Hay un momento en la vida de toda feminista en el que se prueba por primera vez sus gafas violetas, gafas que nos proporcionan un estallido de luz cegante cada vez que observamos una escena machista. El síndrome comienza en los primeros meses y evoluciona rápidamente a la par que leemos cosas que nos abren más los ojos.
Esos primeros meses son impactantes porque descubres violencia en tu idílica relación de pareja, ves que tu padre (portento de igualdad para las vecinas) lo único que hace es una ínfima parte porque el peso de toda la casa lo lleva tu madre (sí, esa señora que en tu adolescencia había sido una bruja, se convierte en tu icono de mujer en lucha), las relaciones jerárquicas de género en tu grupo de amigxs, u observas como el espacio comunicativo de tu clase lo dominan los hombres, y te descubres dando más crédito a opiniones masculinas que a las de tus compañeras.
Son unos meses de despertar, de descubrir que el mundo en el que habías recibido talleres de igualdad en el cole y la profa te había dicho que ser niña o niño daba igual para tu futuro, es un mundo estafa.
A la vez entiendes como los dolores del pasado tienen sentido, como se completan las historias entendiendo esa violencia que se hace invisible si no posees unas gafas violetas.
Ves también tus propios machismos, tu machista manera de ver el mundo: has llamado a mujeres puta y zorra, te haces la tonta en conversaciones con chicos y te sientes de lujo cuando te dicen que eres “uno más” ¿En serio?
Sí, las herramientas que tiene el patriarcado, y que usa durante todo tu periodo de socialización, han conseguido colocarte en el piso inferior y de una forma tan camuflada que te piensas en igualdad. já!
Supongo que es un periodo de descubrimiento, de despertar, del que sacamos fuerzas para luchar el resto de nuestra vida, porque ante semejante patraña no podemos rendirnos. Por eso nos entra la risa cada vez que nos dicen que nuestra lucha es absurda y obsoleta. Lo único que pasa es que no todo el mundo tiene la suerte de tener unas gafas violetas.
COMO NO ESPANTAR A LAS NUEVAS FEMINISTAS
El feminismo no sólo consiste en ampliar y cuidar la lista de derechos que durante años se han negado a las mujeres por el hecho de serlo. Quiere poner todo patas arriba para mejorar el mundo. Quiere otra ciencia, otra economía, otra política, otras palabras, otros gestos, otra visión del mundo… "Puestas a luchar, lo luchamos todo", advierte la filóloga y feminista Rosario Hernández Catalán (La Felguera, Asturias, 1979), habitual en ponencias y conferencias relacionadas con este tema y autora de 'Feminismo para no feministas', una obra que escribió para desterrar la imagen de "paranoicas, ridículas, excesivas, cursis, pesadas, poco objetivas, etcétera", que muchas personas tienen de las mujeres que militan en la causa feminista y para aquellas a las que les da "algo de grima vernos a las feministas en las manifestacione". "Todo, lo queremos todo porque hay que planear veinte para conseguir al menos diez. Es un activismo total, aunque luego cada feminista se centre en lo que más le duela y en lo que más le haga bailar", añade parafraseando a la anarquista Emma Goldman. "Las feministas nunca estamos solas y establecemos con otras mujeres relaciones de apoyo mutuo y de comprensión, relaciones con unas raíces profundas que sólo prosperan así, con ese duende, cuando estamos vertebradas por la 'idea lila'. Es algo difícil de expresar, pero sentimos la amistad entre mujeres como algo casi sagrado, hacemos círculo, hacemos akelarre, hacemos sabbat, hacemos fiesta. Y eso nos mantiene fuertes".
No obstante, en sus años de militancia y voluntariado, Rosario Hernández apreció algunas deficiencias entre las mujeres que hacen gala de ser feministas de los pies a la cabeza. "De la ideología no se deriva automáticamente un comportamiento ejemplar. A veces las ideologías son sólo ideas que anidan en nuestra mente pero de las cuales no se acaba de derivar buenos comportamientos", indica. Con esta convicción en mente, esta docente de la Universidad de Oviedo redactó una serie de recomendaciones para las feministas convencidas, para aquellas que militan en asociaciones no gubernamentales o colectivos autogestionados. "Consejillos para vivificar, prolongar y diversificar el movimiento feminista. Para atraer y no espantar a las nuevas", ya que, en su opinión, muchas caen en lo que denomina "el examen a las compañeras. 'Huy, ésta ha dicho consolador en vez de dildo... qué cutrefeminista. Huy, ésta no ha oído hablar en su vida de Sayak Valencia o del postporno. Huy, ésta habla siempre en masculino. Aquélla no se ha leído ni por asomo ‘El segundo sexo’…' Es muy humano, pero muy peligroso porque puede espantar a las que se acercan al feminismo por primera vez".
Primera lección: ni explicar ni escribir para el ombligo. Rosario Hernández aconseja expresar las ideas de manera sencilla. En pocas palabras, demostrada la solvencia teórica a través de los estudios de género o del feminismo académico, hay que convertir todo ello en divulgación. "Incluso algunos manifiestos redactados por algunos colectivos resultan oscuros y sólo aptos para las listas que ya se saben la lección". Por otra parte, aconseja "no visibilizar más de la cuenta los moratones". En su opinión, entre la denuncia y la obscenidad hay una delgada línea fácil de traspasar. "Somos víctimas, no lo vamos a negar, pero también verdugas y también alegres y afortunadas. Mostrarnos las mujeres como débiles, humilladas, maltratadas o enfermas da una imagen del feminismo que a muchas, con razón, repele". En resumen, más elegancia, más tacto, más ecología visual, menos sensacionalismo. Como ejemplo, la autora de 'Feminismo para no feministas' recurre a lo que sucede cada año en la conmemoración de una fecha clave: el 25 de noviembre, día Internacional contra la Violencia hacia la mujer. "Cree que ese día hay que hacer carteles que muestren a mujeres fuertes y libres. Permanecer en la imagen fija de la mujer llena de moratones resulta obsceno e incluso para algunos, morboso", advierte.
Otros apuntes. "No hace falta haberse leído a Simone de Beauvoir ni a Judith Butler ni a Amelia Valcárcel para guardar en potencia a una feminista. Son lecturas difíciles, no nos engañemos". Rosario Hernández considera que el "reconocimiento" a estas mujeres, a las que define como "nuestras madres y compañeras pensadoras feministas" siempre ha de ir por delante, "aunque no estemos de acuerdo con ellas al cien por cien". No obstante, "leer más no necesariamente implica tener clara moralmente la práctica feminista". A su juicio, "debemos buscar lo común con las que llegan nuevas, no empezar marcando distancia porque llevamos más años, tenemos más amigas, tenemos más contactos y lecturas o, en resumen, somos ya un poco perras viejas". Recomienda no escamotear nunca información a las nuevas y hacerles partícipes de "todo lo que ocurre" sin permitir que los partidos políticos "manipulen a sus anchas nuestros colectivos y asociaciones. Estamos juntas para hacer feminismo, no para hacerle la campaña al político o política del partido de turno". Por último, Rosario Hernández Catalán piensa que hay que dar ejemplo. "Por desgracia, que una mujer se considere a sí misma feminista no es garantía de que se convierta automáticamente en buena persona. Estoy hay que tenerlo claro, y si alguna feminista te la ha jugado, no te extrañe. Ser mujer no es garantía de bondad, ser feminista tampoco", zanja.
Texto extraído de: Feministasacidas.com, elcorreo.com/vizcaya
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