Terminamos el 2013 y como una tradición más del inconsistente me veo empujada a hacer balance del año, y como no, a plantearme nuevos propósitos para el 2014. Zanjar el pasado y abrirle la puerta al futuro que siempre acecha a la vuelta de la esquina
Ilustración de Sara Frantini Bella como todas las que hace |
Empecemos con un poco de autocrítica
Voy a confesarme hermanas, porque he pecado.
No había modelos de la relación que quisimos, así que nos la fuimos inventando. Compusimos la forma de amarnos y desabrochamos cada botón de todas mis camisas.
Mi primera revolución fue que entraras. No sé como llamarlo ahora que te estoy sacando. Porque, entre tanto beso y tanta calle, no vimos que los botones se descosían.
Y ahora que no somos dos, los recursos patriarcales se agolpan en mis bolsillos. Siento soledades, miedos y celos, ¿dónde está mi feminismo?
Llevo tanta culpa por no ser la mujer que deseo, emancipada y poliamorosa, que he dejado de escribir. Ay… si el feminismo nos cagó la vida, no te quiero contar la culpa. Esa culpa culpita por cometer pecados biopolíticos que no se absuelven con ninguna penitencia morbosa. No puedo ser la feminista perfecta, igual que mi madre no pudo ser la conciliadora perfecta, ni mi abuela la madre perfecta. Así, todas acarreamos las culpas de haber fracasado ante nosotras mismas y no saber gestionar modelos con dicotomías y contradicciones.
No soy la feminista perfecta, pero al menos voy a exorcizar esa culpa que me ahoga.
Déjenme odiar tranquila y serena....
Preparas tu nueva felicitación de año nuevo y te dispones a mandársela por WhatsApp a todas las personas que conoces. Pero según vas pasando contactos, llegas a ese nombre: el innombrable. Y te paras, ¿se lo mandas o no se lo mandas? Es cierto que felicitar el cumpleaños y las fiestas siempre ha tenido algo de mínimo de cordialidad en cualquier relación, pero sabes que ese mensaje puede ser peligroso. Porque será una nueva ocasión para ponerse en contacto, para hablar con él, y la tentación puede volver a llamar a tu puerta.
Es casi como dejar de fumar: aunque lleves tiempo sin probarlo, basta una sola calada para volver a caer. Casi todos hemos sido alguna vez víctimas de uno de esos amores interminables. Esas historias que, por más que te alejes, vuelven una y otra vez a tu vida, y parecen no acabar nunca. Es muy difícil definirlas. No acaban de ser un 'noviazgo' que puedas medir en una medida de tiempo estable, porque se alargan en vaivenes. Pero tampoco son estrictamente un 'rollo', porque lo que os une, sea lo que sea, desde luego, es intenso. A mí me gusta simplemente llamarlas 'historias', porque son ese tipo de relaciones que marcan la historia de tu vida.
Son amores adictivos, porque se basan en el viejo de refrán de "una de cal y una de arena". Son juego y diversión, pero también son relaciones que nos hacen sacar ese lado masoquista que todos llevamos dentro. Suelen ser amores intensos, pero con la persona inadecuada. Y es que ese es el problema, por mucho que os empeñéis, no conseguís funcionar como pareja. Los motivos pueden ser muchos.
Sois tan diferentes que los polos se atraen sin remedio, pero también son esas diferencias las que os hacen del todo incompatibles a la hora de construir algo juntos. Puede ser que el vínculo que os une sea muy emocional, pero por norma general, la química tiene mucho que ver al respecto. Son historias en las que lo más adictivo es el sexo.El problema de estas relaciones es que, aunque en el corto plazo sean muy placenteras, a largo siempre acaban por lastimar a alguien. Y es que jugar con fuego es lo que tiene, que a veces quema. Puede que, incluso, a una tercera persona, si él tiene pareja, o si la que está comprometida en una relación es una misma. Pero sobre todo os acaban provocando dolor a ambos, aunque a veces a uno más que al otro. Porque duele querer estar juntos, pero no saber cómo. Y, sin embargo, a veces, ese dolor es parte de la misma adicción, y es la causa que os impide separaros definitivamente.¿Adictas a los amores interminables?....¡¡Se acabó!!
Preparas tu nueva felicitación de año nuevo y te dispones a mandársela por WhatsApp a todas las personas que conoces. Pero según vas pasando contactos, llegas a ese nombre: el innombrable. Y te paras, ¿se lo mandas o no se lo mandas? Es cierto que felicitar el cumpleaños y las fiestas siempre ha tenido algo de mínimo de cordialidad en cualquier relación, pero sabes que ese mensaje puede ser peligroso. Porque será una nueva ocasión para ponerse en contacto, para hablar con él, y la tentación puede volver a llamar a tu puerta.
Es casi como dejar de fumar: aunque lleves tiempo sin probarlo, basta una sola calada para volver a caer. Casi todos hemos sido alguna vez víctimas de uno de esos amores interminables. Esas historias que, por más que te alejes, vuelven una y otra vez a tu vida, y parecen no acabar nunca. Es muy difícil definirlas. No acaban de ser un 'noviazgo' que puedas medir en una medida de tiempo estable, porque se alargan en vaivenes. Pero tampoco son estrictamente un 'rollo', porque lo que os une, sea lo que sea, desde luego, es intenso. A mí me gusta simplemente llamarlas 'historias', porque son ese tipo de relaciones que marcan la historia de tu vida.
Son amores adictivos, porque se basan en el viejo de refrán de "una de cal y una de arena". Son juego y diversión, pero también son relaciones que nos hacen sacar ese lado masoquista que todos llevamos dentro. Suelen ser amores intensos, pero con la persona inadecuada. Y es que ese es el problema, por mucho que os empeñéis, no conseguís funcionar como pareja. Los motivos pueden ser muchos.
Otras veces, lo que los hace adictos es la aventura, el reto. La necesidad de conseguirlo, de pensar que podemos hacer cambiar a esa persona y convertirla en nuestra pareja ideal, sin entender que el amor consiste en amar al otro tal y como es (salvo algunas manías que siempre podemos limar, claro está), y que por muy especial que seas para alguien, eso no implica que deba de cambiar su forma de ser y de pensar por ti. A veces es tan simple como entender que no estáis hechos para estar juntos, por mucho que os empeñéis en lo contrario.
Cuesta asumir que no puedes tener algo que deseas con todas tus fuerzas. Pero en realidad, madurar es eso. Asumir que hay gente que se cruza en tu vida para hacerte aprender y experimentar muchas cosas pero que no lo hace para quedarse para siempre. Que debes dejarlos ir, para dejar espacio a todo lo nuevo que aún está por venir.
A veces las historias son intensas, precisamente porque tienen fecha de caducidad, pero si las consumes después de esa fecha, acaban por sentarnos mal.
Luna nueva, Luna roja...Marea de amor... |
OOOiiieee!! Estáis en twitter?
ResponderEliminarEstas palabras alivian mi corazón y mi alma
ResponderEliminarsuena como si estuvieras contando mi historia! :/
ResponderEliminarHermoso.
ResponderEliminar..de estas derivas por el amor salen inteligencias libres, y quiero afirmar que son feministas, son lugares y tiempos donde es aceptada la "sumisión"...la "pequeña muerte" nos iguala como pocas cosas lo hacen.
ResponderEliminarSalud.
Dejarse libre es abrirle la puerta a la otra persona tambien, caminos separados.
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