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sábado, 13 de abril de 2013

LO FEMENINO EN EL MARXISMO

                       




     Antes de afrontar el tema de la diferencia sexual en la tradición marxista, es oportuno indicar algunas posturas independientes de esta tradición, pero que, de todos modos, antan la temática de la diferencia entre los sexos e influyen, en parte, en la elaboración marxista.
La primera posición significativa es la de Feuerbach, que expone explícitamente el problema de la diferencia sexual y lo utiliza en clave antimetafísica, para oponerse a la filosofía de Hegel. Contraponiéndose al esquema hegeliano, Feuerbach pone el acento sobre la corporeidad sensible natural, y por lo tanto, también sobre el sexo natural del hombre: para Feuerbach, “el yo real no es algo privado de sexo, sino que está determinado a priori como un existente femenino o masculino y, por este mismo motivo como un prójimo al que le falta autonomía. La filosofía podría prescindir de las diferencias sexuales, si no estuviesen incrementadas con las partes genitales. Sin embargo, estas diferencias penetran todo lo que el hombre es en su sensibilidad y racionalidad específicamente femeninas o masculinas”.   Puesto que el yo está afectado por la diferencia sexual, el verdadero principio de la vida y del pensamiento no es el yo abstracto y aislado, sino el yo junto con el tú; la relación más real entre el yo y el tú es el amor. El amor que une entre sí a hombres y mujeres es lo que une los dos principios fundamentales de la filosofía de Feuerbach, el de la sensibilidad y el del tú. Sin embargo, en el esquema de Feuerbach, la diferencia sexual no es fin en sí misma. El autor no trata la cuestión para restituir un espacio filosófico y político a las mujeres reales, sino más bien para oponerse a la metafísica del absoluto de Hegel. Contra esta estructura filosófica, Feuerbach propone contemplar la realidad del ser humano, el cuerpo, la sensibilidad, las necesidades, la diferencia sexual. Aunque en Feuerbach la diferencia entre los sexos se use para algo distinto por sí mismo, es decir, como función antimetafísica, de todos modos es digno de notar que el problema se trate con tanta fuerza.
Con más fuerza todavía trata el tema femenino Charles Fourier, cuyos escritos son la fuente de muchas teorías libertarias relativas a las mujeres. Según Fourier, la opresión y la humillación de las mujeres, en el proceso de civilización, están sintetizados en la imagen del matrimonio, al que critica violentamente, El autor insiste en el carácter mercantil del matrimonio, en su fundamento económico, basado en el dinero y en la propiedad, En este sentido, Fourier es un gran innovador, y Marx expresará esta apreciación. Fourier denuncia, además, la responsabilidad de los filósofos, que se ocupan de la familia sólo para ocultar en ella las cadenas del sexo débil.
La utopía de Fourier es la de la libertad del individuo mujer, libertad que hay que realizar en “sana rivalidad” con el hombre, en la emulación, aunque moderada por la “atracción pasional” y por la “asociación” entre hombres y mujeres. Cree que la relación sexual no debería desembocar ni en un contrato ni en una unión, sino que debería conservar la espontaneidad de la pulsión, sin convertirse en la cadena del matrimonio. Finalmente, Fourier considera que el progreso y la felicidad de toda la humanidad están determinados por el grado de libertad de las mujeres. Es especialmente digna de destacar la radicalidad de su posición, sobe todo si se compara con la de otros socialistas utópicos, como Proudhon que, en cambio, manifiesta una posición netamente antifeminista. La idea de Fourier, por la cual, el grado de libertad de la mujer es un parámetro de progreso de la sociedad la recoge el joven Marx, quien en “Los Manuscritos económico-filosóficos de 1844”, escribe:” la relación inmediata, natural, necesaria del hombre con el hombre es la relación del varón con la mujer.( )Por lo tanto, según esta relación se puede saber completamente en grado de civilización a que ha llegado el hombre”. Sin embargo, a diferencia de Fourier, Marx no es partidario de la abolición de la familia. Reconoce en Fourier a aquel que ha sido capaz de denunciar el matrimonio y la familia burgueses como un sistema de propiedad y a la mujer como una mercancía, pero subraya también el carácter histórico y de clase de la familia. La familia burguesa no es lo mismo que la proletaria y, puesto que la familia es una institución que se estructura de distinto modo en las diferentes épocas históricas, sería absurdo abolirla. Él se pronuncia a favor de la monogamia y del divorcio y rechaza el comunismo grosero que prevé el uso en común de las mujeres, o sea, una “prostitución general”, como sustitución de la actual mercantilización de la mujer como propiedad de un solo hombre, en el interior del matrimonio burgués”


                                                                                         

El capitalismo, disolviendo a la familia proletaria e introduciendo a las mujeres en el mercado de trabajo como productoras, por encima de su tradicional función de reproductoras, las sustrae del espacio de la propiedad familiar. El capitalismo, sin saberlo ni quererlo, introduce así un proceso de las mujeres. El trabajo asalariado es el primer paso hacia la autonomía de las mujeres. La mujer deja de estar ligada solamente a la reproducción para convertirse en una trabajadora dentro del sistema productivo y un ser autónomo en la vida social, Este proceso lo llevará a su cumplimiento el comunismo, con el fin de la propiedad privada y la revolución del sistema de producción. Es evidente que en el esquema marxista, es la economía y no en derecho lo que está en la base de la emancipación de la mujer y de la nueva estructura de la familia. Las causas de la subordinación de las mujeres hay que buscarlas en las condiciones de la vida material, en las relaciones de producción y reproducción.
En cuanto a la cuestión de la libertad femenina, es evidente que este esquema tiene un significado liberador y que ofrece una clave importante de lectura en la historia, no sólo como historia de la opresión de clase, sino también como historia del dominio patriarcal. Sin embargo, han surgido reservas hacia este sistema por parte de estudiosas feministas. Se observa que el esquema marxista, al hacer depender la libertad de la mujer de la lucha de clases, en realidad subordina la primera a la segunda; además, se afirma que este esquema, dando prioridad a los cambios de las condiciones materiales y económicas, resulta afectado por un cierto determinismo, de modo que la libertad femenina la habría “producido” primero el capitalismo y después el comunismo. Sin embargo, es evidente que la libertad no es del orden de cosas que puedan ser producidas ni determinadas por ninguna otra cosa.
Puede haber, sí, condiciones favorables a su realización, pero el esfuerzo de conquista de la libertad, por parte de las mujeres como por parte de cualquier otra persona, o existe de suyo, o no existe, en absoluto. Esto significa que la subordinación femenina es también una “cuestión de mentalidad” y no depende mecánicamente de las relaciones de producción existentes. Aun con estos límites, es de apreciar, no sólo que la tradición marxista haya dado fuerza a la cuestión femenina, sino, además, que haya habido mujeres competentes que hayan contribuido a darle valor.
Antes de citarla, es necesario hacer referencia a la obra más importante en relación con este tema: “El origen de la familia, de la propiedad privada y del estado” de Engels (1884). En esta obra, valiéndose de anteriores investigaciones de Bachofen y de Morgan, Engels establece la hipótesis de un estadio de humanidad, anterior al advenimiento del patriarcado, en que habría existido un predominio femenino. Antes de la revolución neolítica, en la que se sitúa la formación de la familia patriarcal y la división en clases, la sucesión de los hijos estaba reconocida dentro sólo de la línea materna (sólo la madre era cierta), y las mujeres gozaban de estima y autoridad en el interior de la comunidad, no caracterizada todavía por la propiedad privada y familiar. Dentro de las sociedades primitivas, había solamente una división del trabajo entre los sexos, pero dentro de la casa, en la economía familiar y en el contexto de la gens, la mujer ejercía una autoridad indiscutible.
En el neolítico tuvo lugar una verdadera y auténtica revolución en la relación entre los sexos, con el derrumbamiento del derecho materno y al advenimiento del patriarcado. Escribe Engels:”El declive del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino. El hombre asumió el gobierno también en la casa; la mujer fue humillada, sometida, se convirtió en la esclava del placer del hombre y en un simple instrumento de reproducción. Esta posición degradada de la mujer(…) se le fue gradualmente disimulando y quitando importancia y, en algunos lugares, se revistió de formas más suaves, pero en ningún caso fue abolida”
El motivo de este rebajamiento de la mujer fue la necesidad, para el hombre, de transmitir a sus hijos la herencia, pudiendo, de este modo tener la certeza de su legitimidad. Fue la necesidad e control sobre el cuerpo femenino fecundo lo que determinó la derrota de la mujer. “Para asegurar la fidelidad de la mujer y, en consecuencia, la paternidad de los hijos, se somete a la mujer al poder del hombre, sin reservas: cuando éste la mata, no hace más que ejercer su derecho”.
Gradualmente la familia se hace patriarcal y monógama. Dentro de este sistema la mujer sierre está esclavizada y usufructuada; aunque la mujer de un hombre rico pueda gozar de una mayor seguridad económica, también ella está rebajada en una sociedad de supremacía masculina. La obligación de la monogamia es siempre en beneficio del hombre, aunque, en realidad, sólo se le impone a la mujer. La monogamia es “solamente para la mujer y no para el hombre”. Este carácter sigue vigente todavía hoy. De esta forma la monogamia no significa en absoluto un progreso en las relaciones entre hombres y mujeres, sino, al contrario, “la sujeción de un sexo al otro”, la proclamación de un conflicto entre los sexos hasta ese momento desconocido en la historia anterior”. Engels concluye que “el primer antagonismo de clase que hace su aparición en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre hombres y mujeres en régimen monógamo, y la primera opresión de clase con la opresión del sexo femenino por parte del masculino”.
La familia patriarcal y monógama se desplaza desde la era neolítica hasta el matrimonio burgués de conveniencia del siglo XIX, donde la mujer, esclava del hombre, se distingue de la prostituta sólo porque vende su cuerpo de una vez para siempre, a un solo hombre. La excepción es la familia proletaria, en la que, al no haber motivos de herencia, se deciden relaciones personales y sociales de muy distinta especie, es decir, el amor sexual elegido individualmente es el que predomina. Con la revolución industrial, se produce un enorme cambio en la condición de la mujer por su ingreso masivo en el mercado de trabajo. Este cambio se culminará con el comunismo, cuando e matrimonio ya no tenga más motivo determinante que la inclinación recíproca: habrá una efectiva monogamia por ambas partes, y las uniones, fundadas sólo sobre el amor y no sobre el interés, durarán mientras que perdure el amor en ellas.
La emancipación de la mujer, como se ve, se hace depender de las condiciones económicas, de su participación en el trabajo de producción social. En este marco, se pone un fuerte énfasis sobre la lucha de liberación por la condición usufructuada de la mujer, mientras que queda poco lugar para una libertad femenina individual, aun dentro de condiciones económicas o sociales desventajosas. Se considera que la experiencia femenina individual está determinada completamente por condicionamientos económicos y políticos, específicos del modo de producción del momento histórico. No hay lugar para ganancias individuales de libertad de las mujeres. Además, la opresión de la mujer se atribuye a la llegada de la propiedad privada, que ha inaugurado el usufructo de las mujeres y de muchos hombres. Es evidente que la lectura marxista quiere evitar la dispersión de fuerzas en la lucha contra el capitalismo, pero, de este modo, impide a las mujeres formular sus propias reivindicaciones frente a los hombres en general y frente a los de su misma clase.



                                                                                                                        


De todos modos, y esto es significativo, ha habido también una contribución femenina a la elaboración de lo que, a partir de la primera estructura marxista y engelsiana, se puede definir como “feminismo materialista”. Entre las mujeres vinculadas a la vertiente materialista, hay que recordar, ante todo, la obra y la práctica política de Flora Tristán, la cual afirmó polémicamente respecto a la tradición marxista que la mujer es “la proletaria del proletario” y que, por tanto, también las mujeres de condición social elevada son víctimas de una forma específicamente femenina de explotación.
También hay que referirse al pensamiento de Alexandra Kollontaj, la cual, disintiendo del esquema de Engels, atribuye el origen de la explotación de la mujer,”no a la propiedad privada, sino a la construcción social de la sexualidad y, concretamente, a la división del trabajo según el sexo”. Escribe al respecto:”Muchos piensan que la esclavitud de las mujeres, su falta de derechos, ha nacido con la propiedad privada. Es un punto de vista equivocado. La propiedad privada contribuyó a hacer esclavas a las mujeres en los lugares en los que habían perdido importancia en la producción, a causa de la progresiva división del trabajo.(…) La esclavitud de las mujeres está en relación con a división del trabajo según el sexo, cuando el trabajo productivo corresponde al hombre y el secundario a la mujer”
Alexandra Kollontaj considera que, si el socialismo se propone verdaderamente liberar a toda la sociedad, debe tratar de abolir la división del trabajo según el sexo y la destrucción de la familia patriarcal. Sólo así se puede pensar que, después de la lucha revolucionaria, se realice también la liberación de las mujeres. En otros términos, para las mujeres, la solución al problema de la familia es tan importante como lo son la conquista de la igualdad política y de la independencia económica.
Como podemos intuir por estos pocos rasgos, la relación entre ka tradición marxista ortodoxa y el feminismo materialista no es completamente pacífica. Es mérito de mujeres como Flora Tristán y Alexandra Kollontaj haber apuntado, por encima de la lucha de clases, a lo específico de las reivindicaciones femeninas, que no encajan completamente dentro del esquema marxista.
En los años setenta del siglo XX, no por casualidad, Carla Lonzi, en “Escupamos sobre Hegel”, se rebelaba contra la invasión del esquema marxista en las mentes femeninas, el cual inducía a las mujeres a que antepusieran el objetivo de la lucha de clases al de su propia libertad, sacrificando así, en nombre de un futuro lejano e incierto, la posibilidad de ganar una libertad en el presente, aquí y ahora. En el esquema de carla Lonzi es evidente otro inconveniente del esquema marxista, que consiste en hacer depender la libertad femenina sólo de las condiciones socio-materiales y económicas. En cambio hay también cuestiones de orden simbólico, que son absolutamente esenciales para una efectiva modificación de sí y del propio contexto, que no dependen automáticamente de las condiciones materiales de vida, sino que son relativamente independientes de ella. Carla Lonzi confiaba gran parte de la apuesta sobre la libertad femenina a los cambios a partir de sí misma y de la política feminista, para ponerla en práctica en el presente, allí donde cada una se encuentre pensando y actuando.


Escrito por Wanda Tommasi. Filósofos y mujeres. Editorial Narcea. Madrid. 2002 |  |  

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