Cuando se habla de discapacidad y sexualidad, a veces me da la impresión de que falta algo. No está de más recordar que la sexualidad es algo más que derechos; que la sexualidad es poner el cuerpo en discurso; que la sexualidad es más que posibilidades: que es sexo y que el sexo es sobre todo deseo. Y a desear se aprende: una cosa es la libido y otra la manera en que expresemos culturalmente esa libido. Y siendo el deseo una construcción social no se puede separar de los discursos culturales sobre el género, la sexualidad, el cuerpo, la capacidad o discapacidad. Precisamente las complejas relaciones que establecen las mujeres con sus cuerpos es una parte fundamental del discurso de género. Todas las mujeres, vivimos, inevitablemente, nuestros cuerpos de manera diferente a cómo los viven los hombres; porque las mujeres somos cuerpo en una cultura patriarcal: se nos juzga, se nos valora, se nos define en gran parte, no según sean nuestros cuerpos, sino según la mirada que los hombres (heterosexuales) proyectan sobre ellos. Los hombres y las mujeres aprendemos a mirar sexualmente y lo hacemos de manera diferente.
La mirada que los hombres (el patriarcado) proyectan sobre las mujeres es una mirada inclemente que está basada en un ideal de mujer imposible de alcanzar. El objetivo es conseguir que tengamos siempre la sensación de que nuestros cuerpos, sean como sean, son siempre defectivos. No pueden ser perfectos, siempre falta algo, siempre se puede hacer algo para mejorar. Celia Amorós dice que las mujeres han pasado de estar normativizadas por la moral y la ética ha estar normativizadas por la estética.
Si las mujeres ocupan el sitio que ocupan en esta sociedad, si están de alguna manera sujetas a determinados discursos sobre el cuerpo, entonces tenemos que preguntarnos ¿qué significa para nosotras mujeres con diversidad funcional, en estas condiciones concretas en la que una es mujer en esta sociedad concreta, tener un cuerpo que se supone que no cumple con ninguno de los cánones exigidos a los cuerpos femeninos? ¿Qué significado tiene para mujeres como nosotras tener un cuerpo completamente diferente y tener que enfrentarse a la cuestión de suscitar deseo con estos cuerpos? ¿Cómo manejamos nuestra identidad respecto a esto?
Siempre estamos hablando de invisibilidad, pero pocas veces hablamos que no hay mayor invisibilidad que ser invisible para los demás en cuanto a la posibilidad de suscitar deseo. El deseo tiene que ver con muchas cosas pero en el caso de las mujeres tiene que ver con esa mirada opresiva y por eso, para cambiar la percepción que otros/as tienen sobre mi cuerpo no hay otra manera que deconstruir los discursos opresivos y empoderarse desde el cuerpo.
Los cuerpos son los discursos que los crean, las palabras que los nombran. Pero como mujer y lesbiana no podremos dar otra visión de nosotras si no nos empoderamos. No vamos a cambiar la percepción social ni la nuestra si no cambiamos de discurso y salimos totalmente del discurso patriarcal sobre el cuerpo de las mujeres. Barbara Hillyer dice que para las lesbianas es más fácil que para las mujeres heterosexuales hacerse conscientes de la totalidad de nuestros cuerpos y pensar en nosotras mismas como un todo con nuestros cuerpos. Lo cierto es que las lesbianas no estamos sometidas a la mirada masculina. No estoy diciendo que cualquier mujer funcionalmente diversa tiene que hacerse lesbiana para ser feliz, pero sí que las lesbianas partimos no con una desventaja sino, quizá con una ventaja respecto a el ejercicio y disfrute de nuestra sexualidad.
Esto también lo expresa muy claramente Hillyer cuando afirma claramente que la perspectiva lesbiana para conceptualizar las narrativas de las mujeres con discapacidad es intelectualmente superior. Las lesbianas vivimos en un universo sexual y de deseo en el que no cuentan los parámetros del deseo heterosexual. A hombres y a mujeres se nos enseña a desear cosas distintas. A los hombres se les enseña a erotizar, sobre todo, la juventud y la belleza: los hombres desean mujeres jóvenes y bellas. A las mujeres se les enseña a erotizar otros factores. Por eso las mujeres a partir de los 40 se vuelven invisibles para los hombres, mientras que eso no ocurre a la inversa. Por eso las mujeres son capaces de encontrar atractivos a hombres mayores, de edades en las que las mujeres ya no cuentan sexualmente para ellos. Las lesbianas no somos mujeres especiales. No recibimos una socialización específica de lesbianas, sino simplemente de mujeres, y como tales miramos y somos miradas con deseo por otras mujeres.
En ese sentido, en realidad, en lo que se refiere a la mirada que los hombres proyectan sobre las mujeres, y en lo que se refiere al deseo, al cuerpo, creo que como lesbiana, mi discapacidad tiene un significado muy diferente del que puede tener para una mujer heterosexual. Monique Wittig afirma que las lesbianas no son mujeres. Con esto quiere decir que el término “mujer” solo tiene sentido en relación al término “hombre”, y al estar las lesbianas fuera del sistema heterosexual, es en ese sentido en el que, desde luego, no somos mujeres. Y aun se podría llevar ese discurso más allá y decir que en una sociedad patriarcal todas las mujeres somos discapacitadas en algún momento de nuestra vida: es decir invisibles, es decir poco valiosas, es decir no deseadas: mujeres mayores, mujeres “feas”, mujeres distintas…(obesas, discapacitadas, enfermas…) Todas ellas en algún momento de sus vidas viven sus cuerpos como invisibles para el deseo, como objeto de burla o de vergüenza, como poco valiosos, como no deseables. ¿Qué hace una mujer de 65 años activa sexualmente que le gusten los hombres? ¿Dónde va? Si esa mujer fuera lesbiana no tendría mayores problemas, no tendría muchos más problemas para ligar de los que podía tener de joven. ¿Y que hace una mujer avergonzada de su celulitis aparte de intentar combatirla, de desnudarse a oscuras, de no sentirse feliz con ella misma?¿Qué diferencia hay entre una mujer avergonzada de su cuerpo y una mujer con una discapacidad que se sienta no deseada? Las dos están en el mismo punto en realidad. No se trata de que al ser lesbiana desaparezcan los problemas del cuerpo, es que éstos son reflejo de la falta de autoestima, de la falta de control y de la falta de poder sobre nosotras mismas y el entorno; cuando una mujer se desheterosexualiza se empodera y cuando una mujer se empodera cambia, incluso corporalmente porque la mirada que se le dirige ya no puede ser de dominación.
Y para terminar vuelvo al principio, simplemente a repetir que todos estos discursos, género, sexualidad, capacidad, están tan conectados que estaremos equivocadas si pretendemos ocuparnos sólo de uno de ellos.
Son distintos pero son al mismo tiempo el mismo y como tal hay que combatirlos.
Revista Andaina. Monográfico “Cuerpos de mujer”—Octubre 2007
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