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miércoles, 30 de octubre de 2013

POR QUÉ NO SOY UNA CHICA "50 SOMBRAS"...


Es muy difícil hacer una crítica sin caer en cuestiones subjetivas. Comprendo que el éxito de este libro puede ser muy positivo para que muchas mujeres, y hombres, se acerquen a la literatura erótica. Pero a mi particularmente no me ha gustado el libro, e incluso se me ha hecho difícil de leer.

Pasando las páginas de este libro he sentido muchas veces que estaba escrito por un hombre. ¿Cómo una mujer podía dar descripciones sobre la respuesta sexual femenina, a veces, tan lejos de la realidad? Quizá soy yo la que estoy alejada de la realidad... Supongo que por mucho que investigo sobre el tema me niego a pensar que todavía estamos tan atrasados. Pero me pregunto si la "facilidad" de respuesta de esta inexperta joven no hará que otras mujeres se sientan disfuncionales. Supongo que es lo que tiene la ficción, pero la capacidad orgásmica de esta chica es admirable. Sobre todo teniendo en cuenta que nunca antes se había siquiera masturbado.


Leer "50 sombras..." ha sido como leer un cuento Disney pero con algo de erotismo.

A lo que me refiero con esto es que los roles mujer-hombre, bueno-malo, siguen estando ahí Comprendo que una novela erótica no tiene por qué rebatir el modelo normativo. Quizá es solo una opinión personal el hecho que sería deseable ofrecer a las mujeres, y hombres, modelos alternativos de sexualidad y de intimidad.
Por otro lado, creo que es peligrosa la forma en que el BDSM es presentado en este libro. Christian necesita esta actividad debido a los "abusos" que recibio durante su juventud, y Anastasia la acepta simplemente por "amor". Me parece importante comprender que esta actividad es algo muy serio y no es en principio algo patológico. Es algo a lo que las personas implicadas deben acceder libremente, sin ningún tipo de presión.

Yo veo el dolor y el placer - o la sumisión y la dominación- como los dos extremos de un continuo. El dolor no es solo la ausencia de placer, sino también el punto posterior al placer más absoluto. El sumiso tiene poder porque decide colocarse en esa posición; y el dominante lo es solamente porque alguien lo ha colocado en esa situación. Son las dos caras de una misma moneda, y no existen el uno sin el otro.

He observado que tras la publicación de esta trilogía muchas mujeres han tenido la posibilidad de adentrarse en algo desconocido y plantearse nuevas formas de explorar su sexualidad. Esto es algo que me parece positivo. Por otro lado, he observado con alegría un auge de la literatura erótica.



Superada mi decepción, espero que este libro sea solamente un paso para que nuestra sexualidad sea cada día un poco más libre.

Texto extraído de: lilithsexuality.com

martes, 29 de octubre de 2013

ROMPER EL ESTEREOTIPO MASCULINO, LAS ESTRATEGIAS DEL MACHO ACORRALADO


Romper el estereotipo masculino, clave para la equidad de género



Especialistas coinciden en que hay que trabajar sobre la educación de los varones, desde pequeños, para erradicar definitivamente la violencia hacia las mujeres.
La ruptura del estereotipo masculino que exige al hombre ser único proveedor económico, autosuficiente y sexualmente hiperactivo es clave en la deconstrucción del sistema patriarcal y machista, opinaron especialistas en derechos humanos y género.

"No existe una forma de constituir lo masculino, aunque desde la sociedad se impongan determinadas condiciones que son justamente las que tenemos que romper para comprender que existen masculinidades plurales y diversas", señaló a Télam Hugo Huberman, psicólogo social, educador popular y militante de género.



El especialista aseguró que "en tanto sigamos criando hombres a los que se les inculque que la sexualidad está sólo en la genitalidad o que deben ser `fuertes` y autosuficientes, no cesará la demanda de prostitutas, por ejemplo, entonces seguirá habiendo trata".

"Hay que recuperar la ternura, el afecto y el encuentro que implica la sexualidad, y dejar de asociarlo con lo genital, con el poder porque, por ejemplo, el uso de dinero por sexo tiene que ver con la autoridad y manipulación sobre el otro cuerpo".

"La formación en este camino de niños y jóvenes es central en la lucha contra la violencia hacia la mujer, y también en la búsqueda de equidad de género", aseguró.

Huberman explicó que "producto de este mandato social que implica que el hombre tiene que `irse a las piñas`", cuatro de cada cinco adolescentes muertos en América Latina son varones, en su mayoría producto de riñas callejeras, adicciones y suicidios.

"Tampoco los servicios de salud ni las políticas públicas de salud son dirigidas a varones por esta idea de que `el hombre no se tiene que enfermar ni va la médico`, entonces, por ejemplo, no hay campañas masivas para prevenir el cáncer de próstata", añadió.

Otro ejemplo acerca de cómo operan los condicionamientos sociales es que "después de la crisis de 2001 las que levantaron la situación dando impulso a la economía solidaria fueron las mujeres, porque el hombre que se queda sin empleo queda destruido y no tiene esa creatividad".

Integrante de la campaña Lazo Blanco, una acción de hombres comprometidos contra la violencia hacia la mujer que lleva cinco años trabajando en distintos países latinoamericanos

"Para deconstruir el sistema patriarcal y machista tenemos que cambiar la cultura que impone estereotipos para hombres y mujeres", opinó Fabiana Túñez, integrante de la asociación civil feminista "La Casa del Encuentro".

Coincidió en que "trabajar sobre la educación de los varones, desde pequeños, es central en esta titánica tarea de erradicar definitivamente la violencia hacia las mujeres".



En este sentido, Túñez consideró que "el aporte de quienes trabajan seriamente sobre masculinidades es complementario a nuestra labor; siempre decimos que los varones no son nuestros enemigos, los enemigos son los violentos y abusadores".

Ambos militantes expresaron su repudio a las organizaciones de hombres que han difundido la supuesta existencia del Síndrome de Alineación Parental que, haciendo una simplificación, plantea que las mujeres influencian a sus hijos para que éstos digan que fueron abusados por sus papás.

"Este supuesto síndrome no existe, y estos grupos lo único que hacen es reproducir la violencia que denunciamos", indicó la militante de la Casa del Encuentro.

Mientras que Huberman agregó que "muchos de estos grupos intentan pegársenos, pero nosotros siempre nos diferenciamos y nos preocupa su existencia porque generan un doble discurso del que, lamentablemente, algunos medios se hicieron eco".

Los luchadores por la equidad de género también coincidieron en la necesidad de implementar la Ley de Educación Sexual Integral y de ahondar en estas temáticas en las currículas educativas.

"En definitiva, quienes trabajamos sobre masculinidades no peleamos por derechos para hombres, sino por la construcción de un mundo más equitativo con acceso a los derechos para todas y todos", concluyó Huberman.


Fuente Télam


LAS ESTRATEGIAS DEL MACHO ACORRALADO: CHISTES, PIROPOS Y TRATO GALANTE

Definitivamente, las feministas somos unas amargas. Vemos machismo, patriarcado, androcentrismo, homofobia, lesbofobia, transfobia y violencia incluso en las situaciones más divertidas. Eso nos pone en un raro lugar: somos víctimas de permanentes ataques simbólicos, y a la vez victimarias por arruinar con nuestras respuestas destempladas las situaciones que gran parte de la sociedad considera entretenidas, glamorosas, seductoras, caballerescas, románticas y hasta corteses. Y lo peor de la confusión es que como pertenecemos a esa misma sociedad, tales situaciones también tienen eficacia simbólica sobre nosotras, también nos reímos y emocionamos con ellas; sólo que un Pepe Grillo feminista nos susurra al oído permanentes advertencias analíticas para que no caigamos en la trampa, para que no seamos literales, para que no sonriamos amablemente -como es de esperar- a los gestos corteses.


¿Qué quieren las mujeres?? se preguntaba Freud, y el error de nosotras era estar expectantes a su respuesta.

Mi propuesta de hoy es muy modesta. Contar algunas anécdotas, señalar algunas situaciones que encienden mi alarma, procurar tímidamente un puente comunicativo para hacer grietas en los implícitos sociales y generar vínculos que no lesionen con su reiteración a ningunx de lxs participantes en ellos.

Cuando inicié la carrera de filosofía, un profesor llamado Adolfo Carpio me dijo: “¿qué hace usted acá, no sabe que las mujeres no pueden hacer filosofía? Tiene lindos ojos, aprenda repostería y búsquese un novio”.



Me ubicaba así en una disyuntiva común a muchas mujeres profesionales: o carrera o familia. La filosofía era un sacerdocio que requería no ocuparse del trajín de la vida cotidiana, por eso era para varones, que como todo el mundo sabe vienen equipados con mujeres que se dedican a las tareas de reproducción y cuidado, entonces ellos no deben renunciar a nada que les corresponda para dedicarse a la vida contemplativa. Esta deliberación es objeto de muchas indagaciones feministas, de excelente nivel, que ponen eje en el quiebre subjetivo de las mujeres que deciden innovar. Como ejemplo diré que en una investigación sobre carreras científicas de varones y mujeres, encontramos como dato significativo que el 25% de los investigadores superiores del Conicet eran solteros (su carrera era un sacerdocio) pero esa cifra trepaba al 75% en las mujeres, además de tener muchas menos oportunidades de llegar a la cima.

Muchos años después, ya doctorada y con el permanente esfuerzo de equilibrar familia y trabajo, ocupo la cátedra que fue de Carpio. Últimamente he pensado si no será un gozo enfermizo estar en este lugar, si fue una aspiración verdadera o movida por el desafío y la revancha. Y eso me lleva a reflexionar sobre los deseos de las mujeres y su concepto de éxito. Tenemos paradigmas que producen indicadores precisos de lo que la sociedad reconoce como éxito personal y profesional, y el costo subjetivo de esos indicadores para las mujeres es doble: si acompañan a un varón exitoso, es posible que tengan a su cargo la parte menos glamorosa de ese éxito vicario; si ellas mismas lo son, es posible que alcanzada la meta no encuentren la felicidad prometida sino una incomprensible insatisfacción. Para las innovadoras, que decidimos desafiar la dicotomía conciliando familia y profesión, la culpa de no alcanzar el ideal de perfección en ninguno de los roles (que obviamente requieren la renuncia al otro) es permanente.

Asi las cosas, claro, no estamos para chistes. Sin embargo nos hacen chistes! Cuando me recibí, el profesor Eduardo Rabossi me felicitó haciéndome el extraño homenaje de contarme un chiste, precisamente este: Un hombre decide contratar una prostituta. Va a su departamento y encuentra que entre los previsibles adornos sugerentes había una pequeña biblioteca. Se acerca curioso y ve en ella libros de Kant, de Hegel, de Wittgenstein? Toma uno de ellos y ve que está subrayado y con acotaciones manuscritas. Le pregunta de quién son esos libros y la prostituta contesta que son de ella, que es filósofa. El hombre, extrañado, le pregunta cómo siendo filósofa trabaja de prostituta, y ella le contesta: “tuve suerte”. Fin del chiste. No me reí. Quedé como una amarga con mi profesor de derechos humanos.

Una brillante alumna mía, muy linda, terminó su carrera y no logró una beca o una plaza docente para comenzar a trabajar. Terminó de mesera en un restaurante muy caro de Puerto Madero, en plena era menemista, al que concurrían políticos y empresarios favorecidos por el gobierno (dicho sea de paso, algunos siguen concurriendo y siguen siendo favorecidos, pero ese es otro tema). Uno de los clientes en particular era muy pesado, con comentarios subidos de tono sobre su aspecto físico dichos a los gritos y festejados por sus contertulios. Un día mi alumna decidió contestarle con una frase de Nietszche. El diputado, sorprendido, le preguntó de dónde había sacado eso y ella le dijo que era filósofa. La pregunta fue inmediata: ¿y qué hacés trabajando aquí?, y la respuesta de ella también: “esta es la Argentina en la que vivo, yo soy mesera y usted es diputado”. Los contertulios festejaron el chiste, el político no se rió, ella sintió una satisfacción interior que duró poco porque ese mismo día la echaron de su trabajo por hacer comentarios indecorosos a los clientes.

¿Podemos reaccionar a la violencia de los chistes y los comentarios que nos ponen como objeto pasivo de frases soeces bajo la pretensión de ser piropos, cuando todo el sistema opera contra nuestra vivencia de esas situaciones? La observación rompe un código, a veces violentamente, y entonces pasamos de víctimas a victimarias. A veces ni siquiera tenemos la oportunidad de intervenir, porque la frase se refiere a nosotras pero se pronuncia entre machos en un intercambio que nos excluye y que tiene que ver con el derecho de propiedad. Porque como decía Locke en “Dos Tratados sobre el Gobierno”, para justificar filosóficamente la necesidad del pacto social que dio origen al Estado Liberal Moderno, la violencia entre los seres humanos es consecuencia de la lucha por la propiedad; y hay dos cosas que producen el máximo conflicto entre los seres humanos: la propiedad de la tierra y la propiedad de las mujeres. El pacto social, precedido del pacto sexual, reguló ambas propiedades dando origen a la familia nuclear y garantizando así la legitimidad de la progenie para cuidar la herencia en la acumulación de capital.

Los ambientes ilustrados no están libres de estos métodos disciplinadores del lugar de las mujeres. Cuando finalizaba la dictadura, comenzamos en la UBA un movimiento de estudiantes y graduados que permitiera recuperar las autoridades legítimas una vez alcanzada la democracia. Se creó así una Asociación de Graduados que hizo su primera elección. Los candidatos a presidirla éramos Silvio Maresca, un filósofo muy ligado a la política del peronismo , y yo, una pichi. Inesperadamente gané esa elección, y entonces Silvio le dijo a mi marido, también graduado en filosofía: “te felicito, ahora tenés una mujer pública”. No me lo dijo a mí, se lo dijo a él, que recibió así la advertencia de que un hombre que deja que su mujer circule por los espacios de poder de la política debe aceptar que reciba el calificativo con el que se describe a una prostituta: una mujer pública, una mujer de la calle, una mujer que no es de su casa y por eso ha renunciado a ser de un hombre para estar disponible para cualquier hombre.

Y así seguramente se lo enseñan a los hombres. Los cuerpos que circulan en la calle son cuerpos disponibles, y si no dan señales inequívocas de recato son cuerpos abordables sin permiso por el solo hecho de estar allí. Abordables físicamente y simbólicamente, con manoseos o con pretendidos piropos que nos ponen en situación de presa y a ellos en situación de dominio.

Salgo de mi casa un día de lluvia para un acto protocolar a la mañana, vestida con más cuidado que de costumbre. En la vereda hay un hombre acostado sobre unos cartones, totalmente borracho, harapiento que daba pena, y cuando paso me dice: “te haría cualquier cosa”. Ese hombre que no podia ni siquiera ponerse en pie, abandonado de todo, no había perdido sin embargo su poder patriarcal sobre mí, su poder de incomodarme y ubicarme en una situación pasiva que sólo podía ser respondida de modo desagradable o cambiando el código. Otras veces lo he hecho, ante ese habitual comentario “decime qué querés que te haga, mamita” pararme, mirarlo y decir: “recordame el teorema de Göedel”, o “recitame la Odisea en griego”. La respuesta produce pavor, la mirada del piropeador se llena de espanto: la violenta soy yo.



Los comentarios sobre nuestro aspecto físico nos desvían de nuestro lugar de interlocutoras a objeto. Incluso cuando pretenden ser amables nos están sacando de la relevancia del argumento para poner de relevancia nuestro cuerpo sexuado. A veces la violencia es más explícita, y cuesta menos verla.

En una manifestación docente donde hay represión policial encuentro a un diputado kirchnerista con sus asesores. Me pregunta con ironía qué hago allí, y yo le digo qué hace él que no está procurando que su gobierno no reprima la protesta social. El, molesto y bajando un poco la mirada de mi cara me dice “¿por qué te pusiste ese escote?”, sus compañeros se ríen, yo le repregunto “¿qué te pasa, extrañás a tu mamá?”, sus compañeros se ríen más. La violenta soy yo que lo pongo en ridículo ante sus subordinados.

Otras veces el comentario es menos burdo, y simplemente nos retrae del lugar donde nos habíamos instalado. En una sesión legislativa salgo de mi banca y me acerco a un diputado del hemiciclo opuesto para reprocharle uno de los mil modos de mala praxis legislativa que acostumbran. Mientras le estoy diciendo que faltó a su palabra me interrumpe: “ahora que te veo de cerca, qué lindos ojos tenés”. ¿Tengo que alegrarme, sentirme orgullosa de algo en lo que no tengo ningún mérito, cambiar mi enojo por un agradecimiento a su observación gentil? Opto por reprocharle doblemente su falta de palabra y el comentario desubicado y quedo como una amarga. La víctima es él: dijo algo agradable y se encontró con mi respuesta destemplada.

La filósofa mexicana Graciela Hierro, especialista en ética feminista, nos advertía sobre estos modos que toma el patriarcado para imponerse a los que llamaba “el trato galante”. Socialmente aparecen como un signo de caballerosidad, pero nos ubican en un papel de debilidad, de objeto de tutela, de incapacidad, de pasividad superlativa.

Los usos sociales están llenos de mandatos que los varones pueden tomar como lo que se espera de ellos, y muchas mujeres como signos de protección masculina.

Mañana se cumplen 60 años del voto femenino. Quizás sea oportuno recordar que hasta ese momento el código civil nos ponía con los incapaces, los presos, los dementes y los proxenetas para fundamentar nuestras ineptitudes para la política. Cuando luego de muchos años de lucha del socialismo feminista, y por expresa voluntad de Eva Perón, la ley de sufragio femenino finalmente llega a un recinto formado exclusivamente por varones, los argumentos en contra cubrieron todo el arco: desde señalar la natural incapacidad de las mujeres para la vida pública, a decir que ibamos a votar lo que nos dijera el cura y la iglesia iba a aumentar así su poder político, o ensalzar las más altas virtudes femeninas que nos destinan a la excelsa tarea divina de cuidar a nuestras crías (lo que logicamente está reñido con la disputa electoral), o describir la politica como un pantano donde no debería posarse el delicado pie que cual pétalo de rosa sostiene nuestra gracia, y como último recurso generar pánico recordando que nos volvemos locas una vez por mes y así existía la alta probabilidad de que en ese estado de enajenación temporal una cuarta parte de nosotras esté a la vez menstruando y decidiendo los destinos de la patria.

Para esos patriarcas de la democracia, que ya contaba con una “ley del voto universal y obligatorio” que no sólo nos excluía del universal sino que no registraba siquiera la exclusión, eso éramos las mujeres. Ellos sí tenían una respuesta, no como Freud que nos dejó esperando.

Procurando hacer un ejercicio de empatía, comprender cuál es la reacción de quien tiene esta visión de las mujeres ante los avances que el feminismo nos ha procurado en tantos órdenes de la vida, pienso que hay una percepción de cierta masculinidad de estar en retroceso. Una vivencia del poder sustancial y del territorio que torna amenazante el ingreso de las mujeres a las instituciones y a la vida pública, todavía ahora. La pérdida del monopolio de la palabra no alcanza para abrir el diálogo. El diálogo tiene condiciones lógicas, semánticas, éticas y políticas, no se trata de hablar por turno y menos aún de arrebatar el micrófono. Y ni hablar si se usan dos micrófonos, como hace la presidenta desde el atril!

Eso es lo que llamo “el síndrome del macho acorralado”, que es victimario violento y a la vez víctima, que me desvela cuando pienso en las formas de lograr una sociedad incluyente de verdad,y que me inspira para decir toda vez que puedo a modo de letanía pedagógica que “cuando una mujer avanza, ningún hombre retrocede”.


¿QUÉ HACEMOS CON LA MASCULINIDAD: reformarla, o abolirla transformarla?


Jokin Azpiazu analiza las contradicciones del popular discurso de las nuevas masculinidades: el excesivo protagonismo, la escasa vinculación a las teorías feministas, el heterocentrismo, el binarismo, o las resistencias a renunciar a los privilegios


Señora Milton
Durante los últimos años, el estudio de la masculinidad (o las masculinidades) ha recibido gran atención tanto en el ámbito de la investigación como en otros ámbitos sociales, como por ejemplo el de los medios de comunicación. Al amparo de los estudios de género, en varias universidades se están realizando estudios sobre masculinidad, y las líneas de investigación sobre el tema se están fortaleciendo y afianzando. Al mismo tiempo se están impulsando diferentes iniciativas en el terreno de los movimientos sociales así como en el de la intervención institucional, siendo probablemente las más conocidas los denominados “grupos de hombres”.

La idea que subyace en la atención que la masculinidad está recibiendo en el terreno académico es la siguiente: el género es una construcción social (tal y como la teoría feminista ha argumentado ampliamente) que también nos afecta a los hombres. Por lo tanto, poner el “ser hombre” a debate e iniciar una tarea de deconstrucción es posible. Así, los estudios sobre la masculinidad nos animan a ampliar la mirada sobre el género, a mirar a los hombres. Esto tiene sus efectos positivos, ya que los hombres no nos situaríamos ya en la base de “lo universal” sino en el terreno de las normas de género y su contingencia histórica y social.

Las investigaciones tienden a centrarse en la identidad (qué significa ser hombre para el propio hombre) y no tanto en las relaciones de poder. Son cada vez más auto-referenciales, en vez de basarse en las aportaciones de las teorías feministas

Sin embargo, de este planteamiento pueden emerger un gran número de dudas y contradicciones. El movimiento feminista ha conseguido en las últimas décadas redireccionar la mirada (científica, medíatica, social) hacia las mujeres. Este fenómeno se da además en un mar de contradicciones y contra-efectos al que los feminismos han tenido que responder a través de la crítica, la implementación y, al fin y al cabo, la transformación de esa misma “mirada”. Las ciencias sociales han observado a menudo a las mujeres como meros objetos sin capacidad de agencia y sin voz, y debido a ello ha sido necesario reivindicar que no sólo se trata de “mirar a” sino de “cómo” mirar. De cualquier forma, lo que ahora nos atañe es que en los últimos años esa mirada se dirige hacia los hombres. A menudo, sin embargo, no se pone suficiente énfasis en explicar que todo el periodo histórico anterior (y el actual en gran medida) se caracteriza precisamente por la negación de la existencia social de las mujeres. Es decir, que la mirada -social, académica, mediática- siempre ha estado dirigida a los hombres.

En el terreno social y asociativo, los “grupos de hombres” son probablemente las iniciativas más conocidas, pero no las únicas. Se han realizado en los últimos años varias acciones más que nos han tenido a los hombres como protagonistas. Muchas de ellas se han desarrollado en torno a la violencia machista: cadenas humanas, manifiestos, campañana publicitarias y foto-denuncias… Los hombres hemos anunciado en público nuestra intención de incidir en la lucha contra el sexismo y el machismo, y a menudo hemos recibido por ello abundante atención mediática, más que los grupos de mujeres que se dedican a lo mismo.

El punto de partida de estas iniciativas es la necesidad de que los hombres nos impliquemos contra el sexismo, lo que se ha enunciado de maneras bien diversas: se ha dicho que nuestra implicación es indispensable, que es nuestra obligación, que supone una ventaja para nosotros también, que sin nosotros el cambio es imposible… Cada forma de plantear el asunto implica matices bien diferentes. En cualquier caso, estaríamos hablando del uso y ocupación del espacio público (las calles, los medios, los discursos) y en ese terreno se ha visualizado de manera bastante clara que una palabra de hombre vale más que el enunciado completo de las mujeres, aunque ambas hablen de sexismo.

Durante los años 2011 y 2012, realicé una pequeña investigación respecto a estas cuestiones en el marco del máster de ‘Estudios feministas y de género’ de la Universidad del País Vasco. Mi objetivo era señalar algunas cuestiones que pueden resultar problemáticas sobre el trabajo con “masculinidades” tanto desde el punto de vista académico como movimentista. Traté de señalar algunos de los anclajes en los que se está amarrando la construcción discursiva en torno a las masculinidades hoy en día.

Al mismo tiempo que se reivindican diferentes maneras de vivir la masculinidad, se identifica con sujetos concretos: diagnosticados hombres al nacer, heterosexuales, involucrados en relaciones de pareja. Quienes no encajábamos en la norma, quedamos fuera

En el terreno académico hubo especialmente dos cuestiones que llamaron mi atención. Por un lado me parece que a la hora de investigar sobre masculinidad hay una tendencia bastante general a centrarse en la identidad, en detrimento de los puntos de vista que priorizan el enfoque sobre el poder o la hegemonía. Se estudia mucho qué siginifica ser hombre para el propio hombre, y no tanto cómo incide en las relaciones entre personas que hemos sido asignadas en diferentes sexos. Por otro lado, tengo la impresión de que los estudios sobre esta cuestión se están conviritiendo cada vez más en auto-referenciales. Los estudios sobre masculinidades parten de presupuestos teóricos construidos en los propios estudios sobre masculinidades, y cada vez se nutren menos de reflexiones feministas.

Esto tiene consecuencias de impacto tanto en el enfoque (o mirada) que se utiliza para abordar el tema, así como en el contexto del que se parte. Por ejemplo, una cuestión difícil y problemática en la teoría y práctica feminista de las últimas décadas ha sido la del sujeto, la pregunta clave que intensos debates tratan de contestar: ¿quién es hoy en día el sujeto político del feminismo, ahora que precisamente las diferentes expresiones feministas han cuestionado la categoría mujer como única, partiendo de las diferentes experiencias y posiciones de las mujeres en lo social? El intento de articular la capacidad política y subjetiva de las mujeres en esta red o maraña de diferencias es una cuestión de vital importancia, y por lo tanto, muy complicada. Sin embargo, las implicaciones que la participación de los hombres en “el feminismo” podrían suponer no son un tema de debate principal en las teorías sobre masculinidad. Esto determina la dirección en la cual se desarrollan los debates, dejando de lado temas que para los feminismos son de crucial importancia.

Saltando al terreno de los movimientos sociales me dediqué al estudio de algunos escritos y documentos publicados (en el ámbito de la Comunidad Autónoma Vasca) por grupos de hombres e iniciativas institucionales en torno a la masculinidad. En ese trabajo, incompleto aún, pude empezar a dibujar algunas claves que en mi opinión merece la pena poner sobre la mesa:

Para empezar, hablamos de masculinidad y aún nos referimos a un modelo muy concreto. Al mismo tiempo que se reivindica que existen diferentes maneras de vivir la masculinidad, se identifica el ejercicio de la misma con sujetos concretos: personas que han sido identificadas como hombres al nacer, heterosexuales, en la mayoría de los casos involucrados en relaciones de pareja. El resto, quienes hemos tenido algún problema que otro para encajar en el carril de la masculinidad “hegemónica” (hombres trans, homosexuales, afeminados…) quedamos fuera de esa categoría. Esto supone un doble riesgo: por un lado decir que no somos hombres (por mí bien, ojalá) pero por otro, pensar que por ser masculinidades “marginales” no ostentamos actitudes hegemónicas y poder.

En este sentido, la mayoría de propuestas vienen a cuestionar y modificar las relaciones que se dan entre hombres y mujeres, sobre todo en el terreno familiar y doméstico, dejando de lado (o prestando mucha menos atención) a otros espacios, sujetos y situaciones. Reivindicamos que los hombres nos tenemos que poner el delantal, pero no tenemos demasiadas propuestas para cómo (por ejemplo) rechazar los privilegios que ser hombres nos aporta en el mercado laboral.

En cambio, nos resulta más fácil denunciar las cargas y “daños colaterales” que el patriarcado nos ha impuesto. Señalamos los espacios que nos han sido negados por ser hombres y subrayamos la necesidad de conquistarlos, pero tenemos más dificultades para enfatizar el otro lado de la moneda, los espacios que el patriarcado nos ha dado, aquellos que tenemos que des-conquistar. No señalamos, además, que esta moneda no es casi nunca simétrica, que estos privilegios nos vienen muy bien para movernos en el mundo actual.

En este sentido, me parece muy importante identificar las motivaciones que nos llevan a implicarnos en las luchas por la igualdad. Estamos dispuestos a asumir algunos de los trabajos que históricamente han realizado las mujeres (los trabajos de cuidado son paradigmáticos en este caso). Decimos que el cuidado de nuestras criaturas (de aquellos que las tengan, claro) es fundamental, y más aún, señalamos las ventajas que esto nos traerá. Sin embargo, mencionar a las personas enfermas, o con autonomía reducida por cualquier motivo, nos cuesta bastante más. Decimos que con la igualdad ganaremos tod*s, pero si lo que el patriarcado supone es precisamente una red de poder de distribución desigual, no guste o no, alguien tendrá que perder con la igualdad. Y así deberá ser, si algunos sujetos se empoderan, otros tendremos que des-empoderarnos (si es que existe el concepto). Deberíamos dejar claro que esto no será una ventaja, no será bueno para todos, no será un regalo del cielo. Pero eso no quita que haya que hacerlo.

En las dos últimas décadas las teorías feministas han cuestionado el carácter binario del sexo. Nosotros parece que sentimos más apego del que pensábamos hacia la noción de masculinidad, seguramente porque sabemos que nos aporta privilegios

Asimismo, identifiqué en al análisis de algunos textos ciertos discursos de presunción de inocencia; la necesidad de reivindicar, ante un supuesto exceso de radicalidad de los feminismos, que todos los hombres no somos iguales. Es evidente que todos los hombres no somos iguales ni ejercemos de la misma manera la masculinidad, pero sería interesante estudiar por qué nos sentimos culpables o atacados y por qué nos enfadan según que críticas o discursos. De alguna manera, se intuye la búsqueda de una nueva identidad personal y grupal, la de los hombres “alternativos”.

Unido a todo esto, el concepto “nuevas masculinidades” emerge con fuerza en los últimos años, en algunos casos con vocación descriptiva (en el terreno académico) y en otras como propuesta de modelo a construir (en los movimientos sociales). En ambos casos me parece necesario y pertinente problematizar el concepto.

En el primero de los casos, me parece excesivo afirmar la existencia de “nuevas masculinidades” de manera acrítica. Claro que la masculinidad está cambiando, pero ¿cuándo no? Y, ¿en qué sentido y en que contexto está cambiando? ¿No será la masculinidad de cierta clase social en cierto contexto la que está cambiando o al menos la que hace visible su cambio? ¿Son todos los cambios en la masculinidad “positivos” y “voluntarios”? Estos cambios y novedades que nos son visibles en lo identitario, ¿en qué medida y cómo afectan a las relaciones entre hombres y mujeres en el terreno material (reparto de recursos y poderes de todo tipo)? Diría que es posible trazar formas distintas en las que hombres y mujeres han vivido la masculinidad a lo largo de la historia, pero sólo en este momento preciso hablamos de “nuevas masculinidades”, precisamente cuando es el grupo “hegemónico” el que está dando pasos hacia la transformación consciente del modelo masculino (transformación, que dicho sea de paso, valoro positivamente). No quisiera por tanto cuestionar la capacidad para vivir la masculinidad de formas distintas señalada en el término “nuevas masculinidades”. Es su inflación discursiva lo que me preocupa.

En el terreno social, reivindicar la búsqueda de “nuevas masculinidades” (que, a menudo, como he expuesto anteriormente, se limita de antemano a ciertos sujetos) puede tener además de su lado positivo un lado problemático. En las dos últimas décadas las teorías feministas han cuestionado el carácter binario del sexo. A pesar de las diferentes opiniones en el seno de los movimentos, diría que los debates han sido ricos y productivos. Sin embargo, nosotros todavía ni nos hemos planteado en la mayoría de los casos qué hacer con la masculinidad: ¿reformarla? ¿transformarla? ¿abolirla?

Parece que sentimos más apego del que pensábamos hacia la masculinidad, seguramente porque de manera consciente e inconsciente sabemos que los privilegios que nos aporta no están nada mal. Pero aún cuando hacemos un intento de cuestionar los privilegios no somos capaces de retratar nuestras vidas y utopías más allá de la masculinidad (sea “nueva” o no). Sin obviar que la deconstrucción de la feminidad y la masculinidad conlleva consecuencias diferentes a muchos niveles, deberíamos intentar atender al debate sobre si queremos ser otros hombres, hombres distintos o simplemente menos hombres.


DECONSTRUIR EL HOMBRE Y LA MASCULINIDAD


L.K.A

Lo contrario de viril no es femenino sino infantil.
Lo infantil es una mezcla de inocencia, espontaneidad humana e inexperiencia, por un lado, y modelado adulto, por otro lado, esencialmente, ser un niño supone cierta dependencia, inseguridad, vulnerabilidad, irresponsabilidad, indisciplina, priorizar el juego, tener bastante desarrollada la parte emocional, ser visto por los adultos o mayores como un ser inofensivo y, por tanto, totalmente maleable e idóneo para la obediencia (en el patriarcado), como une ser asexual, pervertible o pervertido por la cultura patriarcal y su estrecha mirada en materia sexual, ser un niño supone también (en el patriarcado) recibir una total falta de respeto y consideración hacia su criterio y, generalmente, también hacia su voluntad (deseo/necesidad) si está fuera de la perspectiva adulta, ya sea específica (un adulto en concreto) o amplia (adultista, adultocentrismo). Lo femenino es una extensión de lo infantil, con la diferencia de ser modelado al gusto del Hombre, en función de sus necesidades y deseos.

El “Hombre” es un constructo cultural necesario en el patriarcado. La masculinidad es una ilusión, supone un reto permanente y una negación. En realidad, los varones no existen, porque esa categoría es inalcanzable íntegramente.
La cultura patriarcal construye polos opuestos (binarismo de género) porque está basada en la dominación, donde unos mandan y otros obedecen favoreciendo la creación de polos opuestos, que ayudan a preservar el orden establecido y mantener un cierto equilibrio en ese modelo sociocultural.
Por lo tanto, el ser humano es deformado por los patrones alienantes del patriarcado: “Hombre” y “adulto opresor” y también “Mujer” e “infancia adulterada”. La persona sólo puede ser fiel a sí misma, plenamente, sin el corsé del género y sólo puede romper el círculo educativo para la sumisión eliminando al adulto patriarcal, si queremos construir una comunidad humana saludable basada en la libertad y el respeto mutuo.

Los valores femeninos aceptan los límites personales y la inevitabilidad de las relaciones interdependientes. Los valores masculinos no admiten los límites personales, lo que supone vivir una impostura patológica, generadora de frustración y sufrimiento. Por otra parte, los valores femeninos no reconocen las posibilidades reales personales que permiten cierta autonomía, autosuficiencia e independencia anulándonos, anulando nuestra libertad; nos llenan de inseguridades, miedos y limitaciones, lo que creemos superar tomando como propio el género masculino en cierta medida (masculinizando la Mujer).

En el patriarcado actual (o neopatriarcado) el Hombre sigue siendo el sujeto universal por lo que se suelen valorar las cualidades asociadas a lo masculino o masculinizadas y lo importante es el Hombre (o, por extensión, los hombres) y lo que él (o ellos) hace(n) y dice (o dicen); lo femenino es despreciado, negado y rechazado. Lo que está ocurriendo es que el género se está empezando a disociar del sexo (parcialmente) porque se sigue asumiendo lo masculino como neutro y algunas cualidades valoradas tradicionalmente en un sexo empiezan a aceptarse en el otro, esto conlleva un cambio de roles, una ruptura con los estereotipos tradicionales y un proceso de masculinización de la mujer. Tras el pseudofeminismo que esto representa, lo valorado socialmente, se convierte en patrón para ambos sexos; obteniendo una aparente igualdad porque dejaría de existir la discriminación por razón de sexo, pero representando, en realidad, una invisibilización del poder. Debido a esta ambivalencia del sexo respecto del género y del poder, tenemos que empezar a cuestionar y atacar los valores patriarcales en sí mismos.

Algunos de los valores patriarcales, más allá del sexo de la persona que los profesa, como sometido o como opresor:

-La prepotencia/la docilidad
-Utilización de las personas para la satisfacción personal o colectiva de otros. También mutua (la satisfacción es mutua, pero la persona es igualmente cosificada). También mercantilizada.
-Supremacía y valoración de lo masculino y lo adulto. Androcentrismo y adultocentrismo.
-Negación y represión de los sentimientos. Aparentar invulnerabilidad.
-Universalidad humana de la heterosexualidad. Banalización del sexo.
-Posesión y propiedad privada.
-Restricciones afectivas. Jerarquización de las relaciones proyectada hacia el provecho de la Familia o del Capital.
-El género

El Estado y sus cuerpos represores (llamados de seguridad) han venido a sustituir el papel protector del Hombre (Padre, Marido, etc.) en el patriarcado. Tenemos que reemplazarlo por la comunidad, y que sea ella quien asuma ese papel. Así como las mismas mujeres y el apoyo mutuo.

Ha sido la necesidad de más mano de obra cualificada del capitalismo, la que ha permitido una formación más amplia de las mujeres y la adquisición de nuevas capacidades, y su entrada en ámbitos vetados hasta entonces, aprovechemos esta preparación y oportunidad para liberarnos, no para someternos doblemente o a la manera masculina; para encontrar otro modelo socioeconómico que no permita la explotación, la alienación ni la desigualdad e injusticia.

No permitamos que nos hagan cómplices del modelo político, económico y social establecido, tampoco del modelo cultural patriarcal.




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Publicación de un artículo más extenso sobre el tema en un próximo número de Alejandra (alejandraxanarcofem@gmail.com).

Bibliografía consultada:
-XY La identidad masculina de Elisabeth Badinter-Congreso Internacional: Los hombres ante el nuevo orden social de Emakunde/Instituto Vasco de la mujer. Vitoria- Gasteiz 2002
-Reacerse hombre de Juan Carlos Kreimer
-El gran tabú de la dependencia masculina (¿Qué quieren las mujeres?) de E. L. Eichen Baum y S. Orbach

domingo, 27 de octubre de 2013

UN HOMBRE TRANSGENERO EN LA CÁRCEL DE MUJERES DE SANTA CRUZ DE TENERIFE. 1939-1943.




Por Yanira Hermida Martín [2]

Resumen: Presentamos un primer acercamiento a la realidad de un hombre transgénero en el franquismo, intentando superar la dificultad derivada del análisis de la transexualidad desde la disciplina histórica, debida a las escasas fuentes y los límites del análisis histórico. 

Señalar el pasado de las personas transexuales nos permite denunciar las dificultades sociales que sufre este colectivo, instándonos a dejar atrás el análisis de la identidad de las personas como una patología y demandando que las personas son quienes tienen que definir, desde el ejercicio de su libertad, su elección en cuanto a género, identidad y concepción de su cuerpo.



I. Introducción

Estudiando la población reclusa de la prisión de mujeres de Santa Cruz de Tenerife[3], encontramos dentro de la categoría de presas comunes, un suceso curioso y de excepcional naturaleza: tras un delito de falsedad documental, se esconde un caso de travestismo masculino muy interesante[4. M.B.R. persona nacida como mujer en la capital tinerfeña, soltera de 40 años es detenida el 19 de octubre de 1940 en Madrid, donde trabajaba para el cuerpo auxiliar de comunicaciones y a dónde había huido tras ser detenida en 1939 en la isla. Es localizada en la península tras hacerse pública la orden de busca y captura que el Gobernador Civil de Santa Cruz de Tenerife había dictado contra ella el 8 de agosto de ese mismo año.




II. M.B.R.: Un acercameinto al estudio histórico del transgenerismo en la historia reciente de Tenerife

El presente texto nace con la pretensión de configurar un primer acercamiento al análisis del caso de M.B.R. ya que consideramos que aún nos quedan importantes lagunas que cubrir y dada la extensión del presente artículo dejaremos sin abordar.

La investigación de la transexualidad ha sido siempre un gran escollo para la disciplina histórica, cómo poder rastrear en el pasado un fenómeno que se ha detectado en la sociedad del siglo XX. ¿Podemos mirar al pasado y entender la existencia de transexuales tal y como se conciben en la actualidad? Esta cuestión fundamental la recoge Vern. L. Bullough en su artículo: «La transexualidad en la historia»:

El tema de la transexualidad plantea problemas especiales al historiador dado que suscita la pregunta de si es posible buscar en la historia un fenómeno que no fue descrito hasta hace unas pocas décadas[5].


No podemos olvidar que según los estudios existentes, hasta el primer tercio del siglo XX las personas transexuales se confundían con las travestidas y las homosexuales, sin que se destacasen sus características propias, ya que todos los testimonios de transexualidad anteriores a la última mitad del siglo XX, se tratan de casos preoperatorios, puesto que la cirugía para la reasignación de sexo no existía. Cuestión esta que para el análisis histórico supone un gran límite a la hora de investigar y discernir entre las categorías existentes en la actualidad de travestis, transexuales y/o transgéneros.

La definición de transexual siguiendo las concepciones actuales nos llevaban a menudo al planteamiento de la transformación del cuerpo, ya fuera a través de la hormonación o de la cirugía, pero cómo enfrentar esta cuestión cuando analizamos un periodo histórico en que la medicina aún no podía ofrecer estos tratamientos por lo cuál eran impensables. Un ejemplo de la dificultad a la hora de definir la transexualidad en un primer término teórico es el que encontramos en el estudio de Patricia Soloy-Beltran:

Una cuestión fundamental de la tesis de esta obra es la noción de transexualismo como una categoría de conocimiento cuyo significado se negocia socialmente. Sin embargo, con anterioridad a la recogida de datos, necesitaba una definición de trabajo, y por lo tanto provisional, de «transexual» como punto de partida sobre el cual basar la selección de mis entrevistados. La cuestión de la intervención física fue decisiva para definir el campo: me decidí por una definición de trabajo de transexual como aquella persona que interfiere su cuerpo a nivel hormonal y/o quirúrgico con el fin de convertirse en un sexo diferente[6].

Otros autores sin embargo destacan la transexualidad con independencia de la transformación del cuerpo y de su sexo biológico tal y como hace Miguel Fernández Sánchez-Barbudo desde la óptica médica dónde se focaliza principalmente la cuestión en parámetros de la salud de los individuos más que en el análisis social de este fenómeno por lo que no se utiliza el concepto de trasnsgénero:

Persona transexual es aquella que se siente perteneciente al género opuesto a su sexo biológico con independencia de que haga modificaciones hormonales o quirúrgicas[7].

Sólo podemos observar cuestiones similarmente complejas en los pocos estudios históricos existentes sobre personas que como M.B.R. enfrentaron el reto de asumir una identidad que no se correspondía a su sexo biológico. Uno de los casos más famosos en el ámbito de la historiografía es el de Catalina de Erauso, más conocida como la Monja Alférez, que en el siglo XVII emprendió la titánica aventura de vivir como un hombre en pleno Siglo de Oro español[8].
Vern. L. Bullough, en su citado artículo, aporta algunos casos similares aunque con parecidas limitaciones a la hora de profundizar en el análisis de la vivencia de una adopción social de otro sexo, por lo que la existencia de casos históricos de transexualidad, trasvestismo o transgenerismo no aclara en demasía las circunstancias vitales de M.B.R. Como recoge la nota número 1, adoptamos la denominación de transgénero para definir a M.B.R. porque consideramos que su interés en adoptar una identidad masculina iba más allá del travestismo ya que deseaba adoptar una identidad masculina lo más completa posible, motivo que le lleva a inventar una nueva personalidad, con el nombre de Juan Carlos. Por otro lado, como ya hemos dicho el cambio de sexo biológico era impensable para M.B.R. por lo que no se pudo plantear su transexualidad en los términos actuales. Así mismo el estudio de Bullough demuestra que en el pasado no fue tan excepcional, como podría parecer a priori, la existencia de personas transgénero, además resalta la relevancia de los hombres transgénero que a menudo pasan inadvertidos, no podemos obviar que para una mujer biológica asumir una identidad masculina otorga un poder y un estatus social superior[9], mientras que en los casos a la inversa las mujeres transgénero pierden honor, estatus y poder, algo que acentúa su carácter de marginalidad y rechazo social.


Las fronteras del género son demasiado laxas y controvertidas para profundizar más en estas cuestiones que nos desvían del propósito de este breve artículo que es analizar un caso concreto en el que una persona, biológicamente mujer, desafió las estructuras sociales dominantes durante el primer franquismo intentando vivir como deseaba, es decir, como hombre. No podemos entrar a cuestionar las razones personales que motivaron este hecho porque nos son totalmente desconocidas ya que no contamos con un testimonio directo de la persona, pero podemos valorar su fuerte deseo e interés en asumir un cambio de identidad de género, puesto que se arriesgó a enfrentar la rígida moral de su época y a los severos castigos que imponía a aquellas que cuestionaban la estructura sexual impuesta y férreamente defendida por la dictadura franquista. Debemos destacar como el régimen de Franco obtuvo un claro apoyo social de la mano de la iglesia católica y de los sectores más conservadores de la sociedad española lo que confluiría en aquella ideología que se autodenominó: Nacional-Catolicismo, en clara imitación al nazismo alemán pero con el afán de resaltar el componente religioso de esta interpretación ibérica del fascismo.

Fue la iglesia católica y los grupos tradicionalistas aquellos que impusieron tras el levantamiento golpista del 18 de julio de 1936 la moral ultracatólica a toda la población de los territorios controlados por los desleales a la República. Será, por tanto, una vuelta atrás en la concepción del género social, de las relaciones y roles a desempeñar por cada uno de los sexos, enfatizando la concepción patriarcal y heteronormalizada de la sociedad española relegando a las mujeres a la domesticidad y a un plano de menores de edad perpetuas frente a la preponderancia social del machismo encarnado en la figura de los hombres heterosexuales y “masculinos”.



De los datos que nos aportan las fuentes documentales podemos conocer la compleja situación que vivirá M.B.R., y que llevará a esta persona a pasar dos años en la prisión provincial de mujeres. Su proyecto de adopción de un rol masculino se destapa cuando la misma comienza un trámite para inscribir en el registro civil a un supuesto hermano: Juan Carlos B.R. con el fin de sustituir su identidad por la de ese falso hermano. Para poder realizar su propósito (y razón por la que es juzgada y condenada) falsifica tres firmas y rúbricas de su padre, ya fallecido, para presentar la solicitud inicial, la notificación de admisión y el auto resolutorio de la inscripción en el registro civil del nacimiento de ese hermano ficticio. Según se desprende del alegato de la acusación, la persona inculpada mintió a dos conocidos, las otras personas procesadas por esta causa, para que actuasen como testigos: F.S.O. y S.L.A. Según el alegato de la defensa estos amigos, al parecer confiaron en la palabra de M.B.R. razón por la que no se molestaron en averiguar la veracidad de los hechos y dijeron que realmente se trataba de un hermano de la persona inculpada.

Son muy escuetos los documentos del expediente carcelario de M.B.R. aunque contamos con el documento de sentencia casi completo. He considerado muy interesante su transcripción literal para analizar la situación planteada en el mismo:

PRIMERO RESULTANDO: Probado y así se declara, que la procesada Dª M.B.R., mayor de edad, de buena conducta y sin antecedentes penales, inscrita como tal mujer en el Registro Civil de esta Capital, que nació en 24 de Junio de 1896, con fecha del 5 de Enero del pasado año de 1939 promovió en el Juzgado Municipal de esta ciudad expediente para la inscripción fuera de plazo de nacimiento de Juan Carlos B. R., con cuyo nombre quería sustituir el propio para hacerse pasar por varón y vivir de esta forma, a cuyo efecto simuló en el referido expediente tres firmas y rúbricas de su padre D. B.B., al suscribir la solicitud inicial y en las correspondientes notificaciones de admisión y de auto resolutorio, en el mismo expediente depusieron como testigos los otros dos procesados F.S. O. y S. L. A. en fecha seis del propio mes de Enero los que como M. les dijese que se trataba de la inscripción de un hermano, la creyeron y sin cerciorarse de la realidad de los hechos, afirmaron y suscribieron lo que se les preguntó, sin malicia pero con notoria imprudencia, faltando a la verdad en sus manifestaciones. Ambos procesados son también de buena conducta y no tienen antecedentes penales. La propia M. B. pertenece, según manifestación propia a la Jefatura Provincial de Málaga de F.E.T. como delegada de la Hermandad y el Campo y de la C.N.S. … 



Sorprendente es la argumentación de la defensa realizada por el abogado tinerfeño Juan Rumeu contenidos en el Tercer Resultando puesto que justifica abiertamente la transgresión de género de su defendida como una necesidad de la misma, en pleno año 1940:


TERCERO
RESULTANDO: Que la defensa de los procesados en sus conclusiones definitivas, aceptando lo expresado por el Ministerio Fiscal, en (su) primera conclusión, agregó: Que su defensa de M. no se proponía (t)ener lucro ni ventaja alguna con la inscripción pretendida, si no la (___) adoptar los nombres para encubrir su aspecto masculino; la misma pro(c)esada es, según dictamen facultativo, pseudo homo-sexual con caracterís(t)icas temperamentales tan masculinas que parece un hombre, hasta tal pun(to) que cuando viste de mujer sufre la mofa y vejaciones de los transeún(te)s que la ven, produciendo en su espíritu un estado de ánimo que unido (a) su propio temperamento, anula por completo la libertad de su voluntad (y) la arrastra a sentirse hombre de modo tan insuperable que significa para ella una obsesión tan irresistible que el sentido de tal circunstancia la hace irresponsable de sus acciones; que los referidos hechos no constituyen los delitos calificados por el Sr. Fiscal; que los procesados no son autores de ningún hecho punible y de serlo concurrirían a favor de los mismos circunstancias modificativas, en cuanto a la M., la eximente primera del artículo octavo del Código Penal y de no estimarse sí las atenuantes primera y novena, esta última del artículo noveno, por analogía con la séptima, ya que es de apreciar obsesión en la procesada al realizar los hechos. En cuanto a los otros dos procesados ha de reconocerse a los mismos que obraron por imprudencia simple y no temeraria. Que procede absolver libremente a todos los procesados y en cuanto a la M. B. de imponérsele alguna penalidad debía serlo teniendo en consideración y como muy calificada las dos circunstancias atenuantes que quedan alegadas… 

Finaliza el documento con la denegación de aplicar los atenuantes esgrimidos por la defensa para concluir con la sentencia condenatoria de M.B.R. ha dos años, cuatro meses y un día de prisión menor, y dos mil quinientas pesetas de multa como pena. 


TERCERO CONSIDERANDO: Que en la ejecución de los hechos constitutivos de los referidos delitos no han concurrido circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal, no procediendo estimarse a favor de la procesada M. B. la eximente 1ª del art. 8ª del Código Penal, toda vez que la misma en la infracción cometida obró con voluntad fría, serena e inteligente, dada su cultura e ilustración, sin que se justificase por la defensa que alegó tal circunstancia de excensión (sic) que su patrocinada estuviera loca ni en situación de trastorno mental transitorio al realizar el hecho con unidad de propósito y acción, sin que sea tampoco de estimar por los mismos fundamentos, las atenuantes 1ª y 8ª del art. 9º del mismo Código, también alegados por la defensa (…) FALLAMOS: Que debemos condenar y condenamos a la procesada M.B.R. como autora responsable de un delito de falsedad en documento público sin circunstacia alguna, a la pena de dos años, cuatro meses y un día de prisión menor, y dos mil quinientas pesetas de multa, a las accesorias de suspensión de todo cargo y del derecho de sufragio durante el tiempo de la condena y al pago de una tercera parte de las costas procesales. Condenamos a cada uno de los otros dos procesados F.S.O. y S.L.A., como autores responsables de un delito de falso testimonio en causa civil por imprudencia temeraria, sin circunstancias, a la pena de doscientos cincuenta pesetas de multa y tercera parte también cada uno de ellos de las costas causadas. Aprobamos el auto dictado por el Juzgado Instructor de insolvencia a favor de los tres procesados… 



El juicio concluye el 12 de abril de ese año de 1940, la Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife condena a M.B.R. por un delito de falsedad recogido en la causa nº 89-1939, a 2 años, 6 meses y 1 día de prisión, por lo que es llevada a la prisión de mujeres el 9 de enero de 1941. Cumplida su condena, es puesta en libertad el 10 de abril de 1943. Tras su salida de prisión se pierde la pista de M.B.R. se le da por desparecida de manera oficial. Con fecha de 10 de mayo de 1949 se redacta una orden Ministerio de Gobernación, que será publicada en el Boletín Oficial del Estado el día 18 de dicho mes, en la que se le declara cesante de su puesto de funcionaria del estado al llevar 10 años en situación de excedencia voluntaria sin haber solicitado el reingreso.

Asimismo el 6 de julio de 1969, en una resolución nuevamente del Ministerio de Gobernación se recoge que se le dará de baja como auxiliar de primera clase del cuerpo de Correos, el día 25 de dicho mes por cumplir su edad de jubilación y se recoge que la misma se encuentra en paradero desconocido. 

En su expediente carcelario no se deja constancia en ningún otro documento de su “pseudo-homosexualidad”, ni se recogen ningunas apreciaciones que le recriminen de alguna manera ese comportamiento tan divergente a su supuesta naturaleza “femenina”, algo que me puede parecer muy asombroso ya que es de sobra conocida la durísima represión que el régimen ejerció sobre los y las homosexuales, las personas travestidas, y cualquiera que trasgrediera el status quo impuesto. Para entender porque pudo pasar algo más inadvertido este caso podemos tener en cuenta tres aspectos: M.B.R. pertenecía a Falange y poseía desde la década de los veinte antecedentes de participación en grupos de mujeres conservadoras que crearon la línea de reivindicaciones femeninas que darían paso a la creación de la Sección Femenina, durante su juicio se justificó de manera médica su supuesta “anomalía”, y en tercer lugar hay que destacar que tras la sublevación fascista y los primeros años de dictadura la máquina represora se centró especialmente en las personas leales a la República, militantes del movimiento obrero y/o enemigas ideológicas del franquismo, es decir, todas aquellas personas que encarnaban la conjuración judeo-masónica que amenazaba la paz y la unidad de aquella maltrecha España. Fue años después cuando asentado el régimen franquista, éste necesitó realzar un nuevo enemigo interno, esta vez serían aquellas personas que amenazaban la moral y los principios rectores del régimen. En este momento la homosexualidad y todo aquello que se relacionaba con ella se convirtió en uno de los peores delitos, junto a los de naturaleza política, esto sucedería exactamente a partir del año 1954, cuando se revisó la ley de vagos y maleantes republicana, del año 1933[10], y se incluye el término de homosexual como un acto delictivo[11]. Será en esta época cuando se incrementa la represión sistemática hacia las personas homosexuales, transexuales y transgénero, aumentan las detenciones, los tratos violentos, la internación en “centros especializados”, como el campo de concentración de Tefía[12] en la isla de Fuerteventura. Este campo de concentración fue creado en las instalaciones del antiguo aeropuerto de la isla, donde en el año 1952 se había creado la llamada: Colonia Agrícola Penitenciaria, que sería el lugar destinado por las autoridades franquistas de las islas para recluir, torturar y denigrar bajo una pretendida rehabilitación a presos políticos, algunos presos comunes, y sobre todo a hombres homosexuales y mujeres transexuales detenidos y detenidas principalmente en el archipiélago[13]




III. Conclusiones 


Como hemos visto en este pequeño analisis aún quedan muchas cuestiones para profundizar en el caso de M.B.R., cuestiones sobre las que arrojar luz y que permitan reconstruir la vivencia de su propia identidad de género. Aún así podemos plantear algunos de los principales aspectos: su lucha personal por superar las barreras impuestas por su propia biología, su voluntad de elegir su identidad de género saltando las restricciones sociales y culturales de la España franquista. Estos aspectos nos permiten adentrarnos en el tema de la transexualidad y del trangesnerismo desde la disciplina histórica, para visibilizar a todas aquellas personas que se han cuestionado los límites de su propia identidad desafiando las fronteras estereotipadas del llamado sistema sexo-género. 
No quisiera concluir sin hacer referencia a que a pesar que en la actualidad se reconocen los derechos sexuales de los seres humanos que se recogieron en la Declaración Universal de los Derechos Sexuales, formulada en el Congreso Mundial de Sexología decimotercero celebrado en 1997 en Valencia (España), y posteriormente revisada y aprobada por la Asamblea General de la Asociación de Sexología, 26 de agosto de 1999, en el 140º Congreso Mundial de Sexología, Hong Kong (China), y en cuyos artículos número 2 y 4 se especifican las condiciones de igualdad y dignidad que corresponden a la cuestiones de identidad de género: 

        2. Derecho a la autonomía, a la integridad y a la seguridad sexual del cuerpo. 
        4. Derecho a la igualdad sexual. 

La intención principal de M.B.R., adquirir la identidad legal como hombre, no llegó a ser posible en el estado español hasta la promulgación en el siglo XXI de la ley 3/2007 Reguladora de la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas. Legislación que permite la adquisición de una identidad perteneciente al sexo contrario al biológico, dentro de unos estrictos requisitos derivados del discurso médico de control sobre los cuerpos humanos.



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[1] Utilizaremos este término para referirnos a una situación en la que se juzga a una persona que nació biológicamente como mujer, pero que deseaba adoptar una identidad masculina más allá de travestirse como hombre, llegando incluso a intentar suplantar la personalidad ficticia de un supuesto hermano motivo por el que se juzga y condena a esta persona.

[2] Doctora en Historia por la Universitat de Barcelona (UB), Master en Estudios Feministas, Políticas de Igualdad y Violencia de Género por la Universidad de La Laguna, Diploma de Postgrado La práctica de la diferencia por Duoda, Centre de Recerca de Dones (UB) y Agente de Igualdad del Servicio Especializado en Prevención e Intervención Psicosocial para Mujeres Víctimas de Violencia de Género del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife.

[3] Véase: Hermida Martín, Y. (2012): Mujeres y cambios sociales en la provincia de Santa Cruz de Tenerife. 1931-1975. Amas de casa, camaradas y marginadas. TDR (Tesis Doctorales en Red) http://www.tdx.cat/bitstream/handle/10803/63177/YHM_TESIS.pdf.

[4] AHPSCT. Expedientes de reclusas de la Prisión Provincial de Santa Cruz de Tenerife, Expedientes nº 925.

[5] Bullough, V. L. (1998): “La transexualidad en la historia” en Nieto, José Antonio (Coomp.) Transexualidad, transgenerismo y cultura. Antropología, identidad y género. Madrid, Talasa Ediciones, pp. 63-77.

[6] Soley-Beltran, P. (2009): Transexualidad y la matriz heterosexual. Un estudio crítico de Judith Butler. Barcelona. Edicions Bellaterra. p. 265.

[7] Fernández Sánchez-Barbudo, M. “Relaciones de pareja y sexualidad en personas transexuales”, Cuaderno de Medicina Psicosomática y Psiquiatría de Enlace. Nº 78-2006. p.48. www.editorialmedica.com/.../cuadernos/Cuad-Nº78-Trabajo7.pdf (Consulta: 08 de junio de 2012)

[8] Un ejemplo del impacto del caso de Catalina de Erauso puede verse en: Gómez, M. A. El problemático “feminismo” de La Monja Alférez de Domingo Miras. www.ucm.es/info/especulo/numero41/index.html (Consulta: 11 de julio de 2012)

[9] Ibídem. p. 49.

[10] Para un análisis minucioso de esta ley y su posterior utilización como herramienta represiva al hacer uso de los apartados más ambiguos, especialmente desde el bienio negro republicano a la posguerra, véase: Heredia Urzáiz, I. Control y Exclusión Social: La Ley de Vagos y Maleantes en el Primer Franquismo. Universidad de Zaragoza, http://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/28/93/08heredia.pdf (Consulta: 10 de septiembre de 2012)

[11] Alvarez Jusué, A. Ley de vagos y maleantes. Exposición histórica de la legislación española. Precedentes parlamentarios. La Ley actual y su procedimiento. Madrid, Ed. Góngora.

[12] Sobre las vivencias de las personas recluidas en Tefíar es muy interesante el relato de Miguel Ángel Sosa Machín en su libro: Viaje al centro de la infamia. Las Palmas de Gran Canaria, Ed. Anroart.

[13] Véase un ejemplo del procesamiento de una persona homosexual en: Sosa Machín, M. A. (2007) “Sobre inquisiciones y olvidos”, Revista Canarii nº 3.



II Jornadas de Investigaciones Feministas y Análisis de Género.
 Avances y propuestas.
8 y 9 de octubre de 2012
Universidad de La Laguna
Instituto Universitario de Estudios de Las Mujeres

   Propuesta de comunicación para la mesa nº 4: Feminismos: cuerpo, género y deseo