Hay títulos que todos conocemos, pero no todos los pronunciamos y muy pocos se atreven a vivir, o más bien, los viven pero no los nombran. Amistad para los amigos, sexo para los amantes, compromiso para el noviazgo y para una amistad con sexo pero sin compromiso: amigos con derechos.
Los encuentros siguieron, porque no los unía un trabajo, los unían sus gustos, su afinidad, sus deseos. Llegó, ese momento, ese donde él se declara, tal cual como en una película rosa y así hubiera podido comenzar la historia de un noviazgo común y corriente, si su pasado no hubiera estado marcado.
Derechos sexuales, Juan y Valentina disfrutaban de las salidas y pláticas como amigos, pero también disfrutaban de un buen sexo, uno al que Juan define con un “¡Huy, mejor dicho…!” (Se pierde su mirada y seguro se va a un recuerdo, o a otro…), y empieza a tararear Seal it whit a kiss. Se utilizaban sexualmente cada cuanto el uno o el otro, lo pedían, pero no había remordimientos, porque sus encuentros no solo incluían sexo, sino un compartir de sus vidas, de su intimidad....
Intimidad que no estaba definida solo por el sexo, sino porque compartían lo más íntimo de su ser, se compartían el uno al otro. Intimidad que se reflejaba en el refugio que encontró Valentina muchas veces en Juan: era él con quien podía hablar de lo que no podía hablar con nadie, era él quien recibía sus llamadas sorpresas, era él quien siempre la acompañaba a cine o esas tediosas compras, era él quien aguantaba su bipolaridad que afloraba cada 28 días, era él a quien le entregaba su cuerpo; cuerpo que esporádicamente se entregaba a la pasión. No necesitaban de posiciones, juegos, maneras especiales, cada experiencia sin planearla llevaba algo nuevo, algo que lo hacía inolvidable. Se rompía el esquema del reggae, con un susurro al oído “When we play pretened body is on fire” podía comenzar todo, esa entrega, ese desfogue, esos momentos suaves y salvajes, esos que solo les pertenecen a ellos y a su pasado.
Cada uno empezó a tener una relación formal y así como comenzó, terminó ‘relajao’, y hoy, en el futuro de su pasado, Juan ve que fue lo mejor. Aún sigue su amistad con ella, pero es solo eso: amistad, amistad sin derechos, sin derechos a sexo, sin derechos a besos, sin derechos a roce, porque ahora en sus ojos, en su corazón, él puede verla como una hermana.
¿Acaso después de vivir una relación que llega hasta la intimidad sexual, se puede llegar a tener una relación de amistad tan fraternal?
La libertad, esa que reina en siglo XXI, o mejor, esa por la que luchamos, la buscamos a cualquier precio, incluyendo en las relaciones. Venimos de un pasado con matrimonios de esos que ya no se ven, esos de “hasta que la muerte los separe”, seguido de matrimonios con divorcios y más divorcios, por compromisos mal hechos y el afán.
Quizá por el miedo a seguir esta tradición, se derriban argumentos “chapados a la antigua” y se han abierto relaciones sin compromiso como si fuera sinónimo de “sin heridas o daños”. Queremos amar sin entregar el corazón, queremos satisfacción sexual, sin responsabilidad, queremos entrega de otros pero con nuestra libertad, queremos disfrutar del momento sin pensar en un futuro.
Historias que se toman de ejemplo para definir lo que es una relación, pero estas lo definen en palabras, al final el nombre, el título, es lo que menos importa, la definición real, es la vivencial. ¿Qué fue esa relación? ¿Fue amistad? ¿Fue sexo? ¿Fue deseo? ¿Alteración de los sentidos y de los parámetros? ¿Todo en uno?
republicado de bakánika
Me ha gustado micho, interesante.
ResponderEliminarinteresantisimo y bien planteado
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