Nació un 27 de junio de 1869 en Kaunas y en sus Memorias, recuerda a su padre, un trabajador que vivía en el ghetto judío, como “la pesadilla de mi infancia". Su madre, continuamente brutalizada por su marido -lo que era perfectamente legal en la legislación zarista-, tenía totalmente asumido el papel de mujer sumisa y atada a las tradiciones y costumbres, como lo demuestra el hecho de que cuando Emma empezó a menstruar a los once años, le dio una sonora bofetada y un rudo consejo: “Es lo que necesita una joven cuando se convierte en mujer, como protección contra la desgracia".
El padre se quejaba constantemente de que Emma no hubiera sido el niño que él esperaba y preparaba para ella un destino idéntico al que conocía su madre. No tenía por qué saber nada: “Las jóvenes no tienen por qué saber demasiado, le gritó en una ocasión, sólo deben saber preparar un buen plato de pescado, cortar bien los tallarines, y dar al hombre muchos hijos”. Desde muy temprana edad se planteó dedicarse a la medicina, pero no tardó en comprobar que esto era prácticamente imposible. Su paso por la escuela primaria resultó brillante por su inteligencia natural, pero fue también tan conflictiva que vio denegado su permiso para acceder a la enseñanza secundaria. Tenía trece años cuando su familia se trasladó a San Petersburgo que era entonces el centro industrial e intelectual de todas las Rusias.
Inmediatamente comenzó a ganarse la vida trabajando como obrera y al poco tiempo tuvo relaciones con miembros del movimiento nihilista que conocía por aquella época su apogeo, destacando en su interior la impresionante presencia de mujeres antizaristas como Vera Figner, Vera Sazsulith, Praskovia Ivanóvskaya, OIga Liubatóvicht y Elizabeth Noválskaya.
En 1884, su padre arregló a muy «buen precio" su boda y creyó con ello poder domesticar al fin a su indómita hija, pero no fue así. Emma no consintió y amenazó con lanzarse al helado Volga sí la obligaban y en un momento determinado se puso de pie en el borde de uno de sus puentes.
Su padre tuvo entonces que ceder, pero las tensiones con él fueron agravándose hasta que un año después Emma pudo huir a América, y se estableció en Rochester junto con su hermana mayor. Esta vivía en unas condiciones terribles y durante un tiempo Emma se vio sola y derrotada. Encontró trabajo en una fábrica y poco tiempo después cometió la flaqueza de casarse con Jacob Kershher, un compañero suyo de trabajo, amable y cariñoso, pero a la postre un marido “convencional” que acabó haciéndosele insoportable.
Fue durante este tiempo de recién casada cuando Emma comenzó a frecuentar indistintamente los medios anarquistas y marxistas, pero tras un breve espacio de tiempo de indecisión tomó partido por los primeros fuertemente influenciada por el caso de los “mártires de Chicago". Desde entonces siguió el proceso en todos sus detalles, hizo campaña a favor de los inculpados y leyó todo lo que sobre la anarquía cayó entre sus manos. Cuando los acusados fueron condenados a muerte, Emma dice que se sintió como si naciera de nuevo: había que cambiarlo todo. Se juramentó dedicar desde aquel momento a la actividad revolucionaria y lo primero que hizo fue divorciarse de su primer marido. Se asoció a Alexander Berkman, otro anarquista, junto a quien trató de asesinar al empresario Henry Clay Frick en momentos en que sus trabajadores se encontraban en huelga. El atentado falló y Berkman fue sentenciado a prisión en 1893. Goldman no fue enjuiciada por el hecho, sin embargo fue encarcelada por agitadora en 1916, por distribuir material sobre la contracepción y nuevamente en 1917, junto con Berkman, por oposición a la conscripción militar. De 1906 a 1917 editó y publicó en EE.UU. Mother Earth (Madre Tierra), una revista anarquista mensual.
En 1919 fue expulsada de EE.UU. y deportada a Rusia. En la audiencia en la que se trataba de su expulsión, J. Edgar Hoover, que era el presidente de la misma y futuro jefe del FBI, la calificó como una de las mujeres “más peligrosas de América”. Residió en Rusia con Berkman, hasta 1922 y participó en la sublevación anarquista de Kronstadt. Apoyó a los bolcheviques en contra de la división entre anarquistas y comunistas, hecho que se produjo durante la primera Internacional. La represión política, la burocracia y los trabajos forzados que siguieron a la Revolución rusa contribuyeron, en gran medida, a cambiar las ideas de Goldman sobre la manera de utilizar la violencia, excepción hecha de la autodefensa. Disconforme con lo que veía como autoritarismo soviético, se instaló definitivamente en Canadá. En 1936, colaboró con el gobierno español republicano en Londres y Madrid durante la Guerra Civil española.
En la cuestión del feminismo se puede decir que Goldman fue una mujer contra su tiempo: el carácter vanguardista de sus concepciones llegó a soliviantar al mismísimo Kropotkin, el «príncipe anarquista" que la consideró excesivamente avanzada. Fue llamada no sin motivo, la «Reina de los anarquistas" y simbolizó durante su época las posiciones de autonomía femenina, de amor libre y de una total falta de prejuicios. Emma llegó hasta asumir la defensa de los homosexuales, algo que casi ningún revolucionario notorio de su tiempo se atrevió a hacer.
En su formación revolucionaria, fue antes feminista radical que anarquista. Como dice Alix Shulman: “Utilizó la doctrina anarquista para explicar la opresión que padecían las mujeres, pues sabía muy bien que la raíz de semejante opresión era más profunda que las instituciones. Cuando su anarquismo entraba en conflicto con su feminismo, reaccionaba siempre como feminista. A semejanza de muchas mujeres de la izquierda actual, se rebeló cuando los hombres radicales le menospreciaban por el sólo hecho de ser mujer...”
El ideario personal de Emma era bastante distinto del de las corrientes feministas predominantes, entre las cuales el anarquismo no se contaba. No podía estar de acuerdo de ninguna manera con las sufragistas, ni en los medios ni en los fines; Emma no consideraba el sufragio una conquista importante y menos para formar parte de una democracia burguesa. Estaba un poco más de acuerdo con las socialistas que ponían un notable énfasis en la emancipación económica de la mujer, pero consideraba los partidos como una cadena y desconfiaba de cualquier programa político. Emma tiene claro que la emancipación de la mujer será obra de la mujer misma: El desarrollo de la mujer, su libertad, su independencia, deben de surgir de ella misma, y es ella quien deberá llevarlos a cabo. Primero, afirmándose como personalidad y no como mercancía sexual. Segundo, rechazando el derecho de cualquiera que pretenda ejercer sobre su cuerpo; negándose a engendrar hijos, a menos que sea ella quien los desee; negándose a ser la sierva de Dios, del Estado, de la sociedad, de la familia, etc., haciendo que su vida sea más simple, pero también más profunda y más rica. Es decir, tratando de aprender el sentido y la sustancia de la vida en todos sus complejos aspectos, liberándose del temor a la opinión y a la condena pública. Sólo eso, y no el voto, hará a la mujer libre.
Su padre tuvo entonces que ceder, pero las tensiones con él fueron agravándose hasta que un año después Emma pudo huir a América, y se estableció en Rochester junto con su hermana mayor. Esta vivía en unas condiciones terribles y durante un tiempo Emma se vio sola y derrotada. Encontró trabajo en una fábrica y poco tiempo después cometió la flaqueza de casarse con Jacob Kershher, un compañero suyo de trabajo, amable y cariñoso, pero a la postre un marido “convencional” que acabó haciéndosele insoportable.
Fue durante este tiempo de recién casada cuando Emma comenzó a frecuentar indistintamente los medios anarquistas y marxistas, pero tras un breve espacio de tiempo de indecisión tomó partido por los primeros fuertemente influenciada por el caso de los “mártires de Chicago". Desde entonces siguió el proceso en todos sus detalles, hizo campaña a favor de los inculpados y leyó todo lo que sobre la anarquía cayó entre sus manos. Cuando los acusados fueron condenados a muerte, Emma dice que se sintió como si naciera de nuevo: había que cambiarlo todo. Se juramentó dedicar desde aquel momento a la actividad revolucionaria y lo primero que hizo fue divorciarse de su primer marido. Se asoció a Alexander Berkman, otro anarquista, junto a quien trató de asesinar al empresario Henry Clay Frick en momentos en que sus trabajadores se encontraban en huelga. El atentado falló y Berkman fue sentenciado a prisión en 1893. Goldman no fue enjuiciada por el hecho, sin embargo fue encarcelada por agitadora en 1916, por distribuir material sobre la contracepción y nuevamente en 1917, junto con Berkman, por oposición a la conscripción militar. De 1906 a 1917 editó y publicó en EE.UU. Mother Earth (Madre Tierra), una revista anarquista mensual.
En 1919 fue expulsada de EE.UU. y deportada a Rusia. En la audiencia en la que se trataba de su expulsión, J. Edgar Hoover, que era el presidente de la misma y futuro jefe del FBI, la calificó como una de las mujeres “más peligrosas de América”. Residió en Rusia con Berkman, hasta 1922 y participó en la sublevación anarquista de Kronstadt. Apoyó a los bolcheviques en contra de la división entre anarquistas y comunistas, hecho que se produjo durante la primera Internacional. La represión política, la burocracia y los trabajos forzados que siguieron a la Revolución rusa contribuyeron, en gran medida, a cambiar las ideas de Goldman sobre la manera de utilizar la violencia, excepción hecha de la autodefensa. Disconforme con lo que veía como autoritarismo soviético, se instaló definitivamente en Canadá. En 1936, colaboró con el gobierno español republicano en Londres y Madrid durante la Guerra Civil española.
En la cuestión del feminismo se puede decir que Goldman fue una mujer contra su tiempo: el carácter vanguardista de sus concepciones llegó a soliviantar al mismísimo Kropotkin, el «príncipe anarquista" que la consideró excesivamente avanzada. Fue llamada no sin motivo, la «Reina de los anarquistas" y simbolizó durante su época las posiciones de autonomía femenina, de amor libre y de una total falta de prejuicios. Emma llegó hasta asumir la defensa de los homosexuales, algo que casi ningún revolucionario notorio de su tiempo se atrevió a hacer.
En su formación revolucionaria, fue antes feminista radical que anarquista. Como dice Alix Shulman: “Utilizó la doctrina anarquista para explicar la opresión que padecían las mujeres, pues sabía muy bien que la raíz de semejante opresión era más profunda que las instituciones. Cuando su anarquismo entraba en conflicto con su feminismo, reaccionaba siempre como feminista. A semejanza de muchas mujeres de la izquierda actual, se rebeló cuando los hombres radicales le menospreciaban por el sólo hecho de ser mujer...”
El ideario personal de Emma era bastante distinto del de las corrientes feministas predominantes, entre las cuales el anarquismo no se contaba. No podía estar de acuerdo de ninguna manera con las sufragistas, ni en los medios ni en los fines; Emma no consideraba el sufragio una conquista importante y menos para formar parte de una democracia burguesa. Estaba un poco más de acuerdo con las socialistas que ponían un notable énfasis en la emancipación económica de la mujer, pero consideraba los partidos como una cadena y desconfiaba de cualquier programa político. Emma tiene claro que la emancipación de la mujer será obra de la mujer misma: El desarrollo de la mujer, su libertad, su independencia, deben de surgir de ella misma, y es ella quien deberá llevarlos a cabo. Primero, afirmándose como personalidad y no como mercancía sexual. Segundo, rechazando el derecho de cualquiera que pretenda ejercer sobre su cuerpo; negándose a engendrar hijos, a menos que sea ella quien los desee; negándose a ser la sierva de Dios, del Estado, de la sociedad, de la familia, etc., haciendo que su vida sea más simple, pero también más profunda y más rica. Es decir, tratando de aprender el sentido y la sustancia de la vida en todos sus complejos aspectos, liberándose del temor a la opinión y a la condena pública. Sólo eso, y no el voto, hará a la mujer libre.
Fueron muy pocas las mujeres de su época las que llegaron a repudiar el puritanismo como ella. Emma estaba convencida de que el sexo era «tan vital como la comida y el aire”, y subrayó la contradicción que existía en el hecho de que las mujeres fueran obligadas por una parte a ser asexuadas y por otra, a vender su cuerpo a través del matrimonio o la prostitución pública. Llegó a estas conclusiones no a través de una sistematización teórica -aunque fue muy influida por Havelock Ellis y por Margaret Sanger-, sino a través de una ardua experiencia conseguida cuando trabajó en diferentes ocasiones como obrera y, sobre todo, cuando ejerció durante algún tiempo como asistente sanitaria. En su inquieta vida, también trató en múltiples ocasiones con "mujeres de vida fácil” en las que encontró no pocas amigas que la apoyaron y la escondieron en momentos verdaderamente difíciles cuando huía de la policía o de los pistoleros de la patronal preocupados por sus denuncias de las injusticias laborales o de otros problemas. Emma llegó a ver en estas mujeres una paradójica síntesis del problema femenino:
No existe un sólo lugar donde la mujer sea tratada sobre la base de su capacidad de trabajo, sino a su sexo. Por tanto, es casi inevitable que deba pagar con favores sexuales su derecho a existir, a conservar una posición en cualquier aspecto. En consecuencia, es sólo una cuestión de grado el que se venda a un sólo hombre, dentro o fuera del matrimonio o a muchos. Aunque nuestros reformadores no quieran admitirlo, la inferioridad económica y social de las mujeres es la responsable de la prostitución.
Con opiniones como ésta, no era de extrañar que Emma pareciera una auténtica bestia negra a unas autoridades puritanas e hipócritas. Un periodista diría que “fue enviada a prisión por sostener que las mujeres no siempre deben mantener la boca cerrada y su útero abierto”. El caso es que en cada conferencia o mitin que daba sobre la cuestión de la mujer, las autoridades dudaban si encerrarla ya antes y si no lo hacían es porque temían que podía ser peor por la campaña que se desataría en su defensa.
Mientras que llamó a las mujeres a no tener como objetivo el matrimonio y a conseguir mejoras en las fábricas, o su propia determinación, la cosa no pasó de unos días entre rejas, pero cuando el 23 de marzo de 1915, delante de una amplia audiencia en el “Sunrise Club” de Nueva York, explicó, quizá por primera vez en la historia, cómo tenían que ser utilizados los anticonceptivos, la paciencia alcanzó un techo. Fue arrestada ipso facto y llevada a juicio. Gracias a su brillante autodefensa el juez le dio a elegir entre pasar quince días en un taller penitenciario o pagar una multa de quince dólares. Como la ayuda en estos casos siempre era generosa, Emma optó por lo segundo.
Para Emma era mucho más importante el factor ideológico y creía que el centro del problema radicaba en el machismo, en el hecho de que los hombres eran “tiranos inconscientes" y la sumisión actuaba sobre las mujeres como un «tirano interno".
Goldman murió en Toronto en 1940 y está enterrada en Chicago. A su muerte, un periodista llamado William Marion Reedy escribió que aquella pequeña pero formidable judía había estado «ocho mil años adelantada a la de su época". Sin duda, hay que considerar ésta como una opinión bastante exaltada, pero no sería injusto decir que estuvo (en muchos aspectos) muy por delante de su tiempo.
Discípula de Bakunin y de Nietzsche, no destacó siempre a igual altura, pero durante unos años llegó a convertirse en una auténtica pesadilla para el orden establecido norteamericano y en el terreno de la liberación de la mujer su voz resulta plenamente actual.
Esta “anarquista de ambos mundos", como la ha llamado José Peirats, nunca fue una militante organizada, sin embargo, sí fue una activista en el sentido más pleno de la palabra y en sus escritos se hizo eco de algunas de las concepciones más osadas y avanzadas de su época y les dio una proyección militante. A pesar de su individualismo tuvo la capacidad de identificarse con todas las causas -incluso las que causaban pavor entre sus compañeros-, y no tuvo miedo en nadar contra la corriente. Sólo que las olas que encontró desde que salió de Norteamérica eran más altas y más complejas que las que había combatido hasta entonces.
Mientras que llamó a las mujeres a no tener como objetivo el matrimonio y a conseguir mejoras en las fábricas, o su propia determinación, la cosa no pasó de unos días entre rejas, pero cuando el 23 de marzo de 1915, delante de una amplia audiencia en el “Sunrise Club” de Nueva York, explicó, quizá por primera vez en la historia, cómo tenían que ser utilizados los anticonceptivos, la paciencia alcanzó un techo. Fue arrestada ipso facto y llevada a juicio. Gracias a su brillante autodefensa el juez le dio a elegir entre pasar quince días en un taller penitenciario o pagar una multa de quince dólares. Como la ayuda en estos casos siempre era generosa, Emma optó por lo segundo.
Para Emma era mucho más importante el factor ideológico y creía que el centro del problema radicaba en el machismo, en el hecho de que los hombres eran “tiranos inconscientes" y la sumisión actuaba sobre las mujeres como un «tirano interno".
Goldman murió en Toronto en 1940 y está enterrada en Chicago. A su muerte, un periodista llamado William Marion Reedy escribió que aquella pequeña pero formidable judía había estado «ocho mil años adelantada a la de su época". Sin duda, hay que considerar ésta como una opinión bastante exaltada, pero no sería injusto decir que estuvo (en muchos aspectos) muy por delante de su tiempo.
Discípula de Bakunin y de Nietzsche, no destacó siempre a igual altura, pero durante unos años llegó a convertirse en una auténtica pesadilla para el orden establecido norteamericano y en el terreno de la liberación de la mujer su voz resulta plenamente actual.
Esta “anarquista de ambos mundos", como la ha llamado José Peirats, nunca fue una militante organizada, sin embargo, sí fue una activista en el sentido más pleno de la palabra y en sus escritos se hizo eco de algunas de las concepciones más osadas y avanzadas de su época y les dio una proyección militante. A pesar de su individualismo tuvo la capacidad de identificarse con todas las causas -incluso las que causaban pavor entre sus compañeros-, y no tuvo miedo en nadar contra la corriente. Sólo que las olas que encontró desde que salió de Norteamérica eran más altas y más complejas que las que había combatido hasta entonces.
Fuentes: Pepe Gutierrez Alvarez para Kaos en la red; Autores Marxistas | Biblioteca Genera; Indice del MIA
Texto extraído de : Hipatia, un espacio para la igualdad
Qué buen artículo. Ahora, a buscar bibliografía sobre Emma
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