Estamos dando una nueva imagen al blog.

Disculpa las posibles molestias que esto pueda causarte. Danos tu opinión sobre el nuevo diseño.
Nos será de gran ayuda.
Gracias.

martes, 26 de marzo de 2013

NOS GUSTAN LAS MUJERES QUE DAN MIEDO


RAFAEL NARBONA

Nos gustan las mujeres que dan miedo porque no necesitan un picahielos para destrozarte el corazón.

Nos gusta Jeanne Moreau, que amó hasta la extenuación. Podría ser una mujer fatal, pero en Jules et Jim(François Truffaut, 1962) amó de verdad a dos hombres, inmolándose con ellos para no romper un triángulo imposible. Hizo algo inconcebible en una mujer que da miedo, pues las mujeres que dan miedo no suelen suicidarse, pero las circunstancias le impidieron obrar de otro modo. Las mujeres que dan miedo sólo hacen lo que el corazón les exige, sin pensar en su conveniencia.

Las mujeres que dan miedo viven en el piso de arriba y guardan la ropa interior en el frigorífico. Se hacen fotos desnudas en una playa remota, rodeadas de miles de desconocidos, que se preguntan si es una mujer real, con una carne mortal, o una aparición sobrenatural, tan antigua como la luz, la belleza o el mar.

Nos gustan las mujeres que dan miedo porque son ingenuas y frágiles como una mariposa muerta. Las mujeres que dan miedo acaban en cartulinas negras, clavadas con un alfiler, pues los que se enamoran de ellas, no quieren perderlas. No les cortan las alas. Las extienden para que se aprecie su gracia y su delicadeza. Las mujeres que dan miedo se mueren de tristeza porque pasan mucho tiempo solas. El miedo que inspiran espanta a los hombres, que temen quemarse como Paul Newman con Maggie la gata (Elizabeth Taylor), incapaz de aplacar sus entrañas ardientes (La gata sobre el tejado de zinc, Richard Brooks, 1958). Maggie la gata ama como sólo aman las mujeres que dan miedo: pidiéndolo todo, entregándolo todo, con palabras impacientes por fundirse con su amante y crepitar como una hoguera.

Las mujeres que dan miedo escriben poesías. Poesías en las que ponen el alma. No escriben poesías cursis, sino poesías desgarradoras, donde hablan de odio y desengaño. Escriben con ira, pasión, indulgencia, menosprecio, ternura. Se desangran con cada palabra, igual que Jean Peters en La mujer pirata (Jacques Tournier, 1951), enloquecida al descubrir la traición del único hombre al que ha amado.

Las mujeres que dan miedo no tienen mucha suerte con los hombres. Su intensidad intimida tanto como la sombra de una pantera, deslizándose por las paredes de una piscina cubierta (La mujer pantera, Jean Renoir, 1942). Simone Simon daba mucho miedo, pero era una mujer infeliz, que avanzaba sigilosamente por dos mundos, sin pertenecer a ninguno.

Bonnieclyde 1

Las mujeres que dan mucho miedo nunca conducirían una Vespa, como Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma (Vincente Minnelli, 1953) ni se enamorarían de un periodista medio bobo, como Gregory Peck, que finge desconocer su verdadera identidad. Las mujeres que dan miedo se enamoraran de Clyde Barrow, un atracador de bancos que se movían entre las balas con la agilidad de un azor en la espesura. Las mujeres que dan miedo se fotografían con pistolas y coches robados para cometer atracos, pero nunca han matado a nadie. No les importa que el hombre al que aman sea impotente, como asegura la leyenda de Clyde Barrow, un inadaptado que mató a diez hombres para no ser como el resto de los hombres, encadenados a trabajos que odian y a vidas que detestan.

Clyde Barrow era bajito, introvertido, inseguro. Durante uno de sus primeros arrestos, se cortó dos dedos del pie derecho. Se mutiló para no poder trabajar en nada honrado. Se peinaba con la raya en medio. Se rumoreaba que era homosexual, pero no era cierto. Es posible que nunca llegara a consumar su relación con Bonnie Parker, una chica que daba miedo, pero que nunca se separó de él, escribiéndole sin parar poemas de amor. Su amor era trágico y profundo. Bonnie era diminuta. Medía metro y medio y pesaba 41 kilos, pero a su lado cualquier mujer parecía insignificante. Entre los dos no hubo sexo. Hubo amor y el amor sin sexo está reservado a las almas fuertes, que pueden amar sin esperar la recompensa del placer. Kafka amaba de esa forma, pero no era una mujer que diera miedo. Sólo daba miedo su escritura, que anticipó las grandes tragedias del siglo XX.
francotiradora 2

Las mujeres que dan miedo lucharon contra Hitler. Algunas como ases de la aviación, como Lidya Litviak, la Rosa Blanca de Stalingrado, que consiguió doce victorias en solitario, antes de ser abatida. Menuda, coqueta, no se subía al avión sin comprobar que su fular hacía juego con su chaqueta de cuero. Sus piernas de niña le obligaban a subir los pedales de su caza Lavochkin La-5 para poder pilotarlo y hacer fuego con sus cañones B-20. Fue abatida por un bastardo nazi a los 21 años.
Lyudmila Pavlichenko luchó contra los nazis como francotiradora. Con su rifle de cerrojo Mosin-Nagant mató a dos alemanes del VI Ejército del mariscal Von Paulus. Siguió disparando en el cerco de Sebastopol, cerca de Odessa. En total, causó 309 bajas, incluyendo 36 francotiradores enemigos. Herida por el fuego de un mortero, se retiró del frente en 1942. Nina Alexeyevna Lobkovskaya no tuvo tanta suerte. Fue abatida ese mismo año. Murió como una de esas chicas que dan miedo, demostrando que pueden mirar a los ojos de un hombre y hacer que su alma se estremezca. No son duras, son dulces y resueltas.

Las mujeres que dan miedo a veces se esconden en los cuadros, mostrándonos su desnudez irreal, su carne inaccesible. Las mujeres que dan miedo aman a los niños enfermos, heridos por el rayo de la fatalidad. Son madres y amantes feroces, que protegen a sus seres queridos, con la tenacidad de una loba herida. No son lobas porque jueguen a ser mujeres fatales. Las mujeres que dan miedo no son mujeres fatales. Son lobas porque se enfrentan al oso y al hombre para que respeten a sus crías. Y si mueren, se las comen para que regresen al vientre que las engendró y alimentó. Son lobas porque buscan comida para sus hijos, caminando por la áspera sierra, hasta que sus almohadillas empiezan a sangrar, delatando su rastro. Entonces, se beben su sangre y esperan que cauterice la herida. Sus heridas nunca se cierran del todo. Cicatrizan pero se vuelven a abrir cuando la memoria insiste en recordarles sus penurias, las inevitables pérdidas que oscurecen cualquier existencia digna de ese nombre. La existencia sólo es una cadena de pérdidas, donde la última pérdida implica nuestra propia desaparición.

Las mujeres que dan miedo nunca se suicidan. Ayudan a sus amigos suicidas para que no claudiquen y un mal día se despidan en silencio, internándose en la negrura de un horno con las espitas del gas abiertas. Las mujeres que dan miedo podrían haber salvado a Cesare Pavese, pero no pueden multiplicarse como las chicas un poco chifladas, pues son una rareza, algo insólito e infrecuente. Una rareza hermosa que lucha contra la corteza de las montañas para asomar la cabeza y ver la luz del sol. Las mujeres que dan miedo acuden a la casa de sus amigos suicidas para cerrar las ventanas, requisar las cuchillas, vaciar los frascos de barbitúricos. No quieren que sus amigos suicidas se extravíen en la eternidad, buscando un falso sueño reparador. La mujeres que dan miedo no dejan que sus amigos suicidas paseen por acantilados o se adentren solos en el mar. No les consienten que se arrojen al Sena desde un puente. Las mujeres que dan miedo hacen guardia en los puentes y las azoteas para frustrar los planes de sus amigos suicidas. Las mujeres que dan miedo sólo leen literatura para detectar a los futuros suicidas y rescatarlos a tiempo. Las mujeres que dan miedo en el fondo no dan miedo porque aman demasiado la vida para permitir que alguien se marche por la puerta de atrás. Son nuestros ángeles custodios, que permanecen siempre en vela para espantar las pesadillas y sólo muestran su fiereza cuando los bastardos intentan transformar el mundo en un lugar sin esperanza. Las mujeres que dan miedo siguen ocupándose de sus amigos suicidas cuando han consumado su desgraciada decisión. El amor no es sobrenatural, sino humano y está en los ojos de las chicas que dan miedo. Miedo porque nos pueden amar más de lo que podemos imaginar
http://intothewildunion.blogspot.com.es

8 comentarios :

  1. No me ha gustado nada esta entrada compa.. coqueta, dulce, bella, loba, fatal, amante fiera..??
    Estoy harta de que me digan qué es lo que tengo que ser,no quiero ser una mujer que de miedo, quiero ser una persona feliz.

    ResponderEliminar
  2. Hay que dar miedo, como dijo Bukowski (misogino, poeta, blah): que hasta la muerte tema recibirnos. Y tener bien en claro (como dije yo en una poesía) que lo que sangra de nuestra entrepierna es nuestro corazón y conocemos la rabia, no hay manera de anesteciarla.

    ResponderEliminar
  3. Absolutamente brutal el texto. Gracias

    ResponderEliminar
  4. El texto es sobre la conciencia de ser mujer, más allá de las consecuencias del tiempo y la mediocridad de los amores. Lindo texto.

    ResponderEliminar
  5. Sigo sin entender por qué las mujeres damos miedo. No debería ser así. Precioso texto a la par que triste.

    ResponderEliminar
  6. Gracias, lectura libre, abierta y real. Bendiciones

    ResponderEliminar