Hay un punto en que uno se hace, en la medida en que te haces reflexivo y selectivo acerca de las relaciones, las experiencias y la información. Pero no es un hacerse al modo del hombre que se hace a sí mismo, ese mito del sujeto masculino-liberal que, en su delirio ególatra, se concibe como si el binarismo individuo que se enfrenta a la sociedad, a la colectividad, no fuese una ficción ideológica. Al sujeto masculino-liberal le jode mucho verse, si es que es capaz, como un efecto de las fuerzas colectivas que, empezando por el lenguaje y siguiendo por el cuerpo, nos dotan de una vida.
De hecho, para la subjetividad liberal y suselfmade man, que esa vida merezca ser vivida o no, depende de unx mismx, porque cada quien tiene lo que se merece. Del “la sociedad no existe, sólo existen hombres y mujeres individuales” de Thatcher al “todas somos personas” actual no creo que haya tanta diferencia: esas posturas presentan a un individuo intacto frente a la estructura, los sistemas de opresión y los movimientos sociales.
El feminismo en mí es primero intuitivo, una respuesta de rechazo preadolescnte ante la violencia patriarcal percibida primero hacia mi hermana mayor en el hogar y más adelante, desde los 14 hasta casi los 18 años, sobre mi primera compañera, sometida a violencia física y psicológica por parte de su padre. Me pasé el instituto tratando de curar moratones, narices sangrantes y heridas del alma, animando a denunciar y respetando su decisión de no hacerlo. Por otra parte, también respondo a un patrón casi psicoanalítico detectado por una teórica llamada R. Connell en 1990: soy el varón menor de la familia. Franco ha muerto hace 4 años cuando nazco. Ocupo el escalafón más bajo de la jerarquía familiar y el modelo de autoridad de mi padre y mi hermano como que no, que no, que no me representa en unas décadas de los 80/90 que tampoco lo necesitan ya (el modelo pasa a ser el del psicólogo emocionalmente inteligente).
El feminismo en mí es primero intuitivo. La intuición de saberme hetero por aprendizaje desde la adolescencia, de reconocer mis atracciones “raras” y mis miedos ante ellas como respeto irracional a las normas y no a ningún mandato natural, de hacérseme presente la fuerza de la norma y el castigo y sentir una espontánea solidaridad hacia quienes la sufren de pleno junto con una mezcla de miedo y enfado ante la conciencia de mi sexualidad coartada. Encuentro una fuente de extrañamiento y libertad en este saberme construido.
Mi feminismo se hace personal-político cuando a los veintitantos se me rompe la realidad en pedazos y percibo hipersensible las formas de dominación estructural que se expresan constantemente en el cotidiano. Comienzo a ver el Mal reinante y pululando constantemente el cotidiano. Desamor, sociología y precariedad, ¡cóctel molotov! Se apodera de mí un fuerte deseo de NO QUERER PARTICIPAR. Me siento oprimido entre hombres, aliado entre mujeres y combativo frente a cualquier machismo (cualquier fascismo normalizado en general), viniera de donde o de quien viniera. También como efecto del desclasamiento producto de la precariedad estudiantil cambian muchas de mis prácticas cotidianas. Aparece en mí el deseo de expresarme públicamente “en femenino” (prendas de vestir, generalizar en femenino si hay más chicas que chicos, manejar la ambigüedad sobre las expectativas de lxs otrxs acerca de mi sexualidad…).
La realidad se me convierte en un espejo lleno de opresiones: de género, de sexualidad, de clase, de nacionalidad, de raza, ecológica… Y me quiero zafar. Todo me duele. Quiero destrozar la TV. Destrozar el lenguaje. Destrozar las opiniones ajenas. Incluso destrozar las amistades. Todos los espejos. Pocas cosas me hacen reír, pierdo la simpatía que tan querido me hacía. Siento odio y desprecio… devenir-punk con pinta de jipi. Hay un juez cabrón en mi interior que ni me deja ni deja vivir en nombre de lo Posible. Me invento mi propio psicoanálisis a partir de mis recuerdos, detecto algunas cosas importantes como al juez cabrón y me sale gratis (más tarde vendría el socioanálisis, mucho menos yoico y enriquecedor para mí). Al cabo de un tiempo me doy cuenta de que me cuesta mucho reírme de mí mismo. Me he encerrado en un gesto reactivo de purificación identitaria llena de contradicciones, culpas y quijotismos peterpanescos.
A través de la sociología, comienzo a conectar con la teoría del discurso institucional de la Mujer, la perspectiva de género, etc. En parte como efecto de un discurso eurocentrado, no relacional ni transversal y a menudo instalado en la victimización, asumo la historia como culpa, comienzo a caer en moralizaciones y rigideces ideológicas, a auto-observarme y racionalizar en exceso y a reproducir los binarismos y universales de la sociología (feminista) del poder. Pero también, en una facultad como la de Granada, totalmente controlada por el ppsoe, cuyo departamento de sociología es reino del Opus Dei, comienzo a leer a Foucault, algún neomarxista, sociología crítica… Entonces no sé poner todo esto en orden, (me) pongo (en) todo esto a dialogar para tratar de producir sentido y posicionarme políticamente respecto a la teoría.
Al tiempo comienzo a hablar, necesito cómplices, problematizar, expresar mi malestar respecto al género, como identidad personal y como violencia y desigualdad estructural. Una colega de un grupo feminista me habla de una organización de hombres profeministas. Aparte ella quiere impulsar un grupo de hombres y me convoca a su casa, junto con otros tíos interesados que desconozco. Están invitados ellos y el colectivo de mujeres feministas que ahí se reunía. No fue ni uno, sólo yo. Mientras esperamos, ellas comienzan a tratar cuestiones del grupo. Se forma un aquelarre. Estoy un poco acojonado, siento una gran admiración por su seriedad política y estoy impresionado por su manera de relacionarse. Me siento como una pulga, me siento torpe, cohibido. Fui a una segunda convocatoria y volví a ser el único. Volví a compartir otra tarde con ellas, ya más relajado. Creo que estas dos reuniones fueron mi primer referente de lo que es un grupo de activismo político autónomo de base.
Termino la carrera en Barcelona, donde escucho por primera vez el término queer para autodefinirse -paradójicamente- por parte de dos amigos maricas, uno académico y el otro okupa. No sé qué hacer. Abajo el trabajo. Ingenuo, quiero aunar curro y sensibilidad político-social a través del mercado laboral, opto por ponerme al servicio de “una buena causa”. De vuelta a Andalucía le digo a la compañera feminista que me gustaría hacer algo en este ámbito. Me responde: “¿pero tú has leído?”. Con el tiempo me doy cuenta de que no fue una pregunta, para mí fue casi una orden. Hacía ya como dos años que ella me había dado a conocer la asociación de hombres feministas de la igualdad. Solicito hacer prácticas ahí, me traslado de ciudad a empezar de cero (como buen precario) y acabo trabajando para esa organización. Coincidiendo en un encuentro, le recuerdo a mi amiga lo que me preguntó aquel día, y me dice sorprendida: “¿¡eso te dije!?”. Me hace gracia la ironía: me siento un poco como el hermano de Léolo, que se tira años musculando su cuerpo porque no estuvo a la altura en una pelea intrascendente para el otro. Años después, perdido el contacto, me entero de que esta compañera, joven profesional de la igualdad y la perspectiva de género y ecofeminista, ha intervenido desde el público en las Jornadas Estatales de Granada (bautizo de fuego del transfeminismo en España) para decir que no se entera de nada de lo que se está hablando. De nuevo la ironía: leer no es una cuestión de cantidad, evidentemente, ni te hace necesariamente más o menos feminista, pero los discursos, las teorías, los modos de problematizar, los sujetos de enunciación se anquilosan, anquilosando las subjetividades y los modos de hacer política, feminismo en este caso. Esto me parece sintomático entre quienes tienen como referente el feminismo oficial, generalmente reactivxs con los nuevos feminismos que emergieron desde los 90.
Paso unos años de “bipolaridad feminista”: por un lado haciendo acción social-institucional-laboral al auspicio del discurso de las “nuevas masculinidades” para los “hombres igualitarios”. Por otro, haciendo acción militante y participando en espacios de autoformación en feminismos en un proyecto de universidad autogestionada que aún tiene lugar en el centro social Casa Invisible. Por un lado, reformando a Harry, olvidando las preguntas radicales, los discursos atrevidos, las prácticas irreverentes, ejecutando el plan de otro, manos de manos de manos que dan de comer y hacen de las ONG algo sí gubernamental. Por otro, deviniendo revolucionario, atravesado por lenguajes extraños: performatividades, cyborgs, nomades… Por un lado emprendiendo la reforma moral y funcional -familiarista- en un proyecto ideológico ilustrado ya capturado por el capitalismo y el estado; por otro, disociando sexo, género, sexualidad y cuerpo, apreciando la belleza de lo abyecto, aprendiendo a percibir y pensar de otro modo, incluyendo a las biomujeres masculinas en mi discurso frente al virilismo del discurso binarista de los hombres igualitarios, desmoralizando mi forma de problematizar la prostitución o el porno, ampliando los contornos de lo posible, encontrando la medida de mi propia normatividad, cuestionando los modos tradicionales de organización y de hacer política. Por un lado, haciendo de mesías que trae la buena nueva, el mensaje, el nuevo hombre, el nuevo modelo platónico de género para un nuevo régimen insensible a la vida; por otro, aprendiendo nuevas preguntas, balbuceando nuevos lenguajes, sintiendo una humildificante ignorancia. En un lado, la psicologización: el desierto teórico, el no-movimiento social, expoliado por los discursos terapéuticos, la profesionalización y por algunos hombres buenos; del otro, la politización: la selva teórica, el movimiento vivo (anunciando el 15M), pensamiento crítico y acción sin representación.
Lo que apre(he)ndo de feminismo, capitalismo y modos de organización en los espacios de militancia autónoma transforma mi manera de estar en el espacio laboral. En lugar de seguir el mantra nuevomasculino-igualitario incorporo discursos de los nuevos feminismos a mi práctica pedagógica (que se da sobre todo en IES y con profesionales yo soy master de género). Mi referente es el movimiento feminista autónomo, no el mainstream de género o lo que algunos llaman la “perspectiva integral de género”, que no es si no el refuerzo del binarismo para dotarse de autoridad científico-social de cara a justificar políticas de igualdad dirigidas al sujeto biopolítico “hombre”, o un intento de incluir la categoría “hombres” al concepto institucional de género, que viene siendo utilizado como eufemismo para decir “mujer”.
Me resisto desde dentro a prescribir al nuevo hombre gubernamentalmente aprobado y me sitúo en la posición del hacer-pensar, abrir-posibles, producir-preguntas… Deja de interesarme plantarme en un aula de instituto a invocar binarismos y universales, a víctimas y verdugos, a hombres y a mujeres, a naturalezas y culturas, a sexos determinados y géneros construidos y a futuras familias heterofuncionales, y comienzo a invocar en las aulas lo puta, lo marimacho, lo marica, lo blandengue, lo bollero, lo monstruoso, lo eclesial, lo capitalista, lo precario, lo anal… Como si de un partido político se tratara se me castiga por mis salidas de discurso y tono (hay quien incluso me sugiere que lea otras cosas). Algunos momentos de reconocimiento externo y de algunos compañeros me mantiene laboralmente a flote, pero para cuando se produce el despido (con la crisis como coartada, real y perfecta) estoy aislado en tareas de formación y me han reducido la jornada 8 h en 3 años, de las que al menos 4h son para tratar de disciplinarme y/o despedirme más barato. El mileurismo me queda entonces muy lejos y la prestación que me queda ahora me coloca estadísticamente en el umbral de la pobreza.
El feminismo como deseo -como un proceso, como procomún que explica en parte la configuración actual de mi subjetividad, que me atraviesa y me produce como efecto de lo colectivo, como fuente legítima, con autoridad para mí, de conocimiento y de futuro- no es una mera decisión. No es mera decisión personal, el fondo está en si te compones o no con los feminismos como proceso, como deseo, como colectividad de múltiples cuerpos que hacen fuerza y se afectan para vivir de otro modo y crear las condiciones de posibilidad para la transformación de las relaciones y las instituciones heteropatriarcales. El feminismo en mí responde a un proceso deseante -histórico y colectivo- que me ha atravesado y producido como efecto político de percepción y sensibilidad.
Una vacuna para los fascismos y microfascismos, para las codificaciones normativas capitalista-colonial-hetero-patriarcales que merman nuestra capacidad deseante, nuestra sensibilidad corporal, nuestras posibles formas de componernos en las relaciones. No obstante, que te identifiquen como feminista de cara a la galería me parece una cuestión sin interés a nivel de identidad personal, pero sí de interés estratégico-político: ¿puede ser estratégicamente interesante o deseable que un biohombre hetero-masculino, o un colectivo que parta de esa composición, se re-presente en determinadas situaciones como feminista? A su vez, ¿no es más interesante apropiarnos de las descalificaciones de lxs reaccionarios patriarcalistas y enunciar desde lo “huelebragas”, “pagafantas”, “femilistos”, “hombres blandengues”, etc.?
El feminismo en mí comienza intuitivo y ha ido madurando, eso sí, bastante huérfano de colectivos y referentes generacionales. A menudo me pregunto si hombres por la igualdad (que no es sinónimo de biohombres feministas) no se agota en una generación de profesionales y emprendedores que, en un contexto de democracia neoliberal (un oxímoron, ¡y ya se ve!) migraron de la militancia autónoma o sindical hacia el yo, la terapia, la autoayuda, el multiculturalismo y/o la prescripción profesionalista de masculinidad vía institución o mercado. En este sentido comparten el anquilosamiento epistemológico, organizativo y comunicativo propio de las instituciones y discursos oficiales. Hay más declaraciones de principios, más preocupación por definir y purificar una identidad colectiva y más tendencia a prescribir la personalidad, que movimiento autónomo y amenaza a las estructuras de opresión. ¿No tiene todo el sentido hacer políticas desde fuera de la lógica de la representación, tal y como vienen haciendo distintos colectivos autónomos desde los 90? Políticos del ppsoe se esmeran por salir en las fotos de las acciones públicas de los hombres por la igualdad. Un carguete del PP que se alegra de ver a hombres entre el público en una actividad del ayuntamiento sobre cine y género por acá. Otro carguete del PSOE presentando un libro donde confiesa lo bueno que es con su esposa y sus hijos por allá… Aparecen rostros promovidos de cuando en vez en la prensa oficial y en revistas de empresa. Surgen comisiones de expertos, capturas narcisistas, líderes en igualdad… Profesionales psi, trabajadores sociales, educadores, académicos y emprendedores se reparten el pastel de una nueva subjetividad política y económicamente rentabilizable.
Enarbolar la bandera de la “nueva masculinidad” se integra estupendamente con el capitalismo cultural del que habla Zizek: vivo de esto (lo produzco-lo consumo) y además hago el Bien, independientemente de que no haya cambios estructurales de calado e incluso refuerce la dinámica capitalista. ¿No hay una inercia purificadora que nos devuelve constantemente a la identidad como centro del discurso y de la acción política? ¿No es ese esfuerzo visibilizador una trampa, un mecanismo de captura que tiende al vaciamiento y la desradicalización de los movimientos sociales? Mantenerse vivo, instituir movimiento autónomo, quiere decir devenir minoritario, devenir revolucionario, y no re-presentarse como tal; actuar sin hacer Historia con mayúscula, devenir imperceptible. Habría que dejar de exigirle al poder lo que, por definición, no puede hacer: devenir. Solo nosotros somos capaces de hacerlo (Deleuze).
Creo que en los aledaños del movimiento feminista siempre ha habido biohombres, eso no es lo nuevo. Es que se organicen y quieran instituir un sujeto político feminista lo que escama y/o encandila. El tono general de los hombres ahora es achacoso y conservador por la derecha, donde hay un verdadero rearme: ¡el estado es feminista y está contra nosotros, Padre por qué nos has abandonado al maltrato femenino! o ¡el sistema nos arrebata el contacto con nuestra auténtica masculinidad!; y por la izquierda: ¡el sistema nos arrebata el contacto con nuestra feminidad! o ¡ser hombre produce mucho dolor, todos somos víctimas! o ¡cambia así, que es tu deber y además es bueno para ti!.
Cierro con dos citas que resumen las dos preocupaciones que me han movido a escribir esto, una que recoge Gracia Trujillo en un texto esclarecedor:
Un movimiento permanece vivo mientras exista un conflicto en torno a su identidad colectiva (Nancy Whittier)
La otra, un comentario de Fefa Vila al debate en la revista Pikara en relación al artículo: “¿Qué hacemos con la masculinidad: reformarla, transformarla o abolirla?”:
En un momento histórico de rearme del machismo (el machismo de siempre aunque le llamen “neomachismo”), si las feministas establecemos alianzas, necesarias, tenemos que asegurar que estas no sean falsas; no nos lo podemos permitir.
¿En qué punto estamos?
AtoroVlac
Termino la carrera en Barcelona, donde escucho por primera vez el término queer para autodefinirse -paradójicamente- por parte de dos amigos maricas, uno académico y el otro okupa. No sé qué hacer. Abajo el trabajo. Ingenuo, quiero aunar curro y sensibilidad político-social a través del mercado laboral, opto por ponerme al servicio de “una buena causa”. De vuelta a Andalucía le digo a la compañera feminista que me gustaría hacer algo en este ámbito. Me responde: “¿pero tú has leído?”. Con el tiempo me doy cuenta de que no fue una pregunta, para mí fue casi una orden. Hacía ya como dos años que ella me había dado a conocer la asociación de hombres feministas de la igualdad. Solicito hacer prácticas ahí, me traslado de ciudad a empezar de cero (como buen precario) y acabo trabajando para esa organización. Coincidiendo en un encuentro, le recuerdo a mi amiga lo que me preguntó aquel día, y me dice sorprendida: “¿¡eso te dije!?”. Me hace gracia la ironía: me siento un poco como el hermano de Léolo, que se tira años musculando su cuerpo porque no estuvo a la altura en una pelea intrascendente para el otro. Años después, perdido el contacto, me entero de que esta compañera, joven profesional de la igualdad y la perspectiva de género y ecofeminista, ha intervenido desde el público en las Jornadas Estatales de Granada (bautizo de fuego del transfeminismo en España) para decir que no se entera de nada de lo que se está hablando. De nuevo la ironía: leer no es una cuestión de cantidad, evidentemente, ni te hace necesariamente más o menos feminista, pero los discursos, las teorías, los modos de problematizar, los sujetos de enunciación se anquilosan, anquilosando las subjetividades y los modos de hacer política, feminismo en este caso. Esto me parece sintomático entre quienes tienen como referente el feminismo oficial, generalmente reactivxs con los nuevos feminismos que emergieron desde los 90.
Paso unos años de “bipolaridad feminista”: por un lado haciendo acción social-institucional-laboral al auspicio del discurso de las “nuevas masculinidades” para los “hombres igualitarios”. Por otro, haciendo acción militante y participando en espacios de autoformación en feminismos en un proyecto de universidad autogestionada que aún tiene lugar en el centro social Casa Invisible. Por un lado, reformando a Harry, olvidando las preguntas radicales, los discursos atrevidos, las prácticas irreverentes, ejecutando el plan de otro, manos de manos de manos que dan de comer y hacen de las ONG algo sí gubernamental. Por otro, deviniendo revolucionario, atravesado por lenguajes extraños: performatividades, cyborgs, nomades… Por un lado emprendiendo la reforma moral y funcional -familiarista- en un proyecto ideológico ilustrado ya capturado por el capitalismo y el estado; por otro, disociando sexo, género, sexualidad y cuerpo, apreciando la belleza de lo abyecto, aprendiendo a percibir y pensar de otro modo, incluyendo a las biomujeres masculinas en mi discurso frente al virilismo del discurso binarista de los hombres igualitarios, desmoralizando mi forma de problematizar la prostitución o el porno, ampliando los contornos de lo posible, encontrando la medida de mi propia normatividad, cuestionando los modos tradicionales de organización y de hacer política. Por un lado, haciendo de mesías que trae la buena nueva, el mensaje, el nuevo hombre, el nuevo modelo platónico de género para un nuevo régimen insensible a la vida; por otro, aprendiendo nuevas preguntas, balbuceando nuevos lenguajes, sintiendo una humildificante ignorancia. En un lado, la psicologización: el desierto teórico, el no-movimiento social, expoliado por los discursos terapéuticos, la profesionalización y por algunos hombres buenos; del otro, la politización: la selva teórica, el movimiento vivo (anunciando el 15M), pensamiento crítico y acción sin representación.
Lo que apre(he)ndo de feminismo, capitalismo y modos de organización en los espacios de militancia autónoma transforma mi manera de estar en el espacio laboral. En lugar de seguir el mantra nuevomasculino-igualitario incorporo discursos de los nuevos feminismos a mi práctica pedagógica (que se da sobre todo en IES y con profesionales yo soy master de género). Mi referente es el movimiento feminista autónomo, no el mainstream de género o lo que algunos llaman la “perspectiva integral de género”, que no es si no el refuerzo del binarismo para dotarse de autoridad científico-social de cara a justificar políticas de igualdad dirigidas al sujeto biopolítico “hombre”, o un intento de incluir la categoría “hombres” al concepto institucional de género, que viene siendo utilizado como eufemismo para decir “mujer”.
Me resisto desde dentro a prescribir al nuevo hombre gubernamentalmente aprobado y me sitúo en la posición del hacer-pensar, abrir-posibles, producir-preguntas… Deja de interesarme plantarme en un aula de instituto a invocar binarismos y universales, a víctimas y verdugos, a hombres y a mujeres, a naturalezas y culturas, a sexos determinados y géneros construidos y a futuras familias heterofuncionales, y comienzo a invocar en las aulas lo puta, lo marimacho, lo marica, lo blandengue, lo bollero, lo monstruoso, lo eclesial, lo capitalista, lo precario, lo anal… Como si de un partido político se tratara se me castiga por mis salidas de discurso y tono (hay quien incluso me sugiere que lea otras cosas). Algunos momentos de reconocimiento externo y de algunos compañeros me mantiene laboralmente a flote, pero para cuando se produce el despido (con la crisis como coartada, real y perfecta) estoy aislado en tareas de formación y me han reducido la jornada 8 h en 3 años, de las que al menos 4h son para tratar de disciplinarme y/o despedirme más barato. El mileurismo me queda entonces muy lejos y la prestación que me queda ahora me coloca estadísticamente en el umbral de la pobreza.
El feminismo como deseo -como un proceso, como procomún que explica en parte la configuración actual de mi subjetividad, que me atraviesa y me produce como efecto de lo colectivo, como fuente legítima, con autoridad para mí, de conocimiento y de futuro- no es una mera decisión. No es mera decisión personal, el fondo está en si te compones o no con los feminismos como proceso, como deseo, como colectividad de múltiples cuerpos que hacen fuerza y se afectan para vivir de otro modo y crear las condiciones de posibilidad para la transformación de las relaciones y las instituciones heteropatriarcales. El feminismo en mí responde a un proceso deseante -histórico y colectivo- que me ha atravesado y producido como efecto político de percepción y sensibilidad.
Una vacuna para los fascismos y microfascismos, para las codificaciones normativas capitalista-colonial-hetero-patriarcales que merman nuestra capacidad deseante, nuestra sensibilidad corporal, nuestras posibles formas de componernos en las relaciones. No obstante, que te identifiquen como feminista de cara a la galería me parece una cuestión sin interés a nivel de identidad personal, pero sí de interés estratégico-político: ¿puede ser estratégicamente interesante o deseable que un biohombre hetero-masculino, o un colectivo que parta de esa composición, se re-presente en determinadas situaciones como feminista? A su vez, ¿no es más interesante apropiarnos de las descalificaciones de lxs reaccionarios patriarcalistas y enunciar desde lo “huelebragas”, “pagafantas”, “femilistos”, “hombres blandengues”, etc.?
El feminismo en mí comienza intuitivo y ha ido madurando, eso sí, bastante huérfano de colectivos y referentes generacionales. A menudo me pregunto si hombres por la igualdad (que no es sinónimo de biohombres feministas) no se agota en una generación de profesionales y emprendedores que, en un contexto de democracia neoliberal (un oxímoron, ¡y ya se ve!) migraron de la militancia autónoma o sindical hacia el yo, la terapia, la autoayuda, el multiculturalismo y/o la prescripción profesionalista de masculinidad vía institución o mercado. En este sentido comparten el anquilosamiento epistemológico, organizativo y comunicativo propio de las instituciones y discursos oficiales. Hay más declaraciones de principios, más preocupación por definir y purificar una identidad colectiva y más tendencia a prescribir la personalidad, que movimiento autónomo y amenaza a las estructuras de opresión. ¿No tiene todo el sentido hacer políticas desde fuera de la lógica de la representación, tal y como vienen haciendo distintos colectivos autónomos desde los 90? Políticos del ppsoe se esmeran por salir en las fotos de las acciones públicas de los hombres por la igualdad. Un carguete del PP que se alegra de ver a hombres entre el público en una actividad del ayuntamiento sobre cine y género por acá. Otro carguete del PSOE presentando un libro donde confiesa lo bueno que es con su esposa y sus hijos por allá… Aparecen rostros promovidos de cuando en vez en la prensa oficial y en revistas de empresa. Surgen comisiones de expertos, capturas narcisistas, líderes en igualdad… Profesionales psi, trabajadores sociales, educadores, académicos y emprendedores se reparten el pastel de una nueva subjetividad política y económicamente rentabilizable.
Enarbolar la bandera de la “nueva masculinidad” se integra estupendamente con el capitalismo cultural del que habla Zizek: vivo de esto (lo produzco-lo consumo) y además hago el Bien, independientemente de que no haya cambios estructurales de calado e incluso refuerce la dinámica capitalista. ¿No hay una inercia purificadora que nos devuelve constantemente a la identidad como centro del discurso y de la acción política? ¿No es ese esfuerzo visibilizador una trampa, un mecanismo de captura que tiende al vaciamiento y la desradicalización de los movimientos sociales? Mantenerse vivo, instituir movimiento autónomo, quiere decir devenir minoritario, devenir revolucionario, y no re-presentarse como tal; actuar sin hacer Historia con mayúscula, devenir imperceptible. Habría que dejar de exigirle al poder lo que, por definición, no puede hacer: devenir. Solo nosotros somos capaces de hacerlo (Deleuze).
Creo que en los aledaños del movimiento feminista siempre ha habido biohombres, eso no es lo nuevo. Es que se organicen y quieran instituir un sujeto político feminista lo que escama y/o encandila. El tono general de los hombres ahora es achacoso y conservador por la derecha, donde hay un verdadero rearme: ¡el estado es feminista y está contra nosotros, Padre por qué nos has abandonado al maltrato femenino! o ¡el sistema nos arrebata el contacto con nuestra auténtica masculinidad!; y por la izquierda: ¡el sistema nos arrebata el contacto con nuestra feminidad! o ¡ser hombre produce mucho dolor, todos somos víctimas! o ¡cambia así, que es tu deber y además es bueno para ti!.
Cierro con dos citas que resumen las dos preocupaciones que me han movido a escribir esto, una que recoge Gracia Trujillo en un texto esclarecedor:
Un movimiento permanece vivo mientras exista un conflicto en torno a su identidad colectiva (Nancy Whittier)
La otra, un comentario de Fefa Vila al debate en la revista Pikara en relación al artículo: “¿Qué hacemos con la masculinidad: reformarla, transformarla o abolirla?”:
En un momento histórico de rearme del machismo (el machismo de siempre aunque le llamen “neomachismo”), si las feministas establecemos alianzas, necesarias, tenemos que asegurar que estas no sean falsas; no nos lo podemos permitir.
¿En qué punto estamos?
AtoroVlac
Texto publicado y extraído de: atorovlac.wordpress.com
jajajajaj cualquier pretextro es bueno para fajarse unas bragas al culo. y bueno tio vive tu vida y deja de estar tratando de convencer a los demas de que tu trauma es lo correcto EL FEMINISMO TAMBIEN ES UN ESTEREOTIPO Y PUNTO
ResponderEliminarjajajajaja me cago en la concha de tu madre si tienes que someter a aprobaciÓn los cometarios donde esta la libertad de pensamiento y opinion que estas exigiendo GILIPOLLAS
ResponderEliminarEl feminismo institucional es mucho más espeluznante que el patriarcado, al menos en paises donde la discriminación hacia la mujer no está institucionalizada, como sí sucede ahora hacia los hombres en occidente. La verdad del feminismo actual es que ha destruido la igualdad ante la ley y destruye los elementos que le daban fuerza y solidez a la familia.
ResponderEliminar¡Gran artículo! Gracias por compartirlo :D
ResponderEliminar