June Fernández habla del proceso de desmarcarse de la feminidad normativa, al hilo de su decisión de raparse el pelo
Oscar Acuña, el Gallo, documentó mi rapada
Cuando decidimos escribir sobre transgresiones y empecé a pensar en qué contar, no se me ocurría otra cosa que el hecho de haberme rapado el pelo hace unas semanas. Me costaba decidirme, porque al fin y al cabo cortarse el pelo no es una gran transgresión. Pero bueno, tal vez sí lo sea, después de ver las reacciones que suscita, tanto en mí como en las personas que me rodean.
No fui una niña masculina ni mucho menos. Me encantaban las Barbies, me daban miedo los balones, reclamaba vestidos y me encantaba probarme los tacones y pintalabios de mi abuela y mi tía (es que mi madre era más andrógina en esa época). De adolescente me uniformaba con pantalón vaquero y sudadera, pero era más por pasar desapercibida, porque siempre me he sentido cómoda con minifalda y tacones, y siempre me ha chiflado el ritual de maquillarme. Hubo épocas en las que mis ojos me parecían sosos si no me pintaba la raya, que no me sentía estilizada sin tacones y que me sentía plana si no usaba sujetador con relleno. Y cuando lo usaba, me daba apuro que el noviete de turno me lo quitase y descubriera el tamaño real de mis tetas.
Cuando me asumí como feminista pude observar qué elementos de esa feminidad normativa eran imposiciones que me limitaban, y fui eligiendo utilizarlos sólo cuando me apetecía. Empecé a prescindir del sujetador cada vez más, a pintarme sólo cuando me apetecía el ritual, a ponerme tacones sólo para ir a bailar salsa. La idea era no depender de ningún artificio de la feminidad normativa para verme guapa y estar a gusto en mi cuerpo. Lo de cortarme cada vez más el pelo creo que no fue tan deliberado, es que es adictivo.
También me di cuenta de cómo usaba la coquetería y el estilo de seducción femenina a la hora de relacionarme con otras personas, especialmente con los hombres hetero, pero también con algunas lesbianas. No me faltaron relaciones y ligues, pero durante mucho tiempo me pesó que con la mayoría de mis amigos, les desease o no, siempre hubiera cierta tensión sexual que enrarecía la amistad. Me jodía sentirme sexualizada en contextos masculinos, pero al mismo tiempo era yo la que proyectaba esa energía, porque buscaba verme atractiva en sus ojos. Yo me justificaba diciendo que me encanta tontear, lo cuál es verdad, pero esto es como el maquillaje y los tacones: tontear mola, si una lo hace cuando le apetece, con quien le apetece y sin necesitarlo para quererse.
En definitiva, tanto la feminidad como la masculinidad normativas tienen mucho de pose. Vaya, tanto la barbie como el machitode gimnasio son pura pose. Con la teoría queer aprendí lo que era la performatividad de género. Al hacer de drag king experimenté que cuando era más yo no era con bigote y paquete, sino en ese momento en el que me los he quitado y todavía no me he vuelto a poner el disfraz de señorita que me ponía casi a diario (y no hablo de la ropa y los complementos, sino de la forma de sentarme, de gesticular, de sonreír…)
En los últimos meses, coincidiendo con que me salí de la heteronorma (que decidí y sentí que sólo quería acostarme y emparejarme con mujeres, vaya), fui experimentando algunos cambios frente a todo eso de construirme desde la feminidad normativa y para la mirada masculina hetero. Son cambios prácticamente imperceptibles, que yo notaba en mi lenguaje corporal, en cómo me comunico y me relaciono, en cómo vivo la sexualidad.
Estando en Nicaragua pensé que raparme el pelo sería como marcar un punto de inflexión simbólico, decirme y decir que paso de la feminidad normativa y del pensamiento heterosexual, que quiero dejar de preocuparme por resultar bonita. Me preguntaba una amiga si también era por ligar más con las tías. Bueno, pues esa no era la idea, aunque dejar de que me tomen por hetero es un punto a favor. Y la otra cara de la moneda es pasar del passing: si ahora los lesbófobos me toman por bollera, pues es que lo soy.
En esas andaba cuando conocí a la feminista nica Oralia González, que recientemente se había rapado el pelo al uno y contó sus motivos en un post con el que me identifiqué mucho. Sobre todo en eso de confrontar el miedo a estar fea y que la gente te vea fea. Luego pasé unos días en los que me sentía insegura y vulnerable, así que abandoné la idea, porque no me parecía el mejor momento para poner a prueba mi autoestima. Decidí cortármelo cortito, pero sin rapar. Me fui a la peluquería, expliqué a la peluquera cómo lo quería, mostrándole fotos, pero ella se resistía. Me sentí fatal, necesitaba un cambio, aunque no fuera tan drástico que pasarme la maquinilla, y la peluquera se dedicaba a cortarme las puntas. Se lo expliqué a punto de llorar. “¡Pero es que si corto más se va a ver rara!”, me decía. “¡Pero es que esa era la idea! ¡Quería un cambio!” Agarró unas tijeras extrañas y me desplumó por detrás sin criterio, de forma que tenía la misma pinta de siempre pero parecía que me hubieran cortado el pelo a mordiscos.
Al día siguiente me miraba al espejo y se me saltaban las lágrimas (ya digo que andaba yo revuelta), me sentía super frustrada y rabiosa, porque es evidente que si fuera un chico no le hubiera dado ningún reparo atender mi petición y cortarme el pelo como quería. Mi amigo el Gallo iba a la barbería a raparse, y me dijo que le acompañara, que le mirara y luego decidiera. Pensé que prefería arriesgarme a verme fea que quedarme con esa sensación amarga de impotencia. Al cuatro, que tampoco me sentía preparada para quedarme calva.
Recién salida de la barbería y pillándole el gusto./ Oscar Acuña
Al principio me sentía como salida de un campo de concentración, pero en seguida me empecé a ver bien. Y sobre todo me sentía bien. Eso me dijo el Gallo, que más que cómo se me veía por fuera, la cosa era que se me notaba cómo me sentía por dentro.
Los cientos de ‘me gusta’ en el Facebook dan la medida de que no soy la única para la que ese gesto significa algo. También fue muy significativo ver que en mi familia sólo reaccionaron mal al cambio algunas mujeres. Los hombres o elogiaron el corte o se lo tomaron con humor, sin darle más vueltas. Ahí caí en la cuenta que en mi familia, como en la mayoría, son las mujeres las que han ejercido el marcaje de la feminidad. Han sido ellas las que me han dedicado comentarios dignos de enmarcar como: “deberías hacerte unas mechitas rubias para suavizar los rasgos”, “una mujer nunca debe salir a la calle sin sujetador, nunca” o “¿pero cómo no te echas maquillaje para hidratar la piel un poco?”.
Respecto a mí, pues estoy encantada con mi nuevo pelo. Me da igual no estar glamurosa, tener pinta de ‘muchachito’ (una tía abuela dixit, aunque agregó, no sé si por ser amable, que no es que tenga nada de malo). Una amiga me dijo que por qué no me echo gomina para que tenga otro aire, más sofisticado. Es que esa es la cuestión, lo que mola de mi pelo cepillo es no preocuparme por parecer sofisticada.
Puede parecer una chorrada, pero el corte ha reforzado ese proceso de deconstrucción del que os hablaba. Claro, hay chicas a las que, por haber vivido de otra forma la feminidad, no les cuesta nada raparse, como no les cuesta viajar solas, o superar tantas otras limitaciones de género. A menudo esas chicas no entienden la importancia del feminismo, no lo necesitan para vivir como quieren y sentirse libres. Otras son feministas, pero lo que cuento les suena a chino, a preocupaciones extrañas de femmes.
Cuando hablo de este tipo de cosas en mi blog o en el Facebook, de mi cuerpo, del dilema de la depilación, del sujetador, de lo grave que es haber interiorizado que la vulva huele mal, siempre hay algún tío que me sale con que eso son preocupaciones frívolas de burguesa del primer mundo. Como si fueran ellos -y no nosotras, las feministas de aquí y de allá- los que se dedican a luchar por la igualdad salarial, denunciar la violencia machista, o la feminización de la pobreza, entre otros temas ‘serios’.
Las feministas hablamos de pelos, olores y flujos sin complejos, porque bien sabemos que lo personal es político y que sólo desde nuestros cuerpos liberados podremos hacer la revolución.
Publicado por June Fernández el 08/03/2013 en Pikaramagazine
Publicado por June Fernández el 08/03/2013 en Pikaramagazine
Yo también me rapé hace unos años. Las reacciones fueron sorprendentes. Una tía y una prima fueron groserísimas conmigo. Trataban de hacerme sentir mal como si yo las hubiese ofendido a ellas por cortarme MI CABELLO!!!! Me dijeron que parecía judía de campo de concentración, me dijeron que parecía niña con cáncer, me dijeron que qué bueno que mi abuela no vivía ya para no tener ver esto, que cómo iba a ir a ver a los tíos abuelos...
ResponderEliminarMi papá y mi mamá siempre me han apoyado y ellxs hasta me ayudaron a raparme en casa!!!
Los hombres... dependía: si se estaban quedando calvos, decían que cómo desperdiciaba el cabello. Los que tenían cabelleras abundantes me felicitaban y me decían que qué valiente. Mis amigas me apoyaron, sin muchos aspavientos. Unas no me decían que no les gustaba, otras sí.
Yo... al principio me sentí muy bien, después hubieron momentos en los que me sentía rara como si no me conociera. Después fue creciendo y fue todo un redescubrimiento aprender a convivir con mi cabello durante todas sus etapas. Cuando quería ir en transporte colectivo, me ponía ropa ancha y pasaba como joven muchacho, cuando quería coquetear me ponía aretes y ropa pegada que dejara ver mis modestas curvas y listo. Eso me gustó mucho. Lo volveré a hacer cuando vuelva a ser el momento.
Gracias por ese testimonio inspirador. Gracias por compartirte me veo en tus palabras.
ResponderEliminar¿Deconstrucción a través de la imagen? ¿Acientas la identidad por los cientos de personas que aprueban una percepción de imagen en un medio impersonal como el facebook? ¿A eso le llamas deconstrucción?
ResponderEliminarEs muy cierto que el cambio es radical de acuerdo a la creencia social, a los valores subjetivados en un contexto social determinado, muy cierto todo eso, pero ni el pelo, ni el maquillaje, ni la ropa son los medios para llegar a la deconstrucción de la Persona según Derrida, no es persona, sino Persona lo que hay que deconstruir, y eso va mucho más allá de la imagen.
que loco como q todas las mujeres q andamos en proceso de encontrarnos de liberarnos del cambio interno nos sometemos a un corte de cabello yo aun no me lo he rapado completo pero voy x parte me rape un lado luego los dos, tengo la cresta y bueno ahora me lo voy a cortar mas asi q animadas todas las chicas a cortarse el cabello eso nos ayuda pero cambia nuestra esencia...
ResponderEliminarYo me corté el pelo, casi al uno, antes de ser feminista. Aun así fue un cambio brusco, porque nunca me consideré una chica femenina dentro de la norma. Comencé a maquillarme más, a usar accesorios fememninos dentro de un estilo más alternativo. Creo que el asunto de la imagen nos cala cuando queremos hacer las cosas a consciencia, en mi caso fue por algo personal de destruir el estilo de vida que llevaba más que de creer en una ideología y aplicarla a la vida. Hoy en día he pensado varias veces en raparme, pero creo que mi pelo, una mata larg y negra y muy enmarañada, representa ya una libertad al no tener que someterlo a un corte particular o a la moda, al dejarlo libre y suelto, no peinarme o no usar productos de belleza que lo cambien. Gracias por tu historia, me hizo entender más a una compañera que hizo eso.
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