Cuando hablamos del derecho al aborto o de los derechos reproductivos, estamos asumiendo que esto incluye el derecho a no tener ningún hijo, pero se trata de algo que queda implícito, que se supone, pero no es un derecho que se explicite y mucho menos que se visibilice culturalmente no sólo en pie de igualdad, sino siquiera con algún rasgo positivo, como discurso alternativo a los discursos maternales hegemónicos.
Porque la cuestión es:
¿Se puede verdaderamente elegir algo cuando una de las opciones es prácticamente un tabú social, científico, político, etc.?
Lo cierto es que las mujeres hacen sus elecciones acerca de la maternidad en un contexto coercitivo acerca no sólo de no tener hijos sino especialmente de tener acceso a las ventajas o a la felicidad que puede proporcionar no tenerlos, así como a la ignorancia de los problemas, las desventajas o la infelicidad que puede proporcionar tenerlos. Cualquier posición, política o personal, contraria al discurso maternalista recibe una sanción social, económica o psicológica brutal. Es en este sentido de falta de alternativas en el que el discurso promaternal es totalitario.No ser madre es una elección personal al alcance de muy pocas mujeres en el mundo y se sigue llevando con discreción, casi en soledad, y sobre la que siguen recayendo sanciones sociales.
La no-madre se pasará la vida contestando a preguntas que dan por hecho que lo normal es elegir ser madre. Pero aun cuando ese margen de elección sea muy estrecho, hay otra cuestión aún más prohibida: la de ser madre y arrepentirse. Existen múltiples barreras psicológicas y sociales para poder expresar algo como eso, para poder expresárselo incluso a una misma. La madre que lo es y se arrepiente de esa elección jamás lo confesará. Reconocerse arrepentida de la maternidad es lo mismo que reconocer que no se quiere a los hijos, o que no se les quiere lo bastante y ahí, de nuevo se entra en la categoría de mala madre. Y sin embargo, la maternidad es una experiencia tan determinante en la vida de cualquier mujer que, por supuesto, cabe la posibilidad de arrepentirse o de pensar que de haber conocido lo que verdaderamente significaba ser madre, se hubiera escogido no serlo. Y esto puede pensarse aún incluso queriendo a los propios hijos, o queriéndoles mucho, no es contradictorio.El único discurso negativo sobre la maternidad que se permite es el de la mala madre, la madre perversa, la que no quiere a sus hijos/as, la que los maltrata. Y el discurso sobre la mala madre no sirve sino para potenciar y prescribir un tipo de maternidad, precisamente la contraria, la que ejerce la buena madre. Porque la mala madre es la peor imagen que cualquier cultura reserva para algunas mujeres, las peores; nadie quiere ocupar ese lugar. Una puede asumir desde el feminismo, e incluso defender transgresoramente, que es una mala esposa, mala compañera, mala hija, mala amante, mala trabajadora, mala mujer, mala en general (Las mujeres buenas van al cielo, pero las malas van a todas partes), pero… ¿mala madre? Que la idea nos resulte tan personalmente devastadora es síntoma de lo absolutamente férreo que es el control sobre la maternidad y, por ende, sobre las mujeres. Ser mala madre es casi lo peor que una mujer puede ser.
Y podemos incluso ir más allá...
Por el contrario, ya sabemos que existen múltiples discursos y condicionamientos que conducen a ensalzar la maternidad y sabemos que esos discursos promaternales se dan desde todos los espacios ideológicos, no sólo desde los espacios conservadores. Además de los discursos promaternales propios del sexismo, lo cierto es que periódicamente y desde espacios ideológicos feministas aparecen discursos promaternales que ofrecen, supuestamente, nuevas visiones de la maternidad que terminan siendo la de siempre: visiones místicas y voluntaristas en las que se pretende despojar a la maternidad de sus antiguos significados simplemente porque se desea. De hecho, es posible que el discurso mayoritario en este momento dentro del feminismo sea el de una neomaternidad romantizada que en realidad no ha existido nunca antes, pero que se presenta como una recuperación de lo antiguo y de lo más natural. Muchas feministas descubren ahora el placer de la maternidad y lo hacen como si fuese algo novedoso, como si no lleváramos cientos de miles de años siendo madres. Todo se vende con el frescor y el aroma de lo nuevo: el parto natural, la lactancia y los placeres de la maternidad intensiva reaparecen en todos los ambientes y lo hacen con la fuerza de la conversión. Además, se presentan nuevas situaciones como las maternidades lesbianas o las maternidades mediante técnicas de inseminación como actos de rebelión contra el patriarcado, dejando a un lado lo que tienen de empeño consumista de adscripción capitalista, además de confirmar más que disentir, del rol maternal tradicional.
Cualquier discurso oculto tiene algo que merece la pena llevar a la luz; en este caso entender por qué no se (re)presenta la no maternidad como una alternativa igual de enriquecedora que la otra. Por eso creo que debemos reflexionar más sobre una institución maternal inscrita ahora en el consumo de masas y en el esencialismo naturalista; debemos reclamar, como poco, un espacio de reflexión sobre la antimaternidad. Y más aún porque nos encontramos en un momento en el que el discurso dominante se está reforzando al redefinir la maternidad a través de discursos que parecen menos patriarcales pero que no ponen en cuestión lo fundamental: que el hecho de que la mujer pueda tener hijos no explica ni justifica que quiera tenerlos; ni tampoco que tenerlos sea bueno, mejor o siquiera apetecible.
Tan terrible es obligar a parir a alguien en contra de su voluntad como impedir ser madre a quien quiere serlo. Y no, no me he vuelto loca ni me he adherido al discurso del PP.
Poco queda ya por decir de la agresión retrógrada de Gallardón. Quizá sobre un efecto de esta: la enorme respuesta del movimiento feminista, lo que debería ser un motivo de alegría para nosotras. Pero a pesar de la potencia de la lucha emprendida y de las luces que brillan en la oscuridad, no dejo de tener un sabor amargo.
Mientras el movimiento feminista lo está dando todo contra esta violación de nuestros derechos reproductivos (y no es para menos), hay otro ataque frontal a estos que está pasando desapercibido: la discriminación en el acceso a la reproducción asistida en el sistema público a las mujeres sin pareja masculina (parejas de lesbianas y mujeres solas).
Si bien hubo una respuesta feminista este verano, lo que me ilusionó, ante el revés de la ley del aborto, ha quedado en segundo plano, si es que no se ha desvanecido de nuestra agenda política definitivamente.
Y creo que ambos asuntos deben ir de la mano en la reivindicación de los derechos reproductivos, pues ambos violan un derecho fundamental y tienen igual relevancia y urgencia. Ambos son, al fin y al cabo, las dos caras de la misma moneda.
El control sobre los cuerpos y la reproducción de las mujeres es función patriarcal y capitalista, pues el papel de la mujer como reproductora de la fuerza de trabajo y como madre de los hijos de los hombres, está en la base misma del sistema.
Tuve el placer de escuchar a Sivia Federici en un momento en que estaba reflexionando sobre estas cuestiones, lo que me ayudó entender diversos aspectos de este tema. Las distintas formas de ejercer este control pueden tener distinta dirección, aunque el mismo sentido. Mientras en unos países o en unos grupos sociales se persigue y controla el aborto, en otros se aplica la esterilización obligatoria. O, como está ocurriendo en el Estado español, a un sector de la población se le quiere impedir decidir abortar y a otro impedir el libre acceso a la maternidad.
Por todo esto, la discriminación a bolleras y a mujeres sin pareja masculina no tiene nada de ingenua ni de aleatoria. Que las mujeres sean madres al margen de los hombres, que se reapropien de sus cuerpos y de sus criaturas, es un asunto que no agrada a los sectores conservadores. Y por algo será, porque malos está claro que son, pero tontos no tanto.
La construcción de familias y la crianza sin hombres desde la elección y el deseo, supone una subversión radical de la estructura social. Le da una patada a la esencia misma del patriarcado: la autoridad paterna, la autoridad masculina. Al menos dentro de la familia, el agente socializador por excelencia, lo que no es poco.
Recuerda al sentido político del lesbianismo. Es una de las pesadillas para el patriarcado: mujeres que se enrollan entre ellas, mujeres que tienen hijxs sin hombres… Una amenaza para la supervivencia del papel del “macho”, del cabeza de familia, un descoloque total. Ya no es protagonista, ya no es imprescindible, nosotras hacemos lo nuestro. Con semen de donante podemos quitarnos de encima para siempre a maltratadores y a jueces fascistas, con su SAP y su custodia compartida impuesta. Un mal trago para ellos.
No obstante, de las discriminaciones que las lesbianas somos susceptibles de sufrir (y sufrimos), esta es la más flagrante que se nos ha venido encima en los últimos años, en los que se han conseguido grandes avances en materia de igualdad legal. Porque este ataque, que tanto temo pase inadvertido para la mayoría de las compañeras de lucha, legaliza una vez más la desigualdad de derechos. Y esto no lo vamos a admitir.
Por ello, el movimiento feminista debe ser capaz de responder a esta agresión aquí y ahora. Y de dar a este asunto, que atañe a las bolleras que quieren ser madres y a quienes están fuera de la monogamia heterosexual obligatoria, el lugar importante y prioritario que le corresponde.
La discriminación en el acceso a la reproducción asistida debe abordarse conjuntamente con la reivindicación por el derecho al aborto, pues además de ser un asunto de primer orden, forma parte de los derechos reproductivos.
Aunque entiendo que nos están atacando desde muchos frentes, que desafortunadamente no somos nosotras quienes marcamos el calendario y que no siempre es fácil articular las respuestas, no quiero dejar de apuntar la necesidad de que la agenda feminista aglutine las reivindicaciones de todos los colectivos que forman parte del movimiento, incluidas las lesbianas, lxs trans, las trabajadoras sexuales, domésticas, mujeres sin papeles, etcétera.
Es igual de prioritario y necesario que todas clamemos por el derecho al aborto como que lo hagamos por el derecho a preñarnos en la seguridad social sin un maromo al lado. Porque es la misma lucha y porque si nos tocan a una nos tocan a todas.
Feminista, bollera en ciernes, guerrera, poly-multi-amorosa y disidente por definición, se hace un silencio a mi alrededor cuando alguien observa que ese churumbel que corretea entre mis piernas es mi hijo. “Ah, pero… ¿eres madre?”. Si esa es la pregunta, la respuesta es no. Yo no soy madre. Soy madre únicamente de mi hijo y mi maternidad está definida en la relación que él y yo tenemos, únicamente. Soy su madre. Nada más. Y nada menos.
A la maternidad le hemos dado muchas vueltas, pero no hemos logrado desocuparla. Hemos luchado por desmontar la construcción según la cual no tener hijxs nos convertía en no-mujeres, en mujeres venidas a menos. Ahora nos toca también dinamitar el concepto según el cual dejamos de ser mujeres precisamente al tenerlos y convertirnos en esa cosa abstracta, despolitizada, des-sexualizada y des-socializada que es La Madre.
Al enunciarnos como madres (“soy madre” en lugar de “tengo hijxs”) nos afirmamos desde una categoría relacional, que nos des-hace como sujetas para re-convertirnos en sujetas-en-tanto-que, ese gran clásico del patriarcado. Cuando se nos enuncia como madres, se antepone la relación con nuestrxs hijxs a cualquier otra de las dimensiones de nuestra identidad, porque ser madre, en el fondo, es desaparecer. La maternidad se sitúa, lo queramos o no sus protagonistas, en el centro, en la única identidad definitoria, en el sujeto mismo. Las demás circunstancias se vienen a añadir a ese absoluto: se es madre trabajadora o madre soltera. Madre.
Existe una tremendo ejercicio de control social sobre nuestras maternidades a partir de la idea de “la buena madre” que, obviamente, ni canta en grupos de punk, ni sale de noche, ni viaja sola, ni liga… parece ser que tener hijxs es incompatible con seguir viviendo. Por otro lado, hay un desentendimiento colectivo respecto a tus circunstancias. Si has decidido “ser madre” y aún así pretendes seguir siendo persona, seguir estando en el mundo, tendrás que buscarte la vida. Nunca hasta el día de hoy me han ofrecido servicio de guardería cuando me invitan a dar una conferencia durante el fin de semana, por ejemplo, o a las 7 de la tarde, por mucho que las personas que me invitan sepan perfectamente que estoy criando. Hace un par de años, un festival de música que se celebraba un fin de semana me acreditó como periodista pero pretendía que pagase las entradas para mi hijo, que entonces tenía 4 años. Si “soy madre” al fin, es asunto mío y si quiero además seguir siendo yo, es mejor que la maternidad no se me note, que no moleste, precisamente para que el entorno no me vea como “madre”, y ahí vuelta a empezar. Es lo que Lagarde define como “sincretismo de género”. Escoger constantemente entre cuidar y cuidarnos.
Pues yo, personalmente, no pienso escoger. Probablemente la maternidad como concepto no tenga solución posible, unido como está necesariamente a las mujeres y, a su vez, a una concepción de mujer totalmente biologizada. Por un lado se nos está escatimando el derecho sobre nuestros cuerpos para decidir sobre nuestras maternidades, por otro se nos está escatimando el derecho sobre nuestras identidades para seguir definiéndonos de mil maneras incluso teniendo hijxs.
Como afirma Lagarde, es necesario y urgente maternalizar la sociedad y desmaternizarnos nosotras. O, parafraseando a Barrientos, es urgente y necesario renunciar al hecho mismo de “ser madres”, tengamos hijxs o no. Especialmente si lxs tenemos.
Recopilación de textos extraídos de:pikaramagazine.com
Y podemos incluso ir más allá...
¿Puede no quererse a los propios hijos y no ser un monstruo?.
Los hijos se tienen en la completa ignorancia; nadie sabe cómo será cuando lleguen e invadan la vida para siempre, aun cuando todo esté lleno de imágenes positivas, casi celestiales, del estado maternal. Y aun así, la desilusión, o el encontrarse con sentimientos que no son los esperados no es tan infrecuente como se podría suponer: las depresiones que sufren las madres en mayor medida que otras mujeres y que los hombres pueden entenderse como un síntoma de algo inexpresado e inexpresable. Es conocido que, en contra de lo que el mito de la maternidad expande, hay muchas madres que necesitan tiempo para querer a sus bebés y para adecuarse a una nueva vida para la que nadie nos ha preparado. Por otras razones es perfectamente posible que una se separe emocionalmente de sus hijos/as cuando estos se hacen adultos. A los hijos no se les quiere por instinto, tal cosa no existe. A los hijos se les suele querer, sí, pero a veces no tan rápido como nos dicen; a veces no tanto como se nos supone; a veces también el amor cambia y se debilita con el tiempo y, finalmente, a veces, aun queriéndoles mucho, es posible pensar en que la vida hubiera sido mejor si hubiéramos tomado la decisión de no tenerlos; si alguien nos hubiera explicado de verdad lo que significan, si hubiésemos tenido acceso a una pluralidad de discursos y no a uno sólo. Y todos estos sentimientos, perfectamente humanos y tan normales como los opuestos, no convierten a estas mujeres en malas personas, ni en subhumanas. Pero no encontraremos ningún discurso, ningún personaje, ninguna historia, que ofrezca no ya imágenes positivas, sino siquiera neutras de ninguna mujer así.Porque, además, ¿es obligatorio querer a los hijos? ¿Hay una medida de amor mínimo obligatorio? La maternidad exige que se les quiera siempre por encima de todo: por encima de una misma sobre todo; el amor maternal se supone siempre y en todo caso incondicional, esa es una de sus principales características. En realidad, eso es lo que define la maternidad. Sin embargo, el amor del padre se supone mucho menos incondicional; de hecho, no existe el amor paternal como categoría. Los padres suelen querer a sus hijos, sí, pero sin que este amor esté categorizado como absoluto, como extremadamente generoso o incondicional. Más bien parece que cada padre quiere a sus hijos/as como puede o como quiere. El amor maternal, en cambio, no admite matices.Por el contrario, ya sabemos que existen múltiples discursos y condicionamientos que conducen a ensalzar la maternidad y sabemos que esos discursos promaternales se dan desde todos los espacios ideológicos, no sólo desde los espacios conservadores. Además de los discursos promaternales propios del sexismo, lo cierto es que periódicamente y desde espacios ideológicos feministas aparecen discursos promaternales que ofrecen, supuestamente, nuevas visiones de la maternidad que terminan siendo la de siempre: visiones místicas y voluntaristas en las que se pretende despojar a la maternidad de sus antiguos significados simplemente porque se desea. De hecho, es posible que el discurso mayoritario en este momento dentro del feminismo sea el de una neomaternidad romantizada que en realidad no ha existido nunca antes, pero que se presenta como una recuperación de lo antiguo y de lo más natural. Muchas feministas descubren ahora el placer de la maternidad y lo hacen como si fuese algo novedoso, como si no lleváramos cientos de miles de años siendo madres. Todo se vende con el frescor y el aroma de lo nuevo: el parto natural, la lactancia y los placeres de la maternidad intensiva reaparecen en todos los ambientes y lo hacen con la fuerza de la conversión. Además, se presentan nuevas situaciones como las maternidades lesbianas o las maternidades mediante técnicas de inseminación como actos de rebelión contra el patriarcado, dejando a un lado lo que tienen de empeño consumista de adscripción capitalista, además de confirmar más que disentir, del rol maternal tradicional.
Cualquier discurso oculto tiene algo que merece la pena llevar a la luz; en este caso entender por qué no se (re)presenta la no maternidad como una alternativa igual de enriquecedora que la otra. Por eso creo que debemos reflexionar más sobre una institución maternal inscrita ahora en el consumo de masas y en el esencialismo naturalista; debemos reclamar, como poco, un espacio de reflexión sobre la antimaternidad. Y más aún porque nos encontramos en un momento en el que el discurso dominante se está reforzando al redefinir la maternidad a través de discursos que parecen menos patriarcales pero que no ponen en cuestión lo fundamental: que el hecho de que la mujer pueda tener hijos no explica ni justifica que quiera tenerlos; ni tampoco que tenerlos sea bueno, mejor o siquiera apetecible.
Beatriz Gimeno
MUJER Y LESBIANA: DOBLE RECORTE
Poco queda ya por decir de la agresión retrógrada de Gallardón. Quizá sobre un efecto de esta: la enorme respuesta del movimiento feminista, lo que debería ser un motivo de alegría para nosotras. Pero a pesar de la potencia de la lucha emprendida y de las luces que brillan en la oscuridad, no dejo de tener un sabor amargo.
Mientras el movimiento feminista lo está dando todo contra esta violación de nuestros derechos reproductivos (y no es para menos), hay otro ataque frontal a estos que está pasando desapercibido: la discriminación en el acceso a la reproducción asistida en el sistema público a las mujeres sin pareja masculina (parejas de lesbianas y mujeres solas).
Si bien hubo una respuesta feminista este verano, lo que me ilusionó, ante el revés de la ley del aborto, ha quedado en segundo plano, si es que no se ha desvanecido de nuestra agenda política definitivamente.
Y creo que ambos asuntos deben ir de la mano en la reivindicación de los derechos reproductivos, pues ambos violan un derecho fundamental y tienen igual relevancia y urgencia. Ambos son, al fin y al cabo, las dos caras de la misma moneda.
El control sobre los cuerpos y la reproducción de las mujeres es función patriarcal y capitalista, pues el papel de la mujer como reproductora de la fuerza de trabajo y como madre de los hijos de los hombres, está en la base misma del sistema.
Tuve el placer de escuchar a Sivia Federici en un momento en que estaba reflexionando sobre estas cuestiones, lo que me ayudó entender diversos aspectos de este tema. Las distintas formas de ejercer este control pueden tener distinta dirección, aunque el mismo sentido. Mientras en unos países o en unos grupos sociales se persigue y controla el aborto, en otros se aplica la esterilización obligatoria. O, como está ocurriendo en el Estado español, a un sector de la población se le quiere impedir decidir abortar y a otro impedir el libre acceso a la maternidad.
Por todo esto, la discriminación a bolleras y a mujeres sin pareja masculina no tiene nada de ingenua ni de aleatoria. Que las mujeres sean madres al margen de los hombres, que se reapropien de sus cuerpos y de sus criaturas, es un asunto que no agrada a los sectores conservadores. Y por algo será, porque malos está claro que son, pero tontos no tanto.
La construcción de familias y la crianza sin hombres desde la elección y el deseo, supone una subversión radical de la estructura social. Le da una patada a la esencia misma del patriarcado: la autoridad paterna, la autoridad masculina. Al menos dentro de la familia, el agente socializador por excelencia, lo que no es poco.
Recuerda al sentido político del lesbianismo. Es una de las pesadillas para el patriarcado: mujeres que se enrollan entre ellas, mujeres que tienen hijxs sin hombres… Una amenaza para la supervivencia del papel del “macho”, del cabeza de familia, un descoloque total. Ya no es protagonista, ya no es imprescindible, nosotras hacemos lo nuestro. Con semen de donante podemos quitarnos de encima para siempre a maltratadores y a jueces fascistas, con su SAP y su custodia compartida impuesta. Un mal trago para ellos.
No obstante, de las discriminaciones que las lesbianas somos susceptibles de sufrir (y sufrimos), esta es la más flagrante que se nos ha venido encima en los últimos años, en los que se han conseguido grandes avances en materia de igualdad legal. Porque este ataque, que tanto temo pase inadvertido para la mayoría de las compañeras de lucha, legaliza una vez más la desigualdad de derechos. Y esto no lo vamos a admitir.
Por ello, el movimiento feminista debe ser capaz de responder a esta agresión aquí y ahora. Y de dar a este asunto, que atañe a las bolleras que quieren ser madres y a quienes están fuera de la monogamia heterosexual obligatoria, el lugar importante y prioritario que le corresponde.
El pasado 8 de marzo en Barcelona./ Bárbara Boyero |
La discriminación en el acceso a la reproducción asistida debe abordarse conjuntamente con la reivindicación por el derecho al aborto, pues además de ser un asunto de primer orden, forma parte de los derechos reproductivos.
Aunque entiendo que nos están atacando desde muchos frentes, que desafortunadamente no somos nosotras quienes marcamos el calendario y que no siempre es fácil articular las respuestas, no quiero dejar de apuntar la necesidad de que la agenda feminista aglutine las reivindicaciones de todos los colectivos que forman parte del movimiento, incluidas las lesbianas, lxs trans, las trabajadoras sexuales, domésticas, mujeres sin papeles, etcétera.
Es igual de prioritario y necesario que todas clamemos por el derecho al aborto como que lo hagamos por el derecho a preñarnos en la seguridad social sin un maromo al lado. Porque es la misma lucha y porque si nos tocan a una nos tocan a todas.
DESOCUPAR LA MATERNIDAD
Brigitte Vasallo
Ilustración: Emma Gascó |
A la maternidad le hemos dado muchas vueltas, pero no hemos logrado desocuparla. Hemos luchado por desmontar la construcción según la cual no tener hijxs nos convertía en no-mujeres, en mujeres venidas a menos. Ahora nos toca también dinamitar el concepto según el cual dejamos de ser mujeres precisamente al tenerlos y convertirnos en esa cosa abstracta, despolitizada, des-sexualizada y des-socializada que es La Madre.
¿Somos madres o tenemos hijxs?
Al enunciarnos como madres (“soy madre” en lugar de “tengo hijxs”) nos afirmamos desde una categoría relacional, que nos des-hace como sujetas para re-convertirnos en sujetas-en-tanto-que, ese gran clásico del patriarcado. Cuando se nos enuncia como madres, se antepone la relación con nuestrxs hijxs a cualquier otra de las dimensiones de nuestra identidad, porque ser madre, en el fondo, es desaparecer. La maternidad se sitúa, lo queramos o no sus protagonistas, en el centro, en la única identidad definitoria, en el sujeto mismo. Las demás circunstancias se vienen a añadir a ese absoluto: se es madre trabajadora o madre soltera. Madre.
Una vez demostrada por la tesonería de las prácticas cotidianas que ser superwoman es inaguantable, descubrimos otra forma de ser madre: la criadora natural extrema, dadora de pecho a demanda durante toda la eternidad, reivindicadora de un parto, no ya desmedicalizado, sino todo lo doloroso que sea posible (porque las madres no sentimos dolor al parir, sino placer), totalmente feliz en su rol de lavadora de pañales ecológicos y compartidora de lecho, todas ellas cuestiones maravillosas pero que a la práctica solucionan el futuro del planeta y de la humanidad, pero nos complican bastante la vida a las que estamos en el proceso de criar.Todos los grandes modelos de maternidad propuestos pasan por ahí: enunciar como mujer a la madre tradicional planchadora y lavadora, cocinadora de pucheros es redundante pues, en tanto que mujer-madre sublimada se convierte en una especie de mujer-muy mujer. En “mujer de verdad marca registrada”. Con la incorporación de las mujeres al mundo de las carreras laborales nos convertimos en superwomen, la MILF (mother I’d like to fuck, definición que merece dinamita aparte), la mujer que es madre sin que se le note : sigue trabajando como si nada, teniendo un vientre plano como si nada, saliendo de copas y “dejándose follar” sin por ello perder un ápice de su esencia maternal, igualmente “mujer-muy mujer” con el añadido de “ejecutiva-muy ejecutiva” y follable. Es la criadora via nanis atravesada por la clase social, el capitalismo salvaje y la re-cosificación de las mujeres que siguen cargando con el rol tradicional, augmentado por las nuevas exigencias del espacio público.
Un regreso sospechosamente angustiante a un centro en común, perfectamente definido por Marcela Lagarde: el descuido para lograr el cuido. Desaparecer para ser madre, porque seguimos concibiendo la maternidad como una categoría antropófaga, que lo devora todo.
El falso debate entre no ser madre o desaparecer
Si tener hijos significa necesariamente ser madre y ser madre significa indudablemente desaparecer, aquí no hay debate. Tener hijos sería una estupidez que solo mujeres altamente abnegadas, angelicalmente generosas o escandalosamente afectivo-dependientes pueden querer llevar a cabo.
La maternidad feminista está en otro lugar que pasa, necesariamente por desocupar la categoría madre. Nombrándonos en tanto que mujeres o como prófugas de la categoría mujeres, como disidentes, con cualquier atributo que contenga toda la complejidad de relaciones, experiencias, pasiones, deseos, miedos y errores que somos. Y que contenga, si acaso, la maternidad, pero que no desaparezca en ella.Asisto a debates, leo artículos y posts explicando la decisión de tener hijxs sobre el falso debate de ser o no ser madre, aún construido sobre imágenes falsas y estereotipadas de una maternidad inevitablemente des-personalizadora. ¿Quién de nosotras, luchadoras, pensantes, reivindicativas, tomaría partido por un “ser madre” en esos términos de delantal y mesa camilla, aunque sea 2.0? No queremos ser madres. No lo somos. Pero los debates nunca incluyen la posibilidad de tener hijxs (de ser sus madres) sin convertirnos por ello en madres.
Un regreso sospechosamente angustiante a un centro en común, perfectamente definido por Marcela Lagarde: el descuido para lograr el cuido. Desaparecer para ser madre, porque seguimos concibiendo la maternidad como una categoría antropófaga, que lo devora todo.
El falso debate entre no ser madre o desaparecer
Si tener hijos significa necesariamente ser madre y ser madre significa indudablemente desaparecer, aquí no hay debate. Tener hijos sería una estupidez que solo mujeres altamente abnegadas, angelicalmente generosas o escandalosamente afectivo-dependientes pueden querer llevar a cabo.
La maternidad feminista está en otro lugar que pasa, necesariamente por desocupar la categoría madre. Nombrándonos en tanto que mujeres o como prófugas de la categoría mujeres, como disidentes, con cualquier atributo que contenga toda la complejidad de relaciones, experiencias, pasiones, deseos, miedos y errores que somos. Y que contenga, si acaso, la maternidad, pero que no desaparezca en ella.Asisto a debates, leo artículos y posts explicando la decisión de tener hijxs sobre el falso debate de ser o no ser madre, aún construido sobre imágenes falsas y estereotipadas de una maternidad inevitablemente des-personalizadora. ¿Quién de nosotras, luchadoras, pensantes, reivindicativas, tomaría partido por un “ser madre” en esos términos de delantal y mesa camilla, aunque sea 2.0? No queremos ser madres. No lo somos. Pero los debates nunca incluyen la posibilidad de tener hijxs (de ser sus madres) sin convertirnos por ello en madres.
Desmaternalizarnos
El discurso pasa por la realidad. Desde una vivencia feminista, desocupada la categoría “madre”, tener hijxs incluye un compromiso de crianza, de cuidados de unos seres para la comunidad. Pero la comunidad no parece muy dispuesta a permitir que algunas tengamos hijxs sin convertirnos en madres. No solo la manera en que se nos define y cataloga, sino las prácticas cotidianas parecen obligarnos a escoger entre ser mujeres o ser madres. “Cuando le digo a la gente que canto en un grupo punk” – explica Yoli Rozas, vocalista de Las niñas de Rajoy – “enseguida se sorprenden y me preguntan ¿pero tú no eres madre?”Existe una tremendo ejercicio de control social sobre nuestras maternidades a partir de la idea de “la buena madre” que, obviamente, ni canta en grupos de punk, ni sale de noche, ni viaja sola, ni liga… parece ser que tener hijxs es incompatible con seguir viviendo. Por otro lado, hay un desentendimiento colectivo respecto a tus circunstancias. Si has decidido “ser madre” y aún así pretendes seguir siendo persona, seguir estando en el mundo, tendrás que buscarte la vida. Nunca hasta el día de hoy me han ofrecido servicio de guardería cuando me invitan a dar una conferencia durante el fin de semana, por ejemplo, o a las 7 de la tarde, por mucho que las personas que me invitan sepan perfectamente que estoy criando. Hace un par de años, un festival de música que se celebraba un fin de semana me acreditó como periodista pero pretendía que pagase las entradas para mi hijo, que entonces tenía 4 años. Si “soy madre” al fin, es asunto mío y si quiero además seguir siendo yo, es mejor que la maternidad no se me note, que no moleste, precisamente para que el entorno no me vea como “madre”, y ahí vuelta a empezar. Es lo que Lagarde define como “sincretismo de género”. Escoger constantemente entre cuidar y cuidarnos.
Pues yo, personalmente, no pienso escoger. Probablemente la maternidad como concepto no tenga solución posible, unido como está necesariamente a las mujeres y, a su vez, a una concepción de mujer totalmente biologizada. Por un lado se nos está escatimando el derecho sobre nuestros cuerpos para decidir sobre nuestras maternidades, por otro se nos está escatimando el derecho sobre nuestras identidades para seguir definiéndonos de mil maneras incluso teniendo hijxs.
Como afirma Lagarde, es necesario y urgente maternalizar la sociedad y desmaternizarnos nosotras. O, parafraseando a Barrientos, es urgente y necesario renunciar al hecho mismo de “ser madres”, tengamos hijxs o no. Especialmente si lxs tenemos.
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