Aunque la homosexualidad, como hoy la entendemos, es un concepto más reciente de lo que a veces se piensa, son muchos los casos de hombres que a lo largo de los tiempos sobresalieron en las artes, las ciencias, el pensamiento, la política y hasta la milicia y que, en su vida privada o pública, desarrollaron conductas que hoy definiríamos como homosexuales. Es frecuente también que la historia oficial haya querido ocultar esta realidad. Vamos a reflexionar brevemente aquí sobre el valor que para el legado de estas figuras consagradas representa su preferencia sexual.
Probablemente nos hayamos preguntado alguna vez si, al referirnos a un personaje importante de quien se sabe su condición homosexual, es preferible resaltar que lo era, o limitarse a mencionar su contribución al progreso de la Humanidad, sin aludir a sus preferencias sobre sexo. Por ejemplo, cuando se trata a Federico García Lorca, ¿habría que tener en cuenta que le gustaban los hombres, o sería mejor hablar solamente del valor de su obra y su trayectoria como poeta y escritor? Y, extendiendo esta consideración a un ámbito más amplio, ¿resulta necesario hacer estudios parciales y genéricos sobre estas celebridades por el mero hecho de haber sentido atracción y amado a personas de su mismo sexo?
Con independencia de que, naturalmente, cada uno es muy libre de pensar en uno u otro sentido, vamos a exponer a continuación los motivos que nos impulsan desde estas páginas a decir que sí, que es lícito, saludable y hasta preciso hablar de estos personajes en clave homosexual, cosa que, por el contrario, no sería necesario hacer en el caso de que fueran heterosexuales.
La importancia de llamarse gay
En primer lugar, podríamos plantearnos una serie de interrogantes. Si realmente es irrelevante conocer que un personaje célebre ‘entendía’, ¿por qué la historia oficial se ha empeñado siempre en ocultarlo? ¿Por qué los poderes político, religioso y militar, principalmente, han derrochado y aún derrochan esfuerzos hasta lo indecible para encubrir este atributo en hombres –y también mujeres- que pasaron a la historia como excepcionales, como únicos en su especie?
Más preguntas, que se contestan por sí solas: ¿cómo es posible que hoy la sociedad se beneficie de la contribución de estos hombres a los que sitúa en un parnaso particular, y, en cambio, no acepte, ni siquiera reconozca, los sentimientos que acompañaron a sus empresas y que en muchos casos dejaron una clara impronta en ellas? Y, si realmente no importa saber si un determinado personaje ha ‘entendido’ o no, ¿por qué los homosexuales fueron –y siguen siendo- perseguidos, vejados, menospreciados, desprovistos de sus derechos como personas, cuando no asesinados, por el simple hecho de serlo o de intentar vivir su propia sexualidad?
Cuando una minoría social –póngase aquí el ejemplo que se quiera- ha sido durante siglos castigada, reprimida y silenciada, es lógico que procure escribir su propia historia, la que ayude a comprender cómo pudieron producirse tales acontecimientos y evitar que se repitan en el futuro. Algo parecido ocurre con la historia de la homosexualidad. Un grupo humano que ha sido continuamente amenazado sólo por respetar las leyes de la naturaleza, por el simple hecho de seguir una determinada inclinación sexual, es igualmente lógico que, con el paso del tiempo, y desde perspectivas de compromiso y autenticidad, procure redactar su propia historia; en el caso que nos ocupa, la historia de los hombres que amaron a otros hombres. Dicho de otro modo, de no haber existido la homofobia, no sería preciso hablar ahora de andromanía.
Hay otro motivo por el que no sólo es necesario profundizar en este legado, sino que también lo es divulgarlo convenientemente y tiene que ver con la autoafirmación del individuo. Porque, conocer todas esas ‘homografías’ ilustres nos ayudará, sin duda, a superar el complejo de sentirnos distintos, especialmente entre los más jóvenes. La complicidad que alguien que entiende puede experimentar al saber que un personaje importante o un gran héroe tuvo sus mismos sentimientos, sus mismos deseos, es un aliciente considerable y un estímulo para su autoestima.
Es en sus mitos más sagrados donde el hombre occidental no quiere reconocer la existencia de la homosexualidad, ni busca con su aceptación la deseable complicidad hacia todo lo que estos representan. Incluso, a veces, pretende negar la vinculación existente entre sus logros humanos y su propia manera de entender la vida y, cómo no, también el sexo. Elegimos a Hércules como primer ejemplo, conscientemente, por ser el paradigma más absoluto de la masculinidad (la fuerza, el vigor, la entereza), cuando descubrimos que, además, el mítico héroe se nos muestra como un incansable amante de muchachos, expresando a flor de piel su debilidad por ellos.
Más preguntas, que se contestan por sí solas: ¿cómo es posible que hoy la sociedad se beneficie de la contribución de estos hombres a los que sitúa en un parnaso particular, y, en cambio, no acepte, ni siquiera reconozca, los sentimientos que acompañaron a sus empresas y que en muchos casos dejaron una clara impronta en ellas? Y, si realmente no importa saber si un determinado personaje ha ‘entendido’ o no, ¿por qué los homosexuales fueron –y siguen siendo- perseguidos, vejados, menospreciados, desprovistos de sus derechos como personas, cuando no asesinados, por el simple hecho de serlo o de intentar vivir su propia sexualidad?
Cuando una minoría social –póngase aquí el ejemplo que se quiera- ha sido durante siglos castigada, reprimida y silenciada, es lógico que procure escribir su propia historia, la que ayude a comprender cómo pudieron producirse tales acontecimientos y evitar que se repitan en el futuro. Algo parecido ocurre con la historia de la homosexualidad. Un grupo humano que ha sido continuamente amenazado sólo por respetar las leyes de la naturaleza, por el simple hecho de seguir una determinada inclinación sexual, es igualmente lógico que, con el paso del tiempo, y desde perspectivas de compromiso y autenticidad, procure redactar su propia historia; en el caso que nos ocupa, la historia de los hombres que amaron a otros hombres. Dicho de otro modo, de no haber existido la homofobia, no sería preciso hablar ahora de andromanía.
Hay otro motivo por el que no sólo es necesario profundizar en este legado, sino que también lo es divulgarlo convenientemente y tiene que ver con la autoafirmación del individuo. Porque, conocer todas esas ‘homografías’ ilustres nos ayudará, sin duda, a superar el complejo de sentirnos distintos, especialmente entre los más jóvenes. La complicidad que alguien que entiende puede experimentar al saber que un personaje importante o un gran héroe tuvo sus mismos sentimientos, sus mismos deseos, es un aliciente considerable y un estímulo para su autoestima.
De la homofobia a la andromanía
En los primeros episodios de estas Homografías, al recordar las historias eróticas de Hércules, podremos reafirmar la existencia de un tipo de relación entre varones admitida, incluso apreciada, en la Grecia clásica. Otros muchos ejemplos esperamos traer a este blog en sucesivas entregas, tomados de distintas épocas y culturas entre las cuales no medió contacto alguno. Todo ello nos llevará a considerar que la arraigada homofobia de los pueblos occidentales, en la que prevaleció negativamente el concepto bíblico de la sodomía, carece de paralelismos en otras latitudes, incluso en otros tiempos pretéritos.Es en sus mitos más sagrados donde el hombre occidental no quiere reconocer la existencia de la homosexualidad, ni busca con su aceptación la deseable complicidad hacia todo lo que estos representan. Incluso, a veces, pretende negar la vinculación existente entre sus logros humanos y su propia manera de entender la vida y, cómo no, también el sexo. Elegimos a Hércules como primer ejemplo, conscientemente, por ser el paradigma más absoluto de la masculinidad (la fuerza, el vigor, la entereza), cuando descubrimos que, además, el mítico héroe se nos muestra como un incansable amante de muchachos, expresando a flor de piel su debilidad por ellos.
Hacia una historia de la homosexualidad
Ignorarlo sería, no sólo desconocer una parte importante de su esencia como los colosales individuos que fueron, sino también renunciar a comprender mejor los resortes que, de uno u otro modo, les impulsaron a acometer los grandes logros, las gestas importantes, los nuevos descubrimientos y avances en la ciencia, las artes y el pensamiento. En definitiva, todo aquello que les hizo inmortales.
Reconstruir y reconocer la historia queer debería ser, pues, una asignatura pendiente, especialmente para el público homosexual, pero también para todos aquellos que se interesan por la realidad histórica con todos sus ingredientes, en todas sus estrategias. Ya ha habido no pocos intentos satisfactorios que han conseguido abrir nuevas sendas al conocimiento de estos hechos... Pero seguramente aún queda mucho por hacer.
TEXTO: Rafael Arribas (publicado en el número 16 de la revista VG Vanity Gay)
No hay comentarios :
Publicar un comentario