Pero lo que espero, por encima de todo, es que entiendas lo que quiero decir cuando te digo que aunque no te conozca, y aunque puede que nunca llegue a verte, a reírme contigo, a llorar contigo o a besarte, te quiero. Con toda mi alma, te quiero.
V de Venganza
No sé muy bien cuándo pero hubo un principio, un momento en el que comencé a preguntarme y obsesionarme con el amor como problema, como escenario de indagación. Esta vez no fue una inquietud externa sino interna, cotidiana, corporal la que produjo ese extraño click en la cabeza a partir del cual todo aquello que me parecía normal de las relaciones me empezó a resultar ilógico e insoportable. Esperar la inciativa de los chicos y concretarla en el noviazgo, aceptar la lógica infidelidad-celos, naturalizar la posesión, la exclusividad, la presencia condicionada, el despecho y el matrimonio con su tremendo ‘para siempre’. Me vi siendo un producto de todo ese modelo y haciendo(me) daño. Me supe tonta y no me quise. Y vaya revolcón el que causó esta certeza y mi obstinación con encontrar otras maneras de amar, de amarme.
En esa búsqueda rompí un muro y descubrí infinidad de alternativas y experimentos.
Supe que era posible e imperativo hacer del amor parte de mi apuesta revolucionaria y saberme en el camino consciente de devenir otro tipo de amante, de amadora, de sujeto amado. En este camino he leído algo, escuchado mucho y visto poco. Han sido los espacios feministas y libertarios aquellos en los que más insumos he encontrado para formar mi propio experimento.
Supe que era posible e imperativo hacer del amor parte de mi apuesta revolucionaria y saberme en el camino consciente de devenir otro tipo de amante, de amadora, de sujeto amado. En este camino he leído algo, escuchado mucho y visto poco. Han sido los espacios feministas y libertarios aquellos en los que más insumos he encontrado para formar mi propio experimento.
A María Teresa, una bellísima y pilísima chica que ha pasado por el mundo de la literatura, de los estudios culturales y del activismo feminista, la conocí hace ya un buen tiempo y desde entonces ha sido uno de los motores más prolíferos de mis reflexiones sobre el amor cotidiano. Esta fue una oportunidad perfecta para continuar con esta conversación colectiva y compartir algunas de sus reflexiones, vivencias, letras y ganas sobre el tentadorsísimo tema que nos convoca. No se trata de un discurso experto, de una fórmula resuelta, se trata de una práctica que materializa en lo que escribe, en cómo vive, en los proyectos que crea. Aquí entonces este diálogo polifónico para seguir pensando, preguntando y enredando vidas.
Empiezo por peguntarte, Tere, ¿sigue siendo amor el amor de otras maneras?
Debo empezar diciendo que en cuestiones de amor no soy una experta. De lo que yo entiendo es del desamor y el fracaso, pero no porque no me haya enamorado o porque alguien no se haya enamorado de mí, sino porque la forma de amar que me enseñaron no me gusta. No me atraen las historias de las telenovelas, en donde es preciso sufrir hasta más no poder, para terminar casada. Como feminista, cuestiono esa educación sentimental que no solo circula en la televisión, ahora también en la música, las películas…
Teóricamente, tengo muy en claro qué sería para mí la hamora en otros términos, de otras maneras. Sí, una hamora con h y en femenino, ya que la primera transformación debe empezar por el mundo simbólico y el lenguaje, es decir, la cultura. Y no, estoy convencida de que un amor otro, no puede ser amor. La hamora empieza por mí. De ahí para adelante, la hamora es todo lo que queramos que sea: resistencia. Resistencia al régimen heterosexual, a la monogamia, al matrimonio, al mandato de la maternidad, a la idea de que el amor es sacrificio. Resistencia sin garantía de nada.
En la práctica, no hay prácticas de hamora que yo pueda ilustrar. Desde que decidí romper mi relación más seria por seguir mis sueños y construir un comando guerrilla, he llorado mucho, me he enfrentado a la soledad, a las preguntas propias y de las demás figuras de circo. También he vivido, a diario, con el deseo hembra hecho potencia, yo prefiero dejarlo así, pues el deseo no se puede ejemplificar y es una provocación para que cada quien imagine lo que quiera y he sentido las consecuencias. Creo que aún no nos hemos terminado de inventar la hamora, pero estamos caminando hacia allá. Y lo importante del camino no es el recorrido, sino el caminar.
Con los pies descalzos en el suelo, mirando los colibríes que llegan a mi balcón, me repito a diario un verso que me enseñó mi abuela Tita, una mujer campesina, iletrada y libre: “Frijolito enredador no te vayas a enredar donde se enredó mi amor”. Si la hamora es como un frijolito que se enreda, entonces hagámoslo orgánico, tierra, sangre, vida, que se enreden los cuerpos y se mezclen en sus fluidos, pero que no se enrede en esa enredadera del amor común. Todavía no hay nada más allá o solo el escribir.
Amor sin sexo y sexo sin amor: en el primer caso hay mucho prejuicio y desconocimiento, somos una sociedad hiper-sexualizada, tener sexo no es solo considerado como “lo normal” sino que es prácticamente un requisito implícito de una relación de pareja; el segundo caso se toma como bandera de una cierta revolución, de una reinvidicación de libertad. ¿Cómo ves tú la relación –impuesta o real- entre amor y sexo?
Bueno, pues en eso soy foucaultiana, ni más ni menos. Para ella (lo digo con intención) hay una diferencia entre sexualidad y sexo: una es el discurso, el régimen, la otra es la práctica. No obstante, entre discurso y práctica hay una relación co-constitutiva de poder y resistencia. En algún momento se llegó a pensar que el sexo nos haría libres al disociarlo del amor. En cierto sentido sí fue verdad, pues algunas mujeres, por ejemplo, accedieron a una vida sexual con diferentes parejas. Relaciones no necesariamente hetero, no necesariamente de explotación, no necesariamente esclavistas.
No obstante, el dispositivo de la sexualidad, útil para el patriarcado, es inteligente y logra cooptar las resistencias. Hoy, las diversas prácticas del sexo (pornografía,swinger, casual dates, prostitución masculina) son un imperativo del mercado y no de los cuerpos. Allí, hay control disfrazado de resistencia. Ver este punto es muy difícil, vivirlo muy fácil.
He meditado mucho al respecto y no logro encontrar una respuesta a la pregunta: ¿si se cambia el discurso se cambia la práctica, o al revés, o la alternativa es otra? Solo tengo aquí un pensamiento que hace parte de mi libro inédito «Un mal común» , y que me permito citar:
Este libro además habla del amor y su relación con el sexo. Desde un abordaje banal, el sexo no tiene que ver con el amor. Desde un abordaje fatal, el sexo tiene todo que ver con el amor. Yo me muevo en el intersticio de estos dos abordajes, más como una muestra de pasión que de arrepentimiento. Por eso, este es un libro al que no pude hacerle el quite. Aquí hay historias tristes, felices, pendientes. Además este ejercicio es un exorcismo, una quimioterapia para el mal de ojo y el dolor del corazón que ya hizo metástasis. Porque así como el poder no puede sin la resistencia, el amor no puede sin el dolor del amor y del sexo (2013, 2).
A veces, el sexo con amor se vuelve un sufrimiento. A veces, el sexo sin amor se vuelve un sufrimiento. Por lo tanto, hay algo mal en el amor, pero también en el sexo. Queda la pasión, quedan las ganas, queda la esperanza y también el dolor, porque sé que tanto si se ama y se desea como si no se ama y se desea siempre es terrible el adiós… por ahora. Al respecto, una cita del mi cuento « Regálame una noche» , también de «Un mal común»:
Y aunque nuestras vidas son distintas, poderte encontrar, besar tus manos, sentir tu cuerpo, decir tu nombre. Y sí, fue en aquel instante, abrazada a tu cuerpo desnudo, a pesar de lo extravagante de la situación, que empecé a sufrir por ti, porque empecé a tener esperanza. El amor no es asunto sencillo. El sexo tampoco lo es. El amor, como el sexo, va y viene y se vuelve a ir. Te quiero demasiado, supongo. Supongo, también, que siempre te he querido demasiado y te he deseado demasiado, desde el primer día. Entonces, me jugué una última carta, esperando no delatarme y ser parte de tus sueños, como tú eres de los mios. “Regálame una noche”, te dije. (2013, 32)
De ese amor tradicional y tradicionalista, heredado, impuesto, reproductivo, ¿cuáles crees que son sus características más nocivas, las más difíciles de extirpar?
Una sola: la promesa de ser feliz. Esa idea de que al lado de una persona (¿por qué una?) vas a ser feliz es lo que nos tiene jodidas. Recuerdo, alguna vez, un reclamo que hizo mi hermana mayor sobre mi resistencia a “tener” (lenguaje de la posesión) pareja estable (como si el amor fuera una estructura triangular y no un torbellino amorfo). Ella sufre porque se me acaba el tiempo y me voy a quedar sola. Su reclamo ilustra la lógica de las relaciones amatorias: puedes tirar con quien quieras, pero siempre bajo el imperativo de quedarte con una de ellas. Llegado el momento, te comprometes a la fidelidad y a construir un “patrimonio” en común. La cereza del pastel son los hijos. Todo te garantiza una buena vejez: tranquila, saludable y protegida.
La felicidad se logra a través del sacrificio, el ahorro de dinero, el “eres lo que comes”, el “dime con quién andas…”, el lograr el amor “prohibido”, el ser una buena madre. Y el motor para no desalentar en este imposible es justamente la promesa del amor: “y fueron felices para siempre”. Vean, por ejemplo, el hit de la saga «Crepúsculo» (Stephenie Meyer, 2008 y su adaptación al cine por Catherine Hardwicke, 2008). En esta historia una chica llamada Bella (¿Bella?) se enamora de un vampiro, hijo de una familia de vampiros. Es la típica historia donde la chica redime al monstruo. Ahora, ¿viven los vampiros en familia? ¿Por qué verga los vampiros también deben vivir bajo el régimen amatorio humano? ¿Es el amor tan potente que puede transformar a un monstruo? ¿Para qué transformar a un monstruo? ¿Cuál mensaje recibe la audiencia y cuál es la medicación que se hace? ¿Qué dirá Anne Rice de todo esto? Aquí no deja de resonar la eterna excusa femenina hecha guion televisivo: “es que lo quiero, doctora Laurita”.
Claro, se me objetará que las cosas han cambiado, que ya te puedes divorciar, que puedes decidir si quieres hijos o no. Entonces yo entro a preguntar: ¿en qué tipo de ideología hetero se sustenta la violencia doméstica? ¿Cuál es la objeción de los estados laicos-católicos para penalizar el aborto? ¿Por qué se viola a las mujeres lesbianas como una forma didáctica de que “prueben” lo que es bueno? ¿Por qué se dice que la viudez es el mejor estado de la mujer (cuentas con el estatus de la mujer casada, pero ya no lo tienes a tu lado)? ¿Por qué las relaciones en otros términos terminan reproduciendo toda esta mierda? ¿Por qué la mayoría de personas, en nuestro contexto, al cerrar sus ojos se visualiza acompañada en su vejez?
Cuando yo cierro mis ojos no veo nada. Por eso, tal vez, es que siento que el futuro no existe. Por eso, tal vez, es que quiero vivir mi deseo hembra sin limitantes, a lo bruto. Por eso, tal vez, es que la vejez, la soledad y la muerte no me atemorizan. Por eso, tal vez, cierro mis ojos y no veo nada y puedo estar tranquila, sabiendo que si existe algo que se llama “felicidad” eso no es lo que quiero para mí: “La crisis es la única forma de vida que conozco” (Ziga, «Devenir perra», 2009).
¿De qué va el amar perra, el amar colibrí?
¿De qué va el amar perra, el amar colibrí?
El amar perra es, en esencia, carnívoro, frívolo, performativo y de manada. Pienso más en la experiencia de Natalia Iguiñiz, artista peruana, que en la propuesta de la feminista española Itzar Ziga (autora del libro «Devenir perra», Melusina: 2009), pese a que ambas son complementarias. La perra de Iguiñiz es sorpresiva, fea y racializada, pero vergonzosamente feliz (al respecto ver mi artículo «Si te dicen perra… tienen razón» (Revista Nómadas). Es una perra de aquí, de nuestro territorio. Desde su caminar por la calle, seduce para morder. Tiene rabia que también puede ser coraje, en su doble sentido: rabia, ganas no de justicia sino de venganza hamatoria. Y valentía, fuerza para saber, como dice Chavela Vargas, que el precio de la libertad hoy sigue siendo la soledad. Pero la perra carga con una condena: hace parte de la manada. Por lo tanto, su soledad es la de todas. Manada, por afinidad, no por sororidad.
Perra es puta, lesbi (lesbiana bisexual con mimetismo hetero cuando se le da la gana), anarca y suele pensar mucho desde el culo. Su corazón, si es que tiene uno, está en el clítoris. Perra, como una identidad estratégica de las que nacimos con la vocación de estar en contra. Entonces, como dice Iguiñiz, si quieres hamar, deviene perra promiscua y espectacular y afirma, cuando te griten “perra” en la calle: ¡sí, tienen razón!
La hamora colibrí es un tanto diferente. Es una hamora que quiere despartriarcalizarse para descolonizarse. Descolonizarse para renacer. Y su estrategia, por ahora, es escribir, porque escribir es soñar, es hacer del cuerpo letra. El comando colibrí representa su unidad operativa, pues como comando guerrilla trabajamos bajo la lógica del sabotaje (Revista Vozal). Entonces, escribir como una forma subversiva de apropiarse de los discursos y errarlos, con nuestro lenguaje de boca sucia. La hamora colibrí no cuida de las formas, porque lo que está en juego es la vida misma. Escribimos historias, en papel, en tatuajes, en grafiti y otras que no tienen sustento material. Letras que nos hacen reír o llorar o cagar al mostrarnos los ridículo de nuestros guiones caducos sobre el amor. Tenemos varias historias: una sobre el frijolito enredador que propone sacar el amor del corazón y meterlo en el ombligo; otra sobre una nueva arte marcial inspirada en el boxeo tailandés, donde el objetivo es darse en la cabeza de forma repetitiva con miras a la deconstrucción; otra sobre los protocolos para desordenar el deseo; otra sobre las amoras lesbi que nos enloquecen y otra que se titula «Una víctima casi perfecta», sobre la violencia doméstica.
Contar historias no solo es crear un mundo diferente. Es un proceso de desaprender los sentimientos, el cuerpo, la culpa, la frustración, el miedo y saber que desde el suelo también se puede luchar.
Como colibríes, la meta es volar y volvernos coalición de figuras de circo, pues la hamora debe ser colectiva y cooperativa, de otra forma pierde sentido. Somos perras, colibríes, lloronas y ahora quetzalcoatles… pronto seremos devenir nitroglicerina, pues al amor lo tenemos en la mira. Que nadie nos diga nunca quién nos quiso y a quiénes debemos hamar.
¿Crees posible ‘enseñar’ a amar libremente?
No, porque la libertad no existe. Solo son posibles ciertos ejercicios de resistencia. Pienso en cómo educar a las nuevas generaciones en una ética hamatoria propositiva y de la resistencia y no doy, los electrochoques en mi cabeza hicieron mella. Tal vez mi única posibilidad política es imaginar no cómo va a acabar todo esto, sino cómo va a empezar. Como sub comandanta del comando colibrí, me permito citar parte de nuestra declaratoria, porque considero que nuestras ideas son pertinentes también para hacer de la hamora una forma de (re)existencia:
[…] la lucha continúa, no importa la latitud, no importa las circunstancias, no importa el nivel de violencia: estamos aquí. Nos tomaremos el cielo por asalto, pero también la tierra. Vamos a traicionar la cultura, porque la cultura nos ha traicionado, como nos lo enseñó Gloria Anzaldúa. ¿A dónde nos llevara todo esto? No sé, porque además yo no he venido a decir cómo va a acabar todo esto, sino cómo va a empezar. Voy a enseñarles a todas lo que ellos no quieren que veamos. Les enseñaré un mundo sin reglas y sin controles, sin limites ni fronteras. Un mundo donde mi vagina no signifique nada, donde no se intercambie a las mujeres, donde no exista el Paraíso y el Edipo no funcione, donde con quién haga el amor y cómo lo haga no se de por sentado. Un mundo donde sea más fácil conseguir un vaso de agua que un arma de fuego. Un mundo donde quepan muchos mundos. Un mundo donde pueda decir, con amor: “por ti”. Un mundo donde cualquier cosa sea posible. Lo que hagamos después es una decisión que dejo en sus manos
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