En Occidente, la soledad es la gran enfermedad de los posmodernos. Fromm hablaba de la Era de la soledad, de la época en la que necesitamos emociones intensas, necesitamos comunicarnos y compartir, y sin embargo lo hacemos solos desde casa, apretando el dedo sobre las teclas de una realidad virtual.
La soledad es signo de que algo no va bien, por eso son tan importantes los amigos de los novios en las bodas. La soledad “obligatoria” nos baja la autoestima, nos produce tristeza, desesperación, miedo, y nos margina socialmente un poco, porque vivimos en un mundo de parejas. Nuestra cultura sigue promocionando el individualismo, el miedo al otro, la desconfianza a los espacios públicos que no estén vigilados por videocámaras. La solución a la soledad que nos proponen en esta era del consumo es encontrar a nuestra media naranja.
Por eso mucha gente busca compañía a cualquier precio y se angustia. Mujeres y hombres cuya pasión absoluta es el amor, la conquista, el sentirse querido, querer al otro, pelearse, reconciliarse. Hay gente a la que se le nota a kilómetros que se encuentra sola y necesita pareja. Gente que necesita ser amada, sentirse acompañada y protegida. Gente que mendiga el amor y se victimiza para parecer más indefensa. Gente que se infantiliza para crear ternura. Gente que se disfraza y se opera el cuerpo para obtener el triunfo social de tener un hombre o una mujer a su lado. Gente que se siente cómoda en la división de roles de género, gente que se encierra en la pareja con candado y echa la llave al Sena en París.
Pese a esta necesidad de “amarrar” al otro, nos atraen de las personas su libertad, su energía, su poder. Amamos a las personas en la medida en que son libres; lo curioso es que cuando nos juntamos, tendemos a querer domesticar esa libertad, apoderarnos de ella, aferrarnos con dulzura al otro para que no escape de nuestro lado.
En este mundo unos necesitan darle un nombre al tipo de relación para fijarla, para estabilizarla, para poder ser comunicada al resto, y otros tienen verdadero terror a ser fijados, y huyen espantados cuando oyen palabras que tienen que ver con esa pretensión muy humana de definir y clasificar las cosas, las situaciones, los romances. Es una forma de acabar con el idilio y empezar el compromiso; todo a través de la palabra.
En nuestra época posmoderna, la principal contradicción es, por un lado, el miedo a la soledad y la necesidad de que alguien nos asegure que va a estar con nosotros (firmando contratos matrimoniales si es preciso), y por otro, una defensa a ultranza de la libertad personal y los espacios propios. Quizás por eso nos divorciamos tanto, y por eso mismo también firmamos hipotecas que nos atan durante más tiempo del que vamos a vivir.
En el caso de las mujeres y los hombres jóvenes, creo que estamos sumidos en la contradicción entre la necesidad de libertad y la necesidad de afecto. Tenemos miedo a la soledad total, pero no queremos atarnos de por vida. Las estructuras de nuestros padres no nos sirven, y por eso estamos probando otras formas de relacionarnos, más flexibles, más cambiantes. A veces buscamos pareja, otras veces buscamos no tenerla; a veces soñamos con príncipes azules, otras veces el principio de realidad se impone y queremos a la gente tal y como es. Nos separamos, nos juntamos, nos chocamos, nos fusionamos, y todo sucede bajo una intensidad y una velocidad que asusta a nuestros abuelos y abuelas.
A pesar de que en el imaginario colectivo la soledad es sinónimo de horror y vacío, la realidad es que a todos nos gusta estar solos de vez en cuando, especialmente si tenemos una gran pasión. Disfruta muchísimo más de la soledad la gente que se dedica a crear (escritores, escultores, bailarines, pintores, videoartistas, diseñadores, cineastas, dibujantes, poetas, cantantes, músicos, coreógrafos, escenógrafos, editoras, artesanas), o la que practica deportes, que la gente que pretende rellenar sus vacíos a través del amor.
Disfrutan más de la soledad y de la compañía los que aman la lectura, los viajes, los juegos como el ajedrez o las damas, el mundo de las setas, el mundo de los pájaros, el mundo de los videojuegos, las artes marciales, el Yoga, el Reiki, o la meditación trascendental. También los que crean comunidades o se insertan en alguna: por ejemplo los activistas que trabajan en colectividad por los derechos humanos, la ciudadanía que se integra en movimientos sociales o políticos, la gente que se une a colectivos espirituales o religiosos, a grupos literarios, a grupos de ciclismo urbano, a grupos de cooperativas agroecológicas.
Hay parejas que no toleran las pasiones del otro, hay parejas que las comparten y conservan las suyas propias. Lo que es obvio, según mi punto de vista, es que la pareja no es la solución para la soledad y que todos necesitamos espacios compartidos y espacios propios.
La soledad depende mucho de cómo nos relacionamos y tejemos redes sociales y afectivas a nuestro alrededor. Por eso si nutrimos con cariño nuestras amistades es más difícil que nos sintamos solos o solos.
Tenemos que trabajar para cambiar esta sociedad individualista, al fin y al cabo, somos animales gregarios que necesitamos compañía. Sobrevivimos como especie gracias a nuestra capacidad para trabajar en equipo y para construir relaciones bonitas basadas en la cooperación y la ayuda mutua.
"AMOR LÍQUIDO" para Bauman
En Amor líquido Zygmunt Bauman, a través de una de las reflexiones más audaces y originales de nuestro tiempo, revela las injusticias y las angustias de la modernidad. Pero no es absolutamente pesimista, también expresa su esperanza en el hombre, convencido de que es posible superar los problemas que plantea la moderna sociedad líquida.
Nos encontraríamos ante un texto donde muestra cómo la posmodernidad no sólo ha estremecido los cimientos de las ideologías y la política, sino los de las relaciones íntimas. El libro de Bauman plantea "la fragilidad de los vínculos humanos" y las paradojas de las relaciones contemporáneas. -La primera paradoja es que aunque las personas están más conectadas por medios electrónicos y de comunicación, no necesariamente están menos solas.
-La segunda, que aunque la lógica del consumo se ha trasladado a las relaciones, y éstas se toman o se dejan como si se tratara de ir de compras, subsiste el temor a ser "desechado".
- La tercera es que aunque la gente sigue buscando seguridad, quiere relaciones livianas, que no le cuesten demasiado esfuerzo. De todo esto está hecho el amor líquido.
-La segunda, que aunque la lógica del consumo se ha trasladado a las relaciones, y éstas se toman o se dejan como si se tratara de ir de compras, subsiste el temor a ser "desechado".
- La tercera es que aunque la gente sigue buscando seguridad, quiere relaciones livianas, que no le cuesten demasiado esfuerzo. De todo esto está hecho el amor líquido.
Bauman continúa con su línea de análisis de lo que él definiera como “modernidad líquida”, por oposición a los “sólidos”: mientras estos últimos perduran, los líquidos se caracterizar por estar en permanente cambio, adaptándose al recipiente que los contiene. Por modernidad líquida, Bauman se refiere a la sociedad actual, donde los valores mutan drásticamente de un día para otro, las personas y los sentimientos devienen moneda de cambio y nada, ni siquiera los vínculos humanos, ofrecen un apoyo seguro al individuo. Específicamente de este tema se trata Amor líquido.
El autor analiza cómo cada vez es más difícil encontrar relaciones duraderas, desde el momento en que también el amor ha pasado a medirse en relación al costo-beneficio. Bauman analiza las uniones y separaciones momentáneas, las “relaciones de bolsillo”, el amor como una “conexión” más que una comunicación, las parejas como un objeto de consumo más.
Amor fácil
Bauman critica también la idea que enarbolan algunos de que las relaciones deben descansar sobre los hombros como un abrigo liviano para poder deshacerse de ellas en cualquier momento. Algo que Catherine Jarvie, de The Guardian, describió como relaciones de bolsillo: breves, agradables y fáciles.
Con el amor líquido "uno pide menos y se conforma con menos", dice Bauman, pues no está dispuesto a invertir demasiado. Es un amor que no concibe la dificultad ni el sufrimiento. La gente quiere salir ilesa de esa experiencia, no correr peligro alguno ni tener secuelas. Pero el amor siempre implica riesgos. Como bien lo dice Octavio Paz, "como todas las grandes creaciones del hombre, el amor es doble: es la suprema ventura y la desdicha suprema".
El amor líquido, en definitiva, es un signo de los nuevos tiempos. De que lo fragmentario, la incertidumbre y la inestabilidad se han instalado también en nuestra vida cotidiana. Pero eso no quiere decir que el amor romántico, duradero, que se funda en la intimidad y que tiene como contracara la posesión, la fidelidad y el esfuerzo cotidiano por construirse, no desaparecerá. Lo que pasa es que ya no está solo. No es la única manera de amar, ni quizá se considere la más 'correcta'. Porque si algo es un signo de esta época es la convivencia de todos los esquemas y modelos en una misma ciudad, en un mismo grupo, y a veces hasta en una misma persona.
Pero Bauman no se limita a analizar el amor de pareja, sino que también dedica buena parte del libro a tratar sobre el amor al prójimo y su dificultad en una época en la cual los derechos humanos de los extranjeros son cuestionables y los pobres están completamente marginados de la sociedad.El autor analiza cómo cada vez es más difícil encontrar relaciones duraderas, desde el momento en que también el amor ha pasado a medirse en relación al costo-beneficio. Bauman analiza las uniones y separaciones momentáneas, las “relaciones de bolsillo”, el amor como una “conexión” más que una comunicación, las parejas como un objeto de consumo más.
Amor fácil
Bauman critica también la idea que enarbolan algunos de que las relaciones deben descansar sobre los hombros como un abrigo liviano para poder deshacerse de ellas en cualquier momento. Algo que Catherine Jarvie, de The Guardian, describió como relaciones de bolsillo: breves, agradables y fáciles.
Con el amor líquido "uno pide menos y se conforma con menos", dice Bauman, pues no está dispuesto a invertir demasiado. Es un amor que no concibe la dificultad ni el sufrimiento. La gente quiere salir ilesa de esa experiencia, no correr peligro alguno ni tener secuelas. Pero el amor siempre implica riesgos. Como bien lo dice Octavio Paz, "como todas las grandes creaciones del hombre, el amor es doble: es la suprema ventura y la desdicha suprema".
El amor líquido, en definitiva, es un signo de los nuevos tiempos. De que lo fragmentario, la incertidumbre y la inestabilidad se han instalado también en nuestra vida cotidiana. Pero eso no quiere decir que el amor romántico, duradero, que se funda en la intimidad y que tiene como contracara la posesión, la fidelidad y el esfuerzo cotidiano por construirse, no desaparecerá. Lo que pasa es que ya no está solo. No es la única manera de amar, ni quizá se considere la más 'correcta'. Porque si algo es un signo de esta época es la convivencia de todos los esquemas y modelos en una misma ciudad, en un mismo grupo, y a veces hasta en una misma persona.
Si bien Bauman pinta un cuadro muy sombrío, también se permite expresar cierta esperanza en que el hombre podrá superar los problemas que le plantea esta moderna sociedad líquida en la que nos estamos moviendo.
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