Taller de la prisión de Alcalá de Henares en 1956 |
Rapadas al cero para censurar su 'libertinaje' y purgadas con aceite de ricino para depurar su “alma tóxica”, miles de mujeres fueron exhibidas por las calles y plazas del país durante los años de guerra civil y posguerra. El castigo del franquismo sobre las mujeres fue doble. Por “rojas” y por “liberadas”. La dictadura exigió a las mujeres un exceso de virtud que encarnara un modelo de decencia y castidad que limpiara la degradación moral republicana.
Es imposible determinar el número de mujeres represaliadas a lo largo de la dictadura. Historiadores como Fernando Obregón han documentado la muerte de 116 mujeres en Cantabria desde 1937, cuando la provincia fue tomada por Franco. Muchas murieron presionadas para que delataran a sus parejas. Otras quedaron presas en la posguerra. Sin embargo, la estrategia franquista diseñó un plan para que las únicas víctimas femeninas que salieran de la memoria del conflicto fueran las monjas, a pesar de que murieron poco más de 280 religiosas.
Unas cifras muy alejadas, por ejemplo, de las casi 500 mujeres que murieron en la cárcel de Burgos a manos de los franquistas. Y más lejos aún de las 5.000 reclusas republicanas de la cárcel de Ventas (Madrid), a pesar de que su capacidad sólo era para 450 personas.
Interior de la prisión de Ventas el 8 de Junio de 1939 durante la procesión del Corpus Christi. |
Unas cifras muy alejadas, por ejemplo, de las casi 500 mujeres que murieron en la cárcel de Burgos a manos de los franquistas. Y más lejos aún de las 5.000 reclusas republicanas de la cárcel de Ventas (Madrid), a pesar de que su capacidad sólo era para 450 personas.
Sus historias fueron silenciadas durante años por la ideología oficial del régimen. Sobre ellas recayó la responsabilidad de “regenerar la patria”. Catalogadas como individuas de dudosa moral, su acceso a la ciudadanía fue castigado ejemplarmente durante la dictadura a través de cárcel, violencia, exilio, silencio o uniformidad.
De una punta a otra de la España sublevada, se repitieron los mismos métodos de tortura física y psicológica. Se pueden resumir en tres: las purgas con aceite de ricino para que su fuerte poder laxante depurara su “tóxico interior”, raparlas al cero para censurar su supuesto libertinaje, y la prohibición absoluta de mostrar cualquier tipo de luto a las viudas, hermanas y madres de fusilados.
Desde la muerte de Franco, decenas de historiadores trabajaron para desmontar los mitos históricos de la dictadura. Una interpretación dirigida por la jerarquía católica que mencionó con intencionada frecuencia las atrocidades cometidas contra las novicias. Pese a que, como es obvio, no debió morir ninguna, de una población de 45.000 monjas en 1931, fueron asesinadas 283, según los estudios de 1961 del obispo Antonio Montero Moreno que recoge el historiador Julián Casanova en La Iglesia de Franco (Crítica). El régimen cultivó una imagen paternalista sobre las mujeres, a pesar de reservar para ellas un espacio ínfimo en la vida pública.
“Los hijos no importaban”
Los investigadores han encontrado descripciones sanguinarias. Fernando Obregón ha documentado la muerte de 116 mujeres en Cantabria desde 1937, cuando la provincia fue tomada por Franco. “A muchas las mataron sólo porque no pudieron atrapar a sus maridos que habían conseguido huir a Francia o estaban en el frente. No les importaba que tuvieran hijos o que estuvieran embarazas”, resume. Y señala dos casos: una mujer de Los Corrales fue fusilada pese a tener siete hijos, el menor de 10 años, y otra, en Puente Viesgo, recibió la humillación de un cura por tratar de lavar la ropa en el río un domingo. “Le tiró el balde al agua y le dijo: ¿No sabes que no se trabaja los domingos?”. La humillación continuó en la posguerra y, en ocasiones, más de una fue expulsada de su pueblo.
Muchas otras sufrieron la tortura de la prisión. Es el caso de Blanca Brissac, la mayor de las 13 rosas, las mujeres del penal de Ventas fusiladas en agosto de 1939.
Blanca Brisac en 1939, meses antes del fusilamiento. |
Blanca tenía 29 años, no había ocupado ningún cargo político relevante y “era muy religiosa”, tal y como describe el periodista Carlos Fonseca, autor de Trece rosas rojas (Temas de hoy). Fusilaron a toda su familia. Sobrevivió su hijo Enrique, que guarda la carta que su madre le escribió antes de morir. En la misiva, Blanca le pedía que no guardara rencor a los verdugos, y le rogaba que hiciera la comunión bien preparado, “tan bien cimentada la religión como me la enseñaron a mí”, decía.
Las condiciones de la prisión marcaron a las supervivientes. “A algunas les pusieron cuñas en las uñas, y les dieron corrientes eléctricas en los dedos y en los pezones”, cuenta uno de los testimonios recuperados por la ex presa republicana Tomasa Cuevas. El documental Del olvido a la memoria. Presas franquistas, emitido en La Sexta, recuperó los recuerdos. “Hubiera preferido que me siguieran dando palos antes de ver a una compañera salir para no volver”, describe en aquel reportaje Concha Carretero .
Para Cayetano Ybarra, investigador en Extremadura, aquellos castigos tenían mucho que ver con la concepción social que el franquismo tenía de la mujer: “Era un objeto sexual de usar y tirar, una sirvienta, como la describe Primo de Rivera en las normas de la sección femenina. Por contra, en el bando contrario, formaban parte del Ejército”. Esas posiciones enfrentadas explican el salvajismo de la represión. “El gobernador militar llegó a mandar a las farmacias que ahorraran todo el aceite de ricino posible. Las pobres defecaban vivas en mitad del pueblo”, detalla.
Pretendientes vengativos
La mayoría eran atacadas por su relación con republicanos, pero no faltaron las rencillas personales. Como el caso de Amparo Barayón, esposa del escritor Ramón J. Sender, fusilada en Zamora por Santiago Vilora, un pretendiente al que había rechazado en su juventud. En la cárcel, como a otras mujeres, le arrancaron a su hija de seis meses de los brazos. “Los rojos no tenéis derecho a tener hijos”, le dijo uno de los guardianes, según relata Casanova en su libro. No existen números globales de mujeres asesinadas. En lugares concretos como Zaragoza, ciudad investigada por Casanova, el desfase entre la represión practicada por uno y otro bando es importante. En las comarcas orientales dominadas por milicianos anarquistas, murieron 17 mujeres. En las falangistas, asesinaron a cerca de 300.
Otro recuento basado en los registros civiles es el de las 65 mujeres maestras “depuradas” en la provincia de Salamanca. Su posición pública las hizo un objetivo fácil. El Tribunal de Responsabilidades Políticas dictó el fusilamiento de Esther Martínez Calvo, maestra de Salas de los Infantes (Burgos), bajo el siguiente informe de la Guardia Civil: “Envenenaba a los niños con sus doctrinas y propugnaba por el amor libre”. El párroco colaboró en el linchamiento: “Su condición moral y religiosa ha sido del todo negativa. Me aseguran que aún en sus vestidos lleva los colores de la bandera comunista. En fin, que es una niña de mucho cuidado”.
“La forma de castigar al hombre era el exterminio. Se fusilaba a gran parte de los hombres de una población, por ejemplo. Con la mujer se buscaron castigos más ejemplares. En lugar de ir a por todas, se castigaban a unas pocas de manera pública. La exposición pública del rapado o del ricino marcaba a las mujeres por vida. Un método devastador y efectivo”, explica Raquel Osborne, doctora en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid.
Con el objetivo de recuperar una parte fundamental de la memoria de España y de cubrir la historia de género de las mujeres en el período del franquismo, el Ateneo de Madrid acogió hasta el 10 de febrero la exposición Mujeres bajo sospecha. Memoria y sexualidad (1930-1980). Una exposición realizada bajo el prisma de la memoria y que recoge diferentes elementos como fotografías, vídeos, cuadernos de escuela o vestidos que muestran la represión física y psicológica de la mujer, muchas veces invisibilizada al hablar de la represión fascista.
“La disciplina histórica, una disciplina bastante patriarcal, hecha por hombres y durante mucho tiempo para hombres, tiene unos elementos de construcción metodológicas que han invisibilizado todo el trabajo o la existencia de las mujeres. En toda la resistencia antifranquista las mujeres tuvieron un amplio activismo de base, pero ese activismo no implicaba hacer de espía en Francia o exiliarse. Eran las hermanas, mujeres o parejas de los actores”, explica a Público la investigadora María Rosón, comisaria de la exposición junto a Raquel Osborne.
“Las mujeres pueden considerarse como los ejes de la dictadura de Franco. A pesar de ser una dictadura paternalista recae un peso enorme en esa idea de mujer como madre, mujer sana y buena esposa. La mujer debía ser una especie 'superwoman' capaz de hacerlo todo: cuidar a los hijos, atender al marido, llevar la casa, ser buena cristiana y conocer la doctrina franquista”, analiza la investigadora María Rosón.La represión de la mujer, no obstante, no se limita a la cruda posguerra. Sobre ellas se pretendió cimentar el nuevo régimen nacional católico de Franco. Monjas y falangistas de la sección Femenina trataron de domesticar a las mujeres para ajustarlas al modelo de madres y esposas sacrificadas. Los tres ejes sobre los que se cimentaron su educación resumen el papel que el régimen tenía planeado para ellas: “formación del espíritu nacional, labores y gimnasia”.
Para crear esta mujer “dócil y casta” al servicio del varón y de la patria, la Sección Femenina de Falange, dirigida por Pilar Primo de Rivera hasta su fin en 1977, recibió el encargo oficial de formar a las mujeres españolas en todos los campos de actuación convirtiéndose en la única organización institucional dedicada a las mujeres durante la dictadura.
“La Sección Femenina de Falange estuvo dirigido todo el tiempo por Pilar Primo de Rivera, la conocida como la hermana del ausente [José Antonio]. Los mandos de esta organización estaban copados por una comunidad de mujeres independientes, solteras y sin hijos. Aquí radica su principal contradición, de la que se hace eco la cultura visual presentada y que tiene que ver con el mando, la acción y la masculinidad, muy alejada de los valores tradicionales que promulgaban”, explica Raquel Osborne.
El cuerpo femenino, un bien público
La liberación y el acceso de la mujer a la ciudadanía que se vivió en el mundo occidental en el período de entreguerras, en España tuvo su reflejo durante el período de la II República. Es en este breve lapso de tiempo cuando la mujer consigue acceder a derechos inalienables como la educación, el trabajo, el voto o el divorcio.
La mujer ideal del franquismo, según asevera la catedrática Osborne, se construye en oposición a esta mujer moderna, ciudadana y republicana. “El pecado está siempre presente en la mujer franquista. Su actitud debe regirse por la moral católica más intransigente”, explica.
Fruto de esta mentalidad, el cuerpo de la mujer se convierte, si es que no lo era ya, en un objeto público del Estado. El régimen franquista trata de llegar a los lugares más íntimos de la vida de las mujeres como la sexualidad, las relaciones matrimoniales o hasta el corte de pelo.
“El fascismo consigue inmiscuirse en todos esos espacios de la privacidad de las personas”, añade María Rosón, que asevera que sobre la mujer se instaló el triángulo represor de pecado, enfermedad y femineidad.
“El fascismo consigue inmiscuirse en todos esos espacios de la privacidad de las personas”, añade María Rosón, que asevera que sobre la mujer se instaló el triángulo represor de pecado, enfermedad y femineidad.
Las expresiones de esta mentalidad ultra del pensamiento católico llegan hasta la actualidad, tal y como afirma Rosón. 37 años después de la muerte de Franco, el Estado continúa intercediendo en la libertad sexual de la mujer y las decisiones sobre su cuerpo.
“Hay ciertas políticas en la actualidad que recuerdan a otros tiempos. La idea del control sobre el cuerpo de la mujer está presente en temas como el aborto y la ley del ministro Gallardón. No obstante, el control formal y moral sobre la mujer sigue estando presente en nuestra sociedad y se percibe en lugares tan comunes como las redes sociales”, analiza Rosón, quien considera que los ejercicios de memoria histórica que plantea la exposición son fundamentales para destapar “la represión” y “recuperar la memoria” de una parte del pasado que fue silenciado.
“Para ver que nuestro pasado está muy presente en la mentalidad del presente sólo hace falta ver imágenes tan contundentes como a Cospedal con mantilla”, sentencia Rosón.
Textos extraídos de: Público.es
De la verga, pinches falangistas de mierda...
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