En mis clases de psicología, aprendí que los recuerdos de la infancia se retienen en muchas ocasiones por la emoción que acompañan los eventos, más que por la memoria analítica o el uso de la razón. Y es el juego, el principal mecanismo de aprendizaje en esta corta pero significativa etapa de nuestras vidas.
Si bien a los 8 años no se han aprendido todas las palabras, el estómago vibra, los cachetes se sonrojan y las piernas tiemblan. Y eso fue lo que sentí una mañana en mi escuela primaria, cuando uno de mis compañeros seguramente de mi edad, entrando de la hora del recreo, empezó a corretear a todas las niñas en el salón. Yo no entendía muy bien por qué ellas gritaban, hasta que vi como había bajado su bragueta sin sacar el botón de su ojal para asomar por ahí un dedo de su mano que movía y movía. Los niños se reían y las niñas corríamos y corríamos. El juego: asustar a las niñas. Si, me asusté. Esto no se lo conté a mi mamá, ni a mi hermana porque me dio pena ¿Pena? ¿Pero acaso qué hice? Primera lección: los niños cargan un peligro entre sus piernas…. pero shhhhh.
Mi escuela secundaria era una escuela femenina. Tendría entonces 14 años y para hacer corto el cuento y no extenderme sobre la precariedad en las que a veces tenemos que estudiar en los colegios públicos, me encontraba recibiendo clases en un salón improvisado, cuando un hombre en la calle asomó su pene por una rendija que daba hacia nuestro salón. Gritamos “¡Profe!” Mi profesora enfurecida, se acercó y lo insultó. Al tipo le dio risa y tranquilamente desapareció. Nuevamente esa sensación en el cuerpo: miedo. Recuerdo que mi profesora nos aconsejó, y aquí la segunda lección: “Cuando un tipo exhibicionista se pare frente a ustedes, suele ser porque él mismo tiene un complejo sobre su propio cuerpo. Ríanse de él y salgan corriendo”.
Para mi tercera lección yo ya estaba mayorcita. Tendría unos 25 años e iba por la calle camino al trabajo, cuando un niño de unos 13 años agarró con una mano mi pelvis y con la otra mis nalgas con tal fuerza que me dejó inmóvil, sonrojada y temblorosa. Él siguió caminando rápido y mirándome mientras frotaba su pene por encima de su sudadera escolar. Pasarían unos treinta eternos segundos cuando retomé el aliento y salí corriendo para perseguirlo. La gente me preguntaba si me había robado, yo les grité que si, mientras pensaba que me había robado ¡mi dignidad! No lo alcancé y por supuesto, nadie me ayudó a detenerlo.Desde nuestra infancia recibimos lecciones sobre los límites y los permisos que tenemos con nuestro cuerpo. Lecciones diferenciadas para niños y niñas. Jugamos a veces a inventarnos privilegios de ser niño, jugamos otras veces a repetir el deber ser de una niña. Esto es aprender sobre sexualidad, esto es aprender a relacionarnos entre nosotros y nosotras… solo que a veces nos basta con saber de memoria las partes de nuestros aparatos reproductores.
No me es suficiente como argumento para entender y explicar estas situaciones que los niños y las niñas “están explorando su cuerpo”, que “es el despertar de su sexualidad” o que “simplemente están creciendo”. No me es suficiente si a la par no se enseña la igualdad. Basta ya de repetir como mantra, que el problema de la violencia contra las mujeres y la cultura machista, radica en la falta de educación; cuando seguimos como en épocas de Freud, ciegos a la sexualidad infantil.
BURBUJA
Texto extraído de: desacatofeminista.com
Son Gardenias para tí.... Eugenia!!!!
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