían de sí mismas debido a su carácter de trabajadoras asalariadas.
Las Floristas
Dicha apertura y adaptabilidad hizo que las floristas continúen organizadas aún después de la desaparición de la FOL, constituyéndose en la base de la FOF durante la última etapa de vida de la matriz femenina.
Mercados, abusos y desabastecimiento
Pero las mujeres que organizaron estas protestas no estaban solas en su lucha: pronto encontraron acogida en el local de la FOL y su movilización halló eco en la prensa popular de la época.
La dirigencia folista se identificó rápidamente con las demandas de las organizaciones femeninas y en el afán de apoyarlas denunció enérgicamente los abusos infligidos por violentos gendarmes municipales, abusos que iban desde detenciones en celdas mojadas hasta la destrucción de productos, llegando incluso al robo de altas sumas de dinero.
El manifiesto concluía con varias exigencias como la venta libre de frutas, flores y verduras en los lugares callejeros de costumbre, la rebaja del centaje –una suerte de impuesto– para el abaratamiento del precio de los productos, la devolución del dinero y de los artículos robados y destruidos y finalmente la destitución de los gendarmes represores.
Dos años después los conflictos continuaron y los distintos sindicatos femeninos se dieron cuenta que ya tenían la fuerza suficiente para aglutinarse en una organización matriz propia; fue entonces cuando decidieron refundar la antigua FOF durante alguna fecha desconocida de 1940, manteniendo la afiliación a la FOL pero llevando una vida autónoma en sus decisiones y acciones.
A los diversos sindicatos de recoveras se sumó un grupo de contrabandistas agrupadas bajo el nombre de Sindicato de Viajeras al Altiplano (Peredo 2001: 91), en cuya constitución la colaboración de Cata fue de gran importancia. Dicha organización, que logró reunir a más de un centenar de afiliadas, nació para defender a las viajeras de los atropellos que sufrían por parte de autoridades aduaneras y camineras.
Este singular sindicato era nómade ya que se desplazaba actuando tanto en la ciudad de La Paz como en los caminos y en la frontera con Perú. Las viajeras también hicieron gestiones ante las autoridades para reparar carreteras y caminos, y de este modo mejorar sus condiciones de viaje porque concebían su actividad como un servicio a la colectividad. Esto se ve en su exigencia para acceder al derecho de aguinaldo como todos los demás trabajadores.
La siguiente lucha femenina de magnitud se desarrolló a raíz del encarecimiento de los precios en los productos del campo y en los artículos de primera necesidad entre 1940 y 1941. El fenómeno de la escasez de productos –junto a la elevación del costo de vida característica de la etapa postbélica– se debió básicamente a la disminución de la labor agropecuaria, resultado directo de la movilización del campesinado en la guerra del Chaco.
Este encarecimiento que favorecía a los terratenientes fue adjudicado a la supuesta especulación de las recoveras, por lo que las autoridades desataron una nueva ola de agresiones contra ellas, generando por supuesto malestar e inquietud: el último mes de 1940 la FOF entregó un pliego petitorio a la Cámara de diputados en el que se pedía alguna respuesta sobre el tema de la especulación y se rechazaba un nuevo intento de implantar los carnets de identidad y de sanidad.
El diario Inti del 13 de diciembre comprueba esto señalando además que la FOF en ese momento contaba con cinco mil mujeres afiliadas. Pero como las autoridades no respondieron a las demandas la federación femenina decidió en asamblea recurrir al propio presidente Peñaranda mediante una carta elaborada en marzo de 1941.
La indiferencia gubernamental continuó, como también continuaron la represión y las exacciones de que eran objeto las vendedoras por parte de los policías municipales, situación que provocó finalmente otra “toma” del palacio de gobierno.
Peñaranda no tuvo otra opción que acceder a una entrevista personal con las aguerridas cholas para escuchar directamente sus demandas y preocupaciones.
La FOF planteaba que se tomen medidas para que los hacendados vendan al por menor sus productos y que lo hagan directamente al público, y también exigía la rebaja de un 50% en todos los artículos de primera necesidad. Sin embargo las autoridades soslayaron estas demandas y las radicalizadas cholas amenazaron con decretar una huelga de gran magnitud; entonces Peñaranda anunció que se entrevistaría nuevamente con las sindicalistas, pidiendo que para esta oportunidad vayan solamente unas cuantas mujeres del pueblo y no toda la Federación, como lo hicieron en pasados días (Inti 23 de marzo de 1941, cit. en Dibbits y Volgger 1989: 37).
Empero, después de la segunda reunión el presidente indicó que no quería ningún control sobre la venta de los productos del campo, obviamente para no afectar los intereses de los terratenientes. De esta manera no se tocaron las causas de fondo del problema de la subida de precios y continuaron los abusos, las multas y la especulación que beneficiaba claramente a los comerciantes mayoristas, a las maestras mayores y a los latifundistas.
La FOF entonces no tuvo otro camino que dirigir sus esfuerzos contra los efectos de la crisis, es decir contra los ultrajes y maltratos de que eran víctimas las sindicalistas a manos de la policía municipal. En esta lucha defensiva ganaron la batalla contra el intendente municipal Max Murillo Bocángel, conocido por sus abusos, quien ante la presión de la FOF tuvo que renunciar a su cargo en abril de 1941.
Otra demanda planteada por la FOF durante aquél año fue la construcción de guarderías gratuitas, necesidad muy sentida entre las trabajadoras, particularmente en las integrantes del SC, quienes a través del envío de oficios a la Cámara de diputados consiguieron que se construyan las llamadas
“casas-cuna”.
Durante el tercer mes de 1943 se libró una nueva lucha, esta vez contra el intendente Alejandro Irusta igualmente acusado de malos tratos, personaje al que las mujeres de la FOF también hicieron renunciar mediante movilizaciones y denuncias que costaron grandes esfuerzos y el apresamiento de Cata Mendoza. Sucede que en esta ocasión los envíos de cartas a las autoridades estuvieron acompañados de una huelga en los mercados que ocasionó la intervención de las fuerzas represivas y un gran escándalo, dado que las cholas tiraron agua jabonosa en las calles empedradas y empinadas por donde bajaban algunos policías cuyos caballos resbalaron arrojando a sus jinetes. El conflicto vanguardizado por la UFF causó la alarma de las clases dominantes.
Si bien la movilización a la larga consiguió su objetivo, es decir la renuncia del intendente Irusta ocurrida recién en junio, el precio fue el apresamiento de Cata quien, identificada como la máxima instigadora de las protestas, fue duramente apaleada por los carabineros durante su detención y luego encerrada en una de las clásicas celdas vacías y mojadas instaladas en los antros policiales. Ante esto José Mendoza, totalmente indignado, se hizo presente en la policía acompañado de algunos folistas para reclamar la libertad de su hermana, pero allí se le informó que ella debía cumplir un arresto de varios días. José expresó sus reparos ante tal determinación y los policías tuvieron que sacarlo a golpes en medio de un ruidoso tira y afloja entre los folistas y los agentes del orden. El periódico La Noche, atento a toda acción “subversiva”, publicó en sus páginas un comentario acusando a José de “faltar a la autoridad”, al mismo tiempo que la Radio América informaba, mediante la voz de un cura, sobre la “indisciplinada y revoltosa actitud” del carpintero folista en las oficinas de la policía.
A partir de estos sucesos la casa de José se mantuvo rodeada de agentes y carabineros que lo vigilaron y hostilizaron durante más de una semana mientras la Radio América continuaba acusando al carpintero de agitador y de omiso. Por su parte José envió una carta al director de La Noche denunciando el arresto injusto y los maltratos que sufrió su hermana, y a la vez solicitando el cese de la campaña mediática contra su persona. Dicha carta fue publicada en el periódico La Calle correspondiente al 7 de abril de 1943, tras lo que la situación se relajó un poco.
Con todas estas acciones podemos ver cómo los mercados se convirtieron en los espacios más importantes para las actividades sindicales de la FOF, siendo también los lugares principales de confrontación contra los agentes del Estado a los que las mujeres organizadas resistieron y derrotaron en más de una ocasión.
Del amor, la combatividad y la solidaridad
Respecto de las relaciones de pareja y de la independencia de las mujeres frente a los hombres, varias integrantes de la FOF, por ejemplo Peta y Cata, se destacaron por su modo libertario de pensar y vivir su cotidianidad. En el caso de Peta, ella se había casado cuando era muy joven y su marido, un canalla, desapareció dejándola con dos hijos; pero después de esa experiencia decidió practicar el “amor libre” con José Mendoza.
Estas convicciones ampliamente difundidas entre las mujeres de la FOF estaban estimuladas por las prédicas ácratas y pronto tuvieron eco en los hombres folistas quienes muchas veces se sentían interpelados e incómodos, aunque entre éstos existían también algunos radicales como el peluquero Francisco Carvajal…
Al parecer el discurso anarquista hizo que las relaciones entre hombres y mujeres sean respetuosas y horizontales, como señala Peta. No obstante, ello no impedía en algunos casos discusiones abiertas en el seno de la FOL, como cuando Rosa Rodríguez se opuso a su marido, Carlos Calderón, en una votación interna durante 1936 sobre una posible alianza con la FOS, instancia departamental de la CSTB.
La autonomía de las mujeres fue tan plena que en 1946, estando la FOL en su último proceso de reorganización, algunos dirigentes manifestaron la sospecha de que la FOF estaba actuando “fuera de la norma sindical libertaria”, sospecha registrada en un libro de actas rescatado por Lehm y Rivera.
Esto revela que no todos se sentían cómodos con la vitalidad organizativa de las mujeres. Sin embargo la importancia de la combatividad femenina en el movimiento fue reconocida, admirada y apreciada por varios dirigentes folistas.
Debido a la combatividad de las mujeres folistas los socialistas de la FOS, estrechamente vinculados con los regímenes de Toro y Busch, intentaron en más de una ocasión cooptarlas para su organización.
Las pretensiones de los dirigentes de la FOS para cooptar a las mujeres anarquistas continuaron. A consecuencia de esto el SC sufrió una división en 1944 ocasionada por Felipa Ramírez, cocinera convencida por los socialistas que formó otro sindicato de culinarias afiliándolo a la FOS; mas el nuevo organismo no pudo arrastrar tras de sí al grueso de las miembras del SC original y tuvo una trayectoria irrelevante. Debido a la existencia de la entidad femenina paralela, el SC anarquista cambió de nombre en 1945, denominándose desde entonces Sindicato Cultural de Culinarias.
Por otro lado, y al igual que en el resto de los sindicatos anarquistas, la rememoración de los primero de mayo tenía un gran arraigo en las mujeres de la FOF, fecha que también servía para recaudar fondos haciendo efectivo el principio de autogestión y autonomía económica que pregonaban los libertarios. En esa lógica la FOF preparaba escarapelas rojinegras, estampitas de la organización y algunos comestibles para la venta durante el día recordatorio de los mártires de Chicago. Los primero de mayo eran considerados sagrados por anarcosindicalistas como Felipa Aquize, quien asumía una actitud agresiva pateando las canastas de las mujeres que trabajaban durante aquella fecha sin rememorarla. Efectivamente, las mujeres folistas asumían un papel importante en las movilizaciones del primero de mayo.
Incluso cuando la FOL y la FOF dejaron de existir algunas dirigentas, particularmente Felipa Aquize, continuaron acudiendo sagradamente a las concentraciones de los primero de mayo hasta cuando eran ancianas. Al mismo tiempo esa fecha era aprovechada para realizar veladas culturales en las que se preparaban números musicales y sesiones teatrales apoyadas por jóvenes artistas entre los que se destacaba Líber Forti.
Muchos de estos eventos eran organizados por el “Centro Cultural Libertario Manko Cápac”, una suerte de coalición cultural de los y las anarcosindicalistas que funcionó desde fines de la década de los años 30. Pero hay que precisar que las actividades culturales desarrolladas por la FOF y la FOL no se circunscribían únicamente a los primero de mayo, pues se realizaban igualmente durante los cambios de directivas o en los aniversarios de los sindicatos.
Siguiendo la línea folista de la educación popular la FOF funcionó a la vez como una escuela y organizó su biblioteca con una gran diversidad de libros que, por el incentivo y ayuda de distintos compañeros y compañeras, servían para alfabetizar a las mujeres que no sabían leer ni escribir.
La FOF también participó de la “Semana de la Cultura Femenina” durante noviembre de 1944 organizada por la Federación de Sociedades de Cultura Femenina, entidad que supuestamente aglutinaba a mujeres de diversa extracción social, pero que estaba compuesta básicamente por sufragistas liberales y ramas afines. En este evento surgió un conflicto cuando las cholas libertarias iban a presentar su ponencia, debido a la rivalidad del sindicalismo marxista femenino liderizado por Angélica Ascui, quien tenía el deliberado propósito de monopolizar la representación de las trabajadoras. Pese a las discrepancias y a la hostilidad de las “señoras” la FOF se hizo oír, planteando que el oficio de culinaria sea reconocido como profesión y que se debía efectivizar de una vez por todas el trabajo de ocho horas para el sector.
Casi tres años después el gobierno de Hertzog dio a conocer la posibilidad de que el voto para las mujeres fuera una realidad, falsa promesa que emocionó por un momento a grupos de feministas y sufragistas aristócratas. Frente a este espejismo la FOF se manifestó en los siguientes términos:
También en esta oportunidad, la Federación Obrera Femenina […] da el grito de alerta a la mujer boliviana, y denuncia la trampa que tiende la burguesía para deslumbrar con su oropel a las clases verdaderamente sometidas […]. La tal trampa consiste en la concesión del cacareado voto femenino, que al igual que el masculino, tenderá a que los pobres elijamos a los pastores de siempre, gobernantes al fin, que legislarán y ordenarán para conservar las cadenas que hoy nos aplastan […]. Venid, todas las mujeres esclavas del Estado, del Capital, del Clero, hagamos y formemos la gran masa compacta que izando muy alto la libertaria enseña Roja y Negra, vayamos a la conquista de una sola Patria Grande, donde todos serán hermanos, compañeros, sin amos, sin leyes y sin autoridad (“F.O.L.”. Nº 1. Primero de mayo de 1947).
Hay que destacar igualmente que la represión y el desprecio colonial de que eran víctimas las cholas libertarias estimuló sus relaciones de solidaridad: la organización no era solamente su instrumento de lucha, sino también una fuente de apoyo para las compañeras que caían enfermas o que atravesaban por cualquier problema.
La gran cohesión anarcosindicalista se debía a las profundas relaciones afectivas entre las integrantes de la federación femenina, lo que dio a la organización una sólida unidad en todas sus acciones. Así se explica cómo las militantes de la FOF resistieron los intentos de división que pretendió llevar a cabo el brazo efectivo del sindicalismo paraestatal materializado en la FOS. Además, los estrechos vínculos que las cholas sindicalistas desarrollaron entre sí crearon también un ambiente de familia, pues sus hijos e hijas eran considerados “sobrinos” y “sobrinas” de todas, de modo que los niños también las llamaban “tías”. Sobre el mismo tema es igualmente notorio que los lazos de solidaridad de las mujeres folistas desterraron de sus círculos de influencia al individualismo competitivo y mercantil tan característico en muchas vendedoras de los mercados actuales.
Respecto de la independencia organizativa, podría creerse que los sindicatos femeninos estaban subordinados a las instancias masculinas de la FOL desde donde aparentemente se elaboraba la doctrina y las consignas que eran repetidas mecánicamente por las mujeres. Pero una mirada avizora de los testimonios nos muestra claramente que las folistas asimilaron la doctrina a su modo y la adaptaron a su propia realidad. Y es que, siendo menos susceptibles a las discusiones teóricas del anarquismo, las cholas llevaron adelante sus luchas de forma casi espontánea, partiendo de necesidades y vivencias básicas, inmediatas y cotidianas, como por ejemplo el derecho al transporte público, la necesidad de nuevos espacios de trabajo en los mercados, el reconocimiento a los hijos naturales y legítimos, el derecho al divorcio y la prioridad de detener la violencia de las autoridades municipales. Hay que tener en cuenta también que el funcionamiento orgánico de la FOL estaba basado en el principio anarquista del federalismo según el cual cada federación es autónoma, premisa que evidentemente se llevó a la práctica con la FOF y con la Federación Agraria Departamental (FAD) de la que hablaré en el siguiente capítulo. Esta relación de horizontalidad se ve reflejada en las convocatorias para varias movilizaciones en las que la FOF, la FOL y la FAD aparecen a un mismo nivel jerárquico. Entonces, lejos de un utilitarismo de los sindicatos masculinos sobre la FOF, lo que existía era una estrecha relación recíproca y de apoyo mutuo, fortalecida por lazos sentimentales y de parentesco establecidos entre varios miembros de las distintas organizaciones libertarias.
A propósito, también es pertinente señalar que hubo presencia femenina en la máxima dirección de la FOL; por ejemplo en 1930 Rosa Rodríguez ocupó la secretaría de relaciones laborales y en 1940 Peta la secretaría de actas. En otras palabras podría decirse, con Ximena Medinaceli (1989: 162), que el activismo y la identidad ideológica de estas mujeres implicaron la pertenencia a una organización inicialmente femenina, y por ampliación –sólo después– a una organización matriz que fue mixta y englobaba a todos. Si bien es cierto que una influyente actuación masculina colaboró con la organización de las mujeres en momentos constitutivos, tanto en 1927 con la primera FOF, como en 1935 con el nacimiento del SC, también hay que considerar que paulatinamente las trabajadoras se “liberaron” de esta influencia para volverse a encontrar con los hombres en condiciones más horizontales, convirtiéndose incluso en la vanguardia de la FOL durante la primera mitad de los años 40, cuando eran ellas quienes encabezaban ciertas movilizaciones mientras los varones las seguían por detrás. Sin duda fue esta actitud valiente y desenfadada lo que posibilitó a las dirigentas el reclutamiento de centenares de mujeres que asistieron disciplinadamente a reuniones, actos y veladas culturales durante varios años. Además, las diversas vicisitudes y triunfos del movimiento anarcosindical femenino transformaron profunda y significativamente las existencias de sus integrantes, al punto de que en algunos casos las activistas abandonaron parcialmente el sinfín de responsabilidades domésticas de sus hogares en aras de un más efectivo servicio a las luchas sociales, pues estas luchas hicieron de la FOF una instancia que mejoró la calidad de vida de sus afiliadas.
Por otra parte, como señala Larson (2007: 371), desde la primera década del siglo XX las elites dominantes necesitaron responder a las necesidades del incipiente orden capitalista convirtiendo a los campesinos y cholos en trabajadores disciplinados, imponiendo el control municipal sobre el espacio público y las “invasoras” economías populares, y extendiendo el control sobre las formas de organización familiar, las prácticas sexuales, la instrucción moral y la higiene. Tales políticas, que no resultaron del todo efectivas, siguieron existiendo después de la guerra del Chaco y fueron resistidas por el anarcosindicalismo femenino con relativo éxito. Por ello la FOF se convirtió en la vanguardia popular de una agitada plebe urbana que empezó a disputar a las autoridades el espacio público y el control de las economías informales.
En fin, todo lo anteriormente narrado sólo constituye una síntesis de los distintos avatares de las cholas anarquistas, personas sencillas que lograron construir un inédito y combativo movimiento el cual, en algunas manifestaciones, llegó a contar con la presencia de hasta cinco mil mujeres, según ciertos periódicos de la época. Pero evidentemente no se trataba de un movimiento cualquiera, ya que sus actuaciones y demostraciones públicas acarrearon no pocos escándalos entre la asombrada población señorial de La Paz acostumbrada a ver a las cholas únicamente como sirvientas y mitanis. De hecho, las clases dominantes paceñas pronto se sintieron impotentes y temerosas ante el gran despliegue de autovaloración y autoafirmación de las folistas, que se enorgullecían de su condición india-mestiza, desafiando así a toda la sociedad racista y patriarcal del momento. Fue precisamente la identidad chola, atravesada por dimensiones de etnia, clase y género, la que imprimió a las luchas de estas mujeres el sello único que las caracterizó y las diferenció de otros movimientos.
Por todo lo dicho puede decirse que las cholas libertarias consiguieron en su tiempo una importante posición social como nunca antes –ni después– lo hiciera ningún otro grupo de trabajadoras en el país.
*Petronila Infantes nació en La Paz el 29 de junio de 1911 y murió el 8 de octubre de 1991. Culinaria de profesión y conocida simplemente como “Peta”, Infantes fue una de las más destacadas cholas anarquistas cuya extraordinaria capacidad organizativa fue muy importante para la FOL: en 1935 fundó el Sindicato de Culinarias y en 1940 reorganizó junto a otras mujeres la segunda FOF, entidades que serían la base de la central anarcosindical desde el fin de la guerra hasta 1946. Se casó muy joven y producto de esa unión problemática tuvo dos hijos (Alicia y José Enrique), pero no mucho después escapó de su marido. Años más tarde fue compañera sentimental de José Mendoza, con quien también tuvo otras hijas.La reconstitución de los sindicatos libertarios femeninos se inicia el mismo año de la conclusión de la guerra, en 1935, y va a desembocar en el restablecimiento de la FOF. Como sugieren Dibbits y Volgger (1989: 9,10) hay que recordar y diferenciar las dos etapas generales de esta federación: primero la FOF fundada por Rosa Rodríguez, Catalina Mendoza y Susana Rada –entre otras– en 1927, cuyas actividades se vieron interrumpidas por la guerra del Chaco, y después la FOF refundada en 1940 y existente hasta 1965 de la que hablaré a continuación. Esta segunda FOF se caracteriza por dos subetapas: 1) hasta 1952 cuando todavía estaba afiliada a la FOL y 2) cuando desaparece la FOL y la federación femenina se afilia a la Confederación de Gremiales –adherida a la COB (Central Obrera Boliviana)– existiendo hasta 1965.
Texto extraído de; noticiasyanarquia
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