la hipocresía del puritanismo y
otros ensayos
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Segunda
edición digital: Marxelo para lanueVaflor webzine
A manera
de prólogo
En 1889 comenzó en
Estados Unidos la actividad propagandística de Emma Goldman a favor del
movimiento anarquista. Actividad que terminó cuando muere, el 14 de mayo de
1940, a la edad de 71 años. En ese momento estaba empeñada en una campaña
mundial para defender a cuatro amigos italianos radicados en Toronto, acusados
de poseer literatura subversiva, siendo uno de ellos susceptible de ser
deportado a su país natal, lo que equivaldría a condenarlo a muerte.
Hasta el último
momento, la vida de Emma Goldman se desarrolló en continuas luchas: reunir las
dispersas fuerzas del anarquismo, organizar mítines populares, conferencias
sobre el anarquismo, actos de protesta en contra de la ejecución de individuos
sentenciados por el sistema como, por ejemplo, Nicolás Sacco y Bartolomeo
Vanzetti. También impartió conferencias sobre literatura; respecto a esto, Van
Wyck Brooks, critico e historiador de la literatura norteamericana dijo: Nadie
hizo más que la ruso-norteamericana Emma Goldman por divulgar las nuevas ideas
de la europa literaria que tanto influyeron sobre los jóvenes del occidente y
otras partes del mundo, por lo menos, las ideas de los dramaturgos del
continente y de Inglaterra.
Es preciso
mencionar que inició un movimiento sobre la maternidad consciente; pronunció
conferencias sobre el papel de la mujer en la sociedad; bregó para que la
libertad de palabra fuera un hecho; pronunciándose en contra del servicio
militar obligatorio, organizó la Liga de No-conscripción en 1917, cuyo fin era
proteger a quienes se rehusaban a ingresar en el ejército.
Lógicamente, toda
persona empeñada en luchar contra las instituciones existentes sufre
persecuciones y encarcelamientos. Emma Goldman no escapó a esta norma ya que,
junto con Alexander Berkman, era una de las figuras más representativas del
movimiento anarquista en Estados Unidos.
A principios de
siglo la histeria antianarquista en este pals estaba en pleno apogeo, lo que
tuvo como consecuencia para Emma Goldman que las autoridades estadounidenses
logren expulsarla quitándole la ciudadanía norteamericana y exiliándola junto
con Alexander Berkman y otros cincuenta y un anarquistas hacia Rusia en
diciembre de 1919.
Aportó su personal
contribución a la teoría anarquista cuando participa como delegada en el
Congreso Anarquista de Amsterdam, al que asistieron Luigi Fabbri, Errico
Malatesta, Pierre Monatte, F. Domela Niewenhuis, Christian Cornelissen y otros
teóricos del anarquismo.
AIIí se pronunció
contra la propiedad privada. Argumentaba que ésta condena a la mayoría de los
hombres a vivir como esclavos asalariados, a venderse y a someterse. Se despoja
al hombre no sólo del producto de su trabajo, sino de la facultad de la libre
iniciativa, de la originalidad, y se le hace perder el interés por sus tareas,
y el deseo de crear y trabajar.
Contra la iglesia
cristiana, consideraba que el cristianismo se presta admirablemente para
infundir el espíritu de esclavitud en el hombre.
Contra el Estado,
argumentaba que es la explotación organizada, la fuerza y el crimen organizados
y por ser el punto de convergencia del patriotismo -que parte del supuesto de
que nuestro globo está dividido en pequeñas porciones, rodeada cada una de
ellas por un cerco de hierro. Aquellos que han tenido la fortuna de nacer en
una zona particular se consideran mejores, más nobles, más grandes, más
inteligentes que los seres humanos que habitan en el resto del orbe. Por lo
tanto, es deber de todos los que viven en ese lugar elegido, luchar, matar y
morir en el intento de imponer su superioridad sobre todos los demás-, y del
militarismo, cuyo espíritu es lo más despiadado, inhumano y brutal que existe.
Para Emma, el soldado es un asesino profesional, y por consecuencia, es el
Estado y no el anarquismo quien promueve el desorden.
Para ella la
sociedad anarquista será un orden social basado en la libre agrupación de los
individuos con el propósito de producir una verdadera riqueza social; un orden
que garantizará a todo ser humano el libre acceso a la tierra y el pleno goce
de la vida de acuerdo a los deseos, gustos e inclinaciones de cada uno. Y este
orden social se podrá lograr por medio de la revolución ya que la revolución no
es más que el pensamiento puesto en acción.
Recalcó en este
congreso su posición de que, si bien el anarquismo postula el federalismo y la
organización, también favorece el individualismo. Ella no se oponía a la
organización en cuanto tal, sólo a algunas de sus formas: el Estado, como
institución arbitraria impuesta a las masas; el presente orden industrial,
sinónimo de incesante piratería; el ejército, un cruel instrumento de las
fuerzas ciegas; la escuela pública, un verdadero cuartel donde se inculca el
espíritu de sumisión en la mente humana.
La organización tal
como la entendemos -afirmaba- es algo distinto. Se basa principalmente en la
libertad. Es el agrupamiento natural y voluntario de las energías para el logro
de fines que beneficien a la humanidad, que den sentido, valor y belleza a la
vida.
Es la armonía del
crecimiento orgánico lo que produce la variedad de formas y colores, el todo
que admiramos en la flor. De modo análogo, la actividad organizada de los seres
humanos libres, dotados de espíritu de solidaridad, llevará a la perfección de
la armonía social que llamamos anarquismo. En realidad, únicamente el
anarquismo permite el establecimiento de una organización no autoritaria de los
intereses comunes, ya que elimina el antagonismo entre individuos y clases.
En consecuencia,
para Emma, es necesaria la regeneración del individuo para que una organización
tenga un desarrollo armónico, orgánico y que la sociedad este compuesta por
personas libertarias que respeten el derecho de los demás a ser distintos.
Quince años
después, oponiéndose categóricamente a la dictadura bolchevique, reafirmó sus
conceptos sobre el Estado; posición que le valió no pocas enemistades entre los
intelectuales europeos y americanos.
Y así, a lo largo
de toda su vida, siguió manteniendo una integridad absoluta, excepcional, a
pesar de las consecuencias nefastas que pudiesen tener para ella misma.
En el campo
anarquista, los escritos de Emma Goldman que, en realidad son totalmente
desconocidos por las generaciones actuales de habla hispana, se nos presentan,
en lo general, de una actualidad asombrosa. En su articulo La hipocresía del
puritanismo, toca un tema de importancia ilimitada y lo aborda de lleno
afirmando: la iglesia, así como la doctrina puritana, ha combatido la carne
como un mal, y la quiso domeñar a toda costa. Más adelante añade: El puritanismo,
con su visión pervertida tocante a las funciones del cuerpo humano,
particularmente a la mujer la condenó a la soltería, o a la procreación sin
discernir si produce razas enfermas o taradas, o a la prostitución. La
enormidad de este crimen de lesa humanidad aparece a la vista cuando se toma en
cuenta los resultados. A la mujer célibe se le impone una absoluta continencia
sexual, so pena de pasar por inmoral, o fallida en su honor para toda su
existencia; con las inevitables consecuencias de la neurastenia, impotencia y
abulia y una gran variedad de trastornos nerviosos que significarán desgano
para el trabajo, desvelos ante las alegrías de la vida, constante preocupación
de deseos sexuales, insomnios y pesadillas. El arbitrario, nocivo precepto de
una total abstinencia sexual por parte de la mujer, explica también la
desigualdad mental de ambos sexos. Es lo que cree Freud, que la inferioridad
mental de la mujer o de muchas mujeres respecto al hombre, se debe a la
coacción que se ejerce sobre su pensamiento para reprimir sus manifestaciones
sexuales. Ya aquí comenzamos a comprender la importancia de los escritos de
Emma en nuestro campo anarquista, en donde más de una vez el puritanismo ha
reinado a sus anchas. Las reaccionarias concepciones proudhonianas respecto a
la sexualidad, han influido en gran manera sobre los movimientos anarquistas,
negarlo seria absurdo. Por otra parte, Emma aborda de lleno la problemática de
la mujer en el régimen patriarcal, y he aquí otra valiosa aportación suya,
porque también es importante señalar que las concepciones patriarcales están
presentes en el campo anarquista, mucho más de lo que se puede suponer. La
militancia anarquista es concebida por muchos anarquistas como una cuestión de
hombres, de machos, que si por la mujer se interesan es para acrecentar las
huestes de su gallinero. Y esto es necesario puntualizarlo, afrontarlo como un
vicio muy frecuente en las filas libertarias.
Emma Goldman se
yergue sentenciando que el lugar de la mujer en la vida social, es el de la esclavitud.
Las estructuras opresoras de la sociedad patriarcal deben ser combatidas en
todos los niveles. La mujer, hoy esclava, debe luchar para adquirir su derecho
a la vida y, claro esta, ser la dueña de su propio destino. Así pues, Emma se
nos presenta impugnando la estructura mental patriarcal-capitalista, dándonos
mucho que pensar acerca de nuestro comportamiento cotidiano y del enfoque que a
la lucha emancipadora le damos.
También hemos
incluido una serie de artículos en que Emma da sus apreciaciones sobre la
revolución rusa. De entre estos artículos, sobresale sus Recuerdos de
Kronstadt, tema tal vez muy trillado para quienes han seguido el hilo de la
eterna controversia entre la apreciación anarquista y la apreciación
autoritaria de la revolución. Sin embargo, como estamos seguros de que no son
muchos los que han seguido este hilo, el articulo de Goldman tiene su
importancia.
Con esta
recopilación esperamos levantar el manto de rechazo que cubre a los anarquistas
y, por ende, a la anarquía, ya que este rechazo, en la mayoría de los casos, es
debido a la aceptación, como ciertas, de opiniones de otras tendencias acerca
del anarquismo sin la menor objetividad, ya que para rechazar alguna teoría es
preciso conocer las fuentes originales y no las interpretaciones de estas. Este
rechazo también es producto del temor de enfrentarnos a un análisis profundo y
crítico de nosotros mismos, de la sociedad o, más bien, de los valores que
imperan en ésta, no importando que sea capitalista, o socialista, al estilo soviético,
chino o cubano; temor intuitivo o sensitivo de descubrir que no somos tan
excepcionales como lo pensamos, que nuestra protesta tiene limites puestos por
nuestra misma estructura mental y más allá de los cuales nuestra seguridad en
nosotros mismos se vería quebrantada. Esto es el anarquismo: una indagación,
una perpetua lucha contra lo establecido, lo aceptado como la verdad.
Chantal López y
Omar Cortés
La
hipocresía del puritanismo
Hablando del
puritanismo respecto al arte, Mr. Gutzon Borglum ha dicho:
El puritanismo nos
ha hecho tan estrechos de mente y de tal modo hipócritas y ello por tan largo
tiempo, que la sinceridad, así como la aceptación de los impulsos más naturales
en nosotros han sido completamente desterrados con el consecuente resultado que
ya no pudo haber verdad alguna, ni en los individuos ni en el arte.
Mr. Borglum pudo
añadir que el puritanismo hizo también imposible e intolerable la vida misma.
Esta, más que el arte, más que la estética, representa la belleza en sus miles
cambiantes y variaciones es, en realidad, un gigantesco panorama en mudanza
continua. Y el puritanismo, al contrario, fijó una concepción de vida
inamovible; se basa en la idea calvinista, por la cual la existencia es una
maldición que se nos impuso por mandato de Dios. Con la finalidad de redimirse,
la criatura humana ha de penar constantemente, deberá repudiar todo lo que le
es natural, todo sano impulso, volviéndole la espalda a la belleza y a la
alegría.
El puritanismo
inauguró su reinado de terror en Inglaterra durante los siglos XVII y XVIII,
destruyendo y persiguiendo toda manifestación de arte y cultura. Ha sido el
espíritu del puritanismo el que le robó a Shelley sus hijos porque no quiso
inclinarse ante los dictados de la religión. Fue la misma estrechez espiritual
que enemistó a Byron con su tierra natal; porque el genio supo rebelarse contra
la monotonía, la vulgaridad y la pequeñez de su país. Ha sido también el
puritanismo el que forzó a algunas mujeres libres de Inglaterra a incurrir en
la mentira convencional del matrimonio: Mary Wollstonecraft, luego, George
Elliot. Y más recientemente también exigió otra víctima: Oscar Wilde. En
efecto, el puritanismo no cesó nunca de ser el facto más pernicioso en los
dominios de John Bull, actuando como censor en las expresiones artísticas de su
pueblo, estampando su consentimiento solamente cuando se trataba de la
respetable vulgaridad de la mediocracia.
Y es por eso que el
depurado británico Jingoísmo (o sea, la belicosidad puritana), ha señalado a
Norteamérica como uno de los países donde se refugió el provincialismo
puritano. Es una gran verdad que nuestra vida ha sido infectada por el
puritanismo, el cual está matando todo lo que es natural y sano en nuestros
impulsos. Pero también es verdad que a Inglaterra debemos el haber
transplantado a nuestro suelo esa aborrecible doctrina espiritual. Nos fue
legada por nuestros abuelos, los peregrinos del Mayflower. Huyendo de la
persecución y de la opresión, la fama de los padres peregrinos hizo que se
estableciera en el Nuevo Mundo el reinado puritano de la tiranía y el crimen.
La historia de Nueva Inglaterra y especialmente de Massachusetts, está llena de
horrores que convirtieron la vida en tinieblas, la alegría en desesperación, lo
natural en morbosa enfermedad, y la honestidad y la verdad en odiosas mentiras
e hipocresías. Emplumar vivas las víctimas con alquitrán, así como condenarlas
al escarnio público de los azotes, como otras tantas formas de torturas y
suplicios, fueron los métodos ingleses puestos en práctica para purificar a
Norteamérica.
Boston, ahora una
ciudad culta, ha pasado a la historia de los anales del puritanismo, como La
Ciudad Sangrienta. Rivalizó con Salem, en su cruel persecución a las opiniones
heréticas religiosas. Una mujer medio desnuda, con su bebé en brazos, fue
azotada en público por el supuesto delito de abusar de la libertad de palabra;
en el mismo lugar se ahorcó a una mujer cuáquera, Mary Dyer, en 1657. En
efecto, Boston ha sido teatro de muchos crímenes horribles cometidos por el
puritanismo. Salem, en el verano de 1692, mató ochenta personas acusadas del
imaginario delito de brujería. Como bien dijo Canning: Los peregrinos del
Mayflower infectaron el Nuevo Mundo para enderezar los entuertos del Viejo. Los
actos vandálicos y los horrores de ese periodo hallaron su suprema expresión en
uno de los clásicos norteamericanos: The Scarlet Letter.
El puritanismo ya
no emplea el torniquete y la mordaza, pero sigue manteniendo una influencia
cada vez más deletérea, perniciosa, en la mentalidad norteamericana. Ninguna
palabra podrá explicar, por ejemplo, el poder omnímodo de Comstock. Lo mismo
que el Torquemada de los días sombríos de la inquisición, Comstock es el
autócrata de nuestra morai o morales; dicta los cánones de lo bueno y de lo
malo, de la pureza y del vicio. Como un ladrón en la noche, se desliza en la
vida privada de las personas, espiando sus intimidades más recatadas. El
sistema de espionaje implantado por este hombre supera en desvergüenza a la
infame tercera división de la policía secreta rusa. ¿Cómo puede tolerar la
opinión pública semejante ultraje a sus libertades públicas y privadas?
Simplemente porque Comstock es la grosera expresión del puritanismo que se
injertó en la sangre anglosajona, y aun los más avanzados liberales no han
podido emanciparse de esta triste herencia esclavizadora. Los cortos de
entendimiento y las principales figuras de Young Men's and Women's Christian
Temperance Unions, Purity League, American Sabbath Unions y el Prohibition
Party, con su patrono y santón Anthony Comstock, son los sepultureros del arte
y de la cultura norteamericana.
Europa por lo menos
puede jactarse de poseer cierta valentía en sus movimientos literarios y
artísticos, los que en sus múltiples manifestaciones trataron de ahondar los
problemas sociales y sexuales de nuestro tiempo, ejerciendo una severa critica
acerca de todas nuestras indudables fallas. Con el bisturí del cirujano ha
disecado la carcasa del puritanismo, intentando despejar el camino para que los
hombres, descargados del peso muerto del pasado, puedan marchar un poco más
libremente. Mas aquí el puritanismo es un constante freno, una insistente traba
que desvía, deforma la vida norteamericana, en la cual no puede germinar la
verdad, ni la sinceridad. Nada más que sordidez y mediocridad dicta la humana
conducta, coartando la naturalidad de las expresiones, sofocando nuestros más
nobles y bellos impulsos. El puritanismo del siglo XX sigue siendo el peor
enemigo de la libertad y de la belleza, como cuando por primera vez desembarcó
en Plimouth Rock. Repudia como algo vil y pecaminoso nuestros más profundos
sentimientos; pero siendo él sordo y ciego a las armoniosas funciones de las
emociones humanas, es el creador de los vicios más inexplicables y sádicos.
La historia entera
del ascetismo religioso prueba esta verdad irrebatible. La Iglesia, así como la
doctrina puritana, ha combatido la carne como un mal y la quiso domeñar a toda
costa. El resultado de esta malsana actitud ha compenetrado ya la mentalidad de
los pensadores y educacionistas modernos, quienes han reaccionado contra ella.
Han comprendido que la desnudez humana posee un valor incomparable, tanto
físico como espiritual; aleja con su influencia la natural curiosidad maliciosa
de los jóvenes y actúa sobre ellos como un preventivo contra el sensualismo y
las emociones mórbidas. Es también una inspiración para los adultos, quienes
crecieron sin satisfacer esa juvenil curiosidad. Además, la visión de la
esencia de la eterna forma humana, lo que hay de más cerca a nosotros en el
mundo, con vigor, su belleza y gracia, es uno de los más portentosos tónicos de
esta vida (The psicology of sex). Pero el espíritu del puritanismo ha
pervertido de tal manera la imaginación de la gente, que ella ha perdido ya su
frescura de sentimientos para apreciar la belleza del desnudo, obligándonos a
ocultarlo con el pretexto de la castidad. Y todavía la castidad misma no es más
que una imposición artificial a la naturaleza, evidenciando una falsa vergüenza
cuando hemos de exhibir la desnudez de la forma humana. La idea moderna de la
castidad, en especial respecto a las mujeres, no es más que la sensual
exageración de las pasiones naturales. La castidad varía según la cantidad de
ropa que se lleva encima, y de ahí que un purista cristiano procura cubrir el
fuego interior, su paganismo, con muchos trapos, y enseguida se ha de convertir
en puro y casto.
El puritanismo, con
su visión pervertida tocante a las funciones del cuerpo humano, particularmente
a la mujer la condenó a la soltería, o a la procreación sin discernir si
produce razas enfermas o taradas, o a la prostitución. La enormidad de este
crimen de lesa humanidad aparece a la vista cuando se toman en cuenta los
resultados. A la mujer célibe se le impone una absoluta continencia sexual, so
pena de pasar por inmoral, o fallida en su honor para toda su existencia; con
las inevitables consecuencias de la neurastenia, impotencia y abulia y una gran
variedad de trastornos nerviosos que significarán desgano para el trabajo,
desvíos ante las alegrías de la vida, constante preocupación de deseos
sexuales, insomnios y pesadillas. El arbitrario, nocivo precepto de una total
abstinencia sexual por parte de la mujer, explica también la desigualdad mental
de ambos sexos. Es lo que cree Freud, que la inferioridad intelectual de la
mujer o de muchas mujeres respecto al hombre, se debe a la coacción que se
ejerce sobre su pensamiento para reprimir sus manifestaciones sexuales. El
puritanismo, habiendo suprimido los naturales deseos sexuales en la soltera,
bendice a su hermana la casada con una prolífica fecundidad. En verdad, no sólo
la bendice, sino que la obliga, frágil y delicada por la anterior continencia,
a tener familia sin consideración a su debilidad física o a sus precarias
condiciones económicas para sostener muchos hijos. Los métodos preventivos para
regular la fecundidad femenina, aun los más seguros y científicos, son
absolutamente prohibidos; y aun la sola mención de ellos podrá atraer a alguien
los enuncie el calificativo de criminal.
Gracias a este
tiránico principio del puritanismo, la mayoría de las mujeres se hallan en el
extremo límite de sus fuerzas físicas. Enfermas, agotadas, se encuentran
completamente inhabilitadas para proporcionar el más elemental cuidado a sus
hijos. Añadido esto a la tirantez económica, impele a una infinidad de mujeres
a correr cualquier riesgo antes que seguir dando a luz. La costumbre de
provocar los abortos ha alcanzado tan grandes proporciones en Norteamérica, que
es algo increíble. Según las investigaciones realizadas en este sentido, se
producen diecisiete abortos cada cien embarazos. Este alarmante porcentaje
comprende sólo lo que llega al conocimiento de los facultativos. Sabiendo con
qué secreto debe desenvolverse necesariamente esta actividad y el fatal
corolario de la inexperiencia profesional con que se llevan a cabo estas
operaciones clandestinas, el puritanismo sigue segando miles de víctimas por
causa de su estupidez e hipocresía.
La prostitución, no
obstante se le dé caza, se la encarcele y se le cargue de cadenas, es a pesar
de todo un producto natural y un gran triunfo del puritanismo. Es uno de los
niños más mimados de la bigotería devota. La prostituta es la furia de este
siglo que pasa por los países civilizados como huracán que siembra por doquier
enfermedades asquerosas en devastación mortífera. El único remedio que el
puritanismo ofrece para este su hijo malcriado es una intensa represión y una
más despiadada persecución. El último desmán sobre este asunto ha sido la Ley
Page, que impuso al estado de Nueva York el último crimen de Europa, es decir,
la libreta de identidad para estas infortunadas víctimas del puritanismo. De
igual manera busca la ocultación del terrible morbo -su propia creación-, las
enfermedades venéneas. Lo más desalentador de todo esto, fue la obtusa
estrechez de este espíritu que llegó a emponzoñar a los llamados liberales,
cegándoles para que se uniesen a la cruzada contra esta cosa nacida de la
hipocresía del puritanismo, la prostitución y sus resultados. En su cobarde
miopía se rehúsa a ver cuál es el verdadero método de prevención, el que puede
consistir en esta simple declaración: Las enfermedades venéreas no son cosas
misteriosas, ni terribles, ni son tampoco el castigo contra la carne pecadora,
ni una especie de vergonzoso mal blandido por la maldición puritana, sino una
enfermedad como otra que puede ser tratada y curada. Por este régimen de
subterfugios, de disimulo, el puritanismo ha favorecido las condiciones para el
aumento y el desarrollo de estas enfermedades. Su mojigatería se ha puesto al
desnudo más que nunca debido a su insensata actitud respecto al descubrimiento
del profesor Ehrlich, y cuya indecible hipocresía intenta echar una suerte de
velo sobre la importante cura de la sífilis, con la vaga alusión de que es un
remedio para cierto veneno.
Su ilimitada
capacidad para hacer el mal tiene por causa su atrincheramiento tras del Estado
y las leyes. Pretendiendo salvaguardar a la gente de los grandes pecados de la
inmoralidad, se ha infiltrado en la maquinaria del gobierno, y añadió a su
usurpación del puesto de guardián de la moralidad, que le correspondía a la
censura legal, la fiscalización de nuestros sentimientos y aun de nuestra
propia conducta privada.
El arte, la
literatura, el teatro y la intimidad de la correspondencia privada se hallan a
merced de este tirano. Anthony Comstock u otro policía igualmente ignorante,
retiene el poder de profanar el genio, de pisotear y mutilar las sublimes
creaciones de la naturaleza humana. Los libros que tratan e intentan dilucidar
las cuestiones más vitales de nuestra existencia, los que procuran iluminar con
su verbo los oscuros y peligrosos problemas del vivir contemporáneo, son
tratados como tantos delitos cometidos; y sus infortunados autores arrojados a
la cárcel, o sumidos en la desesperación y la muerte.
Ni en los dominios
del zar se ultraja tan frecuentemente y con tal extensión las libertades
personales como en los Estados Unidos, la fortaleza de los eunucos puritanos.
Aquí el solo día de fiesta, de expansión, de recreo, el sábado se ha hecho
odioso y completamente antipático. Todos los autores que escribieron sobre las
costumbres primitivas han convenido que el sábado fue el día de las
festividades, libre de enojosos deberes, un día de regocijo y de alegría
general.
En todos los países
de Europa esta tradición sigue aportando algún alivio a la gente, contra la
formidable monotonía y la estupidez de la era cristiana. En las grandes
ciudades, en todas partes, las salas de conciertos y de variedades, teatros,
museos, jardines, se llenan de hombres, de mujeres y de niños, especialmente de
trabajadores con sus familias rebosantes de alegría y de nueva vida, olvidados
de la rutina y de las preocupaciones de los otros días ordinarios. Y es que en
ese día las masas demuestran lo que realmente significa la vida en una sociedad
sana, que por el trabajo esclavo y sus sórdidas miras utilitarias, echa a
perder todo propósito ennoblecedor.
Y el puritanismo
norteamericano le robó a su pueblo, asimismo, ese único día de libre expansión.
Naturalmente que los únicos afectados son los trabajadores: nuestros
millonarios poseen sus palacios y los suntuosos clubs. Es el pobre el que se
halla condenado a la monotonía aburridora del sábado norteamericano. La
sociabilidad europea, que se expande alegremente al aire libre, se trueca aquí
por la penumbra de la iglesia o de la nauseabunda e inficionada atmósfera de la
cantina de campaña, o por el embrutecedor ambiente de los despachos de bebidas.
En los estados donde se hallan en vigencia las leyes prohibitivas el pueblo
adquiere con sus magras ganancias, licores adulterados y se embriaga en su
casa. Como todos bien saben, la ley de prohibición de los alcoholes no es más
que una farsa. Esta, como otras empresas e iniciativas del puritanismo, trata
solamente de hacer más virulenta la perversión, el mal, en la criatura humana.
En ningún sitio se encuentran tantos borrachos como en las ciudades donde rige
el régimen prohibitivo. Pero mientras se pueda usar siempre caramelos
perfumados para despistar el tufo alcohólico de la hipocresía todo irá bien. Si
el propósito ostensible de esa ley prohibitiva es oponerse al expendio de los
licores por razones de salud y economía, su espíritu siendo anormal, no hace
más que dar resultados anormales creando una vida de anormalidades y de
aberración.
Todo estímulo que
excita ligeramente la imaginación e intensifica las funciones del espíritu, es
necesario, como el aire para el organismo humano. A veces vigoriza el cuerpo y
agranda nuestra visión, sobre la fraterna cordialidad universal de los seres
humanos. Por otra parte, sin los estimulantes de una forma o de otra es
imposible la labor creadora, ni tampoco ese tolerante sentido de la bondad y de
la generosidad. El hecho de que algunos hombres de genio hallaron su
inspiración en el cáliz de cualquier excitante y abusaron también de ellos, no
justifica que el puritanismo intente amordazar toda la gama de las emociones
humanas. Un Byron y un Poe activaron de tal modo las fibras más nobles de la
Humanidad, que ningún puritano llegará, ni cerca, a realizar ese milagro. Este
último le dio a la vida un nuevo sentido y la vistió de colores maravillosos;
el primero tornó el agua en sangre viviente y roja; la vulgaridad en belleza y
en deslumbrante variedad lo uniforme, lo monótono.
En cambio, el
puritanismo, en cualquiera de sus expresiones no es más que un germen
ponzoñoso. En la superficie podrá parecer fuerte y vigoroso; pero el veneno, el
tóxico letal obrará por dentro, hasta que su entera estructura sea derribada.
Todo espíritu libre convendrá con Hipólito Taine en que el puritanismo es la
muerte de la cultura, de la filosofía y de la cordialidad social; es la
característica de la vulgaridad y de lo tenebroso.
Matrimonio
y amor
La noción popular
acerca del matrimonio y del amor, es que deben ser sinónimos, que ambos nacen
de los mismos motivos y llenan las mismas humanas necesidades. Como la mayoría
de los dichos y creencias populares, éste no descansa en ningún hecho positivo
y si sólo en una superstición.
El matrimonio y el
amor nada tienen de común; uno y otro están distantes, como los polos; en
efecto, son completamente antagónicos. No hay duda que algunas uniones
matrimoniales fueron efectuadas por amor; pero más bien se trata de escasas
personas que pudieron conservarse incólumes ante el contacto de las
convenciones. Hoy en día existen muchos hombres y mujeres para quienes el
casarse no es más que una farsa, y solamente se someten a ella para pagar
tributo a la opinión pública. De todos modos, si es verdad que algunos
matrimonios se basan en el amor y que también este puede continuar después en
la vida de los casados, sostengo que eso sucede a pesar de la institución del
matrimonio.
Por otra parte, es
enteramente falso que el amor sea el resultado de los matrimonios. En raras
ocasiones se escucha el caso milagroso de una pareja que se enamora después de
casada, y si se observa atentamente, se comprobará que casi siempre se reduce a
avenirse buenamente ante lo inevitable. A otras criaturas les unirá un afecto,
surgido del trato diario, lo que está lejos de la espontaneidad y de la belleza
del amor, sin el cual la intimidad matrimonial de una mujer y un hombre no será
más que una vida de degradación.
El matrimonio, por
lo pronto, es un arreglo económico, un pacto de seguridad que difiere del
seguro de vida de las compañías comerciales, por ser más esclavizador, más
tiránico. Lo que devenga, es completamente insignificante con lo que se
invistió. Tomando una póliza de seguros se paga por ella en dólares y en
centavos, siempre con la libertad de cesar los pagos de las cuotas. Si, de
cualquier modo, el premio de la mujer es un marido, ella lo paga con su nombre,
con sus íntimos sentimientos, con su dignidad, su vida entera, y hasta la muerte
de una de las dos partes. Así, para ella, el seguro del matrimonio la condena a
una vida de dependencia, al parasitismo, a una completa inutilidad, tanto
individual como social. El hombre, también, paga su juguete, pero su radio de
acción es más amplio, el matrimonio no lo coarta tanto como a la mujer. Sentirá
sus cadenas más bien por el lado económico.
De ahí que el motto
que Dante aplicó a la entrada del Infierno, se aplica con igual propiedad al
matrimonio: Oh, voi che entrate, lasciate ogni speranza!
El matrimonio es un
ruidoso fracaso, esto ni el más estúpido lo negará. Basta echar una mirada a
las estadísticas de los divorcios para comprender cuán amargo es este fracaso.
No será suficiente ni siquiera el estereotipado argumento de los filisteos, escudado
en la holgura y la elasticidad de las leyes del divorcio y del creciente
relajamiento de las costumbres femeninas, para justificar este hecho: primero,
de cada doce matrimonios casi todos terminan en el divorcio; segundo, que desde
1870 los casos de divorcio han aumentado de 28 a 73 por cada mil habitantes;
tercero, desde 1867 hasta hoy el adulterio como causa para divorciarse, aumentó
el 270.8 por ciento; cuarto, el abandono del hogar aumentó en un 369.8 por
ciento.
Añadida a estos
números se puede citar una vasta documentación teatral o literaria, dilucidando
el asunto. Robert Herrick, en Together (Juntos); Pinero, en Mid Channel (A
mitad del camino); Eugene Walter, en Paid in Full, y una serie más de otros
escritores que discuten la monotonía, la sordidez, lo inadecuado del matrimonio
como factor de armonía y de comprensión entre los dos sexos.
El estudioso en
cuestiones sociales no se contentará con estas superficiales excusas sobre este
fenómeno. Querrá ahondar en la vida de los sexos para explicarse la causa por
la cual resulta tan desastroso el matrimonio.
Edward Carpentier
dice que detrás de un casamiento se halla la atmósfera vívida de los dos sexos;
un ambiente condimentado de circunstancias tan diferentes una de la otra que el
hombre y la mujer han de sentirse también extraños el uno al otro. Separado por
una valla de supersticiones, de costumbres y hábitos, el matrimonio no tiene el
poder de desarrollar el conocimiento mutuo y el respeto del uno para el otro,
sin lo cual toda unión de esta clase está sometida al fracaso, a la
desavenencia continua.
Enrique Ibsen, el
revelador de las convenciones sociales más vergonzosas, fue el primero que dijo
la gran verdad. Nora abandona a su marido no, como algunos críticos estúpidos
afirman, porque estaba hastiada de cargar con sus responsabilidades, sino
porque llega a comprender que durante ocho años vivió con un extraño con quien
fue obligada a tener hijos. ¿Puede haber algo más humillante, más degradado que
la intimidad carnal de toda una vida entre dos extraños? No es necesario que la
mujer sepa nada del marido, salvo su renta, su salario, mensual o anual. Y de
la mujer ¿qué tendrá que conocerse, sino que posea una simpática y placentera
apariencia? Todavía la generalidad no se ha zafado del teológico mito de que la
mujer no tiene alma, y es sólo un apéndice, hecho de una costilla, justamente
para la conveniencia del caballero que, siendo tan fuerte, tuvo miedo de su
propia sombra.
La pobreza del
material del que habría surgido la mujer, quizá ha de ser responsable por su
manifiesta inferioridad. Y en todo caso, si no tiene alma ¿qué se ha intentado
buscar y sondear en ella? Además, cuanto menos alma, cuanto menos espíritu
posea, más grande será su probabilidad de formar una esposa modelo, y así también
será absorbida más pronto por la individualidad del marido. Es por la dócil y
esclavizadora aquiescencia a la superioridad del hombre que la institución del
matrimonio ha quedado, al parecer, intacta por tan largo tiempo. Ahora que la
mujer vuelve por los fueros de su dignidad e intenta ponerse fuera de la gracia
y merced de su dueño, la sagrada ciudadela del matrimonio va siendo minada
gradualmente, y ninguna lamentación sentimental ha de salvarla de su definitivo
derrumbe.
Desde la infancia
casi hasta la mayoría de edad de las muchachas, se les dice que el casamiento
es la única finalidad de su vida; y la educación que se les prodiga se dirige a
ello. Lo mismo que a la bestia muda, que se engorda para el matadero, a ella se
le prepara para el sacrificio de su vida. Y es curioso, y asombra constatarlo,
que se le permite instruirse en todo menos acerca de las funciones de esposa y
madre; esto que necesita ordinariamente el artesano para poder aprender su
oficio, es indecente y sucio para una muchacha de respetabilidad el enterarse
de las relaciones maritales. Entonces, por la apariencia de lo respetable, la
institución del casamiento convierte lo que antes era sucio en la más pura y
sagrada relación consanguínea, que nadie se atreverá a censurar. Continúa
todavía siendo exacta esta actitud de los hogares frente a las bodas y
casamientos de la supuesta esposa y madre, y es mantenida en completa
ignorancia de lo que será su capital enseñanza en la lucha de los sexos. Luego
al comenzar la convivencia matrimonial con el hombre, se hallará a sí misma,
repentina y hondamente desazonada, repelida y ultrajada más allá de los límites
por ella supuestos en el natural y más sano instinto: el sexo. Se puede
afirmar, sin temor a un desmentido, que el mayor porcentaje de casos de
desdichas, de desastres y de padecimientos físicos en el matrimonio, se debe a
esa criminal ignorancia en cuestiones sexuales, que se ha exaltado como una
grandísima virtud. Tampoco será exagerado que diga que mucho más de un hogar ha
sido deshecho por causas tan deplorables.
Si por cualquiera
circunstancia, la mujer se sintiera capaz de libertarse de ciertos pequeños
prejuicios y fuera lo bastante arriesgada para desflorar los misterios del sexo
sin la sanción del Estado y de la Iglesia, se vería condenada a permanecer como
un instrumento inservible para casarse con un hombre bueno y honesto; aun
cuando tan bellas prendas personales consistan en tener una cabeza vacía y una
bolsa llena de dinero. ¿Puede haber algo más repugnante que esta idea de que
una mujer, crecida ya, sana, llena de vida y de pasión. se halle obligada a
rechazar las exigencias imperiosas de su naturaleza, a tener que sofocar sus
más intensos anhelos, yendo en desmedro de su salud, quebrantando su espíritu,
absteniéndose de la profunda gloria del sexo, hasta el día que un buen hombre
venga y la solicite para que sea su esposa? Y este es uno de los aspectos más
significativos del matrimonio. ¡Cómo no ha de ser forzosamente un fracaso
semejante transacción! En consecuencia, ese es uno de los factores, no poco
importante, que diferencia el matrimonio del amor.
Nuestra época es
muy positiva, muy práctica. Los tiempos en que Romeo y Julieta rompían el pacto
de enemistad entre sus padres, por su incontenible pasión, cuando Gretchen se
ofreció en holocausto a la maledicencia del vecindario por amor, están un poco
lejos. Si, en raras ocasiones la juventud se permite el lujo de ser romántica,
los parientes adultos o ancianos tendrán buen cuidado de hacerle marcar el paso
y acosarla de tal manera que la convertirán en gente muy sensata.
¿Acaso la lección
moral que se le inculca a las muchachas, es para que se basen en el amor que el
hombre despertará en ellas, o más bien para que se le pregunte cuánto posee y
tiene? Lo importante y el único dios de la utilitaria vida americana es: ¿Podrá
este hombre ganar para vivir? ¿Podrá mantener a una mujer? Es lo que justifica
solamente los casamientos. Gradualmente este concepto satura los pensamientos
de las muchachas, quienes no soñarán con claros de lunas, ni con besos, risas y
llantos, sino con las giras de compras por las tiendas, con vestidos, sombreros
y el regateo inherente a todas estas operaciones. Esta pobreza de espíritu y la
sordidez, son elementos substanciales a la institución del matrimonio. El
Estado y la Iglesia no aprueban otros ideales más que estos, porque necesitan
que se hallen bajo su control los hombres y las mujeres.
Es dudoso que
existan aquí quienes consideran el amor por encima de los dólares y los
centavos. Particularmente esta verdad se aplica a esa clase que por sus
precarias condiciones económicas se ha visto forzada a vivir del trabajo de uno
y otro. El notable cambio aportado en la posición de la mujer por ese poderoso
factor, es verdaderamente asombroso cuando se reflexiona que hace muy poco
tiempo que ella ingresó en el campo de las actividades industriales. Hay seis
millones de mujeres asalariadas; seis millones de mujeres que tienen el mismo
derecho que los hombres a ser explotadas, robadas y a declararse en huelga;
también a morirse de hambre. ¿Algo más, señor mío? Sí, seis millones de
trabajadoras asalariadas en cada tramo de la vida, desde el elevado trabajo
cerebral hasta el más difícil y duro trabajo manual, en las minas y en las
estaciones de ferrocarril; sí, también detectives y policías. Seguramente su
emancipación es ahora completa.
A pesar de todo, un
número muy reducido del inmenso ejército de mujeres asalariadas mira el trabajo
como un medio permanente de vida, lo mismo que el hombre. Nada importa a qué grado
de decrepitud llega este último; se le enseñó a ser independiente y tendrá que
seguir así, manteniéndose solo. ¡Oh, sé muy bien que nadie es realmente
independiente en nuestro sistema económico! Pero asimismo al hombre más
miserable le repugna ser un parásito; por lo menos, que se le considere como
tal.
En cambio, la mujer
considera su posición de trabajadora como algo transitorio, que dejará de lado
en la primera oportunidad. Por eso, es infinitamente más difícil tratar de
organizar a las mujeres que a los hombres. ¿Para qué he de entrar en una
asociación? Me voy a casar y espero tener mi hogar. ¿No se le enseñó a ella que
siempre debería responder a esto, como a su último llamado? Muy pronto se
aclimata a su hogar, aunque no sea más ancho que la celda de una cárcel, o los
cuartuchos del taller o de la fábrica, posee puertas más sólidas y barrotes de
hierro irrompibles. Tiene un guardián tan fiel que a él nada se le escapa. La
parte más trágica de todo esto es que su situación de casada no la redime de la
esclavitud del salario, y sólo aumenta su faena.
Según las últimas
estadísticas sometidas a un Comité acerca del trabajo y los salarios y la
congestión de la población, el diez por ciento de las trabajadoras asalariadas
de Nueva York eran casadas, y debían trabajar por pagas irrisorias. Añádase a
esto el peso de los quehaceres domésticos, ¿qué es lo que queda de la
protección, de la gloria del hogar? Además, tampoco las jóvenes de las clases
medias pueden jactarse de poseer un hogar, desde que es el hombre
exclusivamente el que crea esa órbita doméstica, donde ella será solamente un
satélite. Nada importa que el marido sea un bruto, o muy gentil. Lo que en
definitiva quiero probar es que el matrimonio le asegura un hogar a la mujer,
gracias al marido. Allí, ella se moverá años y años hasta que el aspecto de su
vida y de sus relaciones con aquel se volverá chato, mezquino y aburrido como
todo lo que la rodea. Escaso asombro causará si llega a ser chicanera,
chismosa, regañona y tan insoportable que el hombre procurará quedarse en casa
lo menos posible. Ella no puede irse, aunque lo quisiera; no tiene ninguna
parte donde refugiarse. Se vuelve atolondrada, frívola o pesada, tímida en sus
decisiones, cobarde en sus juicios; será un peso y un aburrimiento que muchos
hombres llegarán a odiar y a despreciar. Una atmósfera de inspiraciones
maravillosas ¿no es cierto?
Pero ¿el niño?
¿Cómo será protegido sino por el matrimonio? ¿Después de todo no es esto lo que
más debe tenerse en cuenta? ¡La vergüenza y la hipocresía y todo ello! El
casamiento protege a sus vástagos, y no obstante, miles de niños se hallan en
la calle, sin pan ni techo. El matrimonio protege a sus pequeñuelos y a pesar
de todo, los orfelinatos rebosan de ellos, los reformatorios no tienen más sitios
para alojarlos y las sociedades que tratan de prevenir los malos tratos contra
la niñez no dan abasto rescatando a las pequeñas víctimas de las manos de
padres amorosos, para colocarlas bajo la protección de sociedades de
beneficencia. ¡Oh, el sarcasmo amargo de todo eso!
El casamiento podrá
tener el poder de conducir el caballo a la fuente de agua, pero jamás pudo
obligarlo a beber. La ley hace arrestar al padre, le viste de penado; ¿remedió
con ello el hambre de su hijo? Si el padre no tiene trabajo, o si esconde su
identidad, ¿qué hará el matrimonio? Invoca la ley y lo lleva ante la justicia,
la que lo pondrá bajo llave en la prisión; el trabajo que allí haga no irá a
salvar de la miseria al niño, sino que pasará a las fauces del Estado. El
pequeño heredará la maldita memoria de su padre, con el traje a rayas de
penado.
Referente a la
protección de la mujer, es ahí en donde está la peor maldición del matrimonio.
No es que no la proteja realmente; mas esta sola idea es asqueante, es tal
ultraje e insulto a la vida, tan degradante para la dignidad humana, que esto
bastaría para condenar para siempre jamás esta parasitaria institución.
Es como la patria
potestad, capitalismo, le roba al hombre su derecho en cuanto nace, impide su
crecimiento por todos los medios, envenena su cuerpo, lo mantiene en perfecta
ignorancia, y en la más horrida pobreza y servilismo; después sus instituciones
de beneficencia y de caridad borran los últimos vestigios de dignidad en él.
La institución del
matrimonio hace de la mujer un absoluto parásito, un ser que está sometido a
otro ser. La incapacita para la lucha por la vida, aniquila su conciencia
social, paraliza su imaginación, y entonces le impone su graciosa protección,
lo que no es nada más que una trampa, disfrazada de humanitarismo.
Si la maternidad es
la suprema misión de la mujer, ¿qué otra protección necesitará si no amor y
libertad? Y es lo contrario, el casamiento corrompe, desnaturaliza, violenta su
alto rol en la vida. ¿No se le dice a la mujer: ¿Solamente si me sigues a todas
partes donde yo vaya, he de dar vida a tu seno? ¿No es esto infamante, no la
condena sin remisión, si por acaso se rehúsa a comprar el derecho de maternidad
vendiéndose en cuerpo y alma? No solamente el matrimonio no sanciona la
maternidad, sino que ¿acaso no la hace concebir con odio y repugnancia? Y aún
las veces que la maternidad elige libremente en el éxtasis del amor, en impulso
irrefrenable de pasión, ¿no coloca al pobre inocente una corona de espinas y
con letras de sangre le graba en la frente el afrentoso epíteto de bastardo? Si
el casamiento hubiese de contener todas las virtudes que se le adjudican
gratuitamente, los crímenes que ha cometido contra la maternidad lo excluiría,
de hecho, del reinado del amor.
El amor, que es el
más intenso y profundo elemento de la vida, el precursor de la esperanza, de la
alegría y del éxtasis; el amor, que desafía impunemente todas las leyes humanas
y divinas y las más aborrecibles convenciones; el amor uno de los más poderosos
modeladores de los destinos humanos, ¿cómo tal torrente de fuerza puede ser
sinónimo del pobrecito Estado y del mojigato sacramento matrimonial, concedido
por nuestra santa madre Iglesia?
¿Amor libre? Si hay
algo en el mundo libre, es precisamente el amor. El hombre pudo comprar
cerebros pero con todos sus millones no consiguió el amor. El hombre subyugó
los cuerpos, pero no logrará subyugar el amor. El hombre conquistó naciones
enteras; pero sus ejércitos no pudieron conquistar un grano de amor. El hombre
cargó de cadenas el espíritu, pero se encontró completamente inerme, indefenso
ante el amor. Encaramado en el más alto trono, con todo su esplendor y su oro,
su poder será omnímodo, pero basta que el amor pase a su lado para que lo suma
en una profunda desolación. Y si en cambio visita una miserable choza, la
convertirá en el más radiante paraíso, dándole el sentido de una nueva vida,
más animada en ternura y fantasía. El amor tiene la mágica virtud de convertir
a un mendigo en un rey. Sí; el amor es libre; no puede existir en otra
atmósfera. En plena libertad se entrega sin reservas, abundante y totalmente.
Todas las leyes, todos los códigos y todas las cortes judiciales del universo
no podrán arrancarlo del suelo, una vez que haya echado raíces en él. ¿Cómo se
quiere, entonces, si el suelo es estéril, que el matrimonio le haga dar frutos?
Es parecida a la lucha desesperada de la muerte contra el raudo vuelo de la
vida.
El amor no necesita
protección; se basta a sí mismo. Tan pronto como el amor impregne la vida con
su ardiente y perfumado aliento no habrá más criaturas desamparadas, ni los
hambrientos, ni los sedientos de afectos. Sé muy bien que esto es verdad.
Conocí a una mujer que llegó a ser madre libremente con el hombre que amaba.
Pocos niños en su cuna de oro fueron rodeados de más cariño, de más cuidados y
devoción como los que es capaz de prodigar la libre maternidad.
Los defensores de
la autoridad temen el advenimiento de la libre maternidad, que les ha de robar
sus presas. ¿Quiénes irían a los campos de combate? ¿Quiénes han de crear el
bienestar común? ¿Quién sería policía, carcelero, si la mujer se negara a dar a
luz, y sólo se aviniese a ello, no como a una función maquinal, sino con
inteligencia y discernimiento? ¡La raza!, ¡la raza!, gritan el rey, los presidentes
de las repúblicas, el capitalista y el cura. La raza ha de ser preservada y
aumentada, aunque la mujer se convierta en una mera máquina; y es que el
matrimonio no es más que una válvula de escape contra el peligro del despertar
del sexo femenino. Pero son en vano esos desesperados esfuerzos para conservar
este estado de esclavitud. En vano, también, los edictos de la Iglesia, los
vesánicos ataques de legisladores, y en vano el arma de la ley. La mujer no
necesita prestarse más a ser un medio de producción de una raza de seres
enfermos, débiles, decrépitos, sin la fuerza ni el valor moral para sacudir el
yugo de la pobreza y de la esclavitud. Por el contrario, ella quiere pocos
hijos y mejores, vigorosos y sanos; concebidos por el amor y elegidos libremente;
no por obligación e indistintamente, así como lo impone el matrimonio. Nuestros
pseudo moralistas tienen todavía que aprender lo que es la profunda
responsabilidad contraída con el niño al nacer, que el amor libre despertó en
la mujer. Más bien rechazará la gloria de la maternidad, que traer nuevos seres
a la vida, a un ambiente que respira solamente destrucción y muerte. Y si llega
a ser madre, es para otorgarlo todo, lo más hondo que pueda darle de sí misma.
Nacer y crecer con sus pequeñuelos, es su lema; comprende ella que es la única
manera de construir una raza sana.
Ibsen tuvo la
verdadera visión de cuál sería la maternidad libre, cuando de mano maestra
trazó la figura de Mrs. Alving de Los Espectros. Ello, representaba la madre
ideal, porque supo ver bien los horrores del matrimonio, rompió sus cadenas y
trató de liberar su espíritu de los prejuicios a precio de muchos sufrimientos
hasta volverse en una personalidad fuerte y moralmente pura. Solamente que fue
muy tarde para que ella rescatara la única alegría de su vida, su Osvaldo; pero
ni tan tarde tampoco para llegar a comprender que el amor libre había de ser la
única condición a fin de que la vida fuese bella. Aquellas que, como la señora
Alving pagaron con sangre y lágrimas el despertar de su espíritu, también
repudiaron el matrimonio como una imposición arbitraria, como una mancilla y
una mofa absurda. Ellas saben que donde el amor existe, sea por un breve
espacio de tiempo o por una eternidad, allí está la fuerza creadora, la gran
corriente de inspiración que echará las bases para una nueva raza y para un
nuevo mundo.
En los tiempos
presentes, de pigmea catadura espiritual, el amor es algo extraño a mucha
gente, Falseado y huido, rara vez logra arraigarse en las almas; y cuando lo
hace, muy pronto agoniza y desaparece. Sus delicadas fibras no pueden soportar
la exasperada tensión del diario trajín. En su esencia, es tan complejo que no
puede ajustarse a la estrecha medida de nuestra fábrica social. El llora, gime
y sufre con aquellos que lo necesitan, y asimismo le falta impulso para llegar
a la cima.
Algún día y algunos
hombres y mujeres surgirán para elevarse a los picos más altos, y allí se
encontrarán grandes, fuertes y libres, prestos a recibir, a compartir en un
abrazo los rayos de oro del amor. Qué fantasía, que imaginación, que genio
poético podrá prever aún aproximadamente la tremenda potencia creadora que
tendrá ese torrente de fuerzas en la existencia de las mujeres y los hombres.
Si el mundo ha de dar nacimiento al verdadero compañerismo entre los humanos,
la fraterna unión de ellos, no el matrimonio, sino el amor será su padre
fecundo.
La
tragedia de la emancipación de la mujer
Comenzaré
admitiendo lo siguiente: sin tener en cuenta las teorías políticas y económicas
que tratan de las diferencias fundamentales entre las varias agrupaciones
humanas; sin miramiento alguno para las distinciones de raza o de clase, sin
parar mientes en la artificial línea divisoria entre los derechos del hombre y
de la mujer, sostengo que puede haber un punto en cuya diferenciación misma se
ha de coincidir, encontrarse y unirse en perfecto acuerdo.
Con esto no quiero
proponer un pacto de paz. El general antagonismo social que se posesionó de la
vida contemporánea, originado, por fuerzas de opuestos y contradictorios
intereses, ha de derrumbarse cuando la reorganización de la vida societaria, al
basarse sobre principios económicos justicieros, sea un hecho y una realidad.
La paz y la armonía
entre ambos sexos y entre los individuos, no ha de depender necesariamente de
la igualdad superficial de los seres, ni tampoco traerá la eliminación de los
rasgos y de las peculiaridades de cada individuo. El problema planteado
actualmente, pudiendo ser resuelto en un futuro cercano, consiste en preciarse
de ser uno mismo, dentro de la comunión de la masa de otros seres y de sentir
hondamente esa unión con los demás, sin avenirse por ello a perder las
características más salientes de sí mismo. Esto me parece a mí que deberá ser
la base en que descansa la masa y el individuo, el verdadero demócrata y el
verdadero individualista, o donde el hombre y la mujer han de poderse encontrar
sin antagonismo alguno. El lema no será: perdonaos unos a otros, sino:
comprendeos unos a otros. La sentencia de Mme. Stael citada frecuentemente:
Comprenderlo todo es perdonarlo todo, nunca me fue simpática; huele un poco a
sacristía; la idea de perdonar a otro ser demuestra una superioridad farisaica.
Comprenderse
mutuamente es para mí suficiente. Admitida en parte esta premisa, ella presenta
el aspecto fundamental de mi punto de vista acerca de la emancipación de la
mujer y de la entera repercusión en todas las de su sexo.
Su completa
emancipación hará de ella un ser humano, en el verdadero sentido. Todas sus
fibras más íntimas ansían llegar a la máxima expresión del juego interno de
todo su ser, y barrido todo artificial convencionalismo, tendiendo a la más
completa libertad, ella irá luego borrando los rezagos de centenares de años de
sumisión y de esclavitud.
Este fue el motivo
principal y el que originó y guió el movimiento de la emancipación de la mujer.
Más los resultados hasta ahora obtenidos, la aislaron despojándola de la fuente
primaveral de los sentidos y cuya dicha es esencial para ella. La tendencia
emancipadora, afectándole sólo en su parte externa, la convirtió en una
criatura artificial, que tiene mucho parecido con los productos de la
jardinería francesa con sus jeroglíficos y geometrías en forma de pirámide, de
conos, de redondeles, de cubos, etc.; cualquier cosa, menos esas formas
sumergidas por cualidades interiores. En la llamada vida intelectual, son
numerosas esas plantas artificiales en el sexo femenino.
¡Libertad e
igualdad para las mujeres! Cuántas esperanzas y cuántas ilusiones despertaron
en el seno de ellas, cuando por primera vez estas palabras fueron lanzadas por
los más valerosos y nobles espíritus de estos tiempos. Un sol, en todo el
esplendor de su gloria emergía para iluminar un nuevo mundo; ese mundo, donde
las mujeres se hallaban libres para dirigir sus propios destinos; un ideal que
fue merecedor por cierto de mucho entusiasmo, de valor y perseverancia, y de
incesantes esfuerzos por parte de un ejército de mujeres, que combatieron todo
lo posible contra la ignorancia y los prejuicios.
Mi esperanza también
iba hacia esa finalidad, pero opino que la emancipación como es interpretada y
aplicada actualmente, fracasó en su cometido fundamental. Ahora la mujer se ve
en la necesidad de emanciparse del movimiento emancipacionista si desea
hallarse verdaderamente libre. Puede esto parecer paradójico, sin embargo es la
pura verdad.
¿Qué consiguió
ella, al ser emancipada? Libertad de sufragio, de votar. ¿Logró depurar nuestra
vida política, como algunos de sus más ardientes defensores predecían? No, por
cierto. De paso hay que advertir, ya llegó la hora de que la gente sensata no
hable más de corruptelas políticas en tono campanudo. La corrupción en la
política nada tiene que ver con la moral o las morales, ya provenga de las
mismas personalidades políticas.
Sus causas proceden
de un punto solo. La política es el reflejo del mundo industrial, cuya máxima
es: bendito sea el que más toma y menos da; compra lo más barato y vende lo más
caro posible, la mancha en una mano, lava la otra. No hay esperanza alguna de
que la mujer, aun con la libertad de votar, purifique la política.
El movimiento de
emancipación trajo la nivelación económica entre la mujer y el hombre; pero
como su educación física en el pasado y en el presente no le suministró la
necesaria fuerza para competir con el hombre, a menudo se ve obligada a un
desgaste de energías enormes, a poner en máxima tensión su vitalidad, sus
nervios a fin de ser evaluada en el mercado de la mano de obra. Raras son las
que tienen éxito, ya que las mujeres profesoras, médicas, abogadas, arquitectos
e ingenieros, no merecen la misma confianza que sus colegas los hombres, y
tampoco la remuneración para ellas es paritaria. Y las que alcanzan a
distinguirse en sus profesiones, lo hacen siempre a expensas de la salud de sus
organismos. La gran masa de muchachas y mujeres trabajadoras, ¿qué
independencia habrían ganado al cambiar la estrechez y la falta de libertad del
hogar, por la carencia total de libertad de la fábrica, de la confitería, de
las tiendas o de las oficinas? Además está el peso con el que cargarán muchas
mujeres al tener que cuidar el hogar doméstico, el dulce hogar, donde solo
hallarán frío, desorden, aridez, después de una extenuante jornada de trabajo.
¡Gloriosa independencia esta! No hay pues que asombrarse que centenares de
muchachas acepten la primer oferta de matrimonio, enfermas, fatigadas de su
independencia, detrás del mostrador, o detrás de la máquina de coser o
escribir. Se hallan tan dispuestas a casarse como sus compañeras de la clase
media, quienes ansían substraerse de la tutela paternal.
Esa sediciente
independencia, con la cual apenas se gana para vivir, no es muy atrayente, ni
es un ideal; al cual no se puede esperar que se le sacrifiquen todas las cosas.
La tan ponderada independencia no es después de todo más que un lento proceso
para embotar, atrofiar la naturaleza de la mujer en sus instintos amorosos y
maternales.
Sin embargo la
posición de la muchacha obrera es más natural y humana que la de su hermana de
las profesiones liberales, quien al parecer es más afortunada, profesoras,
médicas, abogadas, ingenieras, las que deberán asumir una apariencia de más
dignidad, de decencia en el vestir, mientras que interiormente todo es vacío y
muerte.
La mezquindad de la
actual concepción de la independencia y de la emancipación de la mujer; el
temor de no merecer el amor del hombre que no es de su rango social; el miedo
que el amor del esposo le robe su libertad; el horror a ese amor o a la alegría
de la maternidad, la inducirá a engolfarse cada vez más en el ejercicio de su
profesión, de modo que todo esto convierte a la mujer emancipada en una
obligada vestal, ante quien la vida, con sus grandes dolores purificadores y
sus profundos regocijos, pasa sin tocarla ni conmover su alma.
La idea de la
emancipación, tal como la comprende la mayoría de sus adherentes y expositores,
resulta un objetivo limitadísimo que no permite se expanda ni haga eclosión;
esta es: el amor sin trabas, el que contiene la honda emoción de la verdadera
mujer, la querida, la madre capaz de concebir en plena libertad.
La tragedia que
significa resolver su problema económico y mantenerse por sus propios medios,
que hubo de afrontar la mujer libre, no reside en muchas y variadas
experiencias, sino en unas cuantas, las que más la aleccionaron. La verdad,
ella sobrepasa a su hermana de las generaciones pretéritas, en el agudo
conocimiento de la vida y de la naturaleza humana; es por eso que siente con
más intensidad la falta de todo lo más esencial en la vida -lo único apropiado
para enriquecer el alma humana, -y que sin ello, la mayoría de las mujeres
emancipadas se convierten a un automatismo profesional.
Semejante estado de
cosas fue previsto por quienes supieron comprender que en los dominios de la
ética quedaban aún en pie muchas ruinas de los tiempos, en que la superioridad
del hombre fue indisputada; y que esas ruinas eran todavía utilizadas por las
numerosas mujeres emancipadas que no podían hacer a menos de ellas. Es que cada
movimiento de tinte revolucionario que persigue la destrucción de las
instituciones existentes con el fin de reemplazarlas por otra estructura social
mejor, logra atraerse innumerables adeptos que en teoría abogan por las ideas
más radicales y en la práctica diaria, se conducen como todo el mundo, como los
inconscientes y los filisteos (burgueses), fingiendo una exagerada
respetabilidad en sus sentimientos e ideas y demostrando el deseo de que sus
adversarios se formen la más favorable de las opiniones acerca de ellos. Aquí,
por ejemplo, tenemos los socialistas y aun los anarquistas, quienes pregonan
que la propiedad es un robo, y asimismo se indignarán contra quien les adeude
por el valor de media docena de alfileres.
La misma clase de
filisteísmo se encuentra en el movimiento de emancipación de la mujer. Periodistas
amarillos y una literatura ñoña y color de rosa trataron de pintar a las
mujeres emancipadas de un modo como para que se les erizaran los cabellos a los
buenos ciudadanos y a sus prosaicas compañeras. De cada miembro perteneciente a
las tendencias emancipacionistas, se trazaba un retrato parecido al de Jorge
Sand, respecto a su despreocupación por la moral. Nada era sagrado para la
mujer emancipada, según esa gente. No tenía ningún respeto por los lazos
ideales de una mujer y un hombre. En una palabra, la emancipación abogaba solo
por una vida de atolondramiento, de lujuria y de pecado; sin miramiento por la
moral, la sociedad y la religión. Las propagandistas de los derechos de la
mujer se pusieron furiosas contra esa falsa versión, y exentas de ironía y
humor, emplearon a fondo todas sus energías para probar que no eran tan malas
como se les había pintado, sino completamente al reverso. Naturalmente -decían-
hasta tanto la mujer siga siendo esclava del hombre, no podrá ser buena ni
pura; pero ahora que al fin se ha libertado demostrará cuan buena será y cómo
su influencia deberá ejercer efectos purificadores en todas las instituciones
de la sociedad. Cierto, el movimiento en defensa de los derechos de la mujer
dio en tierra con más de una vieja traba o prejuicio, pero se olvidó de los
nuevos.
El gran movimiento
de la verdadera emancipación no se encontró con una gran raza de mujeres,
capaces y con el valor de mirar en la cara a la libertad. Su estrecha y
puritana visión, desterró al hombre, como a un elemento perturbador de su vida
emocional, y de dudosa moralidad. El hombre no debía ser tolerado, a excepción
del padre y del hijo, ya que un niño no vendrá a la vida sin el padre.
Afortunadamente, el más rígido puritanismo no será nunca tan fuerte que mate el
instinto de la maternidad. Pero la libertad de la mujer, hallándose
estrechamente ligada con la del hombre, y las llamadas así hermanas emancipadas
pasan por alto el hecho que un niño al nacer ilegalmente necesita más que otro
el amor y cuidado de todos los seres que están a su alrededor, mujeres y
hombres. Desgraciadamente esta limitada concepción de las relaciones humanas
hubo de engendrar la gran tragedia existente en la vida del hombre y de la
mujer moderna.
Hace unos quince
años que apareció una obra cuyo autor era la brillante escritora noruega Laura
Marholom. Se titulaba La mujer, estudio de caracteres. Fue una de las primeras
en llamar la atención sobre la estrechez y la vaciedad del concepto de la
emancipación de la mujer, y de los trágicos efectos ejercidos en su vida
interior. En su trabajo, Laura Marholom traza las figuras de varias mujeres
extraordinariamente dotadas y talentosas de fama internacional; habla del genio
de Eleonora Duse; de la gran matemática y escritora Sonya Kovalevskaia; de la
pintora y poetisa innata que fue María Bashkirtzeff, quien murió muy joven. A
través de la descripción de las existencias de esos personajes femeninos y a
través de sus extraordinarias mentalidades, corre la trama deslumbrante de los
anhelos insatisfechos, que claman por un vivir más pleno, más armonioso y más
bello y al no alcanzarlo, de ahí su inquietud y su soledad. Y a través de esos
bocetos psicológicos, magistralmente realizados, no se puede menos de notar que
cuanto más alto es el desarrollo de la mentalidad de una mujer, son más escasas
las probabilidades de hallar el ser, el compañero de ruta que le sea
completamente afín; el que no verá en ella, no solamente la parte sexual, sino
la criatura humana, el amigo, el camarada de fuerte individualidad, quien no
tiene por qué perder un solo rasgo de su carácter.
La mayoría de los
hombres, pagados por su suficiencia, con su aire ridículo de tutelaje hacia el
sexo débil, resultarían entes algo absurdos, imposibles para una mujer como las
descritas en el libro de Laura Marholom. Igualmente imposible sería que no se
quisiese ver en ellas más que sus mentalidades y su genio, y no se supiese
despertar su naturaleza femenina.
Un poderoso
intelecto y la fineza de sensibilidad y sentimiento son dos facultades que se
consideran como los necesarios atributos que integrarán una bella personalidad.
En el caso de la mujer moderna, ya no es lo mismo. Durante algunos centenares
de años el matrimonio basado en la Biblia, hasta la muerte de una de las
partes, se reveló como una institución que se apuntaba en la soberanía del
hombre en perjuicio de la mujer, exige su completa sumisión a su voluntad y a
sus caprichos, dependiendo de él por su nombre y por su manutención. Repetidas
veces se ha hecho comprobar que las antiguas relaciones matrimoniales se
reducían a hacer de la mujer una sierva y una incubadora de hijos. Y no
obstante, son muchas las mujeres amancipadas que prefieren el matrimonio a las
estrecheces de la soltería, estrecheces convertidas en insoportables por causa
de las cadenas de la moral y de los prejuicios sociales, que cohíben y coartan
su naturaleza.
La explicación de
esa inconsistencia de juicio por parte del elemento femenino avanzado, se halla
en que no se comprendió lo que verdaderamente significaba el movimiento
emancipacionista. Se pensó que todo lo que se necesitaba era la independencia
contra las tiranías exteriores; y las tiranías internas, mucho más dañinas a la
vida y a sus progresos -las convenciones éticas y sociales- se las dejó estar,
para que se cuidaran a sí mismas, y ahora están muy bien cuidadas. Y éstas
parece que se anidan con tanta fuerza y arraigo en las mentes y en los
corazones de las más activas propagandistas de la emancipación, como los que
tuvieron en las cabezas y en los corazones de sus abuelas.
¿Esos tiranos
internos acaso no se encarnan en la forma de la pública opinión, o lo que dirá
mamá, papá, tía, y otros parientes; lo que dirá Mrs. Grundy, Mr. Comstock, el
patrón, y el Consejo de Educación? Todos esos organismos tan activos, pesquisas
morales, carceleros del espíritu humano, ¿qué han de decir? Hasta que la mujer
no haya aprendido a desafiar a todas las instituciones, resistir firmemente en
su sitio, insistiendo que no se la despoje de la menor libertad; escuchando la voz
de su naturaleza, ya la llame para gozar de los grandes tesoros de la vida, el
amor por un hombre, o para cumplir con su más gloriosa misión, el derecho de
dar libremente la vida a una criatura humana, no se puede llamar emancipada.
Cuántas mujeres emancipadas han sido lo bastante valerosas para confesarse que
la voz del amor lanzaba sus ardorosos llamados, golpeaba salvajemente su seno,
pidiendo ser escuchado, ser satisfecho.
El escritor francés
Jean Reibrach, en una de sus novelas, New Beauty -La Nueva Belleza- intenta
describir el ideal de la mujer bella y emancipada. Este ideal está
personificado en una joven, doctorada en medicina. Habla con mucha inteligencia
y cordura de cómo debe alimentarse un bebé; es muy bondadosa, suministra
gratuitamente sus servicios profesionales y las medicinas para las madres
pobres. Conversa con un joven, una de sus amistades, acerca de las condiciones
sanitarias del porvenir y cómo los bacilos y los gérmenes serán exterminados
una vez que se adopten paredes y pisos de mármol, piedra o baldosas, haciendo a
menos de las alfombras y de los cortinados. Ella naturalmente, viste
sencillamente y casi siempre de negro. El joven, quien en el primer encuentro
se sintió intimidado ante la sabiduría de su emancipada amiga, gradualmente la
va conociendo y comprendiendo cada vez más, hasta que un buen día se da cuenta
que la ama. Los dos son jóvenes, ella es buena y bella y, aunque un tanto
severa en su continencia, su apariencia se suaviza con el inmaculado cuello y
puños. Uno esperaría que le confesara su amor, pero él no está por cometer
ningún gesto romántico y absurdo. La poesía y el entusiasmo del amor le hacen
ruborizar, ante la pureza de la novia. Silencia el naciente amor, y permanece
correcto. También, ella es muy medida, muy razonable, muy decente. Temo que de
haberse unido esa pareja, el jovencito hubiera corrido el riesgo de helarse
hasta morirse. Debo confesar que nada veo de hermoso en esta nueva belleza, que
es tan fría como las paredes y los pisos que ella sueña implantar en el
porvenir. Prefiero más bien los cantos de amor de la época romántica, don Juan
y Venus, más bien el mocetón que rapta a su amada en una noche de luna, con las
escaleras de cuerda, perseguido por la maldición del padre y los gruñidos de la
madre, y el chismorreo moral del vecindario, que la corrección y la decencia
medida por el metro del tendero. Si el amor no sabe darse sin restricciones, no
es amor, sino solamente una transacción, que acabará en desastre por el más o
el menos.
La gran limitación
de miras del movimiento emancipacionista de la actualidad, reside en su
artificial estiramiento y en la mezquina respetabilidad con que se reviste, lo
que produce un vacío en el alma de la mujer, no permitiéndole satisfacer sus
más naturales ansias. Una vez hice notar que parecía existir una más estrecha
relación entre la madre de corte antiguo, el ama de casa siempre alerta,
velando por la felicidad de sus pequeños y el bienestar de los suyos, y la
verdadera mujer moderna, que con la mayoría de las emancipadas. Estas
discípulas de la emancipación depurada, clamaron contra mi heterodoxia y me
declararon buena para la hoguera. Su ciego celo no les dejó ver que mi
comparación entre lo viejo y lo nuevo tendía solamente a probar que un buen
número de nuestras abuelas tenían más sangre en las venas, mucho más humor e
ingenio, y algunas poseían en alto grado naturalidad, sentimientos bondadosos y
sencillez, más que la mayoría de nuestras profesionales emancipadas que llenan
las aulas de los colegios, las universidades y las oficinas. Esto después de
todo no significa el deseo de retornar al pasado, ni relegar a la mujer a su
antigua esfera, la cocina y al amamantamiento de las crías.
La salvación
estriba en una enérgica marcha hacia un futuro cada vez más radiante.
Necesitamos que cada vez sea más intenso el desdén, el desprecio, la
indiferencia contra las antiguas tradiciones y los viejos hábitos. El
movimiento emancipacionista ha dado apenas el primer paso en este sentido. Es
de esperar que reúna sus fuerzas para dar otro. El derecho del voto, de la
igualdad de los derechos civiles, pueden ser conquistas valiosas; pero la
verdadera emancipación no empieza en los parlamentos, ni en las urnas. Empieza
en el alma de la mujer. La historia nos cuenta que las clases oprimidas
conquistaron su verdadera libertad, arrancándosela a sus amos en una serie de
esfuerzos. Es necesario que la mujer se grabe en la memoria esa enseñanza y que
comprenda que tendrá toda la libertad que sus mismos esfuerzos alcancen a
obtener. Es por eso mucho más importante que comience con su regeneración
interna, cortando el lazo del peso de los prejuicios, tradiciones y costumbres
rutinarias. La demanda para poseer iguales derechos en todas las profesiones de
la vida contemporánea es justa; pero, después de todo, el derecho más vital es
el de poder amar y ser amada.
Verdaderamente, si
de una emancipación apenas parcial se llega a la completa emancipación de la
mujer, habrá que barrer de una vez con la ridícula noción que ser amada, ser
querida y madre, es sinónimo de esclava o de completa subordinación. Deberá
hacer desaparecer la absurda noción del dualismo del sexo, o que el hombre y la
mujer representan dos mundos antagónicos.
La pequeñez separa;
la amplitud une. Dejen que seamos grandes y generosos. Déjenos hacer de lado un
cúmulo de complicadas mezquindades para quedarnos con las cosas vitales. Una
sensata concepción acerca de las relaciones de los sexos no ha de admitir el
conquistado y el conquistador; no conoce más que esto: prodigarse, entregarse
sin tasa para encontrarse a sí mismo más rico, más profundo, mejor. Ello sólo
podrá colmar la vaciedad interior, y transformar la tragedia de la emancipación
de la mujer, en gozosa alegría, en dicha ilimitada.
El
sufragio femenino
Nos jactamos de pertenecer
al siglo de las luces de los grandes descubrimientos, del adelanto portentoso
de la ciencia y de un progreso extraordinario en todos los órdenes de la
actividad humana. ¿No es extraño que sigamos comulgando en el culto de los
fetiches? La verdad, nuestros fetiches de ahora cambiaron de forma y sustancia,
pero el influjo que ejercen en la mente humana continúa siendo tan desastroso
como el de los antiguos.
Otro de nuestros
modernos fetiches es el sufragio. Y lo es para aquellos que apenas terminaron
de combatir en las revoluciones sangrientas que lo instauró, como lo es para
aquellos que disfrutaron su reinado llevando su penoso sacrificio al altar de
sus omnipotentes dietas. ¡Guay del hereje que ose disentir con esa divinidad!
Las mujeres, aun más
que los hombres, son fetichistas, y aunque sus ídolos pueden cambiar, seguirán
arrodilladas, con las manos en alto, ciegas siempre ante ese dios con pies de
arcilla. De ahí que desde tiempo inmemorial el sexo femenino haya sido el más
grande sostenedor de todo género de deidades. De ahí, también, que tuviera que
pagar un precio que sólo los dioses exigen, que fue su libertad, sus
sentimientos, su vida entera.
La memorable máxima
de Nietzsche: cuando vayas con mujeres provéete de un látigo, aunque se la considere
demasiado brutal, resulta muy justa para ellas en su actitud hacia sus dioses.
La religión,
especialmente la cristiana, la condenó a una vida de inferioridad, a la
esclavitud. Torció su íntima naturaleza, sus instintos más sanos, reprimió los
impulsos de su alma; sin embargo, la Iglesia no posee un sostén más firme que
la devoción de la mujer. Se puede decir, sin temor de ser desmentidos, que la
religión habría cesado de existir hace mucho tiempo como un factor
preponderante en la vida de las personas, si no fuera por el continuo apoyo que
recibe de las mujeres. Las más fervientes devotas, que llenan las iglesias, son
mujeres; los más incansables misioneros que viajan por todo el mundo, son
mujeres; mujeres que siempre continúan sacrificándose en el altar de los
dioses, que encadenaron su espíritu y esclavizaron su cuerpo.
La guerra, el
insaciable monstruo, le roba a ella todo lo que es más querido y precioso. Le
arranca sus hermanos, sus novios, sus hijos y en pago la sume en la soledad y
en la desesperación. Sin embargo, el apoyo más sólido que posee el culto de la
guerra procede de la mujer. Ella es la que a sus hijos inspira el anhelo de la
conquista y del poder; ella susurra en los oídos de sus pequeñuelos la gloria
de la guerra, y cuando mece la cuna del bebé, le duerme musitándole cantos
marciales, en los que suenan los clarines y rugen los cañones. Es la mujer la
que corona a los victoriosos que regresan de los campos de batalla. Sí, es la
mujer la que paga el más alto precio al monstruo insaciable de la guerra.
Llega su turno al
hogar. ¡Qué terrible fetiche es! De qué manera va royendo las energías más
vitales de la mujer, dentro de esa moderna prisión con barrotes de oro. Los
rayos deslumbrantes que despide ciegan a la mujer que ha de oblar el duro
precio de esposa, de madre y de ama de casa. Asimismo se aferra tenazmente al
hogar, esa poderosa institución que la mantiene en la esclavitud.
Puede decirse que
la mujer, reconociendo cuán dócil y deleznable instrumento es para el Estado y
la Iglesia, necesita del sufragio que ha de liberarla. Esto puede ser cierto
para una pequeña minoría; mas la mayoría de las sufragistas repudian esta
sensata tendencia como algo sacrílego. Al contrario, insisten que al
concedérsele el sufragio a la mujer, ella logrará ser una más perfecta
cristiana, ama de casa y mejor ciudadana. De este modo el sufragio no es más
que un medio para fortalecer la omnipotencia de todos esos dioses que adoró y
sirvió desde tiempo inmemorial.
Entonces ¿qué
asombro puede causar que ella vuelva a ser tan celosa, tan devota, como antaño
lo fue, y se postre ante el nuevo ídolo, el sufragio? Desde la antigüedad
soporta persecuciones, encarcelamientos, torturas y toda forma de sufrimientos
con la sonrisa que le ilumina el rostro. Desde la antigüedad espera también con
el corazón ligero, el eterno milagro de la deidad del siglo XIX, el sufragio.
Una nueva vida, dicha, goces, alegrías, libertad e independencia personal, todo
eso y más tiene la esperanza que surja del sufragio, como por escotillón. En su
ciega devoción, no ve lo que percibieron hace cincuenta años otros intelectos:
que el sufragio es un grandísimo daño que cooperó en la esclavización del
pueblo; mas ella astutamente cierra los ojos ante la evidencia, en el deseo que
su ilusión no se disuelva en el aire.
El sufragio, en
igualdad de condiciones para la mujer y el hombre, se basa en la idea
fundamental que ella debe tener el mismo derecho que su compañero a participar
en los asuntos de la sociedad. No es posible que se pueda rehusarle esa justa
participación en la vida societaria, aunque el sufragio fuera una práctica sana
y justiciera. Mas la ignorancia de la mente humana está compuesta para ver un
derecho, una libertad, donde no hay más que una imposición. ¿No significa acaso
una de las más brutales imposiciones esto que un grupo de personas conciban y
confeccionen leyes para obligar con la fuerza y la violencia a que otras las
acaten y obedezcan? Y todavía la mujer clama por esa única oportunidad, que
trajo tanta miseria al mundo, que le hurtó al hombre su integridad y la
confianza en sí mismo; una imposición que corrompió totalmente al pueblo,
convirtiéndolo en fácil presa en las manos de políticos sin escrúpulos y
venales.
¡EI pobre y
estúpido ciudadano libre norteamericano! Libre para morirse de hambre, libre
para vagar por las calles de las grandes ciudades y del campo; él disfruta de
la bienaventuranza del sufragio universal, y con su derecho forjó las cadenas
que arrastran sus pies. La recompensa que recibe se reduce a una labor
agotadora, leyes prohibiendo con graves penas el derecho del boicot, de atacar
a los rompehuelgas, en efecto, todo, casi todo, menos salvaguardar su
sacrosanto derecho a fin de que no le roben el fruto de su trabajo. Y asimismo
nada le enseñaron a la mujer los desastrosos resultados de este fetiche del
siglo XIX. Es que se nos asegura que si ella entra en la liza, purificará la
política.
Innecesario sería
decir que no me opongo al sufragio femenino; en el sentido convencional de la
idea pura, debería ejercerlo. Ya que no veo por cuáles razones físicas,
psicológicas y morales la mujer no posee los mismos derechos del hombre. Mas
esto no me ciega hasta llegar a la absurda noción que la mujer ha de llevar a
cabo cosas en las que el hombre fracasó. Si ella no las hará peor, tampoco las
hará mejor.
Presumir que ella
logrará purificar lo que no es susceptible de purificación, es adjudicarle
poderes sobrenaturales que nunca tuvo. Desde que su más grande desgracia fue
que se la considerase un ángel o un demonio, su verdadera salvación se halla en
que se le otorgue un razonable sitio en la tierra; es decir, que se la
considere un ser humano y por ende sujeta a cometer los yerros y las locuras
propios de la condición humana. ¿Podremos entonces creer que dos errores se
convertirán porque sí en dos cosas justas, sensatas? Las más ardientes
partidarias del sufragio femenino, ¿serán capaces de asentir con semejante
locura?
De hecho los
intelectuales más avanzados que trataron la cuestión del sufragio universal
llegaron a la conclusión que el actual sistema político es absurdo y
completamente inadecuado para satisfacer las apremiantes exigencias de
mejoramiento, de justicia, de la vida moderna. Este punto de vista lo comparte
una gran convencida de las bondades del sufragio femenino, Dra. Helen I. Summer. En su valioso
trabajo Equal Suffrage, dice: En Colorado pude darme cuenta muy bien que la
igualdad del voto femenino y masculino, ha servido solamente para demostrar del
modo más contundente la esencial podredumbre del actual sistema y la
degradación que él significa. Naturalmente la doctora Summer, al hablar así,
subentiende un particular sistema de votaciones, pero con igual acierto lo
dicho se aplica a la entera maquinaria política. Con semejante base es difícil comprender
de qué manera la mujer, como factor político, puede beneficiarse a sí misma y
al resto de la humanidad.
Pero las devotas
del sufragio nos dicen: Contemplen y observen en los países y en los Estados en
donde el sufragio femenino existe. Comprueben lo que las mujeres realizaron en
Australia, en Nva. Zelandia, Finlandia, los países escandinavos, y en nuestros
mismos Estados de Idaho, Colorado, Wyoming y Utah. La distancia añade encantos
desconocidos, para citar el dicho polaco: nos hallamos muy bien donde nunca
estuvimos. De ahí que se quiera presumir que en esos países y Estados,
totalmente diferentes de los otros, poseen la más grande libertad, una grande
igualdad económica y social, una noble apreciación de la vida, una bondadosa
comprensión de la encarnizada lucha económica y en todo lo que atañe a las
cuestiones vitales de la raza humana.
Las mujeres en
Australia y en Nueva Zelandia pueden votar y colaborar en la confección de las
leyes. ¿Las condiciones de los trabajadores en general son mejores que las de
Inglaterra, donde las sufragistas desarrollan una heroica lucha? ¿Existe una
libre maternidad más dichosa en la concepción de sus hijos que en Inglaterra?
¿No se sigue considerando a la mujer como un mero objeto de placer o de
comodidad sexual? ¿Se emancipó ella de la moral puritana que igualmente afecta
a ambos sexos? Ciertamente que no, pero la mujer política ha de responder
afirmativamente, que sí, que todo se consiguió ya. Si esto fuese así, aun me
parecería ridículo señalar a Australia y Nueva Zelandia como La Meca de las
hazañas de la igualdad de sufragio.
Por otra parte,
quienes conocen a fondo las condiciones políticas de Australia, afirman que los
políticos amordazaron a los trabajadores con leyes tan restrictivas que si se
declara una huelga sin el permiso legal de una comisión de arbitraje, este acto
es considerado como un crimen de alta traición.
Ni por un momento
pienso implicar al sufragio femenino como responsable por este estado de cosas.
Lo que deseo indicar es que no hay razón para destacar a Australia como una
obra maestra, fruto de las actividades femeninas, desde que con su influencia
fue incapaz de libertar a los trabajadores de la esclavitud de la política
patronal.
Finlandia le otorgó
a las mujeres el derecho del voto, y también el de sentarse en el Parlamento.
¿Esto le valió para desarrollar entre sus mujeres un más grande heroísmo, un
sentimiento más intenso por la libertad que en las de Rusia? Finlandia, así
como Rusia, estuvo bajo el sangriento látigo del zar. ¿Dónde existen las
finlandesas Perovskaias, Spiridonovas, Figners, Breshskovskalas? ¿Dónde las
innumerables muchachas finlandesas, como las rusas, quienes marchaban
alegremente a Siberia en defensa de sus ideas? Finlandia tuvo una escasez
penosa de libertadores heroicos. ¿El voto puede crearlos? El único finlandés
vengador de su pueblo fue un hombre, no una mujer, y para el caso empleó un
arma más eficaz que el voto.
Por parte de
nuestros Estados, donde las mujeres votan, y a los que constantemente se los
señaló como lugares de maravillas, ¿qué cosa se realizó con la ayuda del voto
de la mujer que los otros Estados no tengan y gocen ampliamente, o que no se
haya podido acometer mediante esfuerzos enérgicos, sin que el voto mediara para
nada?
Si es verdad que en
los Estados en que fue instaurado el sufragio femenino, la mujer participa de
los mismos derechos del hombre sobre la propiedad, ¿de qué le vale esto a la
masa de mujeres sin propiedad, a los millares de asalariadas, quienes viven al
día? La igualdad en el voto no afectó sus condiciones; esto también lo admite
la Dra. Summer, capacitada para conocer lo que allí sucede. Siendo una
convencida sufragista, fue enviada al Colorado por el Coílegrate Eque Suffrage
league of New York para realizar una serie de encuestas e investigaciones,
recogiendo datos en favor del sufragio femenino. Ella será, pues, la última
persona que diga algo en contra de su propio credo; y asimismo nos informa que
la igualdad del sufragio alteró ligeramente las condiciones económicas de la mujer.
Esta no recibe una paga adecuada a su trabajo; aunque en el Colorado el derecho
de votar lo adquirió desde 1876, las maestras reciben un salario menor al de
sus colegas de California. Por otra parte, la Srita. Summer nos hace notar el
hecho de que habiendo la mujer ejercido el simple derecho del voto durante 34
años, y que desde 1894 se haya instaurado el sufragio en igualdad de
condiciones para los puestos femeninos electivos, un censo realizado hace pocos
meses, solamente en Denver descubrió 15,000 niños defectuosos físicamente en
edad escolar. Ello con la agravante que en el Departamento de Educación había
algunas mujeres desempeñando altas funciones, y también que el elemento
femenino hizo votar leyes severas para la protección de los niños y los animales.
Además, ellas tomaron el más grande interés por las instituciones del Estado,
las cuales tratan de recoger los niños vagabundos, los defectuosos y los
delincuentes. ¿Qué queda de la fama gloriosa del sufragio femenino si fracasó
en su cometido más importante, el niño? ¿Y qué le resta de una más noble idea
de la justicia, para que lleve a la niñez en la esfera de la política? Y en
1903, cuando los propietarios de las minas emprendieron una verdadera guerrilla
contra los mineros de la Western Miners Union; cuando el general Bell implantó
el reinado del terror, arrancando del lecho a los trabajadores, apaleándolos
por las calles, masacrando a varios, arrojando a otros en los calabozos,
declarando: al infierno la Constitución, al fuego con ella, ¿dónde estaban
entonces las mujeres políticas y por qué no ejercieron el poder de sus votos?
Sí, ellas lo emplearon. Ayudaron así a derrotar al gobernador Waite, un hombre
de principios y de amplias miras liberales. Tuvo que cederle el sitio al
instrumento de los reyes de las minas, el gobernador Peabody, el enemigo de los
trabajadores, el zar del Colorado. Ciertamente, el sufragio masculino no habría
hecho otra cosa. Claro que no. ¿Dónde están entonces las ventajas para la mujer
y la sociedad, derivadas del sufragio femenino? La repetida afirmación que ella
purificará la política no es más que un mito. Es el concepto que se deduce por
las personas que estudiaron las condiciones políticas de Idaho, Wyoming,
Colorado y Utah.
La mujer,
esencialmente una puritana en lo moral, es naturalmente santurrona, siendo por
eso incansable en su esfuerzo de convertir a los otros en buenas criaturas,
como ella piensa que deben ser. De ahí que en Idaho, ella se apartó de su
hermana de la calle, de reputación dudosa y la declaró inepta para votar. Eso
de lo dudoso, no ha de comprenderse por la prostitución en el matrimonio. No
hay necesidad de decir que la prostitución ilegal y el juego de azar son
actividades severamente prohibidas. Respecto a las leyes, deberían pertenecer
al gramatical género femenino: todo es prohibido. Por lo demás, las leyes son
maravillosas. No necesitan extenderse mucho sin que su espíritu se abra a todas
las plagas del infierno. La prostitución y los juegos de azar nunca florecieron
allí con más exhuberancia como ahora que tienen las leyes en su contra.
En Colorado el
puritanismo de las mujeres se manifestó en una forma drástica: Los hombres de
existencia notoriamente viciosa y en relación con los lugares de corrupción,
desaparecieron desde que la mujer adquirió el derecho de votar (Equal surfrage,
Dra. Helen Summer). ¿Pudo el hermano Comstock portarse tan bien? ¿Pueden los
padres puritanos hacer más? No sé si muchas de ellas han de comprender la
gravedad que encierra este paso en falso. No sé si querrán comprender este
hecho, que en vez de elevar a la mujer, la convirtieron en una espía política,
una despreciable entrometida en los asuntos privados de la gente, no tanto por
servir la causa, sino como decía una de ellas: les gusta ir a las casas
desconocidas y husmear todo lo que ven, escuchar todo lo que oyen, tratándose
de política o de otras cosas. (Equal Suffrage). Sí; hasta fisgonear dentro del
alma humana en todos sus más escondidos rincones. ¿Y cuándo pudieron disfrutar
de tan excelentes oportunidades, sino ahora que se metieron en la política?
Hombres notorios
por sus existencias viciosas, relacionados con los sitios de corrupción.
Ciertamente, esa mujer que desea reunir muchos votos no puede ser acusada de
falta de sentido. ¿Afirmando desde ya que estas movimentadas corporaciones
pueden decidir entre lo que es vicio o virtud, o proponer cuáles son las vidas
limpias para un ambiente eminentemente limpio, acaso los políticos no deberán
seguir a esos regentes de lugares de corrupción, no entran ellos en la misma
categoría? A menos que lo niegue la americana hipocresía, puesta de manifiesto
en la ley de prohibición, cuyas sanciones no hicieron más que extender el vicio
de la embriaguez entre las clases ricas, mientras vigila el único sitio donde
beben los pobres. Si no fuera que por esta sola razón, o sea su estrechez
puritana hacia la vida, debe considerarse como uno de los más grandes peligros
al dejarle en sus manos el poder político. El hombre se halla atiborrado de
prejuicios y todavía la mujer se está engolfando más en ellos. Aquel, en el
reñido campo económico, se ve obligado a desplegar todas sus capacidades
intelectuales y físicas. De modo que no le queda tiempo ni humor para medir la
moralidad de su vecino con el metro puritano. En sus actividades políticas
tampoco se conduce ciegamente. Comprende que es la cantidad, no la calidad, lo
que se necesita para hacer mover las muelas de los molinos políticos, y a menos
que no sea un reformista sentimentaloide o un fósil, sabe muy bien que los
políticos no pueden representar otro conglomerado que el de una ciénaga
pestilencial.
Las mujeres,
quienes se hallan más o menos enteradas acerca del proceder de los políticos,
conocen la naturaleza de la bestia; pero, por su vanidosa suficiencia y por su
egotismo, creen que bastan sus caricias para que este animal se vuelva un
corderito, todo gentileza, dulzura y pureza. ¡Como si las mujeres no fuesen
capaces de vender sus votos y como si las mujeres políticas no fuesen capaces
de comprarlos! Si su cuerpo se puede adquirir mediante una recompensa material,
¿por qué no el voto? y esto es lo que está sucediendo en Colorado, así como en
otros Estados, sin que el hecho pueda ser refutado por esas mismas mujeres que
se hallan en favor del sufragio.
Como hiciera
constar antes, su punto de vista tan estrecho sobre los principales asuntos de
la vida, no es el solo argumento que la inhabilita para creerse superior al
hombre en la faz política. Hay otros. Su larga existencia económicamente
parasitaria borró completamente de su conciencia el concepto de la igualdad.
Exige iguales derechos que el hombre, más sabemos que muy raras mujeres
feministas tratan de propagar sus ideas en los distritos poco atrayentes (Dra. Helen A. Sommer). ¡Qué mezquina
igualdad es ésta, comparada con la de la mujer rusa, quien posee en alto grado
el valor de afrontar las penas del infierno por su ideal!
La mujer pide
iguales derechos que el hombre, y asimismo se indigna si con su sola presencia
no puede herirlo de muerte: porque fuma, no se descubre ante ella y no le cede
el asiento instantáneamente, como impulsado por un resorte. Se considerarán
estas cosas muy triviales, sin embargo, para la verdadera naturaleza de las
sufragistas norteamericanas, es algo capital. Sin duda alguna que sus hermanas
las inglesas se hallan por encima de estas estupideces. Ellas han demostrado
encontrarse a la misma altura en lo que piden y en la voluntad heroica para
sostenerlo. Todo el honor al heroísmo y a la testaruda fuerza de las
sufragettes.
Gracias a sus
enérgicos y agresivos métodos le insuflaron un poco más de vitalidad ciertas
señoras norteamericanas demasiado blandas de carácter y pobres de espíritu.
Pero después de todo, también las sufragettes carecen de un concepto claro de
lo que es verdaderamente la idea de igualdad. ¿No lo comprueba ese tremendo,
gigantesco esfuerzo que están llevando a cabo para conseguir un puñado de
conquistas que beneficiarán a un grupo de mujeres propietarias, sin que nada se
provea para la vasta masa de los trabajadores? Ciertamente, desde su punto de
vista político deben ser forzosamente oportunistas, aceptar por lo pronto lo
menos, la conquista transitoria, por no perderlo todo. Mas como mujeres
inteligentes y liberales, deberán comprender que si el voto es un arma
temporal, las desheredadas lo necesitan mucho más que las de una clase
económicamente superior, quienes desde ya disfrutan de un poder más grande en
virtud de su privilegiada situación económica.
La brillante adalid
de las sufragettes inglesas, Sra. Emmeline Pankhurst, no tuvo a menos de
admitir, en una conferencia pronunciada en Norteamérica, que en política hay
también la división de las clases en inferiores y superiores. Si es así, las
mujeres trabajadoras de Inglaterra ¿qué actitud adoptarán al cobrar fuerza de
ley el proyecto Shackleton (1), que solamente beneficiará a las de una
situación económica superior? ¿Seguirán aquéllas trabajando de común acuerdo
con sus superiores? No es muy probable que las del tipo Annie Keeney, -tan
llena de entusiasmo, de convicción, capaz de realizar los mayores sacrificios
por su causa-, se avengan a cargar con las mujeres de sus patronos, así como
las cargan ya en la faz económica. Y esas clases dominantes tratarán que
siempre sea así, aunque el sufragio univer5al igual para mujeres y hombres se
estableciera en Inglaterra. Hagan lo que hagan los trabajadores en el presente
régimen, siempre serán ellos los que habrán de pagarlo todo. Mas los que aún
creen en el poder del voto, demuestran bastante pequeñez espiritual al querer
acaparar ese poder para ellos solos, sin ninguna consideración para los que lo
necesitan mucho más.
El sufragio en los
Estados Unidos hasta ahora no ha sido más que una cosa aparte, absolutamente
alejada de las necesidades económicas del pueblo. Por eso, Susan B. Anthony,
sin duda un tipo excepcional de mujer, no sólo se demostró indiferente a la
precaria situación de los trabajadores, sino que no vaciló en exhibir su
manifiesto antagonismo, cuando en 1869 aconsejó a las mujeres que ocupasen los
lugares de los tipógrafos en huelga (Equal suffrage, Ora. H. A. Summer). No sé
si su actitud mental pudo cambiar antes de su muerte.
Aquí hay, como es
natural, algunas sufragistas afiliadas con las obreras de Women's Trade Union
League; pero son una pequeña minoría y sus actividades son esencialmente
económicas. Las demás contemplan al proletariado que pena con sus herramientas
-constructoras de la dicha ajena- con el mismo olímpico despego que hace la
sublime providencia. ¿Qué sería de los ricos si no fuera por el trabajo de los
pobres? ¿En qué se convertirían esas parásitas señoras, que derrochan en una
semana lo que sus víctimas ganan en un año? ¿Igualdad? ¿Quién oyó semejante
cosa?
Pocos países han
producido un tan arrogante esnobismo como Norteamérica. Esto se aplica
particularmente a la mujer de la clase media. No solamente se considera igual
al hombre, sino superior en pureza, bondad y moralidad. No hay que asombrarse
entonces que las sufragistas otorguen al voto femenino el más grande poder
milagroso. En su exaltada soberbia no se da cuenta de qué modo se halla
esclavizada, no sólo por el hombre, sino por sus estúpidas nociones sobre la
tradición. El sufragio en nada podrá remediar este caso doloroso; más bien
podrá acentuarlo, como ya está haciéndolo.
Una de las más
grandes líder de los ideales feministas decía que no sólo la mujer tenía
derecho a igual salario al del hombre, sino que también le pertenecía el
salario del marido. Este, al dejar de sostenerla económicamente sería condenado
por la ley a cierto tiempo de prisión, y lo que ganara en la cárcel debería ir
a las manos de su esposa. ¿No es éste otro de los brillantes exponentes de cómo
el voto femenino entiende suprimir los males sociales, los que han sido
combatidos en vano por el esfuerzo colectivo de las mentalidades más ilustradas
del mundo? ¿No es lamentable que el supuesto creador del universo nos haya
presentado este admirable y maravilloso orden de cosas y que asimismo el voto
femenino en manos de la mujer no pueda subvertirlo?
Nada es más
peligroso que la disección de los fetiches. Si nosotros hubiésemos vivido en la
época en que semejantes herejías eran castigadas con la hoguera, no nos
habríamos salvado de aquellos cuya estrechez mental quisiera condenar a muerte
a quien disienta con sus ideas y las nociones preestablecidas. Por lo pronto,
se me ha de presentar como enemiga del movimiento feminista y de la mujer en
general. Repito lo que dije al principio: no creo que la influencia de la mujer
empeore el ambiente político, pero tampoco creo que lo mejore. ¿Y si no puede
enderezar los errores de los hombres, por qué contribuir a perpetrarlos?
La historia puede
ser muy bien una compilación de mentiras; no obstante, algunas verdades
contiene, y éstas son la sola guía para el futuro. La historia de las luchas
políticas llevadas a cabo por el hombre nos demuestra que nada le benefició sin
que le costara largos o graves quebrantos. En una palabra, cada pulgada de
tierra conquistada, le valió un constante combate, una incesante brega para
afianzar sus derechos, y no fue logrado ésto mediante el sufragio. No hay,
pues, razón para creer que la mujer, si quiere escalar las vallas de su propia
emancipación, deberá ser ayudada por el voto político.
En los más sombríos
países, Rusia, con su absoluto despotismo, la mujer llegó a ser igual al
hombre, no a través del voto y si por su voluntad de querer y poder. No
conquistó únicamente para ella un vasto campo de enseñanzas para sus
particulares vocaciones, sino que alcanzó la estima del hombre, su respeto y su
camaradería; y es más, se ganó el respeto, la admiración del mundo entero. Y
ésto no fue por el sufragio y si por su heroísmo, su fortaleza, su
industriosidad y su poder de soportarlo todo en la lucha por la libertad. ¿En
qué país las mujeres que ejercen el derecho del sufragio pueden reclamar para
sí semejante victoria? Cuando consideramos lo que la mujer norteamericana
emprendió y realizó hasta ahora, encontramos que se necesita algo mucho más
poderoso y profundo que el sufragio para que ella obtenga su emancipación.
Hace justamente
sesenta y dos años que un puñado de mujeres en el congreso de Seneca Falls
presentó un plan de reformas y de demandas por las que se exigía el derecho de
tener la misma educación que los hombres y el acceso a varias profesiones,
oficios, etc. ¡Qué triunfo, que empresa más magna fue esta! ¿Quién se atreve a
decir que la mujer es un trasto bueno sólo para los trabajos domésticos? ¿Quién
podrá incurrir en la tontería de sugerir que una u otra profesión no es
adecuada a ella porque carece de capacidad para desempeñarla? Durante 62 años
se amoldó a esta nueva atmósfera, que significa una nueva vida para ella. Y
todo ello sin sufragio, sin el derecho de fabricar leyes, sin el privilegio de
llegar a ser juez, carcelero o verdugo.
Sí, muy bien puedo
ser considerada una enemiga de la mujer; pero si puedo conducirla por un camino
en donde la ilumine la luz de la razón, no he de lamentarme.
La gran desventura
de la mujer no estriba tanto en su inadaptabilidad para desempeñar cualquier
trabajo masculino, sino en que fue desgastando todas sus fuerzas durante una
vida entera, asistida, asesorada por una tradición ancestral y centenaria que
la incapacitó físicamente para concertar la paz con su compañero de ruta, el
hombre. Lo que importa no es el género de trabajo que emprenda, sino la calidad
del trabajo que produzca. En ese sentido el sufragio ni añadirá ni quitará esa
cualidad intrínseca. El desenvolvimiento ideal de sus facultades, su libertad,
su independencia personal deberá ser la obra de su propio intelecto y de sus
propias manos. Primero, afinándose como carácter y como individualidad libre, y
no como un objeto de placer; segundo, rechazando todo derecho que se quiera
imponer sobre su cuerpo; rehusándose a procrear, cuando no se sienta con
necesidad de hacerlo, negarse a ser sierva de dios, del Estado, de la sociedad,
del marido, de la familia, simplificando su existencia tornándola más profunda
y rica en nobleza.
Solamente esto, y
no el voto político, habrá de libertar a la mujer, convirtiéndola en una fuerza
aún desconocida para el mundo; en una lucida y poderosa fuerza para el
verdadero amor, para la verdadera paz, para la verdadera armonía; fuerza de
divino fuego, creadora de vida, del hombre y de la mujer libres.
Notas
(1) Shackleton fue
un miembro del partido laborista cuyo credo luego renegó. La autora hace notar
que el parlamento inglés está lleno de estos judas.
La
prostitución
Nuestros
reformistas hicieron de repente un gran descubrimiento: la trata de blancas.
Los diarios se llenaron de exclamaciones y hablaron de cosas nunca vistas e
increíbles, y los fabricantes de leyes se prepararon para proyectar un haz de
leyes nuevas a fin de contrarrestar esos horrores.
Es altamente
significativo este hecho toda vez que a la pública opinión se le presenta, como
si fuera una distracción más, unos de estos males sociales, enseguida se
inaugura una cruzada contra la inmoralidad, contra el juego de azar, las salas
de bailes, etc. ¿Y cuáles son los resultados de semejantes campañas
aparentemente moralizadoras? El juego aumenta cada vez más, las salas funcionan
clandestinamente a la luz del día, la prostitución se encuentra siempre al
mismo nivel y el sistema de vida de los proxenetas y sus similares se vuelve un
poco más precario.
¿Cómo puede ser que
esta institución, conocida hasta por los niños de teta, haya sido descubierta
recientemente? ¿Qué es, después de todo, este gran mal social, -reconocido por
todos los sociólogos- para que dé lugar a tanto ruido y a tanta alharaca la
publicación de todas esas informaciones?
Resumiendo las
recientes investigaciones sobre la trata de blancas -por lo pronto muy
superficiales- nada de nuevo se descubrió. La prostitución ha sido y es una
plaga sumamente extendida, y asimismo la humanidad continuó hasta ahora imbuida
en sus asuntos, indiferente a los sufrimientos y a la desventura de las
víctimas de ese tráfico infame; tan indiferente como lo fue ante nuestro
sistema industrial, o ante la prostitución económica.
Solamente cuando el
humano dolor se convierte en una diversión, en una especie de juguete de
brillantes colores, el niño que es el pueblo se interesa por él, siquiera un
tiempo determinado; el pueblo es un niño de carácter veleidoso; todos los días
quiere un juguete nuevo. Y el desaforado grito contra la trata de blancas, es
precisamente eso. Le servirá para divertirle durante un tiempo y también dará
lugar a que se instituya una serie de puestos públicos, unos cuantos parásitos
más, que se pasearán por ahí, como detectives, inspectores, miembros investigadores,
etc.
¿Cuál es la
verdadera causa que origina el tráfico de la mujer, no solamente de la blanca,
sino de la negra y la amarilla? Naturalmente es la explotación, que engorda el
fatídico Moloch del capitalismo con una labor pagada a un misérrimo precio, lo
que empuja a miles de jóvenes mujeres, muchachas y niñas de poca edad hacia el
pozo sin fondo del comercio del lenocinio. Es que todas ellas sienten y opinan
como la Sra. Warren: ¿para qué agotar la existencia por la paga de algunos
chelines semanales en un obrador de modista, etc., durante diez, once horas por
día?
Es lógico esperar
que nuestros reformistas no dirán nada acerca de esta causa fundamental.
Comprenden demasiado que son verdades que rinden poco. Es más provechoso
desempeñar el papel del fariseo, esgrimir el pretexto de la moral ultrajada,
que descender al fondo de las cosas.
Sin embargo, hay
una recomendable excepción entre los jóvenes escritores: Reginald Wright
Kauffmong, cuyo trabajo The House of Bondage es uno de los primeros y serios
esfuerzos para estudiar este mal social, no desde el punto de vista sentimental
del filisteísmo burgués. Periodista de vasta experiencia, demuestra que nuestro
sistema industrial no ofrece a muchas mujeres otras alternativas que las de la
prostitución. La heroína femenina que se retrata en The House of Bondage,
pertenece a la clase trabajadora. Si el autor hubiese pintado la vida de una
mujer de otra esfera, se habría hallado con idéntico asunto y estado de cosas.
En ninguna parte se
trata a la mujer de acuerdo al mérito de su trabajo; por eso, ese procedimiento
es todavía más flagrantemente injusto. Es imperiosamente inevitable que pague
su derecho a existir, a ocupar una posición cualquiera mediante el favor
sexual. No es más que una cuestión de gradaciones que se venda a un hombre,
casándose, o a varios. Que nuestros reformistas lo admitan o no, la
inferioridad social y económica de la mujer, es directamente responsable de su
prostitución.
Justamente en estos
días la buena gente se asombró de ciertas informaciones, donde se demostraba
que solamente en Nueva York, de diez mujeres que trabajaban en fábricas, nueve
percibían un salario de seis dólares semanales por 48 horas de trabajo, y la
mayoría de ellas debían afrontar varids meses de desocupación; lo que en total
representaba una suma anual de 280 dólares. Ante estas horribles condiciones
económicas, ¿hay motivo de asombro al constatar que la prostitución y la trata
de blancas se hayan convertido en un factor tan predominante?
Si las precedentes
cifras pueden ser consideradas exageradas, no estará de más escuchar lo que
opinan algunas autoridades en materia de prostitución:
Las múltiples
causas de la creciente depravación de la mujer se hallan en los cuadros
estadísticos, indicando la trayectoria de los empleos ocupados, sus
remuneraciones antes de que se produjera su caída; entonces se dará la
oportunidad para que el economista político decida si la mera consideración de
los negocios es una suficiente disculpa para el patrono que disminuye el nivel
general de los jornales obreros o si bien aumentándolos en un pequeño
porcentaje, los contrabalancea, por la enorme suma de tasas y ex-acciones
impuestas al público sobre los gastos que éste hace al adentrarse -para su
satisfacción- en la vasta maquinación de los vicios, la cual es un resultado
directo, la mayoría de las veces, de una insuficiente retribución del trabajo
honesto.(Dr. Sanger, La Historia de la Prostitución).
Nuestros actuales
reformistas podrían muy bien enterarse del libro del Dr. Sanger. Entre 2,000
casos observados por él, son raros los que proceden de la clase media, de un
hogar en prósperas condiciones. La gran mayoría salen de las clases humildes y
son, por lo general, muchachas y mujeres trabajadoras; algunas caen en la
prostitución a causa de necesidades apremiantes; otras debido a una existencia
cruel de continuo sufrimiento en el seno de su familia, y otras debido a
deformaciones físicas y morales (de las que hablaré después). También para
edificación de puritanos y de moralistas, había entre esos dos mil casos,
cuatrocientas mujeres casadas que vivían con sus maridos. ¡Es evidente que no
existía mucha garantía de la pureza de ellas en la santidad del matrimonio!
El Dr. Blaschko en
Prostitution in the Nineteenth Century, hace resaltar más aún que las
condiciones económicas son los más poderosos factores de la prostitución.
Aunque la
prostitución existió en todas las edades, es el siglo XIX el que mantiene la
prerrogativa de haberla desarrollado en una gigantesca institución social. El desenvolvimiento
de esta industria con la vasta masa de personas que compiten mutuamente en este
mercado de compra y venta, la creciente congestión de las grandes ciudades, la
inseguridad de encontrar trabajo, dio un impulso a la prostitución que nunca pudo
ser soñado siquiera en periodo alguno de la historia humana.
Otra vez Havelock
Ellis, aunque no se incline absolutamente hacia las causas económicas, se halla
empero obligado a admitir que directa o indirectamente éstas vienen a ser uno
de los tantos motivos, y de los principales. Encuentra, pues, que un gran
porcentaje de prostitutas se reclutan entre las sirvientas, no obstante sufrir
menos necesidades. Pero el autor no niega que la diaria rutina, la monotonía de
sus existencias de servidumbre, sin poder compartir nunca las alegrías de un
hogar propio, sea también causa preponderante que las obliga a buscar el recreo
y el olvido en la vida de los ficticios placeres de la prostitución. En otras
palabras, la muchacha que es sirvienta no posee nunca el derecho de
pertenecerse a sí misma; maltratada y fatigada por los caprichos de su ama, no
puede encontrar otro desahogo que el de prostituirse un día u otro, lo mismo
que la muchacha de la fábrica y de la tienda.
La faz más
divertida de esta cuestión que acaba de hacerse pública, es la superabundante
indignación de nuestras buenas y respetables personas, y especialmente de
algunos caballeros cristianos, quienes siempre encabezan esta suerte de
cruzadas y también otras que surjan de cualquier parte o por cualquier motivo.
¿Es que ellos ignoran completamente la historia de las religiones y
particularmente de la cristiana? ¿Por qué razones deberían gritar contra la
infortunada víctima de hoy, desde que es conocido por los estudiosos de alguna
inteligencia que el origen de la prostitución es, precisamente, religioso, lo
que la mantuvo y la desarrolló por varios siglos, no como una vergüenza, sino
como digna de ser coronada por el mismo dios?
Parece que el
origen de la prostitución se remonta a ciertas costumbres religiosas, siendo la
religión la gran conservadora de las tradiciones sociales, la preservó en forma
de libertad necesaria y poco a poco pasó a la vida de las sociedades. Uno de
los ejemplos típicos lo recuerda Herodoto; quinientos años antes de Cristo, en
el templo Mylitta, consagrado a la Venus babilónica, se establecía que toda
mujer que llegase a edad adulta había de entregarse al primer extraño que le
arrojase un cobre en la falda como signo de adoración a la diosa. Las mismas
costumbres existían en el oriente de Asia, en el norte de África, en Chipre, en
las islas del Mediterráneo, y también en Grecia, donde el templo de Afrodita en
Corinto poseía más de mil sacerdotisas dedicadas a su servicio.
El hecho que la
prostitución religiosa se convirtiese en ley general, apoyada en la creencia
que la actividad genésica de los seres humanos poseía una misteriosa y sagrada
influencia para promover la fertilidad de la naturaleza, es sostenido por todos
los escritores de reconocida autoridad en la materia. Gradualmente y cuando la
prostitución llegó a ser una institución organizada bajo la influencia del
clero, se desarrolló entonces en sentido utilitario, coadyuvando así a las
rentas públicas.
El Cristianismo, al
escalar el poder político cambió poco semejante estado de cosas de la
prostitución. Los meretricios bajo la protección de las municipalidades se
encontraban ya en el siglo XIII. Los principales jefes de la Iglesia los
toleraron. Constituían esas casas de lenocinio una especie de servicio público,
cuyos dirigentes eran considerados como empleados públicos. (Havelock Ellis, Sex and Society).
A todo esto débese
agregar lo que escribe el Dr. Sanger en su libro citado anteriormente:
El Papa Clemente
II, dio a la publicidad una bula diciendo que se debía tolerar a las
prostitutas, porque pagaban cierto porcentaje de sus ganancias a la Iglesia.
El papa Sixto IV
fue más práctico; por un solo meretricio que él mismo mandó construir, recibía
una entrada de 20,000 ducados.
En los tiempos
modernos la Iglesia se cuida más, respecto a este asunto. Por lo menos
abiertamente no fomenta el comercio del lenocinio. Encuentra mucho más
provechoso constituirse en un poder casi estatal, por ejemplo la Iglesia de la
Santísima Trinidad, y alquilar a precios exorbitantes las reliquias de un
muerto a los que viven de la prostitución.
Aunque desearía
mucho extenderme sobre la prostitución de Egipto, de Grecia, de Roma y de la
que existió durante la edad media, el espacio no me lo permite. Las condiciones
de este último periodo son particularmente interesantes, ya que el lenocinio se
organizó en guildas -asociaciones gremiales- presidido por el rey de un
meritricio. Estas corporaciones empleaban la huelga como medio de mantener
inalterable sus precios. Por cierto es algo mucho más práctico que el usado por
los explotadores modernos de ese mismo tráfico.
Pero sería
demasiado parcial y superficial por nuestra parte, sostener que el factor
económico es la única causa de la prostitución. Hay otros no menos importantes
y vitales. Los mismos reformistas los reconocen, mas no se atreven a
discutirlos, ni hacerlos públicos, y menos aumentar esa cuestión, que es la
savia de la verdadera vida del hombre y de la mujer. Me refiero al tema sexual,
cuya sola mención produce ataques espasmódicos en la mayoría de las personas.
Se concede que una
mujer es criada más para la función sexual que para otra cosa; no obstante se
la mantiene en la más absoluta ignorancia sobre su preponderante importancia.
Cualquier cosa que ataña a este asunto se ie suprime con aspaviento, y la
persona que intentara llevar la luz a estas espesas tinieblas, sería procesada
y arrojada a la cárcel. Sin embargo, sigue siendo incontrovertible que mientras
se continúe en la creencia que una joven no debe aprender a cuidarse a sí
misma, ni debe saber nada acerca de la más importante función de su vida, no
tiene que sorprendernos que llegue a ser fácil presa de la prostitución, o de
otra forma de relaciones, que la reducen a convertirse en un mero instrumento
sexual.
A esta criminal
ignorancia se debe que la entera existencia de una joven resulte deformada y
estropeada. Desde hace tiempo la gente se halla convencida que un muchacho, en
su adolescencia, sólo responde al llamado de su naturaleza, es decir, tan
pronto como despierta a la vida sexual puede satisfacerla; pero nuestros
moralista se escandalizarían al sólo pensar que una muchacha de esa edad
hiciese lo mismo. Para el moralista la prostitución no consiste tanto en el
hecho que una mujer venda su cuerpo, sino en que lo venda al margen del hogar,
del matrimonio. Este argumento no muy
infundado, ya que lo prueban la cantidad de casamientos por conveniencias
monetarias, legalizados, santificados por la ley y la opinión pública; mientras
que cualquier otra unión, aun siendo más desinteresada y espontánea, será
considerada ilegítima, y por ende condenada y repudiada. Y eso que la
prostitución, definida con propiedad, no significa otra cosa que la
subordinación de las relaciones sexuales a la ganancia. (Guyot, La
Prostitución).
Son prostitutas
aquellas mujeres que venden su cuerpo, ejerciendo actos sexuales y haciendo de
ellos una profesión (Banger, Criminalité et Condition Economique).
En efecto, Banger
va más allá; sostiene que el acto de prostituirse es intrínsecamente igual para
el hombre y la mujer que contrae matrimonio por razones económicas.
Naturalmente, el
matrimonio es el único fin a que tienden todas las jóvenes, pero a miles de
muchachas, cuando no pueden casarse, nuestro convencionalismo social las
condena al celibato o a la prostitución. Y la naturaleza humana afirma siempre
su improrrogable derecho, sin cuidarse de las leyes; ya que no existen razones
plausibles para que esa naturaleza se adapte a una pervertida concepción de
moralidad.
Generalmente la
sociedad considera el proceso sexual del hombre como un atributo de su propio
desarrollo viril; entre tanto, lo que idénticamente se realiza en la vida de la
mujer es mirado como una de las más terribles calamidades: la pérdida del
honor. y todo lo que es bueno y noble en la criatura humana. Esta doble
modalidad moral tuvo no poca participación en la creación y perpetuación de la
prostitución. Ello entraña mantener a la juventud femenina en una absoluta
ignorancia de la cuestión sexual, con el pretexto de la inocencia, junto con
una represión anormal de los deseos genésicos, lo que contribuye a originar
morbosos estados de ánimo, que nuestros puritanos particularmente ansían evitar
y prevenir.
Tampoco la venta de
los favores sexuales ha de conducir necesariamente a la prostitución; es más
bien responsable la cruel, despiadada, criminal persecución llevada a cabo por
los poderosos contra la masa de los vencidos; los primeros tienen aún el
cinismo de divertirse a costa de los últimos.
Muchachas, todavía
niñas, que trabajan amontonadas, en talleres, a veces con temperaturas
tórridas, durante diez o doce horas al pie de una máquina, forzosamente deben
hallarse en una constante sobreexcitación sexual. Muchas de esas muchachas no
poseen hogares confortables ni nada parecido; al contrario, viven en continua
penuria; entonces la calle o cualquier diversión barata le servirá para olvidar
la rutina diaria. Todo esto trae como consecuencia natural la proximidad de los
dos sexos. Es pues, muy difícil afirmar cuál de los dos factores condujeron a
ese punto culminante de la sobreexcitación sexual de la joven; mas el resultado
será el mismo. Ese es el primer paso hacia la prostitución. No es ella la
responsable, por cierto. Al contrario, esa falta recae sobre la sociedad; es la
total carencia de comprensión; nuestra falta de una justa apreciación de los
sucesos de la vida; especialmente la culpa es del moralista, que condena a la
que cayó para una eternidad, solamente porque se desvió del sendero de la
virtud; eso es, porque realizó su primera experiencia sexual sin la sanción de
la iglesia y del Estado.
Ella se sentirá
completamente al margen de la vida social, que le cerrará las puertas. Su misma
educación y todo lo que se le ha inculcado, hará que se reconozca una
depravada, una criatura caída para siempre, sin el derecho a levantarse más,
sin que nadie le extienda la mano; al contrario, se tratará de hundirla cada
vez más. Es así como la sociedad crea las víctimas y luego vanamente intenta
regenerarlas. El hombre más mezquino, el más corrompido y decrépito podrá aún
considerarse muy bueno para casarse con una mujer, cuya gracia comprará muy
ufano, en vez de pensar que puede salvarla de una vida de horrores. Tampoco
podrá dirigirse a su hermana la honesta en busca de amparo, de auxilio moral;
ésta, en su estupidez, teme mancillar su pureza y castidad, no comprendiendo
que en muchos aspectos su posición es más lamentable que la de su hermana en la
calle.
La mujer que se
casa por dinero, comparada con la prostituta, es verdaderamente un ser
despreciable, dice Havelock Ellis. Del mismo modo se prostituye, se le paga
menos, en cambio, por su parte retribuye mucho más en trabajo y cuidados y se
halla atada a un solo dueño. Por empezar, la prostituta nunca firma un
contrato, por el cual pierde todo derecho sobre su persona, conserva su
completa libertad de entregarse a quien quiere, no obstante hallarse obligada
siempre a someterse a los brazos de los hombres.
No se trata mejor a
esa mujer casada, si llegan a su noticia las palabras de la apología de Lecky,
al decir de la prostituta: aun cuando sea la suprema encarnación del vicio, es
también la más eficiente salvaguarda de la virtud: gracias a ella, cuántos
hogares aparentemente respetables escaparon de ser corrompidos, mancillados por
prácticas antinaturales; sin ella, estas aberraciones del sentido genésico
abundarían más de lo que se puede suponer.
Los moralistas se
hallan siempre dispuestos a sacrificar una mitad de la raza humana para
conservación de algunas miserables instituciones que ellos no pueden hacer
prosperar. En rigor, la prostitución no representa tampoco una salvaguarda más
para asegurar la pureza del hogar, como no lo representan esas mismas leyes,
cuyos efectos pretende contrarrestar. Casi el cincuenta por ciento de los hombres
casados frecuentan los prostíbulos o los patrocinan. Es a través de este
virtuoso elemento que las casadas -y aun los niños- contraen enfermedades
venéreas. Asimismo no tiene ninguna palabra de condenación para el hombre,
mientras que para la indefensa víctima, la meretriz, no hay ley lo
suficientemente monstruosa que la persiga y la condene. No es solamente la
presa de los que la poseen, durante el ejercicio de su profesión; lo es también
de cada policía y de cada miserable detective que la persiga, de los
oficialitos de los puestos de policía y de las autoridades de todas las
cárceles a donde llegue.
En un reciente
libro, escrito por una mujer que regenteó una de esas casas, se puede hallar la
siguiente anotación: Las autoridades del lugar me obligaban a pagar todos los
meses, en calidad de multa de $14.70 a $29.70; las pupilas debían pagar de
$5.70 hasta $9.70 solamente a la policía. Si se tiene en cuenta que la autora
hacía sus negocios en una ciudad pequeña, las sumas que cita no comprenden las
extras en forma de contravenciones, coimas. etc.; de lo que se puede deducir la
enorme renta que reciben los policías de los departamentos, extraídas,
sonsacadas del dinero de esas víctimas, que ellos tampoco desean proteger. Guay
de la que se rehúse a oblar esa suerte de peaje; será arrastrada como ganado,
aunque no fuera más que para ejercer una favorable impresión sobre los honestos
y buenos ciudadanos de esas ciudades, o también para obedecer a las autoridades
que necesitan cantidades extras de dinero. además de las lícitas. Para las
mentalidades enturbiadas por los prejuicios que no creen a la mujer caída
incapaz de emociones, les será imposible imaginarse, sentir en carne propia la
desesperación, las afrentosas humillaciones, las lágrimas candentes que vierte
cuando la hunden cada vez más en el fango.
¿Parecerá acaso
extraño que una mujer que regenteara una de esas casas sepa expresarse tan bien
con tal vehemencia, sintiendo de tal manera? Más extraño me parece el proceder
de este buen mundo cristiano que supo sacar provecho, trasquilar, hacerle pagar
su tributo de sangre y dolor a semejante criatura y luego no le ofrece otra
recompensa que la detracción y la persecución. ¡Oh la caridad de este buen
mundo cristiano!
Se está
investigando con mucha violencia contra la trata de blancas que se importa
desde Europa a Norteamérica. ¿Cómo podrá conservarse virtuoso este país si el
viejo mundo no le presta su ayuda? No niego que en una pequeña parte sea esto
verdad, tampoco niego que existen emisarios en Alemania y en otras naciones
haciendo su innoble comercio de esclavas con los Estados Unidos. Pero me niego
absolutamente a creer que este tráfico asuma apreciables proporciones, en lo
que respecta a Europa. Si es verdad Que la mayoría de las prostitutas de Nueva York
son extranjeras, sucede también por lo mismo que la mayoría de su población
está compuesta de extranjeros. Desde el momento que se va a otra ciudad del
territorio norteamericano, Chicago, por ejemplo, encontraremos que las
prostitutas extranjeras se hallan en ínfima minoría.
Igualmente
exagerada es la creencia basada en que la mayoría de las mujeres que comercian
sus encantos en las calles de esta ciudad, ejercitaban el mismo tráfico en sus
países respectivos antes de venir a Norteamérica. Muchas de estas muchachas
hablan un excelente inglés, se americanizaron en sus modales y su vestir, lo
que es un fenómeno imposible de adaptación, de verificarse, a menos que hayan
permanecido bastantes años en este país. Lo cierto es esto, que fueron
arrastradas a la prostitución por las condiciones del ambiente norteamericano,
a través de las costumbres norteamericanas, inclinadas a un lujo excesivo, a la
afición desmedida por sombreros y vestidos vistosos, y naturalmente para todas
estas cosas se necesita dinero, un dinero que no se gana en las fábricas, ni en
las tiendas.
En otras palabras,
no hay razón para creer que ningún grupo comercial de hombres deseen correr los
riesgos de gastos exorbitantes para importar aquí productos extranjeros, cuando
por las mismas condiciones del ambiente el mercado rebasa con miles de
muchachas del país. Por otra parte, hay también pruebas suficientes para
afirmar que la exportación de mujeres jóvenes norteamericanas, no es tampoco un
factor desdeñable.
Ahí está un ex
secretario de un juez de Cook County, III., Clifford G. Roe, quien acusó
abiertamente que se embarcaban muchachas del Estado de Nueva Inglaterra para el
exclusivo uso de los empleados del Tío Sam en Panamá. Mr. Roe agregaba que le
pareció que había un ferrocarril subterráneo entre Boston y Washigton, en el
que continuamente viajaban mujeres de esas. ¿No es muy sugestivo que esa línea
ferroviaria vaya a morir en el centro y en el corazón de las autoridades
federales? Ese Roe dijo mucho más de lo que se deseaba en las esferas
oficiales, y la prueba es que al poco tiempo fue destituido. No es muy sensato
que los empleados de la administración nacional se pongan a narrar cierta clase
de cuentos.
Las excusas que se
adujeron para aminorar la gravedad de este suceso, estribaban en las
particularidades climatológicas de Panamá y en que allí no existía ningún
meretricio. Es el sólito sofisma, la sólita hoja de parra con la que un mundo
hipócrita quiere escudarse porque no se atreve a enfrentar la verdad.
Después de Mr. Roe
se halla James Bronson Reynolds, quien hizo un estudio completo de la trata de
blancas en Asia. Siendo este un típico norteamericano y amigo del futuro
Napoleón estadounidense, Teodoro Roosevelt, se puede asegurar que es el último
hombre que intenta desacreditar las virtudes innatas de su país. Así es como
nos informa sobre los establos de Augias del vicio norteamericano. Hay allí
prostitutas norteamericanas que se pusieron de tal modo en evidencia, que en el
Oriente la American girl es sinónimo de prostituta. Mr. Reynolds le hace
recordar a sus conciudadanos que mientras los norteamericanos en China se
hallan bajo la protección de sus cónsules, los chinos en Estados Unidos están
completamente desamparados. Todos los que conocen las brutales y bárbaras
persecuciones que la raza amarilla soporta en casi toda la costa del Pacífico,
han de ver con agrado la amonestación de Mr. Reynolds.
En vista de todos
los hechos descriptos, es un poco absurdo señalar a Europa como un foco de
infección, de donde proceden la mayoría de las enfermedades sociales que llegan
a las playas norteamericanas. Y esto es tan absurdo como proclamar que la raza
judía es la que proporciona el más cuantioso contingente de esta desarmada
presa ante todos los apetitos. Estoy segura que nadie podrá acusarme de
nacionalista en ningún sentido. He podido despojarme de este prejuicio como de
otros, de lo que me hallo muy satisfecha. Es por eso que me fastidia oír la
afirmación de que aquí se importan las prostitutas judías, y si protesto acerca
de tal infundio, no es por mis simpatías judaizantes, sino por los rasgos
inherentes de la vida de esa gente, que conozco muy bien. Nadie ha de decir que
las jóvenes judías emigran a tierras extrañas, si no sabe que algún pariente
cercano o lejano ha de acompañarlas. La muchacha judía no es aventurera. Hasta
hace pocos años no abandonaba su hogar, aun para ir a la próxima aldea o
ciudad, donde podía visitar a alguien de su relación. ¿Es entonces probable que
una joven judía deje su familia, viaje miles de millas hacia tierras
desconocidas bajo la influencia de promesas y de fuerzas extrañas? Id si
queréis hacia esos grandes transatlánticos y comprobad si esas muchachas no
llegan acompañadas con sus parientes, hermanos, tías o familias amigas. Habrá
excepciones, naturalmente, pero de ahí a establecer que un gran número de
jóvenes judías vienen importadas con el propósito de la prostitución y de cosas
parecidas, es desconocer completamente la sicología hebrea.
Los que viven en
casas de cristal no deberían arrojar piedras al techo de las ajenas; además,
los cristales norteamericanos son un poco delgados y pueden romperse
fácilmente, y en el interior no habrá cosas placenteras para ser exhibidas en
público.
Adjudicar el
aumento de la prostitución a la alegada importación extranjera, al hecho de
extenderse cada vez más el proxenetismo, es de una superficialidad abrumadora.
Como ya me referí al primer factor, el segundo, los proxenetas, detestables
como son, no se debe ignorar que forma parte esencialmente de una fase de la prostitución
moderna, fase acentuada por las persecuciones y los castigos resultantes de las
esporádicas cruzadas llevadas a cabo contra ese mal social.
El proxeneta, no
dudando que es uno de los miserables especimenes de la familia humana, ¿en qué
manera puede ser más despreciable que el policía, quien le arranca hasta el
último centavo a la pobre trotadora de la calle para luego conducirla presa
todavía? ¿Cómo el proxeneta ha de ser más criminal, o una más grande amenaza
para la sociedad cuando los propietarios de grandes almacenes, de tiendas o
fábricas, buscan sus víctimas entre el personal femenino para satisfacer sus
ansias bestiales y después enviarlas a la calle? No intento defender al
proxeneta de ningún modo, mas no comprendo por qué se le ha de dar caza
despiadadamente, cuando los verdaderos perpetradores de las iniquidades
sociales gozan de inmunidad y de respeto. Entonces, hay que recordar muy bien
que ellos también contribuyen a hacer a las prostitutas, no solamente el
proxeneta. Es por nuestra vergonzosa hipocresía que se creó la prostituta y el
proxeneta.
Hasta el año 1894
estaba muy poco difundido en Norteamérica el hombre que vivía exclusivamente de
las mujeres alegres. Por entonces tuvimos unos ataques epidérmicos de virtud.
El vicio debía abolirse y el país purificarse a toda costa. El cáncer social
fue extirpado del exterior para que sus raíces arraigaran más hondamente en el
organismo de la nación. Los propietarios de prostíbulos y sus infelices
víctimas se hallaron a merced de la policía. Se subsiguió la inevitable
consecuencia con exorbitantes multas, las coimas y la penitenciaría.
Las pupilas antes
relativamente amparadas en los meretricios, por representar ellas cierto valor
monetario, se encontraron en la calle como presas indefensas en las manos del
policía groseramente codicioso. Desesperadas, necesitando que alguien las
protegiera amándolas, les fue muy fácil caer en los brazos de los proxenetas,
uno de los productos más genuinos de nuestra era comercial. De ahí que la
modalidad social del proxenetismo no fue más que una excrescencia natural de
las persecuciones de la policía, de las bárbaras puniciones y el intento
siempre frustrado de suprimir la prostitución. Sería absurdo confundir esa faz
moderna de los males sociales con esta última.
La opresión simple
y pura y los proyectos de leyes coercitivas no han de servir más que para
amargar a la infortunada víctima de su misma ignorancia y estupidez, y luego
llevarla a la última degradación. Uno de ellos logró su máxima severidad, proponiendo
que a las prostitutas se les diera el tratamiento de los criminales, y las
cogidas en flagrante, se las penaría con cinco años de cárcel y 10,000 dólares
de multa. Semejante actitud sólo demuestra la obtusa incomprensión de las
verdaderas causas de la prostitución, como factor social, como también esto es
una manifestación del puritánico espíritu de otros días sangrientos en la
historia del puritanismo.
No existe un
escritor moderno que al tratar este asunto no señale la completa futilidad de
estos métodos legislativos con sus innumerables medios de coerción. El Dr.
Blaschko dice que las represiones gubernativas y las cruzadas moralizadoras
nada consiguen más que dispersar el mal social que quieren combatir por miles
de otros conductos secretos, multiplicando así los peligros para la sociedad.
Havelock Ellis. el temperamento más humanitario y el estudioso más profundo de
la prostitución, nos hace comprobar con el fehaciente testimonio de citas
históricas, que cuanto más drástico es el método de represión, mucho más
empeora las condiciones de ese mal. Entre una de esas citas se halla la
siguiente: En 1560 Carlos IX abolió con un edicto todos los prostíbulos; pero
el número de las meretrices no hizo más que aumentar, mientras otras casas de
lenocinio fueron apareciendo clandestinamente, siendo mucho más peligrosas que
las anteriores. A despecho de esa legislación, o por causa de ella, no hubo
país entonces en el que la prostitución se extendiera con más fuerza, jugando
un rol preponderante. (Sex and Society).
Solamente una
opinión pública inteligentemente educada, que deje de poner en práctica el
ostracismo legal y moral hacia la prostitución, ha de coadyuvar al mejoramiento
del presente estado de cosas. Cerrar los ojos por un falso pudor y fingir ignorancia
ante este mal y no reconocerlo como un factor social de la vida moderna, no
hará más que agravarlo. Debemos estar por encima de la estúpida noción soy
mejor que tú, tratando de ver en la prostituta solamente a un producto de las
condiciones sociales. Semejante actitud por parte nuestra, al desterrar para
siempre toda postura hipócrita, establecerá una más amplia comprensión,
haciéndonos espiritualmente aptos para otorgarle un trato más humanitario, casi
fraternal a esas desventuradas.
Respecto a la total
extirpación de la prostitución, nada, ningún método podrá llevar a cabo esa
magna empresa, sino la más completa y radical trasmutación de valores, en la
actualidad falsamente reconocidos como beneficiosos -especialmente en lo que
atañe a la parte moral- junto con la abolición de la esclavitud industrial, su
causa causarum.
Mayorías
y minorías
Si hubiera que
juzgar sumariamente la tendencia de nuestro tiempo, diría simplemente:
Cantidad. La multitud, el espíritu de la masa domina por doquier, destruyendo
la calidad. Nuestra vida entera descansa sobre la cantidad, sobre lo numeroso:
producción, política y educación. El trabajador, que en un tiempo tuvo el
orgullo de la perfección y de la calidad de su trabajo, ha sido reemplazado por
un autómata incompetente, privado de cerebro, el cual elabora enormes
cantidades de cosas sin valor ninguno, y generalmente insultantes, en su
grosería y ordinariez, para la humanidad. Todas esas cantidades, en vez de
hacer la vida más confortable y plácida, no hicieron más que aumentar para el
hombre la mole de sus preocupaciones angustiosas.
En política nada
más que cantidad; esto sólo importa. En la proporción que desconocen, ya sean
sus principios, sus ideales, sus postulados de justicia, van siendo suplantados
por la esencia formal del número, de lo numeroso. En la lucha por la supremacía
de los varios partidos políticos mutuamente se ponen trampas, se engañan,
perpetran las más sombrías maquinaciones unos contra otros en la certera
confianza que el que obtenga el éxito final será proclamado victorioso por la
mayoría. ¡Y a expensas de qué cosas, con cuánto detrimento de toda dignidad y
decencia se alcanza este momento! No hemos de ir muy lejos en busca de prueba
para este doloroso caso.
Jamás la
corrupción, la completa podredumbre fue tan evidente en el aparato gubernativo;
jamás el pueblo norteamericano se vio obligado a enfrentarse con la naturaleza
de Judas de nuestras corporaciones políticas, las que durante años reclamaron
para sí el dictado de pereza intachable, tildándose sostenes salvaguardadores
de nuestras instituciones y los verdaderos protectores de los derechos y de la
libertad del pueblo.
Pero cuando los
crímenes de ese partido político se muestran a la luz del día, tanto que el más
ciego no dejaría de notario, le será suficiente lanzar sus sólitas promesas
deslumbrantes y reunir los candidatos que gozan de más favor público para que
se asegure su supremacía. La verdadera víctima engañada, traicionada, no sabe
decidirse en contra, sino en favor de la victoria. Espantados algunos se
preguntan: ¿cómo pueden las mayorías traicionar de esa manera las tradiciones
de la libertad norteamericana? ¿Dónde se halla su capacidad de juicio y de
razón? Justamente las mayorías no razonan, son incapaces de formular un juicio propio.
Carentes de originalidad y de valor moral, las mayorías siempre depusieron en
manos ajenas sus particulares destinos, incapaces de cargar con la menor
responsabilidad, siguen a sus pastores hasta cuando las conducen a la
destrucción, a su aniquilamiento. Tenia razón el doctor Stockman, el de Los
puntales de la Sociedad: Los más peligrosos enemigos de la Libertad y la
Justicia en nuestro medio son las mayorías compactas, las malditas compactas
mayorías. Sin ambición, ni iniciativa, esas masas compactas nada odian más que
el espíritu de innovación. Siempre se oponen, condenan y persiguen al
innovador, al descubridor de una nueva verdad.
Es el más repetido
lugar común entre los políticos, incluso los socialistas, que la nuestra es una
era de individualismo de minorías. Sólo que aquellos que sobrenadan en la
superficie de los conocimientos humanos pueden entretenerse y quedar
satisfechos con ese punto de vista ¿Acaso los menos no son quienes acaparan
todo el bienestar del mundo? ¿No son ellos los dueños, los reyes absolutos de
la situación? Su éxito material no se debe, empero, al individualismo, sino a
la inercia, al amilanamiento y a la completa sumisión de las masas. Estas
necesitan ser dominadas, conducidas y reprimidas. Respecto al individualismo, que
en la humana historia nunca tuvo oportunidad de lograr la menor expresión, lo
tiene mucho menos ahora de aparecer de manera normal y sana.
El educador, de
honestos e ideales propósitos, el artista o el escritor de ideas originales, el
hombre de ciencia independiente, el explorador de nuevos dominios del saber, o
el individuo de ideas avanzadas que busca la renovación de la sociedad; a todos
ellos se los empuja diariamente contra la pared invisible de los prejuicios por
hombres cuya sabiduría y facultades creadoras se han vuelto decrépitas con el
tiempo.
Educadores del tipo
de Ferrer no se les tolera en ninguna parte, mientras que los malabaristas de
la educación oficial, a lo Elliot y Butler, resultan ser los perpetuadores de
una era de nulidades y de autómatas. En el orden teatral y literario los ídolos
son Humphrey Wards y Clyde y Fitches, mientras muy pocos conocen o aprecian la
belleza genial de Emerson, Thoreau, Whitman, un Ibsen, un Hauptmann, un Butler
Yeats o un Stephen Philippe. Son como las estrellas solitarias lejos del
horizonte de la multitud.
Editores,
empresarios de teatros y críticos no exigen las cualidades superlativas en la
creación del arte, sino que se preguntan: ¿tendrán mucha venta? ¿será del
paladar del público? Y este paladar es como una hornalla: engulle todo lo que
no necesita masticación mental. De ahí que lo mediocre, 10 vulgar, el lugar
común representan la obra maestra literaria más en boga.
¿Es necesario que
digamos que referente a las bellas artes hemos de encontrarnos con lo mismo? No
hay mas que emprender una jira por nuestros parques para percatarnos de la
fealdad, de la horrible vulgaridad de nuestros artefactos artísticos, en forma
de estatuas y monumentos. Ciertamente, sólo el gusto de las mayorías pueden
tolerar semejante ultraje a la belleza. Falsa en su concepción y mezquina, ñoña
en la ejecución la estaturia que infesta las ciudades norteamericanas tiene
tanta relación con el arte como una confitura de mazapán con la escultura de
Miguel Ángel. El talento artístico, que no se somete a estas preestablecidas
normas de la mentalidad común del público, deseando dar el fruto más original
de su temperamento y luchando para ser fiel, sincero, veraz con la realidad
tratando de ver con sus ojos, será condenado a conducir una obscura y miserable
existencia. Su obra algún día se podrá convertir en el más caro capricho de la
muchedumbre; pero esto no sucede hasta que la sangre de su corazón se haya
vaciado para siempre; hasta que el explorador de nuevos caminos haya dejado de
existir y el tropel de la plebe miope haya extinguido la herencia legada por el
maestro.
Se dice que el
artista de la actualidad no puede darnos verdaderas creaciones, porque, lo
mismo que Prometeo, se halla encadenado a la roca de las necesidades económicas.
Esto puede ser verdad para todas las épocas. Miguel Ángel dependía de su señor
- los Médici- como los pintores y los escultores de nuestro tiempo, excepto que
los entendidos de arte de entonces se hallaban bastante distantes de la
entendida multitud de ahora. Estos se sentían honrados y felices de que el
artista se dedicase todo el tiempo que deseara a cincelarles una urna, un
cáliz, supongamos.
El supuesto mecenas
de nuestros días no posee otro criterio que el valor material de una obra de
arte: el dólar. En nada le atañe la calidad intrínseca de grandes obras y sí la
cantidad de dólares que importa su venta. El financista de Les Affaires sont
les Affaires, dice respecto a varias manchas, paisajes al óleo: Vea qué bueno
es; me cuesta cincuenta mil francos. Igualito que nuestros advenedizos. Las
fabulosas sumas pagadas por las grandes obras que descubre, revela con
elocuencia la pobreza, la vulgaridad de su gusto, de su concepto artístico.
El más imperdonable
pecado para la sociedad es la independencia intelectual. Si esto resalta más en
un país cuyo símbolo es la democracia, también evidencia cuán grande es el
poder de las mayorías.
Wendel Phillips
dijo, hace cincuenta años: En nuestro país de absoluta igualdad democrática, la
opinión pública no es sólo omnipotente, sino omnipresente. No hay un refugio a
donde no llegue esta tiranía, no hay escondrijo donde no nos alcance; y el
resultado es este: se empuña la linterna del griego famoso y se va en busca de
un centenar de norteamericanos, y entre ellos no se encontrará uno que no tenga
algo que ganar o perder por parte de la buena opinión que sustentaran los que
los rodean, ya sea acerca de sus ambiciones, de su vida social y de sus
negocios. La consecuencia se resume en que nosotros, en vez de constituir una
masa de verdaderas individualidades, no somos más que seres que, al temernos
mutuamente, escondemos nuestras propias y más íntimas convicciones; como nación
comparada a otra nación, somos solamente un atajo de cobardes. Con más
intensidad que otros pueblos, experimentamos un miedo cerval de unos hacia los
otros. Evidentemente, en nada cambiaron las condiciones que le sugiriera tan
aguda constatación a Wendel Phillips.
Hoy, como ayer, la
pública opinión es el tirano omnipresente; hoy, como entonces, las mayorías no
representan más que una masa de cobardes, prestos a aceptar aquel que encarne
el espejo de su pobreza mental y espiritual. Esta es la base donde se apoya el
éxito sin precedentes de un hombre como Roosevelt. Entraña el peor elemento de
la psicología plebeya de la masa. El político que conozca a fondo las mayorías,
le importa poco de la integridad doctrinaria de los ideales. Por lo que se
pirra, es la apariencia brillante y espectacular. No es el caso de que se trate
de una exposición canina, el premio por el boxeo o el linchamiento de un negro,
la exhibición insolente de una boda rica de algún heredero multimillonario o la
acrobática elocuencia de algún ex presidente de la nación. Más feas son las
contorsiones mentales, más deliciosas les resultarán a las masas. Así,
Roosevelt, pobre de ideales y vulgar espiritualmente, continúa siendo el hombre
de la hora.
Por otra parte, los
hombres, por encima, muy por encima de estos pigmeos políticos, hombres de
refinada cultura, de facultades creadoras, son reducidos violentamente al
silencio, como si se tratara de personas afeminadas. Es absurdo que se quiera
calificar de individualista la época presente. No es más que una amarga
repetición de una idéntica fenomenología desarrollada a todo lo largo de la historia:
cada esfuerzo de progreso para elevar el nivel de la vida, la ciencia, la
religión, la política, la libertad económica, emanó siempre de las minorías, no
de las mayorías. Hoy, como hace varios siglos, los raros, las individualidades
independientes, son incomprendidas y por ende perseguidas, encarceladas,
torturadas y asesinadas.
El principio de la
fraternidad humana, traído por el agitador de Nazareth, pudo preservar el
germen de una nueva vida, de verdad y justicia, hasta el día que fue una
antorcha de luz para unos pocos.
Desde el momento en
que las mayorías se apropiaron de este gran principio, se convirtió en la
materialización de una ritología que produjo por doquiera sufrimientos y
calamidades incontables. Los ataques llevados a cabo contra la Roma papal por
las colosales figuras de Huss, Calvino y Lutero, fue como una irradiante aurora
en la densa noche. Pero tan pronto como Lutero y Calvino se volvieron políticos
y empezaron a reunir a las pequeñas potencias de la nobleza y apelaron al espíritu
plebeyo de la masa, las grandes posibilidades de la Reforma fueron desviadas de
su natural cauce. Ellos pudieron captarse el éxito de las mayorías, pero se
comprobó una vez más que éstas no eran menos sanguinarias en las persecuciones
contra el pensamiento y la razón que el monstruo del catolicismo. ¡Guay de los
herejes, de la minoría, que no se plegase a los dictados de sus dogmas! Después
de una constante lucha y de un tesón infinito, la mentalidad humana se ha más o
menos libertado del fantasma religioso; las minorías otra vez emprendieron
nuevas conquistas y las mayorías se hallan en pos de ellas, ladrándoles,
gravadas por el peso muerto de las verdades que con el andar del tiempo
resultaron falsas.
Políticamente, la
raza humana se encontraría actualmente en una absoluta esclavitud si no fuera
por los héroes que surgen de cuando en cuando: un John Bulls, Wat Tylers,
Guillermo Tell y las numerosas individualidades gigantescamente libres que
combatieron a pie firme contra el poder de los tiranos y de los reyes. Sin la
pléyade de las mentalidades independientes, que vivían y pensaban más allá de
su época, el mundo nunca hubiese sido sacudido radicalmente por esa tormentosa
ola: la Revolución francesa. Los grandes acontecimientos de la historia siempre
fueron precedidos por otros más pequeños, infinitesimales. De ahí que la
elocuencia enardecida de un Camilo Desmoulin fuese como el toque de trompetas
ante los muros de Jericó, arrasando el emblema de las injusticias, de las
torturas y de los horrores de la Bastilla.
En todo periodo que
se inaugura son los menos los portabanderas de las grandes y nuevas ideas, del
esfuerzo precursor de la liberación. No es, por cierto, la masa que, al
contrario de ellos, sirve de lastre y les impide moverse tanto como quisieran.
Esta verdad resalta
con mucha más fuerza en Rusia que en cualquier otro país. Miles de vidas fueron
las sacrificadas por ese régimen de sangre y terror, y aún no ha sido aplacado
el monstruo del trono. ¿Cómo pueden suceder semejantes cosas, cómo puede darse
que la cultura, las ideas, todo lo que hay de más noble en sentimientos, en
emocionados ideales se encuentre sometido a ese yugo de hierro. Las mayorías,
las compactas mayorías, la somnolencia de las masas; el campesino ruso, después
de un centenar de años de lucha, de sacrificios, de una miseria indecible,
todavía cree que la cuerda que ahorca al hombre blanco, de blancas manos, le
trae fortuna.
En las luchas
norteamericanas por la libertad las mayorías no dejaron de ser uno de los
mayores obstáculos. Hasta en nuestros días las ideas de Jefferson, de Patrick
Henry, de Tomás Paine son negadas y vendidas por poco precio por las mayorías.
La masa no las necesita. La grandeza y el coraje de Lincoln ha sido olvidado
por el hombre que creó tal escenario del panorama actual. Los verdaderos héroes
santos para los negros se hallan representados por un puñado de luchadores de
Boston: Lloyd Garrison, Wondell Phillips, Thoureau, Margaret Fuller y Theodoro
Parker, cuya doctrina valerosa culminó en la gigantesca figura de John Brown.
Su incansable espíritu batallador, su elocuencia y perseverancia fue minando el
poder de los propietarios del sur. Lincoln y sus secuaces llegaron cuando la
abolición ya era un hecho consumado y reconocido por casi todos.
Hará unos cincuenta
años que una idea, cual rudo meteoro, hizo su aparición en el horizonte social
del mundo, una idea que iba muy lejos, enteramente revolucionaria, que lo
abarcaba todo en un solo abrazo y que tuvo la suprema virtud de infundir terror
en los corazones de los tiranos y hacer temblar las tiranías. Por otra parte,
era ella un mensaje de alegría, de una grandiosa esperanza para los millares de
desheredados. Los poseídos de estas ideas, los hombres de mentalidad más
avanzada, los precursores, conocían lo abrupto del camino que deberían
recorrer; y lo soportaron todo: oposición, las persecuciones y dificultades
casi insuperables; pero orgullosos y sin temor alguno marchaban hacia adelante,
siempre hacia adelante ... Ahora esta idea se ha convertido en algo corriente,
manoseado, un verdadero lugar común. Actualmente, casi todo el mundo es
socialista, el hombre rico, así como la pobre víctima que explota; los que
hacen las leyes, como las autoridades, y el infortunado delincuente; el libre
pensador, así como el perpetrador de las falsedades religiosas, la señora a la
moda, así como su sirvienta. ¿Por qué no? Ahora que la verdad de hace cincuenta
años se ha convertido en una mentira; ahora que se mustió, se apagó todo lo que
había en ella de juvenil frescura y se le robó sus fibras más vigorosas, su
fuerza revolucionaria y su ideal humanitario, ¿por qué no? Ahora no es más que
una bella visión, rumorosa, de inefable poesía, sino un plan práctico y
realizable, sobre el que descansan las mayorías, ¿por qué no? La astucia
política sabe muy bien cantar las loas de la masa; dice: Las pobres mayorías,
la ultrajada, la maltratada, pobre de este gigante si no quisiera seguirnos a
nosotros.
¿Quién no oyó esta
misma letanía varias veces y en todo tiempo? ¿Quién no se sabe de memoria este
invariable estribillo en los labios de todos los políticos? Que la masa sangra
por cada paso que da, que se la roba y se la explota, lo se tanto yo como esos
que mendigan votos. Pero insisto que no es ese grupo de parásitos, sino la masa
la culpable de este terrible estado de cosas. Se cuelga del cuello de sus amos
y ama el látigo y es la primera en gritar: ¡crucificad! en el momento que una
voz se levanta para protestar contra la sacrosanta autoridad y el capitalismo u
otra institución igualmente caduca. Ya no existiría la autoridad y la propiedad
privada si la masa estuviese dispuesta en convertirse en soldados, en policías,
en carceleros y verdugos. El socialista demagogo sabe esto tan bien como yo,
pero sostiene el mito de las virtudes de la mayoría, porque su verdadero
sistema de vida sólo significa la perpetuación del poder autoritario. ¿Y este
último cómo podría ser reconocido como algo, sin el apoyo de lo numeroso? Sí;
la autoridad, la coerción y la ciega obediencia son atributos de la masa; nunca
existirá en ella la libertad o el libre desenvolvimiento de la individualidad
ni jamás podrá nacer de su seno una sociedad libre.
No es que no me
adolore con los oprimidos, con los desheredados de la Tierra, no es porque no
conozco el horror, la vergonzosa e indigna vida que conduce el pueblo, que
repudio las mayorías como una fuerza creadora de bondad. ¡Oh, no, no! Sino que
sé demasiado, que como masa compacta jamás estuvo al lado de la justicia ni de
la igualdad. Suprimió las voces humanitarias, subyugó el espíritu humano y
cargó de cadenas el cuerpo. Como masa, su finalidad principal fue el de hacer
de la vida una cosa uniforme, gris y monótona, convirtiéndola en un árido
desierto. Como masa será siempre la aniquiladora de la libre individualidad, de
la libre iniciativa y de la originalidad. Creo, por eso, en lo que dice
Emerson: La masa es grosera, mentalmente lisiada, perniciosa en lo que exige y
en lo que pide. En vez de adulársela, es necesario fustigarla duramente. Nada
deseo concederle, sino para ejercitarme en ella para dividirla, romperla y
extraer así otras tantas individualidades. ¡Las masas! Son nada más que una
gran calamidad. Para nada deseo las masas, sino hombres valerosos, dignos y
leales, y mujeres amables, dulces y nobles en sus instintos.
En otras palabras,
la viviente verdad de un social y económico bienestar no llegará a
transformarse en realidad, sino por el esfuerzo inteligente, el intrépido valor
de las minorías poseedoras de una perfecta independencia mental, y no por obra
y gracia de las masas.
California
Traducción del
inglés por Gonzalo Lara
¡California, el
oeste dorado siempre joven y hermoso, hay fuerza en tus brazos y fuego en tu
sangre! ¡Sin duda continuarás siendo la irresistible tentación de los hombres!
Viril de miembros y abierta de espíritu, California se ha vuelto rápidamente el
campo donde el Trabajo, ese moderno gladiador, se prepara para la contienda
futura. San Francisco es el gran campo de batalla que crece más desafiante y
rebelde. Pero que Los Ángeles se uniera a la carrera es algo más allá de lo que
un optimista hubiera esperado. Hace dos años Los Ángeles era un asilo de
parásitos y extravagantes, una ciudad cuya población era predominantemente
flotante y sin personalidad propia. El eterno espíritu de la revolución y la
solidaridad de los trabajadores han transformado a la enferma planta de
invernadero en una planta salvaje con sus ramas expandiéndose en busca de más
luz y libertad. El firme, desafiante trabajo, confronta al letal reptil, la
conspiración de los mercaderes y la asociación de industriales, presidida por
el Zar Otis y la agencia de detectives Burns como su instrumento. En verdad, el
trabajo precisa ser desafiante para enfrentarse a esta monstruosa hidra.
¡Queridos camaradas
del 1887, Parsons, Spies, Lingg, Engel y Fischer! Al fin, después de
veinticuatro años, vuestra preciosa sangre está actuando como estímulo para
vuestros hermanos norteamericanos. Nunca antes, ni siquiera durante la cobarde
conspiración de 1903 ha hablado vuestro silencio con más fuerza que ahora en
Los Ángeles y en San Francisco. Nunca antes vuestro mutismo encontró mayor eco,
tan profundo aprecio.
Aún el enemigo
advierte el poder de este silencio. ti mismo enemigo que aplastó a nuestros
hermanos se prepara ahora para repetir su orgía. ¡Los mismos enemigos, y sin
embargo cuán diferentes! Los Gary, Grinnell, Bonfield y los Schaacks son los
mismos, transplantados de Chicago a Los Ángeles. Judas Iscariote es el mismo.
También lo es la prensa mentirosa. El mismo apetito incontenible por la libra
de carne, los mismos métodos infames, la misma bárbara cacería de hombres. Todo
es lo mismo, salvo una cosa: los trabajadores han madurado, son más sabios,
firmes y más solidarios. Y el Capital lo sabe, sabe que no será capaz de repetir
el crimen nefando del 11 de noviembre de 1887. ¡Queridos camaradas, vuestra
heroica muerte no ha sido en vano!
El eterno espíritu
de la revolución que se manifiesta en la lucha de los trabajadores de la costa
oeste ha sido robustecida por un espíritu aún más amplio de alcances más
poderosos en expresión que viene del Sur a través de la frontera. La Revolución
en México, el acontecimiento más preñado de nuestros días. Nadie se deje
engañar por una prensa mentirosa que aspira a convertir a ese gran levantamiento
en una algarada política. No, no, es el humillado, explotado y mancillado peón
que se despierta a su hombría. Es la eterna víctima del dinero y el poder que
ahora canta una canción que os levanta asombrados de vuestros soñolientos
retiros.
¡Hasta que vuestro
corazón, vuestro cobarde corazón, vuestro corazón traidor, palpite con terror!
¡Tierra y Libertad!
es el grito de guerra de los rebeldes mexicanos. ¡Qué otra llamarada más grande
o sublime puede servir de causa para encender el fuego de la rebelión! ¡Qué
otra causa puede merecer el apoyo de todos los verdaderos revolucionarios!
Y sin embargo es
tan ominoso el veneno de la prensa que la gente que debería estar mejor
informada, está influenciada por ella y es indiferente al levantamiento más grandioso
de nuestro tiempo.
Quisiera tener la
elocuencia de un Camille Desmoulin, o la pluma de un Marat, para transmitir el
espíritu y la devoción que inspira los heroicos esfuerzos de los rebeldes
mexicanos. Entonces estaría segura de que nadie dejaría de advertir que,
cualquiera que sea el comienzo o el final de la Revolución, ésta ha superado
las limitaciones de las consideraciones políticas, hacía la meta de la
emancipación económica ¡Tierra y Libertad!
Es ésta la gran
aspiración que impulsa a tan sublime abandono tal y como lo manifiestan los
rebeldes mexicanos, y especialmente ese grupo de hombres que contemplan la
verdadera alma de la lucha: Ricardo y Enrique Flores Magón y sus
correligionarios en la Junta Liberal. Tanta energía, casi sobrehumana, en su
esfuerzo, tal devoción gloriosa, tan hermosa perseverancia ¿serán ahogadas en
sangre por la alianza Madero-Taft, o rechazarán los mexicanos tan sangrienta
burla? La respuesta depende con mucho de los trabajadores, los elementos
radicales y, especialmente, de los simpatizantes norteamericanos. En cada uno
de nosotros, que representa las tradiciones revolucionarias del pasado,
descansa la grave responsabilidad del fracaso o la victoria de la Revolución
Mexicana.
Esto entonces será,
y al pueblo incluso se unirán vuestros ejércitos,
Y sobre vuestras
cervices, vuestras testas, vuestras coronas,
Plantaré mi fuerte,
irresistible pie.
Con tan grandes
fuerzas operando en California del Sur no sorprende del todo que la misma
sicología de Los Ángeles haya experimentado tan maravilloso cambio. Basta ya de
estúpida y superflua pérdida de tiempo en lo intrascendente. El eterno espíritu
de la revolución, la huelga general dirigida contra la acción de la
politiquería. Esas son las cuestiones más sensibles a la gente de California,
nada más importa.
La gente de la
Costa ha probado ser leal, pero esta vez se ha superado a sí misma. Once
reuniones en Los Ángeles, ocho reuniones y un debate en San Francisco,
atrajeron enormes multitudes que llenaron los locales con mucha seriedad y
entusiasmo que hasta se aviene una con las penalidades y vicisitudes del
recorrido. El debate fue de particular importancia pues es la primera vez que
el Templo del Trabajo de San Francisco abrió sus puertas a la voz del
Anarquismo, también porque mi oponente, el señor McDevitt, es el único
antagonista socialista durante mi gira que sabe sus manuales y aún algo de
Anarquismo.
Dos reuniones en
San Diego y dos en Fresno, agregadas a las de Los Ángeles y San Francisco
señalan las mejores jornadas de nuestro largo y azaroso viaje. Mejores por
cuanto la asistencia y la distribución de literatura y, aún, por la bienvenida
que se nos tributó, pero mejores sobre todo por la inspiración, el aliento y la
esperanza imbuidas por el indestructible, sempiterno espíritu de la rebelión.
Parece que ha emergido lo mejor de cada uno, según el celo maravilloso y la
devoción con la que cada quien trabajó. Nuestros camaradas en Los Ángeles,
Owen, Cravello, Riddle, Wirth, y otros, pusieron lo mejor de su parte para que
se celebraran las reuniones. El querido y viejo correligionario de San
Francisco, John Gassel, siempre en su puesto, Briesen, Belinsky y muchos más,
no menos activos. Luego Ernest Besselman, incansable y honesto. Mi amable
anfitrión E. E. Kirk, y ... tantos otros que quisiera me alcanzara el espacio
para mencionarlos.
¡California, el
oeste dorado siempre joven! Hay fuerza en tus miembros y fuego en tu sangre. He
probado ambos y estoy bien preparada para enfrentar mi camino hasta el final.
El
primero de mayo en Petrogrado
En 1890 se celebró
en América por primera vez el primero de Mayo como el día de fiesta del Trabajo
internacional. El Día de Mayo llegó a ser para mí un acontecimiento
extraordinario, inspirador como pocos. Ser testigo de la celebración del
Primero de Mayo en un país libre era algo con que se podía soñar o desear con
vehemencia, pero que quizás nunca se realizaría. Y ahora, en 1920 el sueño de
muchos años iba a convertirse en realidad en la Rusia revolucionaria. La
impaciencia me devoraba por presenciar pronto el Primero de Mayo. Fue un día
glorioso; al calor del sol primaveral se iban derritiendo los últimos hielos
del invierno inclemente. Desde muy temprano sonidos musicales me saludaron,
grupos de trabajadores y soldados marchaban por las calles entonando cantos
revolucionarios. La ciudad estaba alegremente adornada: la plaza Uritski,
frente al Palacio de Invierno, era una masa roja y las calles cercanas un
verdadero tumulto de colores. Multitudes compactas se dirigían hacia el Campo
de Marte donde yacían los héroes de la Revolución.
Aunque tenía una
tarjeta-invitación para la tribuna oficial preferí permanecer entre el pueblo
para sentirme una parte de la gran hueste que había llevado a cabo el
acontecimiento mundial. Este era su día, el día de su realización. No obstante
... parecían peculiarmente tranquilos, abrumadamente silenciosos. No había
alegría en su cantar, ni regocijo en su risa. Marchaban mecánicamente,
automáticamente respondían a los claqueurs de la tribuna oficial que gritaban
Hurrah a medida que las columnas pasaban.
Por la noche se iba
a verificar un acto público. Mucho antes de la hora anunciada la plaza Uritski,
frente al Palacio, y las orillas del Neva hervían de gente, reunida para
presenciar el acto al aire libre que simbolizaría el triunfo del pueblo. La
pieza constaba de tres partes: la primera describía las condiciones que
condujeron a la guerra y el rol de los socialistas alemanes en ella; la segunda
reproducía la Revolución de Febrero, con Kerenski en el poder; la última, la
Revolución de Octubre.
Fue una pieza
vivida, real, fascinadora. Se representó en los peldaños del que fue Stock
Exchange, frente a la plaza. En el escaño más alto se sentaban reyes y reinas
con sus cortesanos, a quienes rendían pleitesía militares endosados en vistosos
uniformes. La escena representa una recepción de gala: se anuncia que se va a
construir un monumento en homenaje al capitalismo mundial.
Hay mucho regocijo
y sigue una salvaje orgía de música y danza. Entonces de las profundidades
emergen las masas esclavizadas y trabajadoras, sonando sus cadenas tristemente
en contraste con la música de arriba. Están respondiendo a la orden de
construir el monumento para sus amos: se ven algunos que llevan martillos y
yunques; otros tambalean bajo el peso de enormes bloques de piedra o van
cargados de ladrillos. Los obreros trabajan penosamente en su mundo de miseria
y oscuridad, azotados, para que realicen esfuerzos mayores, por el látigo del
capataz de esclavos, mientras arriba hay luz y alegría y los amos están de
fiesta. La realización del monumento se señala por amplios discos amarillos
levantados en alto en medio del regocijo del mundo que se mueve en la cumbre.
En este momento se
ve una banderita flameando abajo, y una pequeña figura que arenga al pueblo.
Puños amenazantes se alzan y la bandera y la figura desaparecen para reaparecer
en diferentes partes del bajo mundo. Otra vez flamea la bandera roja, ora aquí,
ora allá. Poco a poco el pueblo cobra confianza y se vuelve amenazador. La
indignación y la angustia crecen, los reyes y las reinas empiezan a alarmarse.
Para mayor seguridad se encierran en las ciudades, y el ejército se prepara
para defender la fortaleza del capitalismo.
Estamos en agosto
de 1914. Los gobernantes están otra vez de fiesta y los trabajadores siguen
esclavizados.
Los miembros de la
Segunda Internacional están confabulados con el poder. Permanecen sordos al
alegato de los trabajadores que piden los salven de los horrores de la guerra.
Entonces los acordes del God save the king anuncian la llegada del ejército
inglés. Es seguido por soldados rusos con fusiles y artillería y una procesión
de enfermeras y tullidos, el tributo para el Moloch de la guerra.
El siguiente acto
describe la Revolución de febrero. Banderas rojas aparecen por todas partes,
automóviles blindados se atacan entre sí. El pueblo asalta el Palacio de
Invierno y arría el emblema de la mansión del Zar. El gobierno de Kerenski
asume el poder y el pueblo es arrastrado otra vez a la guerra. Entonces viene
la maravillosa escena de la Revolución de Octubre, con soldados y marineros que
marchan a lo largo del amplio espacio que se extiende ante la construcción de
mármol blanco. Saltan a los peldaños del palacio, hay una breve lucha y las
masas lanzan vítores de triunfo. La Internacional flota en el aire; sube más
alto y más alto en exultantes estruendos de alegría. Rusia es libre; los
trabajadores, soldados y marineros anuncian la nueva era, el comienzo de la
comuna mundial.
Enormemente
conmovedor fue este acto. Pero la inmensa masa permaneció silenciosa. Sólo un
débil aplauso se oyó de la gran muchedumbre. Yo estaba confundida. ¿Cómo
explicar esta sorprendente falta de respuesta? Cuando le hablé a Lisa Zorin
acerca de ello dijo que el pueblo había vivido la Revolución de Octubre y que
la representación teatral era un pálido reflejo de la realidad de 1917. Pero mi
pequeña vecina comunista me dio una versión diferente: El pueblo ha sufrido
tantas desgracias desde octubre de 1917, dijo, que la revolución ha perdido
todo significado para él, La pieza tuvo la virtud de hacer su dolor más acerbo.
Recuerdos
de Kropotkin (1)
Traducción del
francés por Chantal López y colaboración de Omar Cortés en la redacción del
texto en español
Estábamos en Moscú
cuando recibimos una carta de Dmitrov diciendo que nuestro camarada Pedro
Kropotkin (2) estaba abatido por la neumonía. El choque fue muy fuerte, porque
en julio lo habíamos visitado encontrándole gozando de buena salud y de buen
humor. Parecía más joven y muy mejorado en comparación a como lo habíamos visto
en el pasado mes de marzo. La brillantez de sus ojos y su vivacidad demostraban
una salud excelente. La quinta de los Kropotkin era encantadora con el sol de
verano, sus flores y la reverdeciente hortaliza de Sofía. Pedro nos hablaba con
mucho orgullo de su compañera y de su talento como jardinera. Tomándonos a
Sacha (3) y a mí por la mano, nos llevó con una infantil exhuberancia al lugar
en donde Sofía había plantado un tipo especial de lechuga. Logró obtener cabezas
tan gordas como las coles, con hojas rizadas y deliciosas. Nos decía que él
había preparado la tierra, pero que la verdadera experta era Sofía. Su cosecha
de papa, del invierno pasado, fue tan buena que quedó bastante como para
intercambiarla por forraje para su vaca, y hasta para compartirla con sus
vecinos de Dmitrov que tenían pocas legumbres. Nuestro querido Pedro retozaba
por su jardín hablando sobre temas de jardinería como si fuesen acontecimientos
mundiales. El espíritu juvenil de nuestro camarada era contagioso por su
encanto y su alegría.
Por la tarde, en su
estudio, de nuevo fue el sabio y pensador claro y penetrante en su juicio sobre
las personas y los acontecimientos. Discutimos sobre la dictadura, los métodos
impuestos a la revolución por la necesidad y los inherentes a la naturaleza del
partido. Quería que Pedro me ayudase a comprender mejor la situación que
amenazaba hacer derrumbarse mi fe en la revolución y en las masas.
Pacientemente, y con la ternura que se prodiga a un niño enfermo, intentó
calmarme. Afirmaba que no había razón para desesperarse. Decía que comprendía
mi conflicto interior pero que estaba seguro que con el tiempo aprendería a
hacer la distinción entre la revolución y el régimen. Eran dos mundos
diferentes y el abismo entre ellos debía forzosamente ser cada vez más profundo
con el paso del tiempo. La revolución rusa era mucho más grande que la francesa
y con un significado más potente para el mundo entero. Había marcado
profundamente la vida de las masas en todas partes y nadie podía prever la rica
cosecha que la humanidad iba a recolectar. Los comunistas que se adherían
irrevocablemente a la idea de un Estado centralizado estaban condenados a
maldirigir el curso de la revolución. Siendo su meta la supremacía política, inevitablemente
se convirtieron en los jesuitas del socialismo, justificando todos los medios
para lograr sus fines. Sus métodos paralizaban la energía de las masas y
aterrorizaban a la gente. Pero sin el pueblo, sin la participación directa de
los trabajadores en la reconstrucción del país, nada creativo y esencial podría
ser realizado.
Nuestros propios
camaradas, prosiguió Kropotkin, omitieron en el pasado dar una consideración
suficiente a los elementos fundamentales de una revolución social. El factor
básico, en un levantamiento, era la organización de la vida económica del país.
La Revolución rusa demostraba que debíamos prepararnos para ello. Llegó a la
conclusión de que el sindicalismo iba probablemente a proveer a Rusia de lo que
más le faltaba: un instrumento mediante el cual podría efectuarse la
construcción económica e industrial del país. Se refería al
anarco-sindicalismo, indicando que ese sistema, gracias a la ayuda de las
cooperativas, salvaría las revoluciones futuras de los fatales errores y de los
terribles sufrimientos por los cuales pasaba Rusia.
Recordaba vivamente
todo esto al recibir la triste noticia de la enfermedad de Kropotkin. No podía
pensar en partir para Petrogrado sin antes ver de nuevo a Pedro. Enfermeras
eficaces eran escasas en Rusia. Yo podría curarlo, menos no podía hacer para mi
querido maestro y amigo.
Supe que la hija de
Pedro, Alejandra, se encontraba en Moscú y que estaba pronta a partir para
Dmitrov. Ella me informó que una enfermera muy competente, una rusa que estudió
en Inglaterra, estaba encargada de atenderlo. Debido a que en su pequeña quinta
había muchas visitas, me aconsejó no molestar a Pedro por el momento. Ella
partiría para Dmitrov y me informaría por teléfono acerca del estado de su
padre y de si era útil o no mi visita.
Apenas había
llegado a Petrogrado, cuando la señora Ravich me telefoneó para decirme que me
hablaron urgentemente desde Dmitrov. Había recibido un mensaje de Moscú
pidiendo que yo fuera inmediatamente, ya que Pedro se encontraba muy grave.
Durante el trayecto
hubo una terrible tempestad de nieve, lo que ocasionó que el tren llegase a
Moscú con diez horas de retraso. No había tren para Dmitrov hasta el día
siguiente por la noche; y las carreteras estaban bloqueadas por montones de
nieve, tan altos que impedían el paso de los coches. Las líneas telefónicas
estaban interrumpidas y no había medios para llegar o comunicarse con Dmitrov.
El tren de la noche
avanzaba con una lentitud exasperante y se detenía a menudo para cargar
combustible. Eran las cuatro de la madrugada cuando llegamos. Acompañada de
Alejandro Shapiro (4), un amigo íntimo de la familia Kropotkin, y Pavlov, un
camarada del sindicato de los panaderos, me apresuraba hacia la quinta de los
Kropotkin. Pero ... fue demasiado tarde, Pedro había dejado de respirar una
hora antes. Murió a las cuatro de la madrugada, el 8 de febrero de 1921. Su
viuda, desconsolada, me dijo que Pedro había preguntado si yo estaba en camino
y cuándo llegaría. Sofía estaba desmarrida y gracias a la necesidad de cuidar
de ella olvidé el cruel concurso de circunstancias que me habían impedido
prestar el menor servicio al que había impregnado un tan potente impulso a mi
vida y a mi trabajo.
Sofía nos comunicó
que Lenin, informado de la enfermedad de Pedro, había enviado los mejores
médicos de Moscú a Dmitrov, así como víveres y golosinas para el enfermo.
También había ordenado que se le enviaran frecuentes boletines sobre el estado
de Pedro y de publicarlos en la prensa. Triste desenlace: tantas atenciones
dadas en su lecho de muerte al hombre que, por dos veces, había sido perseguido
por la tcheka y que por esa razón fue forzado a tomar un retiro no deseado.
Pedro Kropotkin ayudó a preparar el terreno para la Revolución, pero se le
rehusó participar en su vida y en su desarro1lo; su voz resonó en Rusia a pesar
de la persecución zarista, pero fue ahogada por la dictadura comunista.
Pedro no buscaba,
ni nunca aceptó, favores de ningún gobierno, no toleraba ninguna pompa ni mucho
menos la fastuosidad. Por eso decidimos que el Estado no debía entrometerse en
su entierro para que éste no fuese rebajado por la participación de los
oficiales: sus últimos días en la tierra debía pasarlos sólo en compañía de sus
camaradas.
Schapiro y Pavlov
fueron hacia Moscú por Sacha y los demás camaradas de Petrogrado con el fin de
encargarse de los funerales. Me quedé en Dmitrov para ayudar a Sofía a preparar
a su querido difunto en vista de su traslado a la capital para el entierro.
(...) Hasta el día
en que fue obligado a encamarse, Pedro continuó trabajando en las más difíciles
condiciones sobre su obra La ética, que, pensaba, sería su obra cumbre. Su más
grande pesar, en sus últimos momentos, era que no tuvo un poco más de tiempo
para terminar lo que había empezado hacía años.
En los tres últimos
años de su vida, Pedro había sido apartado de todo estrecho contacto con las
masas, y a su muerte volvía a tomar plenamente contacto con ellas. Campesinos,
obreros, soldados, intelectuales, hombres y mujeres sobre un radio de varios
kilómetros, así como toda la comunidad de Dmitrov, afluía a la quinta de
Kropotkin para rendir un último homenaje al hombre que había vivido entre ellos
compartiendo sus luchas y sus dolores.
Sacha llegó a
Dmitrov con numerosos camaradas de Moscú para asistir al traslado del cuerpo de
Pedro hacia la capital. Nunca el pueblecito había rendido a alguien un homenaje
tan grande como a Pedro Kropotkin. Eran los niños quienes mejor lo conocieron y
amaron por su joven y alegre carácter. Ese día las escuelas cerraron en signo
de duelo para el amigo que se iba. Los niños fueron en gran número a la
estación y, cuando el tren partió lentamente, agitaron sus manos para decir
adiós a Pedro.
En el camino supe
por Sacha que la comisión, encargada de los funerales, que él ayudó a organizar
y de la que era presidente, había sido objeto de múltiples obstáculos por parte
de las autoridades soviéticas. Se le había permitido publicar dos panfletos de
Pedro y sacar un número especial del boletín en su memoria. Más tarde, el
Soviet de Moscú, bajo la presidencia de Kamenev, pidió que los manuscritos de
ese boletín fuesen sometidos a la censura. Sacha, Schapiro y otros camaradas
protestaron diciendo que esos trámites retardarían su publicación. Para ganar
tiempo habían prometido que sólo apreciaciones sobre la vida y el trabajo de
Kropotkin aparecerían en ese boletín. Luego, de repente, el censor se acordó
que tenía demasiado trabajo en curso por el momento y que el asunto debía
esperar su turno. Esto significaba que el boletín no podría aparecer a tiempo
para el entierro; era evidente que los bolcheviques echaban mano a su habitual
táctica dilatoria hasta que fuese demasiado tarde para que el boletín se
repartiera en el tiempo debido. Nuestros camaradas decidieron pasar a la acción
directa. Lenin a menudo se había apropiado de esta idea anarquista, ¿por qué
los anarquistas no la volverían a tomar de él? El tiempo apremiaba y el
objetivo era bastante importante para arriesgar hasta un arresto. Rompieron los
sellos que la Tcheka había colocado sobre la imprenta de nuestro viejo camarada
Atabekian y nuestros amigos trabajaron como hormigas para preparar y sacar el
boletín a tiempo.
El homenaje de
estimación y de afecto para Pedro Kropotkin se transformó, en Moscú, en una
manifestación monstruo. En el momento en que el cuerpo llegó a la capital y fue
depositado en la casa de los sindicatos, así como durante los dos días en que
el difunto fue expuesto en el hall de mármol, hubo un desfile de gentes como
nunca se había visto desde los días de octubre.
La Comisión
Kropotkin había enviado una requisa a Lenin, rogándole liberar temporalmente a
los anarquistas encarcelados en Moscú para que pudieran tomar parte en los
últimos honores rendidos a su maestro y amigo fallecido. Lenin lo había
prometido y el Comité Ejecutivo del Partido Comunista dio la orden a la
Veh-tcheka (la Tcheka rusa) de liberar según su apreciación a los anarquistas
encarcelados, para que participasen en los funerales. Pero la Veh-Tcheka
aparentemente no estaba dispuesta a obedecer, ni siquiera a Lenin o a la
suprema autoridad de su propio partido; preguntó si la comisión podía
garantizar el regreso de los prisioneros a la cárcel. Esta dio una garantía
colectiva. Después de esto, la Veh-Cheka declaró que no había anarquistas
encarcelados en Moscú. En realidad Butirky y la prisión interior de la Tcheka
estaban repletos de nuestros camaradas, arrestados durante una razzia en la
conferencia de Kharkov, a pesar de que esta última, en virtud de un acuerdo
entre el gobierno soviético y Nestor Makhno (5) haya sido oficialmente
permitida. Además, Sacha logró obtener un pase para entrar a la cárcel Butirky
y habló con más de una veintena de nuestros camaradas encarcelados. Acompañado
por el anarquista ruso Yartchuk, visitó también la prisión interior de la
Tcheka de Moscú y ahí tuvo una conversación con Aaron Baron (6), que
representaba en esa ocasión a un gran número de otros anarquistas encarcelados.
Sin embargo, la Tcheka insistía diciendo que no había anarquistas encarcelados
en Moscú.
De nuevo, la
comisión fue obligada a recurrir a la acción directa. En la mañana del
entierro, pidió a Alejandra Kropotkin que telefoneara al soviet de Moscú para
decir que se iba a denunciar públicamente esa falta de palabra y que las
coronas depositadas por los soviets y organizaciones comunistas iban a ser
quitadas si la promesa dada por Lenin no era cumplida.
El gran hall de las
columnas estaba repleto; entre los presentes habían varios representantes de la
prensa europea y americana. Nuestro viejo amigo Henry Aisberg estaba ahí, otro
periodista, Arthur Ransone, representaba al Manchester Guardian. Era seguro que
darían a conocer esa falta de palabra de los soviets. Como se había informado
al mundo entero de los cuidados y atenciones procurados a Pedro Kropotkin por
el gobierno soviético durante su última enfermedad, la publicidad dada a un tal
escándalo debía ser evitada a toda costa. Por eso Kamenev pidió un lapso
prometiendo solemnemente liberar a los anarquistas encarcelados en los
siguientes veinte minutos.
Durante una hora se
retrasó el entierro, las grandes masas de gente en duelo, temblaban bajo el
cruel frío de Moscú, esperando en la calle la Ilegada de los encarcelados
discípulos del gran difunto. Al fin llegaron, pero no eran más que siete de la
cárcel de la Tcheka. No había ni un camarada de la cárcel Butirky. En el último
momento, la Tcheka aseguró a la comisión que habían sido liberados y que ya
estaban en camino. (...) Con un triste orgullo los prisioneros en permiso
llevaban los restos de su camarada y amado maestro. La vasta asamblea en la
calle los recibió con un impresionante silencio. Soldados sin armas, marineros,
estudiantes, niños, organizaciones sindicales representando a todos los
oficios, grupos de hombres y mujeres representando a los intelectuales,
campesinos y muchos grupos anarquistas con sus banderas rojas o negras, una
multitud unida sin coerción, ordenada sin mando, caminó durante dos horas hasta
el cementerio Devichy situado en los alrededores de la ciudad.
En el museo de
Tolstoi, los tonos de la marcha fúnebre de Chopin y un coro formado por los
discípulos del profeta de lasnaia Poliana saludaron el cortejo. En señal de
agradecimiento, nuestros camaradas bajaron sus banderas como homenaje rendido
por un gran hijo de Rusia a otro.
Pasando frente a la
cárcel de Butirky, la procesión se detuvo por segunda vez y nuestras banderas
se inclinaron como testimonio del último saludo de Pedro Kropotkin a sus
valientes camaradas que le hacían señales de despedida a través de las ventanas
enrejadas. En la tumba de nuestro camarada, la expresión espontánea de un
profundo dolor caracterizaba los discursos pronunciados por hombres
representativos de diferentes tendencias políticas. La nota dominante fue que
la muerte de Pedro Kropotkin constituía la pérdida de una potencia moral enorme
tal como ya no existía en nuestro país.
Por primera vez
desde mi llegada a Petrogrado, mi voz era oída en público. Me parecía
extrañamente dura e incapaz de expresar todo lo que Pedro fue para mí.
El dolor que me
causó su muerte estaba ligado a mi desesperanza frente al fracaso de la
revolución que nadie entre nosotros había sido capaz de evitar.
(...) Los siete
detenidos, que habían salido bajo palabra, pasaron la tarde con nosotros y fue
en la noche cuando regresaron a sus celdas. Los guardias, que no los esperaban,
habían cerrado las puertas y se retiraron. Los hombres casi debieron forzar la
entrada, ya que los guardias estaban tan asombrados de ver a los anarquistas
bastante locos como para cumplir una palabra dada por sus camaradas.
Finalmente los
anarquistas de la prisión Butirky no asistieron al entierro. La Veh-Tcheka
afirmó a la comisión que ellos habían rehusado asistir a pesar de que se les
dio la posibilidad. Sabíamos que era una mentira pero, sin embargo, decidí
hacer una visita personal a nuestros prisioneros para escuchar su propia
versión. Esto significaba la odiosa necesidad de pedir un permiso a la Tcheka.
Me llevaron al despacho privado del jefe tchekista que era un muchacho muy
joven, revólver en la cintura y otro sobre la mesa. Se adelantó hacia mí
extendiéndome su mano y llamándome querida camarada. Me dijo que su nombre era
Brenner y que vivió en América, que había sido anarquista y naturalmente nos
conocía muy bien a Sacha ya mí, sabiendo todo acerca de nuestras actividades en
Estados Unidos. Estaba orgulloso de llamarnos camaradas. Naturalmente, ahora
estaba con los comunistas, me explicó, pues consideraba al actual régimen como
un paso dado hacia el anarquismo. La cosa importante, era la revolución y
puesto que los bolcheviques trabajaban para ella, él cooperaba con ellos.
¿Pero, había yo cesado de ser revolucionaria como para rechazar la mano
fraternalmente tendida de uno de sus defensores?
Le contesté que en
toda mi vida nunca había dado la mano a un detective y mucho menos a un policía
que fue anarquista. Había venido con el propósito de obtener un pase para
entrar a la cárcel y deseaba saber si esto era posible.
(...) Se levantó,
salió de la pieza. Esperé media hora preguntándome si era prisionera. A cada
uno su turno en Rusia ¿por qué no yo? De repente escuché pasos y la puerta se
abrió de par en par; un hombre viejo, evidentemente un tchekista, me permitía
entrar en la cárcel Burtirky.
Entre un numeroso
grupo de camaradas encarcelados encontré a varios que había conocido en Ios
Estados Unidos: Fanny y Aaron Baron, Voline (7) y otros que habían trabajado en
América, así como a rusos de la organización Nabat (8) que yo había encontrado
en Kharkov. Un representante de la Veh-Tcheka había ido a verlo, me dijeron, y
les ofreció liberar a algunos de ellos, individualmente, pero no en grupo, tal
como había sido arreglado con la comisión. Nuestros camaradas se opusieron a
esta falta de palabra e insistieron para asistir en grupo al entierro de
Kropotkin. ¡En grupo o nada! El hombre les declaró que debía informar a los
oficiales superiores de su petición y que regresaría pronto con la decisión
definitiva. Pero nunca regresó. Los camaradas decían que esto no tenía ninguna
importancia porque habían tenido su propio mitin en memoria de Pedro Kropotkin
en el corredor de la cárcel, donde lo homenajearon con discursos de
circunstancia y cantos revolucionarios. Con la ayuda de otros prisioneros
políticos, habían transformado la cárcel en una universidad popular, me contó
Voline. Daban clases de ciencia y economía política, de sociología y de
literatura; enseñaban a los prisioneros comunes a leer y a escribir. Bromearon
diciéndonos que de hecho, tuvieron más libertad que nosotros en el exterior y
debíamos envidiarles. Pero temían que esa tolerancia no durara mucho tiempo.
Notas
(1) Extractos de
Living my Life, publicado en Ni Dieu ni maitre, Daniel Guérin.
(2) Piotr Alexevich Kropotkin (1842-1921). Iniciador
de la corriente anarco-comunista, es autor de: La conquista del pan, La moral
anarquista, Campos, talleres y fábricas, Etica, origen y desarrollo, etc.
(3) Sacha,
sobrenombre familiar de Alexandro Berkman (1870-1936); de origen judío-ruso,
emigró a los Estados Unidos en 1888. Queriendo apoyar a los huelguistas en su
lucha contra los esquiroles profesionales dispara en 1892, en Pittsburgh, al
magnate de la siderurgia, Henry Clark Frick, quien resulta ligeramente herido.
Es condenado el lo. de marzo de 1893 a 21 años de cárcel de los cuales purga 14;
fue defendido sin descanso por Emma Goldman. Con ella es arrestado y deportado
en 1919 a la Rusia soviética. En diciembre de 1921, después de la represión de
Kronstadt y la ejecución de Fanny Baron deja Rusia dirigiéndose hacia Alemania
y luego hacia Francia. Enfermo se suicida en Niza (Francia). Es autor de:
Memorias de cárcel de un anarquista en 1912; El mito bolchevique en 1922; El
ABC del comunismo libertario en 1928.
(4) Alexandro
Shapiro (1882-1947). Hijo de un anarquista ruso; secretario de la oficina
internacional anarquista después del Congreso de Amsterdam de 1907. Durante la
revolución rusa fue redactor del periódico Golos Truda con Volin, y miembro del
secretariado de relaciones exteriores. La represión de los anarquistas por los
bolcheviques le obligó a partir hacia Berlín en 1922 en donde anima el grupo de
los anarquistas rusos exiliados. Luego vive en París -en donde colabora en el
Combat Syndicaliste -y después en los Estados Unidos.
(5) Nestor Ivánovich Majnó (1889-1935). Líder
guerrillero originario del pueblo de Guliái-Pole. Como anarco-comunista tuvo
que enfrentarse a las tropas de guardias blancas como a los bolcheviques, ya
que estos últimos no aceptaban ni toleraban la autonomía por la cual pregonaba
Majnó: Reconquistaremos nuestra tierra, no para seguir el ejemplo de los
últimos años y colocar nuestro destino en manos de unos nuevos amos, sino para
tomarlo en las nuestras y conducir nuestras vidas de acuerdo con nuestra
voluntad y nuestras concepciones de la verdad. (Citado en Los anarquistas rusos
de Paul Avrich).
El objetivo de
Majnó era acabar con cualquier clase de dominación y fomentar la
autodeterminación social y económica. Depende de los obreros y campesinos,
decía en una de sus proclamas de 1919, el organizarse y establecer sus
relaciones en todos los aspectos de la vida, de la forma que consideren justa.
(Paul Avrich, Los anarquistas rusos).
Finalmente en 1920,
el 25 de noviembre, los jefes del ejército de Majnó eran capturados por el
Ejército Rojo y ejecutados inmediatamente. Al día siguiente, Trostky ordenó un
ataque contra el cuartel general de Majnó en Guliái-Poie. (...) Durante el
ataque la mayor parte del equipo de Majnó fue hecho prisionero o simplemente
fusilado sobre la marcha. Pero el Batko, personalmente, junto a los restos de
un ejército que había llegado a contar con decenas de miles de hombres, logró
escapar a sus perseguidores. Después de vagar por Ucrania durante la mayor
parte del año, el líder guerrillero, exhausto y todavía malherido, cruzó el río
Dniéster hacia Rumania, llegando posteriormente a París, en donde vivió como
obrero de una fábrica y murió en 1935.
(6) Aaron Baron,
anarquista, participa en la revolución rusa de 1905. Siendo exiliado en Siberia
se evade y se dirige a los Estados Unidos. Regresa a Rusia en 1917. Coedita con
Volin el periódico Nabat en Kharkov. Arrestado por la tcheka con su compañera
Fanny en noviembre de 1920, permanece en la cárcel y en campo de concentración
hasta 1938. Detenido de nuevo no se supo más acerca de su paradero. Fanny Baron
fue fusilada por los bolcheviques en septiembre de 1921.
(7) Vsevolod
Mikalovitch Eichebaum, más conocido por Volin, nació el 11 de agosto de 1882.
Anarquista, redactor en varios periódicos entre los cuales destacan el
semanario Golos Truda y el diario Nabat. Formuló una idea de la Síntesis
Anarquista que consideraba tres aspectos del anarquismo: sindicalismo,
comunismo e individualismo. Es autor de La persecución del anarquismo en la
Rusia Soviética y de La Revolución desconocida. Murió el 15 de septiembre de
1945 en París, víctima de la tuberculosis.
(8) Nabat:
Confederación de organizaciones anarquistas creada a finales de 1918 cuyos
principales líderes fueron; Volin, Aaron Baron y Pedro Archinoff.
Recuerdos
de Kronstadt (1)
Traducción del francés
por Chantal López y la colaboración de Omar Cortés en la redacción del texto en
español.
(...) En Rusia el
asunto de las huelgas me había intrigado a menudo. La gente contaba que la
menor tentativa de ese tipo era aplastada y sus participantes encarcelados. No
lo creía, y como siempre, en estos casos, me dirigí a Zorin (2) para obtener
más información. Exclamó: ¡Huelgas bajo la dictadura del proletariado! ¡Tales
cosas no existen! Me reprochó dar crédito a esas historias tan insensatas e
imposibles. ¿Por cierto, contra quiénes, los obreros en la Rusia soviética,
debían ponerse en huelga? ¿Contra ellos mismos? Eran los dueños del país, tanto
política como industrialmente. De seguro, entre los obreros se encontraban
algunos que no tenían plena conciencia de clase y que no conocían sus
verdaderos intereses. Estos vociferaban de vez en cuando, pero eran elementos
incitados (...) por egoístas y enemigos de la Revolución. Parásitos que, a
propósito, inducían al error a la gente Ignorante. (...) Evidentemente, las
autoridades soviéticas debían proteger al país de estos saboteadores que, en su
gran mayoría, estaban ya en la cárcel.
Desde entonces me
enteré, por observaciones personales y por experiencia, que los verdaderos
saboteadores contrarrevolucionarios y bandidos que estaban en las cárceles de
la Rusia soviética no eran más que una minoría insignificante. La gran masa de
la población penitenciaria se componía de heréticos sociales que eran culpables
de pecado fundamental contra la iglesia comunista, pues ninguna ofensa era
considerada con tanto odio como la de tener opiniones políticas diferentes a
las del partido, y de protestar contra las maldades y crímenes del bolchevismo.
Me di cuenta que la mayoría estaba compuesta por prisioneros políticos -tanto
campesinos como obreros-, culpables de haber pedido un buen trato y mejores
condiciones de vida. Estos hechos, rigurosamente ocultados al público, eran sin
embargo conocidos por todo el mundo, como también casi todas las cosas que
ocurrían en secreto bajo la superficie soviética. Estas informaciones
prohibidas, ¿cómo lograban emerger? Era un misterio para mi, pero de hecho
emergían y se esparcían con la misma rapidez e intensidad de un incendio en un
bosque.
Menos de
veinticuatro horas después de nuestro regreso a Petrogrado, supimos que en la
ciudad había un profundo descontento y que corrían rumores de huelga, cuya
causa eran los sufrimientos acrecentados, debidos a un invierno
extraordinariamente riguroso, así como a la habitual miopía de los Soviets.
Terribles tempestades de nieve habían retrasado el envío de magros
abastecimientos de víveres y de combustibles para la ciudad. Además, el
Petro-Soviet cometió el estúpido error de cerrar varias fábricas y de reducir,
a la mitad, la ración de sus empleados. Al mismo tiempo, se supo que en los
almacenes se distribuyó a los miembros del partido un nuevo abastecimiento de
zapatos y de ropas, mientras que los demás obreros estaban miserablemente
vestidos y calzados. Y, para colmo de errores, las autoridades habían prohibido
el mitin convocado por los obreros para discutir la manera de mejorar esta
situación.
Entre los elementos
no comunistas de Petrogrado era común la opinión de la gravedad de la
situación. La atmósfera era tan tensa como para explotar de un momento a otro.
Naturalmente decidimos quedarnos en la ciudad, no con la esperanza de poder
evitar los disturbios amenazadores sino para estar presentes y poder ser útiles
a la gente.
La tempestad se
desató más pronto de lo que esperábamos. Comenzó con la huelga de los obreros
de los molinos de Trubetskoy. Sus reivindicaciones eran muy modestas: un
aumento de las raciones alimenticias, tal como se los habían prometido desde
hacía mucho tiempo, y la distribución de los zapatos disponibles. El
Petro-Soviet rehusó discutir con los huelguistas, hasta que no hubieran
regresado a su trabajo.
Compañías de
kursanty (3) armados, compuestas por jóvenes comunistas cumpliendo su servicio
militar, eran enviadas para dispersar a los obreros reunidos alrededor de los
molinos. Los cadetes intentaban provocar a la masa disparando al aire, pero
afortunadamente los obreros habían acudido desarmados y no hubo sangre
derramada. Los huelguistas recurrieron a una arma mucho más potente: la
solidaridad de sus camaradas obreros. El resultado fue que los obreros de cinco
fábricas pararon el trabajo y se juntaron al movimiento huelguístico. Llegaban,
como un solo hombre, de los muelles de Galernaya, de los almacenes de la
marina, de los molinos de Patronny, de las fábricas de Baltysky y de Laferm. Su
manifestación fue en seguida dispersada por los soldados. De todas las
informaciones recibidas, concluí que el trato reservado a los huelguistas no
era de ninguna manera fraternal.
(...) La petición
de los obreros para obtener más pan y combustibles se transformó en solicitud
de reivindicaciones políticas precisas, debido a la actitud arbitraria e
intransigente de las autoridades. Un manifiesto pegado a las paredes, no se
supo nunca por quien, llamaba a un cambio total de la política del gobierno.
Decía: ¡Los obreros y los campesinos necesitan primero, libertad! No quieren
vivir bajo los decretos de los bolcheviques, quieren controlar su propio
destino. Cada día la situación se volvía más tensa, nuevas reivindicaciones
circulaban y eran pegadas en los muros y en las paredes de los edificios. Al
fin apareció un llamamiento a favor de la asamblea constituyente, tan detestada
y denunciada por el partido en el poder.
La ley marcial fue
declarada y se dio la orden a los obreros de reingresar a sus fábricas, con la
amenaza que de no hacerlo serían privados de sus raciones. Esto, sin embargo,
no dio resultado: pero, a raíz de este hecho un cierto número de sindicatos
fueron liquidados, sus dirigentes y los más recalcitrantes huelguistas,
encarcelados.
Impotentes,
mirábamos grupos de hombres rodeados de soldados y de tchekistas armados pasar
bajo nuestras ventanas. Con la esperanza de convencer a los dirigentes
soviéticos de la locura y del peligro de su táctica, Sacha (4) intentó
encontrarse con Zinoviev, mientras yo buscaba a los señores Ravich, Zorin y
Zipperovitch, jefes del soviet de los sindicatos de Petrogrado. Pero todos
rehusaron recibirnos bajo el pretexto de que estaban demasiado ocupados en
defender la ciudad contra los complots contrarrevolucionarios tramados por
mencheviques y socialistas-revolucionarios. Este estribillo estaba muy gastado
por haber sido utilizado durante tres años, pero siempre muy bueno para
impresionar a los militantes comunistas.
La huelga se
extendía a pesar de las extremas medidas que se tomaron. Continuaban los
arrestos, pero la estupidez, con la cual las autoridades reaccionaban, alentó a
elementos ignorantes. Comenzaron a aparecer proclamas contrarrevolucionarias y
antisemitas, rumores de represión militar y de brutalidades de la Tcheka contra
los huelguistas, corrían por la ciudad.
Los obreros estaban
decididos, pero pronto fue claro que los derrotarían por el hambre; no había
manera de ayudar a los huelguistas, aun teniendo algo que darles. Todas las
avenidas por las cuales se podía llegar a los barrios industriales estaban
bloqueadas por las tropas. Además, la misma población estaba en una situación
espantosa. Los pocos víveres y ropas que podíamos reunir eran una gota de agua
en el océano. Todos nos dábamos cuenta de la desigualdad del régimen
alimenticio entre los secuaces de la dictadura y los trabajadores. Tan grande
era esa desigualdad que imposibilitaba a los huelguistas sostener la situación
durante mucho tiempo.
En esta tensa y
desesperada situación, de repente apareció un nuevo factor que daba alguna
esperanza para un posible arreglo. Eran los marineros de Kronstadt. Fieles a
sus tradiciones revolucionarias y a la solidaridad de los trabajadores,
demostradas tan lealmente durante la revolución de 1905 y, más tarde. en los
levantamientos de marzo y octubre de 1917, de nuevo apoyaban a los proletarios
arrasados de Petrogrado. No ciegamente; tranquilamente y sin que nadie se
enterara, habían enviado una comisión para informarse de las reivindicaciones
de los huelguistas. El informe de esta comisión llevó a los marineros de los
barcos de guerra Petropavlovsk y Sebastopol a adoptar una resolución en favor
de sus hermanos obreros en huelga (5). Se declaraban entregados a la revolución
y a los soviets así como leales para con el partido comunista. Sin embargo
protestaban contra la actitud arbitraria de ciertos comisarios e insistían
firmemente sobre la necesidad de una más grande autodeterminación para los
grupos organizados de los obreros. Además reclamaban libertad de reunión para
los sindicatos y las organizaciones de campesinos, así como la libertad para
todos los detenidos políticos y sindicales de las prisiones soviéticas y de los
campos de concentración.
(...) Durante un
mitin celebrado el lo. de marzo, al que asistían 16,000 marineros, soldados del
Ejército rojo y obreros de Kronstadt, resoluciones similares fueron adoptadas
en forma unánime a excepción de tres votos. Los tres opositores eran:
Vassiliev, presidente del soviet de Kronstadt, que presidía el mitin; Kuzmin,
comisario de la flota báltica y, Kalinin, presidente de la República socialista
soviética federada.
Dos anarquistas
habían asistido al mitin y a su regreso, nos contaron que allí había reinado
orden, entusiasmo y buen espíritu. Desde los primeros días de octubre no habían
visto demostración tan espontánea de solidaridad y de compañerismo ferviente.
Sólo deploraban que no hubiéramos asistido a esta demostración. Decían que la
presencia de Sacha -a quien los marineros de Kronstadt habían defendido tan
valientemente cuando pesaba sobre nuestras cabezas la extradición de California
en 1917- habría influido mucho sobre la resolución. Estábamos de acuerdo con
ellos, ya que hubiese sido una experiencia maravillosa participar, en
territorio soviético, en el primer gran mitin masivo que no estaba organizado
por consigna. Hacía ya tiempo, Gorki me aseguró que los hombres de la flota
báltica, habían nacido anarquistas y que mi lugar estaba entre ellos. A menudo
yo deseaba ir a Kronstadt para encontrar y hablar a las tripulaciones, pero
tenía la convicción que en mi estado mental confuso y quebrantado de aquel
entonces nada podría ofrecerles de constructivo. Ahora tomaría mi lugar entre
ellos, sabiendo que los bolcheviques correrían el rumor de que yo incitaba a los
marineros en contra del régimen. Sacha decía que poco le importaba lo que
dirían los comunistas. Se uniría a los marineros en su protesta a favor de los
obreros huelguistas de Petrogrado.
Nuestros camaradas
insistieron sobre el hecho de que las expresiones de simpatía por parte de
Kronstadt para con los huelguistas no podrían, de ninguna manera, ser
consideradas como una acción antisoviética. De hecho, el espíritu de los
marineros y las resoluciones adoptadas en su mitin masivo eran netamente
pro-soviéticas. Protestaban enérgicamente contra la actitud autocrática para
con los huelguistas hambrientos, pero el mitin, en ningún momento, había dejado
entrever la menor oposición a los comunistas. En realidad, ese gran mitin había
tenido lugar bajo los auspicios del soviet de Kronstadt. Para demostrar su
lealtad, los marineros habían acogido con cantos y música a Kalinin cuando
llegó a la ciudad; y su discurso fue atentamente escuchado con el más profundo
respeto. Aún más, a pesar de que él y sus camaradas habían vituperado a los
marineros y condenado su moción, estos escoltaron muy amigablemente a Kalinin
hasta la estación, tal como nuestros informantes lo pudieron constatar.
Oímos rumores según
los cuales Kuzmin y Vassiliev habían sido arrestados por los marineros, durante
un mitin de trescientos delegados de la flota, de la guarnición y del soviet de
los sindicatos. Preguntamos a nuestros dos camaradas lo que sabían al respecto.
Confirmaron que, en efecto, estos dos hombres habían sido arrestados. La razón
era que Kuzmin denunció, durante el mitin, a los marineros y huelguistas de
Petrogrado como traidores, (...) declarando que, desde ese momento, el partido
comunista iba a combatirlos como contrarrevolucionarios hasta el final. Los
delegados tuvieron conocimiento de que Kuzmin había dado la orden de evacuar
todo el abastecimiento y las municiones de Kronstadt dejando así a la ciudad en
la inanición. Por esta razón los marineros y la guarnición de Kronstadt
decidieron arrestar a los dos hombres y tomar precauciones para que las
provisiones no se retirasen de la ciudad. Pero esto de ninguna manera era una
señal de intento de rebelión ni de que los hombres de Kronstadt dejasen de
creer en la integridad revolucionaria de los comunistas. Por el contrario, se
permitió a los delegados comunistas hablar tanto como los otros. Otra prueba de
confianza en el régimen se dio con el envío de un comité de treinta hombres
para conferenciar con el Petro-Soviet en vista de un arreglo amigable de la
huelga.
Nos sentíamos
orgullosos de esta magnífica solidaridad de los marineros y soldados de
Kronstadt para con sus hermanos en huelga de Petrogrado y esperábamos que,
gracias a la mediación de los marineros, el fin de los disturbios se lograrían
rápidamente.
Desgraciadamente
nuestras esperanzas fueron truncadas una hora después de que recibimos noticias
de los acontecimientos de Kronstadt. Una orden firmada por Lenin y Trotsky
estremeció a todo Petrogrado. La orden decía que Kronstadt se había amotinado
contra el gobierno soviético y denunciaba a los marineros como Ios instrumentos
de antiguos generales zaristas quienes, de acuerdo con Ios traidores
socialistas-revolucionarios, habían tramado una conspiración
contrarrevolucionaria en contra de la República proletaria.
¡Absurdo! ¡Pero es
pura locura! exclamó Sacha después de leer una copia de esta orden. Lenin y
Trotsky deben estar mal informados. ¡No es posible que puedan creer que los
marineros sean culpables de una contrarrevolución! ¡Cómo sería posible que las
tripulaciones del Petropavlovsk y del Sebastopol, que constituían el apoyo más
sólido de los bolcheviques desde octubre, se hayan convertido en
contrarrevolucionarios! ¿No los había saludado el mismo Trotsky, como el
orgullo y la flor de la revolución?.
En seguida debemos
ir a Moscú, dijo Sacha. Era absolutamente necesario ver a Lenin y a Trotsky
para explicarles que todo esto era un terrible malentendido, un error que
podría ser fatal a Ia misma Revolución. Era muy duro para Sacha renunciar a su
fe en la integridad revolucionaria de hombres considerados, por millones de
gentes en el mundo, como apóstoles del proletariado. Yo estaba de acuerdo con
él; pensaba que Lenin y Trotsky habían sido tal vez inducidos en el error por
Zinoviev, quien telefoneaba todas las noches dando detallados informes sobre
Kronstadt. Zinoviev, hasta entre sus camaradas, nunca tuvo la reputación de
tener valor personal. Tuvo pánico desde los primeros síntomas de descontento
expresados por los obreros de Petrogrado. Cuando supo que la guarnición local había
expresado su simpatía con loS huelguistas, perdió completamente la cabeza y
ordenó que le instalaran una ametralladora, en el hotel Astoria, para su
protección personal. El asunto de Kronstadt lo había llenado de terror, cosa
que le indujo a pregonar historias sin sentido en Moscú. Sacha y yo sabíamos
todo esto, pero yo no podía creer que Lenin y Trotsky realmente pensaran que
los hombres de Kronstadt fueran culpables de una contrarrevolución o capaces de
cooperar con generales blancos, tal como se les acusaba en la orden de Lenin.
Una ley marcial
extraordinaria fue decretada en toda la provincia de Petrogrado, y nadie más
que los oficiales provistos de autorizaciones especiales, podían dejar la
ciudad. La prensa bolchevique lanzaba una campaña de calumnias y vituperaciones
contra Kronstadt, proclamando que los marineros y soldados habían hecho causa
común con el general zarista Kozlovsky por lo que declaraban a la gente de
Kronstadt fuera de la ley. Sacha comenzaba a darse cuenta que la situación tenía
un origen mucho más profundo y muy diferente a una simple mala información de
Lenin y Trotsky. Este último debía asistir a la sesión especial del
Petro-Soviet en donde se decidiría el destino de Kronstadt. Decidimos asistir.
Era la primera vez
que oiría a Trotsky en Rusia. Pensaba que podría recordarle sus palabras de
despedida en Nueva York: la esperanza expresada por él, de vernos pronto en
Rusia para ayudar a las grandes tareas hechas posibles por el derrocamiento del
zarismo. Íbamos a pedirle dejarnos ayudar a resolver los problemas de Kronstadt
en un espíritu fraternal; disponer de nuestro tiempo y nuestra energía, y hasta
de nuestras vidas, en esta suprema prueba que la revolución planteaba al
partido comunista.
Desgraciadamente,
el tren en el que viajaba Trotsky llegó tarde, por lo que no pudo asistir a la
sesión. Los hombres que hablaron en esta asamblea eran inaccesibles. Un loco
fanatismo animaba sus palabras y un miedo ciego los invadía.
El estrado estaba
severamente guardado por unos kursanty; soldados de la Tcheka, bayoneta calada,
se encontraban entre el estrado y el auditorio. Zinoviev, que presidía, parecía
estar en el límite de una crisis nerviosa. Se levantó varias veces para hablar
volviéndose a sentar en seguida. Cuando finalmente comenzó a hablar, giró la
cabeza de derecha a izquierda como si temiera un ataque repentino. Su voz,
siempre tan infantilmente débil, subía en un tono agudo, extremadamente
desagradable y de ninguna manera convincente.
Denunciaba al
general Kozlovsky como el mal genio de los hombres de Kronstadt, a pesar de que
la mayoría de los asistentes supiesen que este oficial había sido colocado en
Kronstadt por el mismo Trotsky como especialista en artillería. Kozlovsky era
viejo y decrépito, y no tenía ninguna influencia sobre los marineros ni sobre
la guarnición. Esto no impidió a Zinoviev, presidente del comité de defensa
creado especialmente para esta ocasión, proclamar que Kronstadt se había
levantado contra la revolución e intentaba realizar los planes de Kozlovsky y
de sus ayudantes zaristas.
Kalinin se expresó
con su habitual actitud paternal y atacó a los marineros en términos violentos,
olvidándose de los homenajes recibidos en Kronstadt hacía sólo algunos días.
Ninguna medida es demasiado severa para los contrarrevolucionarios que se
atreven a levantar la mano contra nuestra gloriosa Revolución, declaró. Los
oradores de segundo orden proseguían en el mismo tono, despertando su fanatismo
comunista, ignorando los hechos reales y llamando a una venganza en contra de
los hombres que en la víspera habían aclamado como héroes y hermanos.
Por encima del
estruendo de la gente vociferante, una sola voz intentaba hacerse oír: la voz
tensa y grave de un hombre que estaba en las primeras filas. Era el delegado de
los empleados huelguistas del Arsenal. Se veía obligado a protestar, decía él,
contra las falsas acusaciones lanzadas desde el estrado en contra de los
hombres de Kronstadt, tan valientes y leales. Mirando a Zinoviev y señalándole
con el dedo, el hombre dijo: Es vuestra cruel indiferencia y la de vuestro
partido que nos ha conducido a la huelga y ha despertado la simpatía de
nuestros hermanos marineros que lucharon junto a nosotros en la revolución. ¡No
son culpables de ningún otro crimen y vosotros lo sabéis! Los calumniáis
voluntariamente y llamáis a su exterminio. Gritos como: ¡Contrarrevolucionario,
traidor! ¡Menchevique! ¡Bandido! convirtieron la reunión en un verdadero
manicomio.
El viejo obrero se
quedó de pie, y elevando su voz por encima del tumulto, gritó: Hace apenas tres
años que Lenin, Trotsky, Zinoviev y todos vosotros fuisteis denunciados como
traidores y espías alemanes. Nosotros, los trabajadores y los marineros os
hemos ayudado y salvado del gobierno Kerensky. ¡Somos nosotros quienes os
llevamos al poder! ¡Lo habéis olvidado! Ahora sois vosotros quienes nos
amenazáis. ¡Recordad que estáis jugando con el fuego! ¡Estáis repitiendo los
errores y los crímenes del gobierno de Kerensky! ¡Cuidaos de que un mismo
destino no os sea reservado!.
Zinoviev, al oír
este desafío, se estremeció. En el estrado, los demás, muy embarazados, se
agitaban en sus asientos. La asistencia comunista parecía aterrorizada por este
siniestro reto.
En ese momento,
otra voz se elevó. Un hombre corpulento, uniformado de marinero, se irguió en
el fondo de la sala. Declaró que nada había cambiado el espíritu revolucionario
de sus hermanos del mar. Estaban listos, hasta el último hombre, para defender
la revolución con cada gota de su sangre. Y se puso a leer la resolución de
Kronstadt adoptada en el mitin del 1o. de marzo. El tumulto que se elevó a raíz
de esa audacia impidió oírlo, salvo para las personas que estaban muy cerca de
él. Sin embargo no se dio por vencido y prosiguió su lectura hasta el final.
La única respuesta
que recibieron estos dos valientes hijos de la revolución, fue la resolución de
Zinoviev que exigió la total e inmediata rendición de Kronstadt, so pena de ser
exterminados. La resolución fue votada apresuradamente en un pandemonium de
confusión, siendo ahogadas las voces de la oposición.
Pero el silencio
frente a la masacre amenazadora era intolerable. Debía hacerme oír, no ante
estos obsesionados que ahogarían mi voz como lo hicieron con los demás. Daría a
conocer mi posición esa misma noche mediante un informe dirigido al poder
supremo do la defensa soviética.
Cuando estábamos
solos, yo hablaba con Sacha de esto, y estaba contenta de saber que mi viejo
amigo tenía la misma idea. Sugería que nuestra carta debería constituir una
protesta común y referirse únicamente a la resolución de exterminio adoptada
por el Petro-soviet. Dos camaradas, que se encontraban en esta reunión,
compartían nuestro punto de vista y ofrecían firmar con nosotros el llamado a
las autoridades. No tenía ninguna esperanza de que nuestro mensaje ejerciese
una influencia moderadora o algún freno sobre las medidas decretadas contra los
marineros. Pero estaba decidida a hacer constar mi actitud con el fin de tener
un testimonio para los años venideros, comprobando así que no me había quedado
muda ante la más negra traición de la revolución, hecha por el partido
comunista.
A las dos de la
madrugada, Sacha habló por teléfono con Zinoviev para decirle que quería
comunicarle algo importante acerca de Kronstadt. Tal vez Zinoviev creyó que ese
comunicado podría ayudar a la conspiración contra Kronstadt, ya que de otra
manera no se hubiese molestado enviándonos a la señora Ravich a tan avanzada
hora de la noche, o sea, diez minutos después de que Sacha había telefoneado.
La señora portaba una nota de Zinoviev, en donde éste nos pedía que le
entregáramos el mensaje. Le dimos el siguiente comunicado:
Al soviet de los
sindicatos y de la defensa de Petrogrado.
Presidente
Zinoviev.
Ya es imposible
guardar silencio: ¡hasta sería criminal! Los recientes acontecimientos nos
motivan, a nosotros los anarquistas, a hablar y definir nuestra posición frente
a la situación actual.
El espíritu de
descontento que se manifiesta entre los trabajadores y los marineros es el
resultado de causas que exigen nuestra seria atención. El frío y el hambre han
producido descontento y la ausencia de posibilidades para discutir y criticar,
obligan a los marineros y a los obreros a exponer públicamente sus quejas.
Bandas de guardias
blancas desean, y pueden intentarlo, explotar ese descontento en beneficio de
su propia causa. Ocultos tras los trabajadores y marineros, lanzan slogans
reclamando la asamblea constituyente, el comercio libre y plantean
reivindicaciones similares.
Nosotros los
anarquistas hemos denunciado, desde hace mucho tiempo, el error de esos slogans
y declaramos al mundo entero que vamos a combatir, armas en la mano, cualquier
tentativa contrarrevolucionaria en cooperación con todos los amigos de la
revolución socialista y mano a mano con los bolcheviques.
En lo que se
refiere al conflicto entre el gobierno soviético y los trabajadores y
marineros, pensamos que debe ser resuelto, no por la fuerza de las armas, sino
por la camaradería, por un acuerdo revolucionario y fraternal.
La decisión tomada
por el gobierno soviético de derramar sangre, no apaciguará a los trabajadores
en la situación actual. Por el contrario, servirá únicamente para empeorar las
cosas y reforzará el juego de la contrarrevolución en el interior.
Todavía más grave,
el uso de la fuerza por el gobierno de los trabajadores y campesinos contra los
obreros y marineros tendrá un efecto reaccionario sobre el movimiento
revolucionario internacional y perjudicará a la revolución socialista.
¡Camaradas
bolcheviques, reflexionen antes de que sea demasiado tarde! ¡No jueguen con
fuego: Están dando un paso decisivo muy grave!
Les proponemos lo
siguiente: permitan la elección de una comisión compuesta por cinco personas,
incluyendo a dos anarquistas. Esta comisión se desplazará a Kronstadt para
resolver el conflicto por medios pacíficos. En la presente situación es el
método más radical. Será de una importancia revolucionaria internacional.
Petrogrado, 5 de
marzo de 1921.
Alexander Berkman,
Emma Goldman (y dos firmas más).
La prueba de que
nuestro llamado no encontraría más que oídos sordos, nos fue confirmada el
mismo día cuando Trotsky dio un ultimátum a Kronstadt. Por orden del gobierno
de los obreros y campesinos, declaró a los marineros y a los soldados de
Kronstadt, que iba a disparar como si fueran conejos, a todos los que se
atrevieron a levantar la mano en contra de la patria socialista. Se ordenaba a
los navíos y a las tripulaciones en rebelión, rendirse inmediatamente al
gobierno soviético, de lo contrario, serían sometidos por las armas. Sólo los que
se rindieran sin condiciones podrían contar con la misericordia de la República
soviética.
Esta última llamada
de atención era firmada por Trotsky, como presidente del soviet militar
revolucionario y por Kamenev, comandante en jefe del Ejército rojo. Atreverse a
dudar del divino derecho de los gobernantes era de nuevo castigado con la
muerte.
Trotsky cumplía su
palabra. Habiendo tomado el poder gracias a los hombres de Kronstdat, ahora
estaba en una posición que le permitía pagar totalmente su deuda al orgullo y a
la gloria de la revolución rusa. Los mejores expertos militares y estrategas
del régimen zarista estaban en esos momentos a su servicio; entre ellos el
famoso Tukhatshevsky (6) que Trotsky nombró comandante general para el ataque
contra Kronstadt. Además había hordas de tchekistas entrenados desde hacía tres
años en el arte de matar, kursanty y comunistas elegidos especialmente por su
obediencia ciega a las órdenes dadas, así como las más seguras tropas de los
diferentes frentes. Con esta fuerza concentrada frente a la ciudad condenada,
se esperaba controlar fácilmente el motín. Sobre todo, desde que los marineros
y soldados de la guarnición de Petrogrado habían sido desarmados, y evacuados
de la zona peligrosa todos los que expresaron su solidaridad con sus camaradas
sitiados. Desde mi ventana del hotel Internacional veía como los llevaban, en
pequeños grupos, rodeados de potentes destacamentos de tropas tchekistas. Su
paso había perdido toda gallardía, sus brazos colgaban a lo largo del cuerpo y
sus cabezas estaban inclinadas tristemente.
Las autoridades ya
no temían a los huelguistas de Petrogrado porque estaban debilitados por el
hambre, sin energía, desmoralizados por las mentiras que se propagaron sobre
ellos y sus hermanos de Kronstadt; su espíritu roto por la duda que se
infiltraba gracias a la propaganda bolchevique. Ya no tenían espíritu de lucha,
al igual que ninguna esperanza de poder ayudar a sus camaradas de Kronstadt que
habían, sin pensar en ellos mismos, abrazado su causa y que ahora iban a
pagarlo con su vida.
Kronstadt estaba
abandonada por Petrogrado y aislada del resto de Rusia. Estaba sola y casi sin
poder ofrecer resistencia. Se derrumbará con el primer disparo, proclamaba la
prensa soviética.
Se equivocaba.
Kronstadt de ninguna manera pensaba en un motín, ni en resistir al gobierno
soviético. Hasta el último momento, tenía decidido no derramar sangre. Todo el
tiempo llamaba a un arreglo comprensivo y amigable. Pero, obligada a defenderse
contra la provocación militar, se batió como un león. Durante diez días y diez
noches agotadoras, los marineros y los soldados de la ciudad sitiada se
mantuvieron firmes contra un continuo fuego de artillería proveniente de tres
frentes y contra las bombas lanzadas por la aviación. Repelieron heroicamente
las repetidas tentativas de los bolcheviques para, con las tropas
especializadas venidas desde Moscú, tomar por asalto las fortalezas. Trotsky y
Tukhatshevsky tenían todas las ventajas sobre los hombres de Kronstadt. La
totalidad de la maquinaria del estado comunista los apoyaba, y la prensa
centralizada continuaba esparciendo veneno en contra de los pretendidos
amotinados y contrarrevolucionarios. Sus refuerzos eran ilimitados. Los hombres
se envolvían en sabanas blancas para confundirse con la nieve del helado golfo
de Finlandia, lo que les permitía camuflarse durante los ataques nocturnos
contra los sorprendidos defensores de Kronstadt. Estos últimos tenían nada más
su coraje indomable y su fe inquebrantable en la justicia de su causa y en los
soviets libres que pregonaban como los únicos capaces para salvar a Rusia de la
dictadura. Hasta les faltaba un rompe-hielo para detener el asalto del enemigo
comunista. Estaban extenuados por el hambre, el frío, las noches de guardia;
sin embargo se mantenían firmes luchando desesperadamente en una muy dispar
relación de fuerzas.
Ni una voz amigable
se oyó en el transcurso de ese espantoso drama. Durante los días y las noches
invadidos por el trueno de la artillería pesada, del rugido de los cañones, no
había nadie para protestar o para detener ese terrible baño de sangre. Gorki
... Máximo Gorki ... ¿dónde estaba? su voz sería escuchada. ¡Vamos a verlo!
Me dirigí a varios
miembros de la inteligentsia. Gorki, me decían, nunca había protestado ni siquiera
en casos graves, individuales, ni en los concernientes a los miembros de su
propia profesión, ni siquiera cuando conocía la inocencia de los hombres
condenados; y ahora tampoco protestaría. No había la menor esperanza.
La inteligentsia,
los hombres y las mujeres que alguna vez fueron los voceros revolucionarios,
los maestros del pensamiento, escritores y poetas, eran tan impotentes como
nosotros y estaban paralizados por la futileza de cada esfuerzo individual. La
mayoría de sus camaradas y amigos se encontraban en la cárcel o en el exilio,
algunos habían sido ejecutados. Se sentían agobiados por el aniquilamiento de
todos los valores humanos.
Me dirigí a los
comunistas que conocíamos, suplicándoles que hicieran algo. Algunos se daban
cuenta del monstruoso crimen que su partido estaba cometiendo contra Kronstadt.
Admitían que la acusación de contrarrevolucionario al movimiento de Kronstadt,
era ficticia. El pretendido dirigente Kozlovsky era una nulidad, demasiado
preocupado por él mismo para inmiscuirse en la protesta de los marineros. Estos
últimos eran de alta calidad humana siendo su única preocupación el bienestar
de Rusia. Lejos de hacer causa común con los generales zaristas, habían hasta
rechazado la ayuda que les brindaba Tchernov, el dirigente de los socialistas
revolucionarios. No querían ayuda exterior. Pedían el derecho para ellos de
escoger sus propios diputados en las próximas elecciones para el soviet de
Kronstadt, así como justicia para los huelguistas de Petrogrado.
Los amigos
comunistas pasaban noches enteras con nosotros ... hablando ... hablando ...
pero ninguno de ellos se atrevía a elevar su voz para protestar abiertamente:
Nosotros no nos dabamos cuenta de las consecuencias que esto tendría para
ellos, decían. Serían excluidos del partido, se les privaría a ellos y a sus
familias de trabajo y de raciones, y estarían literalmente condenados a morir
de hambre, o desaparecerían pura y sencillamente sin que nadie supiese jamás lo
que les habría pasado. Y sin embargo, nos aseguraban que no era el miedo lo que
paralizaba su voluntad, sino la total inutilidad de una protesta o de un
llamado. Nada, absolutamente nada, podía detener los engranajes del Estado
comunista. Habían sido aplastados por ellos y ya ni siquiera tenían la fuerza
para protestar.
Yo estaba
obsesionada por la terrible aprensión de que nosotros, Sacha y yo, pudiésemos
encontrarnos en idéntica situación, perdiendo todo aliento y resignados como
ellos. Cualquier cosa era preferible a esto: la cárcel, el exilio, hasta la
muerte; o la huida, huir de esta horrible impostura, de esta falsa apariencia
de revolución.
La idea de querer
dejar Rusia nunca me había pasado por la cabeza. Yo estaba trastornada y
asombrada por este sólo pensamiento. ¡Abandonar a Rusia en su calvario! Pero yo
sentía que daría ese paso antes que participar en el engranaje de esta
maquinaria, antes que llegar a ser una cosa inanimada manejada como un títere.
El cañoneo sobre
Kronstadt prosiguió sin parar durante diez días y diez noches y se detuvo de
repente en la mañana del 17 de marzo. El silencio que cubría a Petrogrado era
más temible que los disparos incesantes de la noche anterior. La agonía de la
espera nos invadió a todos. Era imposible saber lo que pasaba y por qué el
bombardeo cesó bruscamente. Avanzada la tarde, la tensión fue reemplazada por
un mudo horror. Kronstadt había sido subyugada. Decenas de millares de hombres
asesinados, la ciudad ahogada en sangre. El río Neva, del que la artillería
pesada había roto el hielo, fue la tumba de una multitud de hombres: kursanty y
jóvenes comunistas. Los heroicos marineros y soldados habían defendido sus
posiciones hasta el último aliento. Los que no tuvieron la suerte de morir
combatiendo, caían en las manos del enemigo para ser ejecutados o enviados a la
lenta tortura de las heladas regiones del norte de Rusia.
Estábamos
fulminados. Sacha, habiendo perdido el último residuo de su fe en los
bolcheviques, erraba desesperado por las calles. Yo tenía los miembros pesados,
una inmensa fatiga en cada nervio. Sentada, inerte, miraba !a noche. (...)
Al día siguiente,
el 18 de marzo, aún medio dormida, después del insomnio de diecisiete días de
angustia, fui despertada por el ruido de numerosos pasos. Los comunistas
pasaban marchando, se oían marchas militares y se cantaba La Internacional.
Estas estrofas, antaño tan jubilosas a mi oído, sonaron ahora como un canto
fúnebre para la esperanza ardiente de la humanidad.
18 de marzo:
aniversario de la comuna de París de 1871 aplastada dos meses más tarde por
Thiers y Gallifet, ¡los carniceros de 30,000 comuneros! Imitados en Kronstadt
el 18 de marzo de 1921.
El verdadero
sentido de esta liquidación de Kronstadt fue revelado por el mismo Lenin tres
días después de los terribles hechos. En el décimo congreso del Partido Comunista
que se celebraba en Moscú, durante el sitio de Kronstadt, Lenin cambió
inesperadamente su cántico comunista por un salmo sobre la Nueva Política
Económica. Comercio libre, concesiones a los capitalistas, contratación libre
para el trabajo en el campo y en las fábricas, en fin todas las cosas
condenadas durante más de tres años como significativas de la
contrarrevolución, y castigadas con la cárcel o hasta con la muerte, eran ahora
inscritas por Lenin en la gloriosa bandera de la dictadura.
Desvergonzadamente,
como siempre, admitió lo que gentes sinceras y sensatas, pertenecientes al
partido o no, supieron, durante diecisiete días, o sea, que los hombres de
Kronstadt no querían colaboración de los contrarrevolucionarios, ni tampoco la
de los bolcheviques. Los ingenuos marineros habían tomado en serio la divisa de
la revolución: Todo el poder a los soviets, a la que Lenin y su partido
prometieron solemnemente fidelidad. ¡Ese había sido el error imperdonable de
los hombres de Kronstadt! Por eso tenían que morir. Debían convertirse en
mártires que fecundarían la tierra para la nueva cosecha de slogans que Lenin
utilizaría para anular completamente los antiguos. La obra de arte era la Nueva
Política Económica: la N.E.P. (7)
La confesión
pública de Lenin acerca de Kronstadt no detuvo la cacería de los marineros,
soldados y obreros de la ciudad vencida. Fueron detenidos por centenares y la
Tcheka se encargaba del disparo al pichón.
Era curioso
constatar que los anarquistas no fueron mencionados en el motín de Kronstadt.
Pero en el décimo congreso, Lenin declaró que una guerra sin tregua debía ser
emprendida contra la pequeña burguesía y también contra los elementos
anarquistas. La tendencia anarco-sindicalista de la oposición obrera (8)
demostraba que se había desarrollado en el seno mismo del partido comunista,
precisó Lenin. El llamamiento a las armas contra los anarquistas, lanzado por
él, encontró eco inmediato. Los grupos de Petrogrado fueron perseguidos y un
gran número de sus miembros arrestados. Además, la tcheka cerró la imprenta y
las oficinas en donde se publicaba el Golos Truda (9) que pertenecían a la rama
anarco-sindicalista.
Habíamos comprado
nuestros boletos para trasladarnos a Moscú antes de que la represión contra el
anarquismo se intensificase. Cuando supimos de los arrestos masivos, decidimos
quedarnos más tiempo por si éramos buscados. Sin embargo no nos molestaron, tal
vez porque era necesario tener algunas celebridades anarquistas en libertad
para demostrar al mundo que sólo los bandidos se encontraban en las prisiones
soviéticas.
En Moscú
encontramos a todos los anarquistas, salvo a una media docena que había sido
arrestada. Sin embargo ninguna acusación fue formulada contra nuestros
camaradas; no se les oyó ni se les juzgó. A pesar de esto, algunos de ellos
habían sido enviados ya a la penitenciaría de Samara. Los que se encontraban
todavía en las cárceles de Butirky o Taganka eran sometidos a la violencia.
Así, uno de nuestros muchachos, el joven Kashirin, fue golpeado por un tchekista
en presencia de los guardias de la cárcel. Maximoff (10) y otros anarquistas
que combatieron en los frentes revolucionarios, conocidos y estimados por
numerosos comunistas, habían sido obligados a emprender una huelga de hambre
para protestar contra las horribles condiciones de prisión.
La primera cosa que
se nos pidió hacer, durante nuestra estancia en Moscú, fue firmar un manifiesto
dirigido a las autoridades soviéticas denunciando las tácticas realizadas para
exterminar a nuestros camaradas.
Obviamente lo
hicimos. Sacha ahora estaba tan convencido como yo, que protestas por parte de
una minoría de políticos todavía gozando de libertad en Rusia, eran totalmente
vanas e inútiles. Por otra parte, ninguna acción eficaz podía esperarse de las
masas rusas aun si nos hubiese sido posible entrar en contacto con ellas. Años
de guerra, de luchas civiles, de sufrimientos, socavaron su vitalidad y el
terror las había vuelto mudas y sumisas.
Nuestra esperanza
eran Europa y Estados Unidos, decía Sacha. Había llegado el tiempo de dar a
conocer a los trabajadores, en el extranjero, la vergonzosa traición de
octubre. La conciencia despierta del proletariado y de los demás elementos
liberales y radicales de cada país, debía formar una potente protesta contra
esta implacable persecución. Sólo esto, y nada más que esto, podría detener la
mano de la dictadura.
Los hechos de
Kronstadt tuvieron este efecto sobre mi amigo: destruyó los últimos vestigios
del mito bolchevique. No sólo Sacha, sino también los demás camaradas que
anteriormente habían defendido los métodos comunistas como inevitables en un
periodo revolucionario, fueron forzados a percatarse del abismo entre octubre y
la dictadura.
Notas
(1) Extracto de
Living m y Life publicado en Ni Dieu ni maitre, Daniel Guérin.
(2) Secretario del
Comité de Petrogrado del Partido Bolchevique; acabó su vida en los hornos
crematorios de la tcheka.
(3) Alumnos
oficiales seleccionados que, con los mongoles, fueron utilizados para reprimir
la insurrección de Kronstadt.
(4) Ver la nota
referente a Sacha en el escrito Recuerdos de Pedro Kropotkin.
(5) Resolución de
la reunión general de la 1ª. y la 2a. escuadras de la flota del Báltico
realizada el lo. de marzo de 1921.
Después de
escuchados los informes de los representantes enviados a Petrogrado para tener
al corriente de la situación a la reunión general de las tripulaciones, la
asamblea decide que es necesario:
Dado que los
actuales soviets no expresan la voluntad de los obreros y los campesinos,
1o. Proceder
inmediatamente a la reelección de los Soviets mediante el voto secreto. La
campaña electoral entre los obreros y campesinos deberá desenvolverse en plena
libertad de palabra y de acción;
2o. Establecer la
libertad de propaganda y de prensa para todos los obreros y campesinos, para
los anarquistas y los partidos socialistas de izquierda (Es necesario haber
conocido Kronstadt para comprender el verdadero sentido de esta cláusula. Ella
tiene la apariencia de limitar la libertad de palabra y de prensa toda vez que
no la exige sino para las corrientes de extrema izquierda. Sin embargo, la
resolución lo ha señalado así únicamente para prevenir toda posibilidad de
error entre el verdadero carácter del movimiento. Desde el principio de la
Revolución, tras los días iniciales en que se ajustició a la oficialidad que se
había destacado en las represiones, Krostadt practicó las más amplias
libertades. Los ciudadanos no eran en nada molestados, cualesquiera fueran sus
convicciones. Sólo permanecieron en prisión algunos zaristas inveterados. Pero
apenas pasado el espontáneo acceso de cólera, la razón empezó a predominar
sobre el instinto de conservación y se planteó en las reuniones la liberación
de todos los presos; a tal punto el pueblo de Kronstadt odiaba las prisiones. Y
se encargó el dar libertad a todos los presos, pero sólo en el ámbito de la
ciudad, donde las intrigas reaccionarias no eran de temer, no así en cuanto a
otras localidades, a las que los hombres de Kronstadt querían evitarles la
posibilidad del arribo de elementos contrarrevolucionarios. La actuación de
Kerensky provocó una nueva oleada de cólera y el proyecto fue abandonado. Mas
este sobresalto de mal humor fue el último. Desde entonces Kronstadt no conoció
ni un solo caso de persecución por ideas. Todas las tesis podían difundirse en
ella libremente. La tribuna de la Plaza del Ancla estaba abierta a todo el
mundo.);
3o. Acordar
libertad de reunión a los sindicatos y las organizaciones campesinas;
4o. Convocar, al
margen de los partidos políticos, una Conferencia de obreros, soldados rojos y
marinos de Petrogrado y su provincia, y de Kronstadt, para el 10 de marzo de
1921 a más tardar;
5o. Libertar a
todos los presos políticos socialistas e igualmente a todos los obreros,
campesinos, soldados rojos y marinos apresados a raíz de los movimientos
obreros y campesinos;
6o. Elegir una
Comisión para examinar los casos de quienes se encuentren en las prisiones y
los campos de concentración;
7o. Abolir las
oficinas políticas, pues ningún partido político debe tener privilegios para la
propaganda de sus ideas ni recibir del Estado medios pecuniarios para tal
objeto. Crear en su lugar comisiones de educación y de cultura, elegidas en
cada localidad y financiadas por el gobierno;
8o. Abolir
inmediatamente todas las barreras (Se trata de los destacamentos armados en
torno a las ciudades cuya finalidad oficial era la de suprimir el comercio
ilícito y requisar los víveres y demás productos a él afectados. La
arbitrariedad de tales barreras se había hecho proverbial en el país. Hecho
llamativo: el gobierno suprimió esas barreras la víspera de su ataque contra
Krostadt, procurando, con ello, engañar y adormecer al proletariado de
Petrogrado. );
9o. Uniformar las
raciones para todos los trabajadores, con excepción de los que ejercen profesiones
peligrosas para la salud;
10o. Abolir los
destacamentos comunistas de choque en todas las unidades del ejército, e
igualmente la guardia comunista en fábricas y usinas. En caso de necesidad,
esos cuerpos podrán ser designados en el ejército por las compañías y en usinas
y fábricas por los obreros mismos;
11o. Dar a los
campesinos plena libertad de acción en lo concerniente a sus tierras y el
derecho de poseer ganado, a condición de trabajar ellos mismos, sin recurrir al
trabajo asalariado;
12o. Designar una
comisión ambulante de control;
13o. Autorizar el
libre ejercicio del artesanado, sin empleo de trabajo asalariado;
14o. Pedimos a
todas las unidades del ejército y también a los camaradas Kursanty militares
adherir a nuestra resolución.
15o. Exigimos que
todas nuestras resoluciones sean ampliamente publicadas por la prensa.
Adoptada por
unanimidad en la reunión de las tripulaciones de la escuadra. Sólo dos personas
se han abstenido.
Firmado:
Petritchenko, presidente de la asamblea: Perepelkin, secretario.
En, Volin, La
Revolución desconocida, Argentina, Ed. Fora, pág. 283 y 284.
(6) Mikhail
Tukhatchevsky (1893-1937). Antiguo oficial zarista, futuro mariscal soviético,
finalmente ejecutado por orden de Stalin.
(7) N. E. P. Nueva
Política Económica decidida por Lenin tras el fracaso del comunismo de guerra y
que tendía a restablecer, en cierta medida, la iniciativa privada.
La alternativa (y
esta es la última política posible y la única razonable} es no tratar de
prohibir o de obstaculizar completamente el desarrollo del capitalismo, sino
intentar orientarlo por el canal del capitalismo de Estado. Esto es
económicamente posible, pues el capitalismo de Estado existe -en una u otra
forma, en uno u otro grado- dondequiera que haya elementos de comercio libre y
capitalismo en general. Obras escogidas, Lenin, Tomo VI.
(8) Tendencia del
Partido Bolchevique, dirigida por Chliapnikoff y Alexandra Kollontai, condenada
en el Xo. Congreso del Partido.
(9) La
participación de los anarquistas en la revolución no se limita a una actividad
de combatientes. También se esfuerzan en propagar sus ideas sobre la
construcción inmediata y progresiva de una sociedad no-autoritaria. Para ello,
crean organizaciones libertarias, exponen en detalles sus principios, los ponen
en práctica en lo posible, publican y difunden sus periódicos y su literatura.
Citemos las más
activas organizaciones anarquistas de entonces:
1o. La Unión de
propaganda anarcosindicalista Goloss Truda, cuyo objetivo era la difusión de
las ideas anarcosindicalistas entre los trabajadores. Desplegó su actividad
primero en Petrogrado (verano de 1917 - primavera de 1918) y luego, por cierto
tiempo, en Moscú. Su órgano, Goloss Truda (La voz del Trabajo) se inició como
semanario para transformarse pronto en cotidiano. Fundó también una editorial
de obras de su ideología.
Apenas llegados al
poder, los bolcheviques se dedicaron a trabar por todos los medios su actitud
general y la aparición del diario en particular, hasta liquidar definitivamente
la organización y, más tarde, también la editorial. Todos los adherentes fueron
apresados o exiliados.
2o. La Federación
de Grupos Anarquistas de Moscú fue, relativamente, una gran organización, que
sostuvo, en 1917-18, intensa propaganda en Moscú y en provincias. Publicó La
Anarquía, cotidiano, de tendencia anarcocomunista (a este respecto es de
utilidad aportar algunas notas sobre las distintas tendencias anarquistas. Los
anarcosindicalistas ponían su esperanza sobre todo en el movimiento obrero
sindicalista libre; dicho de otro modo, en los métodos de acción y de
organización propios de este movimiento. Los anarcocomunistas no contaban con
los sindicatos obreros, sino con las comunas libres y sus federaciones, como
base de acción, transformación y construcción. Profesaban, pues, cierta
desconfianza hacia el sindicalismo. Los anarcoindividualistas, escépticos
frente al sindicalismo y al comunismo aun libertario, confiaban en el individuo
libre sobre todo, no admitiendo sino asociaciones libres de individuos como
base de la sociedad nueva. En el curso de la Revolución rusa, cobró impulso un
movimiento tendiente a conciliar estas tres tendencias en una suerte de
síntesis anarquista y un movimiento libertario unificado, tentativa de que fue
iniciadora la Confederación Nabat. Para obtener más detalles sobre esto,
consúltese la literatura anarquista, particularmente la periódica, desde 1900 a
1930), y fundó también una editorial. En abril de 1918 fue saqueada por el
gobierno soviético. Algunos restos de esta organización aún subsistieron hasta
1921, fecha en que fueron liquidados y sus últimos militantes suprimidos.
3o. La
Confederación de Organizaciones Anarquistas de Ucrania Nabate, importante
organización creada a fines de 1918, época en que los bolcheviques no habían
aún logrado imponer su dictadura en esa región. Se distinguió sobre todo por
una actividad positiva, concreta, proclamando la necesidad de una lucha
inmediata y directa por las formas no-autoritarias de edificación social, cuyos
elementos prácticos se esforzó en elaborar. Desempeño importante papel por su
agitación y su propaganda extremadamente enérgicas y contribuyó en mucho a la
difusión de las ideas libertarias en Ucrania. Publicó periódicos y folletos en
varias ciudades. Su órgano principal fue Nabate (La Campana). Intentó crear un
movimiento anarquista unificado (basado teóricamente en una especie de síntesis
anarquista, para agrupar todas las fuerzas activas del anarquismo en Rusia, sin
diferencia de tendencias, en una organización general. Unificó a casi todos los
grupos anarquistas de Ucracia y hasta algunos grupos de la Gran Rusia. Y
procuró formar una Confederación Anarquista Panrusa.
Desarrollada su
actividad en el agitado Sur, la Confederación hubo de entrar en estrechas
relaciones con el movimiento de los guerrilleros revolucionarios, campesinos y
obreros, y con su núcleo, la Makhnovtchina y así tomó parte activísima en las
luchas contra todas las formas de la reacción; contra el hetman (En pasados
siglos, hetman era el título del jefe electo de la Ucrania independiente,
instalado en el poder por los alemanes. Skorapadsky se lo apropió.)
Skoropadsky, contra Plejuras, Denikins, Grigorieffs, Wrangel y otros, en las
que perdió casi todos sus mejores militantes. Por último, atrajo, naturalmente,
la fulminación del poder central, cuyos repetidos ataques pudo resistir algún
tiempo, a causa de las condiciones reinantes en Ucrania. Su definitiva
liquidación por los bolcheviques ocurrió a fines de 1920, época en que muchos
de sus militantes fueron fusilados sin apariencia siquiera de procedimiento
judicial alguno.
Aparte de estas
tres organizaciones de gran envergadura y de acción más o menos vasta, había
otras de menor importancia. Un poco por todas partes, en 1917 y 1918, surgieron
grupos, corrientes y movimientos anarquistas, generalmente poco importantes y
efímeros, pero bastante activos, unos autónomos, otros vinculados a alguna de
las organizaciones citadas.
A pesar de algunas
diferencias de principio o de táctica, todos estos m8vimientos estaban de
acuerdo en lo fundamental, y cada uno cumplía, en la medida de sus fuerzas y
sus posibilidades, su deber con la Revolución y el anarquismo, sembrando en las
masas laboriosas los gérmenes de una organización social verdaderamente nueva:
antiautoritaria y federalista. Todos sufrieron finalmente la misma suerte: la
supresión brutal por la autoridad.
Volin, op. cit,
pág. 154-155.
(10) Gregori Petrovich Maximoff (1893-1950). Iniciado
en el anarquismo por la influencia de los escritos de Kropotkin; colaboró en el
periódico Golos Truda; vocero de la tendencia anarco-sindicalista durante la
Revolución rusa; debió dejar su país natal en 1922 dirigiéndose a Berlín, donde
milito en la Asociación Internacional de los Trabajadores marchando luego a
París. Posteriormente emigró a los Estados Unidos en 1952 donde editó
periódicos anarquistas en ruso y publicó en inglés una obra sobre la revolución
rusa intitulada Twenty years of terror in Rusia, 1940.
Vladimir
Ilyitsch Ulyanof Lenin
Cuando leo los
himnos de alabanza fúnebre con los cuales se han dirigido al muerto algunos de
sus más irritados enemigos, acuden involuntariamente a mi memoria las palabras
amonestatorias que empleó Angélica Balabanova frente a Clara Sheridan, la dama
que esculpió bustos de Lenin, de Trotsky y de otros jefes del bolchevismo. ¿Se
le hubiera ocurrido cincelar hace tres años a Lenin -le pregunto Balabanova-
entonces, cuando el gobierno inglés lo anatematizaba como espía alemán? Lenin
no ha hecho la revolución. La hizo el pueblo ruso. ¿Por qué no cincela usted a
las mujeres y a los hombres del pueblo obrero ruso, los verdaderos héroes de la
revolución? ¿Por qué ese repentino interés por Lenin?
Con Balabanova
pregunto yo a los que sobrecargan ahora de alabanzas a Lenin, entre los cuales
hasta se encuentran algunos menchevistas y social-revolucionarios: ¿Por qué esa
repentina simpatía? ¿Por qué ese extático estallido de homenajes para el hombre
que ayer mismo era cubierto de anatemas? ¿Acontece esto en base a aquella
endeble máxima que afirma que sólo se debe hablar bien de los muertos? ¿O
acontece porque hoy es un signo de valor no ir contra la corriente del culto a
los héroes? ¿O en resumen, no es más que un efluvio de ordinaria hipocresía?
Esos escritores saben tan bien como lo sabía la Balabanova que Lenin no ha
hecho la revolución. Más aún, que fue él quien puso un fin a la revolución.
Paso a paso, desde el histórico respiro -desde la paz de Brest-Litovsk- hasta
marzo de 1921, cuando impuso a sus rebaños su nueva política económica, persiguió
Lenin la tarea que se había propuesto, intentó llevar la revolución a la calma,
castrarla, desnaturalizar sus fines, privarla de su contenido, de modo que de
ella no quedó más que la vestimenta exterior, que debía servir como ornamento
en las revistas de gala de la Tercera Internacional.
Esa tarea no era
fácil. El pueblo ruso, que se arrojó con toda el alma en la revolución, tenía
ardiente fe en sus fuerzas, en sus posibilidades, en su persistencia. Lenin era
demasiado perspicaz para oponerse a ese entusiasmo general, a esa honda fe. Al
contrario, marchó con el pueblo y se pronunció por las medidas más extremas.
Pero el objetivo que perseguía era otro y se diferenciaba esencialmente de los
objetivos que el pueblo anhelaba. Era el Estado marxista, -como él lo
comprendía- una máquina que involucraba todo en sí, que lo absorbía todo, que
todo lo destruía, y cuya palanca tenían Lenin y su partido en las manos. Esa
divinidad fue bendecida por Lenin toda la vida.
Cuando la ola
revolucionaria llevó a Lenin al poder, vio llegada su hora, la hora en que
debía transformarse su sueño en realidad. ¿Qué le importaba que la revolución
fuera a la debacle? ¿Qué significaba que Rusia se cubriera de escombros y de
ruinas? De la sangre y las pavesas de un gran devenir surgió el Estado
marxista. La gloria de la obtención de ese artificio corresponde exclusivamente
a Lenin. Nadie trabajó más hábilmente ni con tan absoluta abnegación para ese
objetivo que él. El porvenir, sin embargo, no dejará de apreciar justamente el
carácter dudoso de esa gloria que incumbe al muerto jefe del bolchevismo, al
leninismo, como llama hoy con orgullo el rebaño fanático de sus adeptos la
formación política autocrática que pesa gravemente sobre las espaldas de la
esclavizada Rusia.
Los incensadores de
Lenin lo llaman grande. Pero él no poseía seguramente la grandeza del espíritu
y del corazón que constituyen las condiciones previas esenciales de toda
grandeza verdadera y general. Lenin mismo habría llenado de vejaciones y de
burlas a los que le atribuyen hoy tales cualidades burguesas. Grandeza de
espíritu, magnanimidad de corazón, comprensión y simpatía para un adversario
eran rasgos que escapaban totalmente a este hombre, que sin embargo, fue tan
extraordinariamente humano en sus defectos y criminal en sus errores. Más de
una vez se ofreció a Lenin la ocasión de revelar la verdadera grandeza, pero su
conformación espiritual entera no le permitió percibir la ocasión magnífica y
ni siquiera comprender su importancia. Desde este punto de vista, Lenin ha
quedado siempre fiel a sí mismo. Der Tag del 27 de enero da cuenta de una
interesante historia. Era en 1890; Rusia se vio visitada por una terrible
miseria. Toda la inteligencia rusa, sin diferencia de opiniones, se asoció para
encontrar medios y vías que pudieran aliviar la situación del pueblo
hambriento. León Tolstoi mismo escribió un caluroso llamado de socorro. En
Samara, el centro del distrito del hambre, se reunió un grupo de intelectuales
para deliberar sobre su trabajo en pro de los hambrientos. En esa reunión se
levantó un joven y se expresó así: El hambre revoluciona a las masas y facilita
la lucha contra la autocracia rusa. Por esa razón considero un crimen el
proyectado socorro. Naturalmente no tengo ninguna inclinación a participar de
ese crimen. Ese joven era Vladimir Ilyitsch Ulyanof Lenin.
No sé si el autor
de esta historia, presente en aquella reunión, ha citado exactamente el
discurso del joven Lenin, pero es tan notablemente significativo para toda la
conformación espiritual de Lenin y refleja tan excelentemente su conducta
frente a la vida y a los padecimientos humanos, que bien podría ser la verdad.
Lenin demostró la misma fría inflexibilidad en otra ocasión memorable, y fue
frente a Dora Kaplan, que tenía tras sí largos años de cárcel; no había sido
conducida a su acción ni por motivos personales ni por motivos
contrarrevolucionarios. Sabía también que su muerte, lo mismo que su
existencia, no podrían contribuir a la prosperidad de Rusia. Con un gran gesto
habría podido atraer hacia su persona, de parte del mismo partido a que Dora
Kaplan pertenecía, humana consideración. Podía reservar la vida de esa mujer.
Ese hubiera sido un signo de grandeza que habría señalado bajo las
circunstancias un elemento nuevo, vital, al curso entero de la revolución. Pero
nadie puede dar lo que no tiene. Lenin, a quien toda verdadera grandeza humana
le era extraña, entregó a Dora Kaplan a sus verdugos, a la tcheka. ¿Se puede
representar uno por un sólo momento que un Tolstoi, un Bakunin, un Kropotkin,
los tres grandes rusos, hubieran podido hacerse culpables de una crueldad tan
innecesaria e infructuosa? ¡Pero para qué mencionar esos espíritus universales!
Hubo dos mujeres en el movimiento anarquista: Luisa Michel y Voltairine de
Cleyre. También contra ellas se intentó la muerte. ¿Cómo procedieron contra sus
atacantes? ¿Se atuvieron a su libra de carne? ¡No, al contrario! Ambas se
negaron a participar en un asesinato. Solicitaron la vida de los hombres que
habían querido quitarles la suya. Compárese los actos de Luisa Michel y de
Voltairine de Cleyre con el acto de Lenin y se verá la mísera impresión que
produce el último en realidad.
Y sin embargo
poseía Lenin una grandeza, que nadie podrá disputarle, poseía la grandeza del
jesuitismo, la voluntad de seguir su camino con astucia y despreocupación de
los medios y un menosprecio extremo hacia los asombrosos sacrificios que
ofrendaba a su divinidad. En este sentido, los Torquemadas de todos los tiempos
han sido grandes. De algunos se sabe que estallaban en sollozos al mandar a sus
víctimas a la cámara de tortura o a la muerte. Tal vez sollozó también Lenin
por el tributo que debía pagar por sus tentaciones. Felizmente tales lágrimas
eran el factor paralizador del espíritu de la humanidad y destructor de todo
intento de una nueva forma de vida. Los Torquemadas han sido siempre las
fuerzas más reaccionarias y contrarrevolucionarias de la historia humana. Y
Lenin era un reaccionario. Todos sus hechos políticos desde 1917 son una
demostración viviente de sus aspiraciones contrarrevolucionarias.
Contrarrevolucionarias en el sentido que han contribuido con todos los medios
al fracaso de la revolución.
La paz de
Brest-Litovsk inflingió a la revolución la herida más mortal. El
establecimiento de la tcheka transformó a Rusia en un matadero humano. La
recaudación violenta de los impuestos y las expediciones punitivas asociadas a
ella aniquilaron millares de vidas y destruyeron aldeas enteras. Kronstadt y el
tributo de sangre que debieron satisfacer sus mejores hijos a la divinidad de
Lenin. El decreto que sancionó la guerra hasta el extremo contra la oposición
obrera y los anarquistas sindicalistas (esa orden secreta impartida en el X
congreso del Partido Comunista Pan-ruso, aparece ahora a la luz del día; fue
utilizada como un apoyo por los leninistas en las últimas discusiones con la
oposición); y finalmente el restablecimiento del capitalismo por el NEP (Nueva
Política Económica); todo esto y más surgió del cerebro del hombre que ha sido
canonizado como un santo por la iglesia comunista. Y todas esas medidas han
contribuido a sofocar la revolución y a destruir las esperanzas del pueblo
ruso. Pero no sólo Rusia, todo el mundo debió experimentar el jesuitismo de
Lenin, pues llevó a todas partes el germen de la descomposición a las filas de
los oprimidos.
Pero Lenin creía
absolutamente en la necesidad de tales métodos, en la necesidad de sembrar el
desconcierto, la abominación y la descomposición. Consideraba todo eso como una
parte esencial de su doctrina. Tenemos sus propias palabras al respecto:
Krasnaia Lotopies No.7, contiene un discurso de Lenin en el quinto congreso de
la social democracia rusa (partido obrero), que remitió su defensa ante un
tribunal del partido. Se le achaca entonces la difamación y la calumnia de treinta
y un menchevistas, que habían abandonado el partido y formado un bloque con los
cadetes. El jefe de ese grupo era F. Dan. Lenin formuló su opinión entonces en
las siguientes palabras: En el ataque a los opositores políticos es la forma,
no el contenido, de importancia. En realidad, la forma representa el tono que
dirige toda la música. La forma debe ser, pues, tal que provoque en el oyente o
en el lector odio, desprecio, horror contra los atacados. La misión de la forma
no es convencer sino dispersar las filas de los adversarios, no mejorar sus
defectos, sino aniquilar su organización y su actividad, extirparlas de la
Tierra. La forma del ataque debe ser tal que incite a los peores pensamientos y
a la sospecha y lleve el caos y la desorientación a las filas del proletariado.
Al preguntársele si no pensaba que tales métodos son reprobables, contestó
Lenin: Ciertamente cuando se aplican al propio partido y contra los propios
camaradas. Pero en la lucha contra todos los adversarios políticos no sólo no
es reprochable ese método, sino que es digno de recomendación y necesario. Lo
repito, en mi ataque contra los grupos salidos de los menchevistas he escogido
intencional y conscientemente esa forma, que es apropiada para escindir las
filas del proletariado y provocar odio, desconfianza y horror contra nuestros
enemigos políticos.
Nadie puede hacer a
Lenin el reproche de que ha utilizado sutilidades alguna vez. Pero eso no puede
encubrir el hecho de que toda su vida ha esparcido un peligroso veneno en las
filas del proletariado. Las filas de su pequeño partido fueron infestadas poco
a poco. Mientras Lenin tuvo en sus manos los hilos del bolchevismo, no podía
surgir nada a la superficie. Pero ahora que la muerte misma ha disuelto el
férreo puño, hace explosión el veneno contenido y amenaza devorar el edificio
entero que ha construido tan diligentemente el gran jesuita de nuestro tiempo.
La muerte es la
gran niveladora de toda la vida. Fue hacia Lenin como había ido sobre los
montones de víctimas del leninismo, sólo que hacia él fue con más
consideración. Dora Kaplan, Fanny Baron, León Tchorny y muchos otros debieron
morir más de una muerte cruel antes de que la tcheka de Lenin los colocara de
espaldas a los muros. Sus cuerpos muertos no fueron expuestos a la vista. Ningún
homenaje se les ha ofrendado. Ningún canto mortuorio resonó en su sarcófago y
las campanas de las cuarenta iglesias de Moscú no les rindieron ningún
quejumbroso acompañamiento. Murieron de una muerte afrentosa, pues habían
quedado fieles a la revolución, aunque no tuvieron éxito. No así Lenin. Este
tuvo éxito. Consiguió poner en pie su máquina. Ha despertado a nueva vida todos
los males que la revolución quería extirpar: el capitalismo, la explotación y
todo lo que de ello se deriva. No es milagro que Lenin fuera enterrado con la
pompa de un potentado y que su reino sea reconocido hoy por las potencias
europeas. ¿Y por qué no? La revolución ha muerto. ¡Larga vida al leninismo!
El Vaticano,
Mussolini, el patriarca Tikon, los reaccionarios, los aventureros y arribistas
del mundo pagan ahora su tributo al hombre que hubieran matado hace siete años
si hubiese caído en sus manos. ¡Mentirosos e hipócritas todos! La expresión de
su respeto y de su simpatía es solo una máscara tras la cual ocultan su alegría
porque el leninismo les ha proporcionado la llave de las riquezas de Rusia, que
ahora están dispuestos a extraer hasta el fondo.
Pero la última
palabra en la determinación de Rusia no ha sido dicha aun. El pueblo, tan
grande en su cólera de los días de octubre, se levantará de nuevo y
testimoniará que el triunfo del leninismo y su muerto jefe fue al mismo tiempo
su trágica derrota.
Berlín, febrero de
1924.
Losovski
levanta el telón
Durante el primer
congreso de la Internacional sindical roja, emplearon, Losovski como jefe de
esa organización, y sus colaboradores, todos los medios para convencer a los
delegados extranjeros y en especial a los franceses de que la III Internacional
no tenía la intención de someter a su control la Internacional sindical roja.
Lejos de hacer de la I.S.R. una rama dependiente de la Tercera Internacional,
saludaban a esta como a una organización hermana autónoma con la que pensaban
trabajar mano a mano.
Nosotros, que
estábamos en Rusia entonces y teníamos un íntimo contacto con el trabajo previo
de la I.S.R., sabíamos sin embargo más. Sabíamos que la I.S.R. debía inyectar
sangre fresca en el cuerpo achacoso de la Tercera Internacional, que sólo se
componía aun de un puñado de intelectuales. En los círculos comunistas rusos
era un secreto a voces el fin a que era destinada la I.S.R., pero era necesario
hacer creer a los delegados extranjeros y en especial a los
anarco-sindicalistas franceses, enemigos de toda tutela sobre su organización
por un partido político cualquiera, que la Internacional comunista estaba libre
de tales intenciones, al menos era necesario hacer creer hasta que hubiesen
sido ganados para la I.S.R.
Conservo bien en la
memoria mi conversación con el ruso-americano De Leonite Reinstein, referente a
las relaciones de ambas internacionales.
Reinstein había
vivido muchos años en los Estados Unidos y fue siempre un adversario de los
I.W.W. y de los anarquistas-sindicalistas. En 1917 se dirigió a Rusia y
figuraba allí constantemente como delegado del proletariado americano. Esto era
en tiempos del bloqueo, durante el cual era muy difícil entrar en Rusia y
cuando no habían descubierto aún otros delegados americanos nombrados por sí
mismos cuan provechoso es servir a los moscovitas. ¡Qué hará ahora el pobre
Reinstein cuando la concurrencia americana es tan fuerte!
En 1921 era
Reinstein presidente de la comisión anglo-americana para los trabajos
preparatorios del congreso sindical. Reinstein decía entonces que había sido su
idea la que movió a la Internacional comunista a fundar una nueva Internacional
sindical. Eso era inevitable para la Tercera Internacional si no quería ser un
mero club de discutidores políticos, pues entonces la Tercera Internacional
estaba compuesta sólo de rusos y de extranjeros en absoluto separados del
exterior, es decir, que no tenía la menor idea de lo que pasaba entre los
trabajadores de otros países. Una corporación obrera organizada en escala
internacional -decía Reinstein-, añadiría a la Tercera Internacional nueva y
vigorosa savia y se convertiría pronto en un poder mundial. Destino y función
predeterminado y prefijado a la I.S.R. largo tiempo antes de su nacimiento.
Y es preciso decir
que la I.S.R. hace honor a sus creadores. No sólo ha sido creada de acuerdo al
modelo de la Internacional Comunista, sino que es realmente el clisé de todos
sus sueños y planes. Y esos sueños no son otros que la dominación de los
trabajadores y su dependencia del Estado político, lo que hoy es llamado
leninismo. La I.S.R. no tiene más misión que la de asegurar esa dominación
mundial.
Los delegados del
primer congreso de la I.S.R. cayeron con facilidad en el lazo que les había
tendido Moscú; algunos, a causa de su ingenua fe en que la Tercera
Internacional representaba efectivamente la revolución rusa; otros -y estos
constituían la mayoría- fueron suficientemente perspicaces para comprender el
engaño; pero consideraron más sensato servir a los amos de Moscú en vez de
servir a su organización, que los había enviado para defender la Internacional
Sindical Roja contra el ensayo de asocíarla a objetivos políticos. Aparte de
ellos, se encontraban entre los delegados hombres serios que rehusaron dejarse
hipnotizar, pero tuvieron poca ocasión para hacerse oír en esa asamblea
dominada por pseudo delegados de centros industriales como Palestina, Muchara o
Afganistán, por ejemplo.
Han pasado tres
años desde entonces. La I.S.R. ha señalado más y más quién es amo en su casa y
qué órdenes deben ser ejecutadas, órdenes que no persiguen otro propósito que
esparcir en las filas del proletariado internacional el caos, la confusión y la
desconfianza. Sin embargo existen aún almas crédulas que se atienen tenazmente
a la superstición de que la Internacional Comunista no es más que la buena
hermana de la I. S. R.; esta protege frente a los ataques de los enemigos a su
débil organización hermana. Por eso es preciso que sepan de La fuente comunista
más autoritaria, del presidente de la I.S.R., qué rol ha desempeñado la
Internacional Comunista en la vida de la I.S.R. y qué rol desempeñará.
La Pravda dedicada
al quinto aniversario de la Tercera Internacional, contiene el siguiente
artículo de Losovski. Escribe entre otras cosas lo que sigue:
Por eso, porque la
Internacional Comunista expuso la demanda de conquistar los sindicatos
existentes desde dentro, en lugar de formar nuevas y pequeñas organizaciones
revolucionarias, ha sido salvado todo el movimiento sindical del completo
derrumbamiento.
La Tercera
Internacional, no sólo tiene el mérito de ser la autora de la Internacional
Sindical Roja, es, además, el guía de su camino y de su actividad.
Es necesario
ocuparse cuidadosamente de la obra de la I.S.R., de las resoluciones y
decisiones de su soviet central para reconocer cuán entrelazadas están ambas
internacionales. En realidad, todas las resoluciones fueron inspiradas por el
Cominter en la dirección de sus fines y métodos ... De igual modo que la I.S.R.
no podría haber nacido sin la ayuda de la Internacional Comunista, ésta no
podría, sin aquélla, y sin los partidos comunistas, continuar existiendo en
todos los países. Justamente ese estrecho intercambio de interpretaciones
políticas y de ideas es lo que provocó los ataques de los anarquistas contra la
Internacional Comunista ... Pero nosotros no tenemos tiempo para escuchar las
charlatanerías reformistas y anarquistas. La Internacional comunista está muy
ocupada en la formación de un frente único de lucha revolucionaria contra el
bloque reformista de Amsterdam y de la Segunda Internacional.
La Internacional
Comunista no ha considerado nunca el movimiento obrero como un campo cerrado
que no tendría derecho a pisar en razón de su programa y de sus métodos ... Tal
cosa exigen constantemente de nosotros los anarquistas y los reformistas. Pero
la Internacional Comunista no cederá jamás a esa exigencia. El fin de nuestro
partido es ganar la mayoría de la clase obrera, y organizar a ésta para la
revolución, para cuyo fin son indispensables los sindicatos. Pero éstos no son
considerados por la Internacional Comunista como un fin, sino como un medio
para instalar la dictadura del proletariado. Y por esa razón la Internacional
Comunista debe declarar la guerra a la solución de los anarco-sindicalistas
franceses: todo el poder a los sindicatos.
Desde 1921,
Losovski parece que ha aprendido a revelar algunas veces la verdad y a
traicionar secretos comunistas. Con otras palabras: declara que la
Internacional Comunista no ha tenido nunca la menor idea de que los fines y la
actividad de la I.S.R. significan algo especial junto a los suyos propios, y
que todo debe subordinarse a la Internacional Comunista, cuyo propósito, según
Losovski, es la conquista del poder político y la dictadura del proletariado.
Algún día
comprenderán seguramente los trabajadores la completa significación de esa
dictadura. Entonces comprenderán que sólo han sido títeres en el teatro del
comunismo y han contribuido por eso a poner en escena el drama ruso, aquel
drama que ha enterrado la revolución, paralizado el pensamiento y los actos de
las masas y que ha creado un sistema de persecuciones políticas como apenas
había visto antes el mundo. Entonces reconocerán que bajo la dirección del
comunismo han restablecido el capitalismo.
Se debería
desesperar por completo de las posibilidades de las masas si no se cree
apasionadamente que ese despertar vendrá.
Berlín, abril de
1924.
Francisco Ferrer y la Escuela moderna
Se considera que la experiencia es la mejor escuela de la vida. El hombre o la mujer que no aprende alguna lección vital en esa escuela es mirado como un zote. Aun pareciendo extraño que digamos que las instituciones organizadas continúan perpetuando errores, ellos, sin embargo, no aprenden nada de la experiencia, a la que se someten como si fuera algo irremediable.
Vivía y trabajaba en Barcelona un hombre llamado Francisco Ferrer. Era un maestro de niños, conocido y amado por su pueblo. Fuera de España sólo una culta minoría conocía la obra de Francisco Ferrer. Para el mundo en general, este maestro no existía.
El primero de septiembre de 1909, el gobierno español -a requerimiento de la Iglesia Católica- arrestó a Francisco Ferrer. El trece de octubre, después de un proceso ridículo, fue llevado al foso de Montjuich, colocado contra el horrible muro, testigo de infinitos gemidos, y allí cayó muerto. Instantáneamente, Ferrer, el maestro oscuro, adquirió contornos universales inflamando de indignación a todo el mundo civilizado contra el espectacular asesinato.
La muerte de Francisco Ferrer no fue el primer crimen cometido por el gobierno hispano y la Iglesia Católica mancomunados. La historia de estas instituciones es una dilatada corriente de sangre y fuego. No sólo no aprendieron nada por la experiencia sino que ni siquiera dieron en pensar que cualquier ser, por frágil que sea, lapidado por la Iglesia y el Estado, crece y crece hasta tomar los contornos de poderoso gigante que libertará algún día a la humanidad de su peligroso poder.
Francisco Ferrer nació en 1859, de humildes padres. Estos eran católicos, y, por supuesto, quisieron educar a su hijo en la misma fe. No sabían que el muchacho se convertiría en el precursor de una gran verdad y rehusaría marchar por el viejo sendero. A temprana edad Ferrer comenzó a dudar de la fe de sus padres. Quiso saber por qué el Dios que le hablaba de bondad y de amor turbaba el sueño del inocente infante con espantos y pavores de torturas, de sufrimientos de infierno. Despierto y de mente vivaz e investigadora, no tuvo que andar mucho para descubrir el horror de ese monstruo negro, la Iglesia Católica. No haría ya buenas migas con ella.
Francisco Ferrer no fue solamente un incrédulo, un investigador de la verdad, sino también un rebelde. Su espíritu estallaba en justa indignación al considerar el férreo régimen de su país. Y cuando un puñado de rebeldes, dirigidos por el valiente patriota General Villacampa, bajo el estandarte del ideal republicano, se rebeló contra ese régimen, nadie fue combatiente más ardoroso que el joven Francisco Ferrer.
¡EI ideal republicano! Espero que nadie le confundirá con el republicanismo de este país (1). Sea la que fuere, la objeción que yo, como anarquista, pueda hacer a los republicanos de los países latinos, sé que se elevaron mucho más alto que el corrompido y reaccionario partido que, en América, está destruyendo todo vestigio de libertad y de justicia. Basta sólo con pensar en los Mazzini, en los Garibaldi, en otras veintenas, para descubrir que sus esfuerzos fueron dirigidos, no simplemente hacia la destrucción del despotismo, sino particularmente contra la Iglesia Católica, la que desde su aparición ha sido la enemiga de todo progreso y liberalismo.
En América tenemos justamente el reverso. El republicanismo brega por derechos autoritarios, por el imperialismo, por peculados, por el aniquilamiento de toda apariencia de libertad. Su ideal es la untuosa respetabilidad de un Mc Kinley y la brutal arrogancia de un Roosevelt.
Los rebeldes republicanos españoles fueron sometidos. Se necesita más que un valiente esfuerzo para conmover la roca de las edades, para cortar la cabeza de esa hidra monstruo, la Iglesia Católica y el trono español. Arrestos, persecuciones y castigos siguieron a la heroica tentativa del pequeño grupo. Los que pudieron zafarse de los sabuesos volaron a buscar seguridad a playas extranjeras. Francisco Ferrer estuvo entre estos últimos. Fue a Francia.
¡Cómo debió ensancharse su alma en el nuevo país! Francia, la cuna de la libertad, de las ideas, de la acción. París, siempre joven, el intenso París, con su palpitante vida, después de la oscuridad de su propio país retardado, ¡cuánto debió haberle inspirado! ¡Qué oportunidades, qué ocasión gloriosa para un joven idealista!
Francisco Ferrer no perdió el tiempo. Cual un hombre famélico sumergióse en los varios movimientos liberales, trató toda clase de gente, aprendió, absorbió y creció. Interín, también vio cómo se desarrollaba la Escuela Moderna que iba a jugar un papel tan importante y fatal en su vida.
La Escuela Moderna fue fundada en Francia mucho antes de la época de Ferrer. Su fundador, aunque en menor escala, fue el dulce espíritu de Luisa Michel.
Ya sea consciente o inconscientemente, nuestra gran Luisa sentía, hacía tiempo, que el futuro pertenece a la joven generación; que si no se rescata al niño de esa institución que destruye mente y alma, la escuela burguesa, los males sociales continuarán existiendo. Tal vez pensaba con Ibsen que la atmósfera está poblada de espectros, que el hombre y la mujer tienen no pocas supersticiones que vencer. No bien podían salvar el mortal foso de un espectro, cuando he aquí que se encontraban de manos a boca esclavizados a otros tantos noventa y nueve espectros. En tal guisa, sólo muy pocos alcanzan la cima de una completa regeneración.
No obstante, el niño no tiene tradiciones que vencer. Su mente no está sobrecargada con ideas rancias, su corazón no ha crecido a frías con distinciones de casta y clase. El niño es para el maestro lo que la arcilla para el escultor. Que el mundo reciba una obra de arte o una lastimosa imitación depende en gran parte, del poder creador del maestro.
Luisa Michel estaba superiormente dotada para interpretar el alma insaciable del infante. ¿No fue ella misma de naturaleza infantil, tan dulce y tierna, generosa y pura? El alma de Luisa ardía siempre, inflamada de indignación, ante toda injusticia social. Ella estaba invariablemente en las filas avanzadas, siempre que el pueblo de París se rebelaba contra cualquier desmán. Y como estaba hecha para sufrir encarcelamientos por su gran abnegación hacia los oprimidos, la pequeña escuela de Montmartre pronto dejó de existir. Pero la semilla se había sembrado y desde entonces ha producido frutos en muchas ciudades de Francia.
La tentativa más importante de una Escuela Moderna fue la del gran viejo -aunque de espíritu siempre joven- Paul Robln. Junto con unos pocos amigos estableció una amplia escuela en Cempuis, hermoso lugar en los aledaños de París. Paul Robin profesaba como elevado ideal algo más que simples ideas modernas en educación. Quería demostrar por medio de hechos actuales, que la concepción burguesa de la herencia no es sino un mero pretexto para eximir a la sociedad de sus terribles crímenes contra la infancia. El castigo que el niño debe sufrir por los pecados de sus padres, la idea de que debe debatirse en la pobreza y el fango, que está predestinado a convertirse en un ebrio o un criminal, justamente porque sus padres no le dejaron otro legado, era demasiado descabellada para el hermoso espíritu de Paul Robin. Él creía que, fuere lo que fuere la parte que la herencia jugara, hay otros factores igualmente importantes, si no más importantes, que pueden y deben extirpar o disminuir la pseudo primera causa. Un medio social y económico adecuado, el aliento y la libertad de la naturaleza. Gimnasia saludable, amor y simpatía, y, sobre todo, profunda comprensión de las necesidades del niño -todo esto destruiría el cruel, injusto y criminal estigma impuesto al inocente infante.
Paul Robin no seleccionaba a sus niños; él no acudía a los pseudo mejores padres: tomaba su material alli donde pudiera encontrarle. De la calle, de la cabaña, de las inclusas, de todos los grises y horribles lugares donde una sociedad malvada oculta sus víctimas para pacificar su conciencia culpable. Recogió todos los sucios, inmundos, temblorosos pequeños vagabundos que su establecimiento podía albergar y los trajo a Cempuis. Allí, rodeados por la gloria de la propia naturaleza, mantenidos aseados, profundamente amados y comprendidos, las jóvenes plantas humanas comenzaron a crecer, a florecer, a desarrollarse excediendo las esperanzas de su amigo y maestro Paul Robin. Los niños crecieron y se desarrollaron con la firmeza que da la confianza de sí mismo, varones y mujeres amantes de la libertad. ¿Qué peligro más grande para las instituciones que forjan pobres para perpetuar a los pobres? Cempuis fue clausurada por el gobierno francés bajo la acusación de co-educación, que es prohibida en Francia. Sin embargo, Cempuis había estado en actividad bastante tiempo como para probar a todos los educadores avanzados sus formidables posibilidades y para servir como un empuje a los modernos métodos de educación, que son lentos pero minan inevitablemente el actual sistema.
Cempuis fue seguida de un gran número de otras tentativas educacionales -entre ellas la de Madelaine Vernet, poeta y escritor talentoso, autor de L'Amour Libre, y la de Sebastián Faure, con su La Ruche (2), que yo visité cuando estuve en París, en 1907.
Algunos años antes el camarada Faure compró el terreno en el que construyó La Ruche. En un corto tiempo comparativamente logró transformar el antes agreste, incultivado campo en un terreno floreciente, teniendo todas las apariencias de una granja bien cuidada. Un patio cuadrado, amplio, limitado por tres edificios y un ancho camino que conduce al jardín y al huerto, saludan el ojo inquisidor del visitante. El huerto, cuidado como solamente un francés sabe hacerlo, suministra gran variedad de legumbres para La Ruche.
Sebastián Faure opina que si el niño es sometido a influencias contradictorias, su desarrollo sufre en consecuencia. Solamente cuando las necesidades materiales, la higiene del hogar y el ambiente intelectual se armonizan puede el niño crecer como un ser sano, libre.
Refiriéndose a su escuela, Sebastián Faure emite la siguiente opinión:
He tomado veinticuatro niños de ambos sexos, la mayoría huérfanos, o aquellos cuyos parientes son demasiado pobres para pagar. Son vestidos, alojados y educados a mis expensas. Hasta los doce años recibirán una elemental y perfecta educación. Entre la edad de doce y quince -continuando todavía sus estudios- se les enseña algo de comercio, teniendo en cuenta sus disposiciones y aptitudes individuales. Llega, por último, el día en que, libremente, dejan La Ruche para iniciar la vida en el mundo exterior con la seguridad que pueden, en cualquier momento, regresar a ella, donde serán recibidos con los brazos abiertos y se les dará la bienvenida, cual hacen los padres con sus amados hijos. Entonces, si desean trabajar en nuestro establecimiento, pueden hacerlo bajo estas condiciones: un tercio para cubrir sus gastos o sustento, otro tercio que se añade al capital general puesto aparte para acomodar nuevos niños, y el último tercio destinado a ser entregado para el uso personal del joven, como él o ella lo crean conveniente.
La salud de los niños que están ahora a mi cuidado es excelente. El aire puro, la comida nutritiva, el ejercicio al aire libre, los largos paseos, la observancia de las reglas higiénicas, el breve e interesante método de instrucción, y, sobre todo, nuestra afectuosa comprensión y cuidado de los niños han producido admirables resultados físicos y mentales.
Sería injusto afirmar que nuestros pupilos han realizado maravillas; pero, si tenemos en cuenta que pertenecen al término medio, no habiendo tenido oportunidades previas, los resultados son verdaderamente satisfactorios. La facultad más importante que han adquirido -un rasgo raro en los niños de la escuela ordinaria- es el amor al estudio, el deseo de conocer, de ser informado. Han aprendido un nuevo método de trabajo, uno que vivifica la memoria y estimula la imaginación. Hacemos un esfuerzo particular para despertar el interés del niño por lo que le rodea, con el propósito de hacerle descubrir la importancia de la observación, la investigación y la reflexión, de manera que cuando los niños alcancen la madurez no sean sordos y ciegos para las cosas que les circundan. Nuestros niños nunca aceptan nada con fe ciega, sin inquirir el por qué o el motivo; ni se sienten satisfechos hasta que sus preguntas son completamente contestadas. De este modo sus mentes están libres de dudas y temores resultantes de respuestas incompletas o carentes de verdad; esto último es lo que debilita el crecimiento del niño y crea una falta de confianza en sí mismo y en los que le rodean.
Es sorprendente ver cuán francos y buenos y afectuosos son nuestros pequeños entre ellos mismos. La armonía que reina entre ellos y los adultos es en extremo animadora. Sentiríamos como una falta si los niños nos temieran u honraran simplemente porque somos sus mayores. No dejamos nada por hacer para ganar su confianza y amor; realizando esto, la comprensión reemplazará la duda; la confianza al temor, la afección a la severidad.
Nadie ha descubierto plenamente todavía la riqueza de simpatía, bondad y generosidad oculta en el alma del niño. El esfuerzo de todo educador verdadero debería ser abrir ese tesoro -para estimular los impulsos del niño y hacer florecer sus mejores y más nobles tendencias-. ¿Qué premio más grande puede haber para un hombre cuya vida de trabajo es vigilar el crecimiento de la planta humana, ver cómo va desplegando sus pétalos y observar su desarrollo en una verdadera individualidad? Mis camaradas en La Ruche no desean premio más valioso, y es debido a ellos, a sus esfuerzos, más que al mío propio, que nuestro jardín humano promete producir hermosos frutos.
Refiriéndose al objeto de la historia y a la prevalencia de viejos métodos de instrucción, Sebastián Faure dice:
Explicamos a nuestros niños que la verdadera historia está todavía por escribirse, la historia de los que han muerto, desconocidos, realizando esfuerzos para ayudar a la humanidad en la consecución de fines más grandes.
A Francisco Ferrer no podía escapar esta gran ola de tentativas por fundar la Escuela Moderna. Vislumbró sus posibilidades, no meramente bajo su aspecto teórico, sino en su aplicación práctica para las necesidades de todos los días. Debió caer en la cuenta que España, más que cualquier otro país, necesita precisamente de tales escuelas, si es que quiere deshacerse del doble yugo del hisopo y de la espada.
Cuando consideramos que el sistema entero de educación en España está en manos de la Iglesia Católica y cuando recordamos la fórmula católica: Inculcar el catolicismo en la mente del niño hasta la edad de nueve años; es arruinarlo inevitablemente para cualquier otra idea, comprendemos la enorme tarea de Ferrer al traer la nueva luz al pueblo. El destino le asistió pronto, proporcionándole lo que había menester para que pudiera llevar a buen término su gran sueño.
Mlle. Meunier, una pupila de Francisco Ferrer y dama de gran fortuna, interesóse por el proyecto de la Escuela Moderna. Cuando murió, legó a Ferrer algunas propiedades valiosas y doce mil francos anuales de renta para la Escuela.
Se ha dicho que almas levantadas no pueden concebir sino ideas elevadas. Si es así, los despreciables métodos de la Iglesia Católica para macular el carácter de Ferrer, con el fin de justificar su tenebroso crimen, puede explicarse sin muchos rodeos. De ahí que fuera difundida, en los periódicos católicos de América, la calumnia de que Ferrer usó de su intimidad con Mlle. Meunier para entrar en posesión de su peculio.
Personalmente, sostengo que la intimidad, sea ésta de cualquier naturaleza, entre un hombre y una mujer, es asunto exclusivo de ellos vedado a la intromisión ajena. No me extendería sobre este tópico, si no fuera por una de las numerosas y cobardes calumnias propaladas acerca de Ferrer. Por supuesto que los que conocen la pureza del clero católico comprenderán la insinuación. ¿Acaso han mirado los católicos alguna vez a la mujer como a algo que no sea una presa sexual? La crónica histórica referente a los descubrimientos en conventos y monasterios me llevaría muy lejos en ésto. ¿Cómo, entonces, van a entender ellos la cooperación de un hombre y una mujer, excepto sobre una base sexual?
En puridad, Mlle. Meunier era considerablemente mayor que Ferrer. Habiendo transcurrido su infancia y adolescencia con un padre miserable y una madre sumisa, pudo apreciar fácilmente la necesidad del amor y la alegría en la vida del niño. Dióse cuenta que Ferrer era un maestro, que no era un producto deleznable de las instituciones docentes al uso, vale decir, una máquina con diploma, sino un hombre dotado de genio para esa vocación.
Con conocimientos vastos, con experiencia, con los medios necesarios y sobre todo ardiendo en la divina llama de su misión, nuestro camarada volvió a España y allí empezó el trabajo capital de su vida. El 19 de septiembre de 1901 fue abierta la primera Escuela Moderna. Fue entusiastamente recibida por el pueblo de Barcelona que asumió la responsabilidad de sostenerla. En un breve discurso con ocasión de la apertura de la Escuela, Ferrer sometió su programa a sus amigos. Dijo: No soy un orador, ni un propagandista, ni un luchador. Soy un maestro; amo a los niños por sobre todas las cosas. Creo comprenderlos. Quiero contribuir a la causa de la libertad creando una joven generación que esté pronta a ponerse en contacto con una nueva era.
Fue advertido por sus amigos que tuviera cuidado en su oposición a la Iglesia Católica. Sabían hasta dónde podía llegar ésta para abatir aun enemigo. Ferrer también lo sabía. Pero, a semejanza de Brand, creía en todo o en nada. No erigiría la Escuela Moderna sobre la misma antigua calumnia. Sería franco y honesto y abierto para con sus niños.
Francisco Ferrer llegó a ser un hombre notorio. Se le acechó desde el primer día de la apertura de la Escuela. El edificio de ésta fue vigilado; su pequeño hogar en Mangat, también. No se le perdía de vista un paso aun cuando fuera a Francia o Inglaterra para conferenciar con sus colegas. Estaba señalado y era sólo cuestión de tiempo para que el enemigo, acechador, le apretara el lazo corredizo. Logrólo casi, en 1906, cuando Ferrer fue envuelto en el atentado a la vida de Alfonso XIII. La evidencia que le eximía de culpa y cargo era demasiado patente, aun para los mismos cuervos negros; tuvieron que dejarle ir, no por buenos precisamente. Esperaban. ¡Oh!, pueden esperar cuando se han propuesto atrapar una víctima.
El momento llegó al fin, durante el levantamiento antimilitarista de España, en julio de 1909. Tendríamos que buscar en vano en los anales de la historia revolucionaria para encontrar una protesta más notable contra el militarismo. Habiendo vivido durante centurias oprimido por militares, el pueblo español no podía soportar ya más tiempo su yugo. No veían razón para ayudar a un gobierno despótico en someter y oprimir a un pueblo pequeño que luchaba por su independencia, como lo hacían los bravos rífenos. No, no emplearían las armas contra ellos.
Durante mil ochocientos años la Iglesia Católica ha predicado el evangelio de la paz. Y ahora, cuando el pueblo quería convertir actualmente el evangelio en realidad viviente, urgía a las autoridades para que lo forzara a levantarse en armas contra los marroquíes. Así, la dinastía española seguía los criminales métodos de la dinastía rusa, se forzaba al pueblo hacia el campo de batalla. Entonces, colmóse su capacidad de sufrimiento. Entonces, revolviéronse los trabajadores de España contra sus amos, contra los que, cual sanguijuelas, habían desangrado su fuerza, su preciosa sangre vital. Sí, atacaron las iglesias y los sacerdotes, pero si estos últimos tuvieran mil vidas, no podrían posiblemente pagar los terribles ultrajes y crímenes perpetrados contra el pueblo español.
Francisco Ferrer fue arrestado el primero de septiembre de 1909. Hasta el primero de octubre sus amigos y camaradas no supieron qué se había hecho de él. En este día se recibía una carta en l'Humanité, en la que se podía apreciar toda la ridiculez del proceso. Al día siguiente su compañera, Soledad Villafranca, recibía la siguiente carta:
No hay motivo para atormentarse; sabes que soy absolutamente inocente. Hoy estoy particularmente esperanzado y alegre. Es la primera vez que puedo escribirte y la primera que, desde mi arresto, puedo solazarme con los rayos del sol que entran a raudales por la ventanuca de mi celda. Tú también debes estar alegre.
Bien patético es que Ferrer, corriendo ya el 4 de octubre, no creyera que sería condenado a muerte. Pero más triste es aún que sus amigos y camaradas hubieran cometido hasta entonces el desatino de dar crédito al enemigo dotándolo de un sentido de justicia. Una y otra vez habían prestado fe a los poderes judiciales, sólo para ver a sus hermanos muertos ante sus propios ojos. No promovieron ninguna agitación para rescatar a Ferrer, ninguna protesta de cierta extensión, nada. Porque es imposible condenar a Ferrer; es inocente. Pero todo es posible tratándose de la Iglesia Católica.
El 4 de octubre Ferrer envió la siguiente carta a L'Humanité:
Prisión Celular, 4 de octubre de 1909.
Queridos amigos míos. No obstante la más absoluta inocencia, el fiscal exige la pena de muerte, basado en denuncias de la policía, que me presenta como el jefe de los anarquistas del mundo entero, dirigiendo los sindicatos de trabajadores de Francia y culpable de conspiraciones e insurrecciones en todas partes, declarando que mis viajes a Londres y París no fueron emprendidos con otro objeto.
Con calumnias tan infames están tratando de enviarme al patíbulo.
El mensajero está pronto para partir y yo no tengo tiempo para extenderme. Todas las evidencias presentadas al juez instructor por la policía no son más que un tejido de mentiras e insinuaciones calumniosas. Pero ninguna prueba en contra mía ha logrado éxito.
Ferrer.
El 13 de octubre de 1909, el corazón de Ferrer, tan valiente, tan firme, tan leal, fue acallado. ¡Míseros idiotas! La postrer palpitación agonizante de ese corazón acababa de morir cuando comenzó a latir en centenares de corazones del mundo civilizado hasta que creció en terrífico trueno, arrojando su maldición sobre los instigadores del tenebroso crimen. ¡Criminales de negra veste y devoto aire, en los estrados de la justicia! ¡Qué ironía!
¿Participó Francisco Ferrer en el levantamiento antimilitarista? Según la primera acusación que apareció en un periódico de Madrid, firmado por el Obispo y todos los prelados de Barcelona, no era acusado aún de participación. La acusación hacía hincapié en el hecho de que Francisco Ferrer era culpable de haber organizado escuelas ateas y haber difundido literatura atea. Pero en el siglo XX los hombres no pueden ser quemados simplemente por sus creencias ateas. Algo había que inventar, sin embargo; de ahí el cargo de instigador del levantamiento.
Por más que se hurgó para hallar en fuentes auténticas algún indicio que les permitiera fundar su participación en el levantamiento, nada encontraron. Pero entonces no se necesitaban las pruebas ni se aceptaban. Había setenta y cinco testigos -seguros- pero su testimonio fue tomado en forma manuscrita. Nunca fueron careados con Ferrer, ni él con ellos.
¿Es posible, psicológicamente, que Ferrer haya participado? Yo no lo creo, y aquí expongo mis razones: Francisco Ferrer no era solamente un gran maestro, sino también un maravilloso organizador. En ocho años, de 1901 a 1909, había organizado en España ciento nueve escuelas, amén de inducir al elemento liberal en su país a crear 308 más. En conexión con el trabajo de su propia escuela, Ferrer había establecido una imprenta moderna, organizado un cuerpo de traductores y esparcido a todos los vientos ciento cincuenta mil ejemplares de obras científicas y sociológicas modernas, sin olvidar la amplia cantidad de libros de texto racionalistas. Seguramente que nadie sino un organizador metódico y eficiente podía haber realizado tal hazaña.
Por otra parte, se probó en absoluto que el levantamiento antimilitarista no fue preparado en modo alguno, que llegó como una sorpresa para el mismo pueblo, tal como un gran número de insurrecciones revolucionarias en anteriores ocasiones. El pueblo de Barcelona, por ejemplo, tuvo a la ciudad bajo su control durante cuatro días, y, según las declaraciones de los turistas, nunca reinó orden ni paz más perfectos. Por supuesto, el pueblo estaba tan poco preparado que cuando se presentó el momento no supo qué hacer. En este sentido se asemejaron al pueblo de París durante la Comuna de 1871. Estos, tampoco estaban preparados. Aunque moribundos, protegieron los almacenes rebosantes de prisioneros. Apostaron centinelas para cuidar el Banco de Francia, donde la burguesía guardaba el dinero robado. Los trabajadores de Barcelona -¡también ellos!- cuidaron el botín de sus amos.
¡Cuán triste es la estupidez de los miserables; cuán terriblemente trágica! Pero, entonces, ¿hanse introducido tan profundamente los grillos en su carne que, aun pudiendo, no lo rompieran?
El miedo a la autoridad, el respeto a la propiedad privada, cien veces maldecida en sus adentros, ¿cómo es que él no se decide a develarla e ir contra ellos? Tal vez no se haya preparado suficientemente para emprender esta acción.
¿Puede alguien afirmar por un momento que un hombre como Ferrer se afiliara a un esfuerzo tan espontáneo, tan desorganizado? ¿No hubiera sabido que se solucionaría con una derrota, una derrota desastrosa para el pueblo? ¿Y no es más evidente aún que si él hubiera participado, él, el experto organizador, habría planeado enteramente la tentativa? Si todas las otras pruebas fallaran, este solo factor sería suficiente para eximir a Francisco Ferrer. Pero hay otras igualmente convincentes.
Para el mismo día del levantamiento, julio 25, Ferrer había convocado a una conferencia a los maestros y miembros de la Liga de Educación Racionalista. Era necesario encarar el trabajo de otoño y particularmente la publicación del gran libro El Hombre y la Tierra, de Eliseo Reclus, y La Gran Revolución Francesa, de Pedro Kropotkin. ¿Es creíble, en modo alguno plausible que Ferrer, estando en antecedentes acerca del levantamiento, formando parte de él, invitara con sangre fría a sus amigos y colegas a Barcelona para el día en que él sabía que sus vidas estarían en peligro? Es claro, sólo la mente criminal y viciosa de un jesuita podía dar crédito a tal propósito deliberado.
Francisco Ferrer tenía su labor capital delineada; si se hubiese propuesto prestar auxilio a la insurrección, habría estado expuesto a perder todo y no ganar nada, salvo la ruina y el desastre. No es que dudara de la justicia de la ira del pueblo; pero su trabajo, su esperanza, la esencia toda de su vida se encaminaba hacia otra meta.
Caen en el vacío los frenéticos esfuerzos de la Iglesia Católica, sus imposturas, falsedades, calumnias. Ya es condenada por la conciencia humana despierta, de haber repetido una vez más los execrables crímenes del pasado.
Francisco Ferrer es acusado de enseñar a los niños las más estrafalarias ideas, de odiar a Dios, por ejemplo. ¡Qué horror! Ferrer no creía en la existencia de Dios. ¿Para qué enseñar a odiar al niño algo que no existe? ¿No es más creíble que llevara a los niños al aire libre, que les mostrara el esplendor del crepúsculo, la esplendidez del cielo tachonado de estrellas, la impresionante maravilla de las montañas y los mares; que les explicara de modo sencillo y directo la ley del crecimiento, del desarrollo, de la mutua relación de todas las cosas en la vida? Obrando así, hizo imposible para siempre que la semilla ponzoñosa de la Iglesia Católica se practicara un camino en la mente del infante.
Se había afirmado que Ferrer preparaba a los niños para destruir al rico. Historias fantásticas de viejas solteronas. ¿No es más presumible que los preparara para ayudar al pobre? ¿Que les enseñara que la humillación, la degradación, el temor del pobrerío, es un vicio y no una virtud; que sólo la dignidad y todo esfuerzo creador es lo que sostiene la vida y forma el carácter? ¿No es este el medio eficaz por excelencia de hacer la luz sobre la absoluta inutilidad y perjuicio del parasitismo?
Por último, se culpa a Ferrer de desmoralizar al ejército por la propaganda de ideas antimilitaristas. ¿Realmente? Debe haber creído, con Tolstoy, que la guerra es la matanza legalizada que perpetúa el odio y la arrogancia, que roe el corazón de las naciones y las convierte en maniáticas frenéticas.
No obstante, poseemos las propias palabras de Ferrer referente a sus ideas sobre la educación moderna:
Deseo fijar la atención de los que me leen sobre esta idea: todo el valor de la educación reside en el respeto de la voluntad física, intelectual y moral del niño. Así como en ciencia no hay demostración posible más que por los hechos, así también no es verdadera educación sino la que está exenta de todo dogmatismo, que deja al propio niño la dirección de su esfuerzo y que no se propone sino secundarle en su manifestación. Pero no hay nada más fácil que alterar esta significación, y nada más difícil que respetarla. El educador que impone, obliga, violenta siempre; el verdadero educador es el que, contra sus propias ideas y sus voluntades, puede defender al niño, apelando en mayor grado a las energías propias del mismo niño.
Por esta consideración puede juzgarse con qué facilidad se modela la educación y cuán fácil es la tarea de los que quieren dominar al individuo. Los mejores métodos que pueden revelárseles, entre sus manos se convierten en otros tantos instrumentos más poderosos y perfectos de dominación. Nuestro ideal es el de la ciencia y a él recurriremos en demanda del poder de educar al niño favoreciendo su desarrollo por la satisfacción de todas sus necesidades a medida que se manifiesten y se desarrollen.
Estamos persuadidos de que la educación del porvenir será una educación en absoluto espontánea; claro está que no nos es posible realizarla todavía, pero la evolución de los métodos en el sentido de una comprensión más amplia de los fenómenos de la vida, y el hecho de que todo perfeccionamiento significa la supresión de una violencia, todo ello nos indica que estamos en terreno verdadero cuando esperamos de la ciencia la liberación del niño.
No temamos decirlo: queremos hombres capaces de evolucionar incesantemente; capaces de destruir, de renovar constantemente los medios y de renovarse ellos mismos; hombres cuya independencia intelectual sea la fuerza suprema, que no se sujeten jamás a nada; dispuestos siempre a aceptar lo mejor, dichosos por el triunfo de las ideas nuevas en una sola vida. La sociedad teme tales hombres: no puede, pues, esperarse que quiera jamás una educación capaz de producirlos.
Seguiremos atentamente los trabajos de los sabios que estudian al niño, y nos apresuraremos a buscar los medios de aplicar sus experiencias a la educación que queremos fundar, en el sentido de una liberación completa del individuo. Mas ¿cómo conseguiremos nuestro objeto? Poniendo directamente manos a la obra, favoreciendo la fundación de escuelas nuevas donde, en lo posible, se establezca este espíritu de libertad que presentimos ha de dominar toda la obra de la educación del porvenir.
Se ha hecho ya una demostración que por el momento puede dar excelentes resultados. Podemos destruir todo cuanto en la escuela actual responde a la organización de la violencia, los medios artificiales donde los niños se hallan alejados de la naturaleza y de la vida, la disciplina intelectual y moral de que se sirven para imponerle pensamientos hechos, creencias que aniquilan y depravan las voluntades. Sin temor de engañarnos podemos poner al niño en el medio que le solicita, el medio natural donde se ama y donde las impresiones vitales reemplazarán a las fastidiosas lecciones de palabras. Si no hiciéramos más que esto, habríamos preparado en gran parte la emancipación del niño.
Bien sé que no podríamos realizar así todas nuestras esperanzas; que frecuentemente nos veríamos obligados, por carencia de saber, a emplear medios reprobables; pero una certidumbre nos sostendría en nuestros empeños, a saber: que sin alcanzar aún completamente nuestro objeto, haríamos más y mejor, a pesar de la imperfección de nuestra obra, que lo que realiza la escuela actual. Prefiero la espontaneidad libre del niño que nada sabe, a la instrucción de palabras y la deformación intelectual de un niño que ha sufrido la educación que se da actualmente.
Si Ferrer hubiese organizado realmente a los rebeldes, si hubiera luchado en las barricadas, si habría arrojado un centenar de bombas no podría haber sido tan peligroso a la Iglesia Católica y al despotismo como con su oposición a la disciplina y a la coacción. La disciplina y la coacción ¿no son la esencia de todos los males del mundo? La esclavitud, la sumisión, la pobreza, toda la miseria, todas las iniquidades sociales resultan de la disciplina y la coacción. En efecto, Ferrer era peligroso. De ahí que fuera condenado a morir el 13 de octubre de 1909 en el foso de Montjuich. Ahora ¿quién osa afirmar que ha muerto en vano? En vista del inusitado movimiento de indignación universal: Italia nombrando calles en memoria de Francisco Ferrer; Bélgica iniciando un movimiento para erigirle un monumento; Francia movilizando a sus varones más ilustres para recibir y continuar la herencia del mártir; Inglaterra que se adelanta a las otras naciones y publica su biografía; todos los países uniéndose con el propósito de perpetuar la gran obra de Francisco Ferrer; América también, tardía siempre en ideas progresivas, fundando una Asociación Francisco Ferrer, que se propone como fin principal publicar la vida completa de Ferrer y organizar Escuelas Modernas a través de todo el país. Frente a esta ola revolucionaria internacional, ¿quién osaría decir que Francisco Ferrer murió en vano?
¡Qué maravillosa, qué dramática fue la muerte en Montjuich, y cómo estremece el alma humana! Altanero y firme, la mirada interior vuelta hacia la luz, Francisco Ferrer no necesitó sacerdotes que le dieran ánimo, ni hizo reproches a nadie porque le obligaban a dejar este mundo. La conciencia de que sus ejecutores representaban una era moribunda y que él era la verdad naciente, le sostuvo en los heroicos momentos finales.
Notas
(1) Se refiere a Norteamérica.
(2) La Colmena.
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